כֹּה אָמַר ה’ צִיּוֹן שָׂדֶה תֵחָרֵשׁ, וִירוּשָׁלַיִם עִיִּים תִּהְיֶה
Ayer comenzamos a explicar uno de los 5 eventos trágicos que recordamos en el 9 de Ab, día de duelo nacional del pueblo judío. Este terrible acontecimiento, quizás el menos conocido, se llama en hebreo: “el arado de la ciudad” de Jerusalem (חרישת העיר).
Luego de que el emperador romano Adriano volviera sobre sus pasos y se arrepintiera de su decisión de autorizar a los judíos a reconstruir el Bet haMiqdash, las relaciones entre los judíos y el imperio romano comenzaron a empeorar.
Uno de los momentos más tensos fue cuando el emperador viajó al Medio Oriente y (129-130 de la era común) y se horrorizó de una de las prácticas más comunes que llevaban a cabo los gentiles en esa región que pertenecía al imperio romano: la castración, especialmente de esclavos y sirvientes (eunucos), que era una cruel forma de «domesticarlos» y hacerlos más dóciles. En Roma esa práctica se consideraba aberrante y se castigaba. Aclaremos que la castración está terminantemente prohibida por la Torá. Y no sólo la castración humana sino también de animales, algo que SÍ era (y sigue siendo) totalmente aceptado en el mundo no judío. Adriano, entonces, prohibió la castración humana y la penalizó con la pena de muerte.
El gran problema fue que, por alguna razón, Adriano ¡extendió el crimen de castración al Berit Milá! la circuncisión judía….
De nada sirvió que los Sabios judíos tratarán de explicarle la naturaleza de la circuncisión judía a los representantes del emperador, y que ésta nada tenía que ver con la castración.
Adriano igual prohibió la circuncisión y la condenó con la pena de muerte. Algunos historiadores especulan que Adriano fue influenciado por los primeros cristianos, que se oponían a la práctica de la circuncisión y creían que ésta había sido reemplazada por el bautismo. Abolir la circuncisión era una gran victoria para su causa.
Este decreto, que tuvo lugar alrededor del año 129, afectó aún más los ánimos de los Yehudim, quienes estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo antes de dejar de cumplir el primer precepto que le corresponde a un niño judío. También los llevó a la desesperación colectiva. Ya habían perdido la esperanza de ver el Bet haMiqdash reconstruido y ahora veían que el futuro de su pueblo corría un inminente peligro de extinción. Ribbí Yishmael ben Elishá llegó a decir: “Quizás haya llegado el momento de que dejemos de casarnos y de traer hijos al mundo (Babá Batrá 60 b)”.
Pero la anulación del Berit Milá fue sólo el preludio de algo tan malo, o peor, que estaba por pasar…
En ese fatídico viaje por medio oriente, Adriano tomó otra terrible determinación que resultaría atroz y fatal para el pueblo judío: Adriano decidió «prevenir para siempre» que el Templo fuese reconstruido. Y ni siquiera iba a dejar en pie las ruinas de la ciudad santa, que recordaban su destrucción. Adriano ordenó “borrar” toda memoria judía de la ciudad, y cambiar su nombre, y así los judíos finalmente se olvidarían de “Yerushalayim”. El plan de Adriano incluía la construcción de un «nuevo templo» romano para «Jupiter» (uin dios pagano), en el mismo lugar donde antes estaba el Bet haMiqdash….
Esto provocó un estado de máximo de indignación en el pueblo y motivó a los Yehudim a planear una rebelión «suicida» contra el imperio. De esta rebelión hablaremos más adelante, ya que ahora nos concentraremos en comprender por qué en Tishá beAb recordamos “que la ciudad fue arada”.
En el año 130 Adriano decretó que el nombre de Yerushalayim fuese erradicado, y que la nueva ciudad se llamaría de ahora en más: “Aelia Capitolina”. “Aelio”, en honor a Adriano, ya que era uno de sus nombres y “Capitolina”, en honor al ídolo mitológico romano, Jupiter capitolino, al quien se le dedicarian los santuarios paganos de la nueva ciudad.
Ahora bien: ¿Cómo hacían los romanos para borrar la ciudad anterior y fundar una nueva ciudad en ese mismo lugar? Como sabemos, hay todo tipo de ceremonias de inauguración: como ser la colocación de la piedra fundamental, el cortado de una cinta, etc. La ceremonia de inauguración de una nueva ciudad romana consistía en arar la ciudad, más específicamente, demarcar con surcos labrados los nuevos bordes de la ciudad. La ceremonia del arado de Yerushalayim, y la inauguración de la nueva ciudad pagana ocurrió el 9 de Ab del año 130.
Esta «ceremonia» fue celebrada por los romanos, como era su costumbre, acuñando una moneda ilustrativa. El texto de la moneda que vemos en la imagen arriba, dice: «Col(onia) Ael(ia) Capit(olina)». En esta moneda se ve claramente a Adriano, representando a Roma, arando los surcos de la nueva ciudad romana y demarcando sus límites.
El arado de la ciudad de Jerusalem y el cambio de su nombre nos demuestra que los Goyim hicieron todo lo posible, y más, para borrar la memoria de la Jerusalem judía, y asegurarse que nunca más regresaremos a Yerushalayim y perdamos cualquier esperanza de reconstruir nuestro Templo.
Irónicamente, hoy, ya nadie se acuerda de Adriano י»ש y el nombre de «Aelia capitolina» solo se encuentra en los libros de historia y los museos. E increíblemente, después de 1900 años, no hay humano que no haya escuchado «JERUSALEM», nuestra ciudad capital, más hermosa que nunca, está nuevamente en nuestras manos y la inminente reconstruccion del Bet HaMiqdash, es solo cuestión de tiempo.
DEBEMOS ESTAR MUY ORGULLOSOS DE PERTENECER A UNA NACIÓN QUE NUNCA PERMITIÓ QUE BORRARAN SU MEMORIA Y TENEMOS QUE ESTAR MUY AGRADECIDOS A DIOS POR EL PRIVILEGIO DE VIVIR ESTOS MOMENTOS, CON EL QUE SOLO LOS PROFETAS DE ISRAEL SE ATREVIERON A SOÑAR.