דע לפני מי אתה עתיד ליתן דין וחשבון
Aqabiá ben Mahalalel nos explica que la mejor forma de evitar pecar es recordar que luego de esta vida daremos cuenta ante D-s por lo que hemos hecho mal en este mundo. Pero una vez que dejamos este mundo, ¿De qué manera ocurrirá este juicio?
Como dijimos anteriormente, nuestros Sabios nos enseñaron que el alma sobrevive la muerte del cuerpo. Y que son nuestras almas las que se enfrentarán al Todopoderoso en el juicio celestial.
Hoy me gustaría explicar, muy brevemente, a qué nos referimos cuando decimos «alma», o en hebreo neshamá.
En realidad, la mejor forma de describir el alma sería a través de la formula matemática: ALMA = YO – MI CUERPO. Vamos a profundizar un poco esta ecuación.
1. ALMA MORAL: Para entender neshamá hay que pensar en «mente», en oposición a «cerebro». Mi mente (Yo!) es la que decide, la que toma las decisiones. Nuestra libertad de elección no es una función cerebral o natural. Los animales tienen cerebro, y hasta cierto tipo de inteligencia Pero los animales no pueden tomar una decisión moral. En otras palabras, no pueden decidir entre un «instinto» y un «valor». Por ejemplo, si un animal tiene hambre no puede decidir no comer y darle la comida a un animal de otra especie. Los animales no tienen «alma», sino instintos de supervivencia. El ser humano, por el contrario, puede tomar una decision moral, y elegir no comer y darle esa comida a otra persona. La que toma este tipo de decisiones es el alma/mente. El alma es el verdadero «yo».
2. CONCIENCIA, MEMORIA: Más allá de la mente, el alma contiene -y retiene después de morir- nuestra identidad y conciencia. En otras palabras, aunque nuestros cuerpos mueren, todavía preservamos la noción de quiénes somos y fuimos, y en cierta forma, aunque desprovistos de cerebro , aún podemos pensar y percibir, obviamente de una manera completamente diferente a la que estamos acostumbrados. Tan distinta qué es imposible imaginarla, cuanto más, describirla con palabras. Cuando decimos que el alma preserva la «memoria» nos referimos a la película de nuestras vidas. No estamos hablando de las filmaciones que registran nuestras fiestas de cumpleaños o las vacaciones en Disneylandia, sino particularmente la memoria de nuestros actos morales: lo que hicimos bien y lo que hicimos mal, hacia D-s y hacia el prójimo. Fue mi «alma» (yo!) quien decidió actuar bien o mal. Eso es lo que dice Aqabia ben Mahalalel, es mi alma (YO menos MI CUERPO), mi conciencia, la «mente», quién tomó las decisiones, y quien enfrentará el juicio final.
3. MADUREZ ESPIRITUAL: Más allá del juicio final, los Jajamim también hablan del placer del mundo por venir. Este placer fue descripto como «el placer de estar frente a la Presencia Divina» y este placer depende totalmente del nivel de madurez que alcanzó nuestra neshamá. El alma/neshamá tiene la potencialidad de crecer. Y al igual que nuestro cuerpo, la neshamá necesita ser alimentada para crecer o «madurar». Si no, no es que el alma muere, pero quedará en un estado «infantil», de subdesarrollo, incapaz de percibir y disfrutar de la Presencia Divina en el mundo por venir. Cómo si alguien estuviera escuchando el mejor discurso del mejor orador del mundo, pero no entiende su idioma. ¿Cómo crece nuestra neshamá? Es a través de nuestra neshamá que establecemos nuestro contacto con D-s. Nuestra conexión con D-s, ידיעת השם se incrementa a través de nuestra neshamá. A diferencia de nuestro cuerpo, que HaShem formó del polvo de la tierra, el alma proviene directamente de HaShem. Y su evolución depende de esta conexión con D-s: el alma de un Yehudi crece cuando estudiamos Su Torá, cuando rezamos a D-s y cuando hacemos Su voluntad. Si nuestras almas no tienen y mantienen esta conexión con HaShem, entonces el alma permanece en su estado inmaduro, infantil: se hace irrelevante, y sin una neshamá madura nos podemos transformar en seres egoístas o materialistas.
Mañana, BH, vamos a escribir sobre un Jajam, rabbi Shimón bar Yojai, que llegó a un nivel espiritual altísimo, tan alto que, excepcionalmente, el diá que falleció, Lag La’Omer, se celebra como si se tratará de su «graduación» (o Hilulá, como decimos los Sefaradim).