viernes, marzo 14, 2025
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¿La Tierra de Israel o el Estado de Israel?

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LA TIERRA DE ISRAEL

Jerusalem no siempre fue la capital vibrante del Estado judío que conocemos hoy. Durante siglos, los pocos Yehudim que lograban llegar a la Tierra de Israel eran apenas una minoría indefensa, sin soberanía, viviendo bajo el dominio de poderes extranjeros. Visitar Jerusalem era un acto de fe, y ver las ruinas de la ciudad, no solo del Templo (Bet HaMiqdash), generaba un dolor tan profundo que nuestros Sabios indicaron que uno debe rasgar sus vestiduras en señal de duelo.

Pienso en Yehudá HaLeví, el gran poeta y filósofo del siglo XII, quien murió trágicamente en las puertas de Jerusalem, recitando su poema Tzion Halo Tishali. O en Maimónides, quien al llegar a Israel en el siglo XII visitó Jebrón, pero no pudo siquiera pisar Jerusalem debido a las sangrientas cruzadas entre cristianos y musulmanes. Durante más de 1800 años, la presencia judía en Jerusalem fue insignificante y constantemente amenazada. No teníamos ejército, gobierno ni autoridad. Éramos perseguidos o, en el mejor de los casos, tolerados, dependiendo de los caprichos del gobierno de turno.

¿RELIGIÓN O NACIÓN?

En su razonamiento acerca de rasgarse las vestiduras en tiempos contemporáneos (algo que los Sefaradim seguimos haciendo), el Rabino Tzvi Yehudá Kook z”l explica su argumento basado en una interpretación del Bet Yosef. Afirma que el duelo completo no depende solo de la existencia o no existencia del Templo, sino de quién gobierna Israel y Jerusalem. Si la ciudad está bajo dominio extranjero, entonces sí, debemos lamentar nuestra pérdida. Pero desde 1967, Jerusalem está en nuestras manos, reconstruyéndose día a día. Jerusalem ya no es solo parte de la Tierra de Israel: es la capital del Estado de Israel.

Esta diferencia entre «Tierra» y «Estado» es fundamental para entender Purim. En la época de Mordejai y Ester, unos 50,000 judíos vivían en Jerusalem y sus alrededores, ¡y el Bet HaMiqdash estaba construido y funcionando! Esto fue gracias a un decreto del emperador persa Ciro en 516 a.e.c., que declaró la libertad de culto para los judíos y permitió la construcción del Templo. Pero los judíos eran súbditos del Imperio Persa. No tenían soberanía ni ejército propio, y después de la muerte de Ciro ni siquiera pudieron obtener el permiso imperial para construir las murallas de protección del Templo (algo que logró Nejemiá con el hijo de Ajashverosh, Artajshasta). Al no tener soberanía, cualquier decreto imperial podía sellar el destino del pueblo judío, como hubiera sucedido con el decreto de Hamán, que también habría alcanzado a los judíos de la “Tierra” de Israel.

NO NOS DAMOS CUENTA DE LO BIEN QUE ESTAMOS

Hoy, gracias a Dios, Tierra y Estado coinciden. Ya no dependemos del favor de los reyes o gobernantes ajenos. Nos protegemos heroicamente con la ayuda de Boré Olam y con nuestro propio ejército. Construimos y reconstruimos nuestras ciudades, y garantizamos que ningún Hamán moderno pueda decidir nuestro destino. Dios obró milagros en Purim a través de Mordejai y Ester. Hoy, Su Providencia se manifiesta a través de los soldados que protegen la existencia de Medinat Israel.

Para comprender mejor la importancia contemporánea de este concepto, basta con explorar brevemente la visión musulmana sobre el Estado vs. la Tierra de Israel. Los árabes más moderados —los no yihadistas— insisten en que los judíos podrían vivir en la Tierra de Israel, ¡pero no podrían tener un Estado! Para ellos, los judíos podríamos residir en la Tierra Santa como minoría protegida, pagando un impuesto especial (la jizya), pero sin soberanía ni ejército propio. Es decir, dependiendo de la buena voluntad de quienes gobiernen. Básicamente, estarían dispuestos a concedernos el derecho a existir e incluso a practicar nuestra religión y quizás tener nuestro Bet HaMiqdash —en un lugar a convenir—, pero no el derecho a la autodeterminación. Es decir, se repetiría el mismo escenario que vivimos durante el Imperio Persa y durante siglos en los países musulmanes: estaríamos a merced de los gobernantes de turno.

LA TRAMPA DEL DESAGRADECIMIENTO

Por eso, cada vez que un judío habla de la «Tierra de Israel» y omite mencionar el «Estado de Israel», sin querer está reforzando este discurso árabe. Quizás muchos no están contentos con el Estado judío porque todavía no es lo suficientemente religioso, etc. Pero al negar la idea del Estado judío y repetir ese discurso galútico, uno estaría actuando involuntariamente de forma desagradecida hacia Boré Olam, que nos ha concedido este enorme privilegio.

En los tiempos mesiánicos, según Maimónides, el primer paso será la restauración de la soberanía judía sobre la Tierra de Israel, bajo el liderazgo del Melej HaMashiaj, un Rey (Melej) soberano que los propios Yehudim “ungimos (Mashiaj)” y que no ha sido asignado por los Goyim. Cada vez que afirmamos que tenemos un Estado de Israel, también declaramos que nuestras aspiraciones mesiánicas están cada vez más cerca.

La lección de Purim es clara: sin un Estado propio, sin una defensa propia, los judíos siempre estaremos en peligro. No importa cuán libres seamos para practicar nuestra religión, ni siquiera importa si estamos en Israel o en la diáspora: si no tenemos un Estado, siempre podrá llegar un Hamán que nos encuentre indefensos.

Hoy, todos los Yehudim del mundo son, virtualmente, ciudadanos de Israel. El milagro de Medinat Israel ocurre frente a nuestros ojos. Solo hace falta abrirlos para verlo.

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