miércoles, abril 24, 2024
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La importancia de llamarse Jacobo

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בשביל שלושה דברים נגאלו ישראל ממצרים: שלא שינו את שמם, ואת לשונם, ואת לבושם

TETUAN

Para hablar de mi padre, sobre quien nunca me he atrevido a escribir hasta ahora, debo comenzar por mi bisabuelo, y hacer especial énfasis en su nombre: Ya’akob Bitton z ”l.  Mi bisabuelo (la fotografía que ves aquí le pertenece a él) vivía en Tetuán, una pequeña ciudad en el norte de Marruecos con una importante población judía. Un censo oficial de 1861 informa que de 11,000 habitantes en Tetuán, 5,000 o 6,000 eran judíos (ver aquí). Los judíos de Tetuán eran descendientes directos de los judíos expulsados ​​de España en 1492. El español era el idioma más común en Tetuán, pero los judíos también tenían su propio dialecto judeo-español: Jaketia.  Esto es lo que sé sobre mi bisabuelo. Vivía en Calle del Tesoro numero 2. Tenía una tienda de especias al lado del mercado. Y cada vez que alguien necesitaba papel para envolver el pescado, él se lo obsequiaba. Lo llamaban  «Hermano Yaakob Bittón, el bueno» un título honorífico en la judería (Mela) de Tetuán. ¿Por qué ese título honorífico? Porque siempre estaba recitando Tehilim, y nunca hablaba innecesariamente. No sé nada más sobre mi bisabuelo. Excepto que, indirectamente, salvó a mi padre de la asimilación.

SAN MIGUEL DEL MONTE

Mi abuelo Leon z ”l (Yehuda) nació en 1895. Era el hijo mayor de Yaakob Bitton. Desde muy pequeño tuvo que salir a trabajar, porque la pobreza en Tetuán se había convertido en hambre. La situación era tan terrible que a la edad de 13 o 14 años mi abuelo tuvo que viajar solo a Argentina, para enviar dinero a su familia. No sé cuántas veces viajó de regreso a Tetuán. Pero tengo el documento de su boda, civil y religiosa, que tuvo lugar en Tetuán, en 1916. Creo que después de eso nunca más regresó a Marruecos. Mi abuelo León se convirtió en un próspero hombre de negocios. Abrió una red de tiendas de ropa en varias provincias del país. Y se instaló con mi abuela en la ciudad de San Miguel del Monte, un pequeño pueblo a más de 100 kilómetros de Buenos Aires. En ese pueblito, hasta el día de hoy no hay absolutamente nada judío. No hay comunidad, ni sinagoga, ni escuela, ni kashrut. Creo que mi abuelo era el único judío en toda la ciudad. Mi padre creció allí. En su infancia nunca vio una mezuzá en su casa, nunca comió kosher, nunca aprendió hebreo y nunca escuchó un Kidush. En la década de 1940, mi abuelo se hizo muy rico y se convirtió en la primera persona en su pequeña ciudad en tener automóvil y chofer. Mis abuelos, mi padre y sus hermanos, vivían y se vestían como millonarios. Y eran las “celebridades” de San Miguel del Monte.

LENGUA, ECONOMÍA Y ASIMILACIÓN

Mi abuelo representa a miles de judíos que, principalmente por razones comerciales, decidieron vivir sus vidas por su cuenta, lejos de una comunidad judía. Estoy pensando en las diferencias entre mi abuelo paterno y mi abuelo materno, Abraham Faur, z ”l, quien llegó de Damasco, Siria, alrededor de la misma época, 1915. La “ventaja”más notable que tenía mi abuelo paterno era que hablaba Español. Y eso le dio acceso a oportunidades de negocios en cualquier parte de la entonces rica Argentina. Pero esa «ventaja» también precipitó su asimilación.  Mi abuelo materno, por otro lado, NO hablaba español, solo árabe. Y como el 99% de los judíos sirios que llegaron a Buenos Aires, se instaló en Barracas, cerca del puerto. Y al principio pasó por muchas dificultades económicas, pero siempre vivió en comunidad, con otros Yehudim como él, apoyándose mutuamente.  ¿Qué salvó a mi abuelo de la asimilación? Creo que lo que salvó a la familia de mi abuelo de la asimilación total, fue que sus empleados de confianza lo engañaron, le robaron sus negocios y m abuelo quedó literalmente con nada más que deudas. Tuvo que irse a Buenos Aires en busca de oportunidades de negocios y comenzar desde cero. Nunca recuperó su riqueza pero, providencialmente, su ruina financiera acercó a mi padre a la comunidad judía.

¿QUÉ HAY EN UN NOMBRE?

¿Y qué salvó a mi padre de la asimilación? El factor más importante que mantuvo con vida la identidad judía de mi padre fue la herencia que recibió de su abuelo: su nombre «Jacobo». En la Argentina solamente un judío puede llamarse «Jacobo». Mi padre me dijo que en su infancia y adolescencia todo lo que quería era ser como todos los demás, pero su nombre lo delataba. Su nombre provocaba tanta burla y odio que intentó cambiarlo, y le rogó a sus amigos que lo llamaran «Juan Carlos».  Pero B”H en ese entonces el nombre oficial no podía ser cambiado. Y en la escuela y en el trabajo todos seguían llamándolo «Jacobo», evitándole, providencialmente, que alguna vez olvidara que era judío. Cuando llegó a Buenos Aires, no tuvo más remedio que conectarse socialmente con las únicas personas que no iban a burlarse de su nombre: sus «hermanos» Yehudim. Y fue así como una noche, en una fiesta comunitaria en Barracas, conoció a mi madre. Y todo cambió para él.

Los Sabios del Midrash explicaron que lo que evitó que los judíos se asimilaran a la sociedad egipcia en tiempos de prosperidad fue que preservaron conscientemente su idioma, su vestimenta y sus nombres. 

NUNCA LO OLVIDARÉ. 

En memoria de mi padre, 

 יעקב בר יהודה ז»ל 

hoy 19 de Adar, aniversario de su fallecimiento

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