jueves, noviembre 21, 2024
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La diferencia entre servir a Dios y usar a Dios.

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Este Shabbat leeremos la Perashá de Yitró que contiene los Diez Mandamientos, un tema de inagotable profundidad. 

Personalmente, creo que el primer mandamiento es el que más cuesta entender. Y explicar. En primer lugar, porque no está formulado como una orden. No comienza con la palabra “No”, como   “No mataras”. Y tampoco contiene un verbo imperativo, especificando alguna acción que debamos realizar.  Parece, más bien, una introducción a lo que vendrá.   “Yo soy HaShem tu Dios, que te liberó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos”. 

Tradicionalmente, y siguiendo a Maimónides,  se suele explicar que este mandamiento nos indica “creer en la existencia” de Dios.  No nos debe sorprender que la Torá nos ordene algo que está relacionado con el pensamiento y no con la acción. Pensemos en e último mandamiento, no envidiaras, que también se refiere a una emoción que debemos controlar, lo que suele llamar hoy, la reprogramación de nuestro cerebro.    

Previamente explicamos  (ver aquí) que el contenido de este mandamiento es más profundo que “creer en Dios”. Y consiste en “saber que Dios es nuestro Eloqim”, esto es,  aceptar a Dios como la Autoridad Suprema a quien debemos obedecer.  

Aceptar a Dios como el Legislador que formula las leyes a través de las cuales nos conducimos en nuestra vida.  

Aceptar que Dios es quien define lo que está bien y que está mal.    

Hay una diferencia muy importante entre creer en Dios y aceptar Su autoridad.

Como bien lo explica Jordan B. Peterson, cuando los periodistas repetidamente le preguntan “si él cree o no cree en Dios”, el simple enunciado verbal “Sí creo” o “No creo” es prácticamente  irrelevante. 

En primer lugar, como también lo sugiere Maimónides, porque es posible “declarar la fe en Dios” y estar refiriéndose a un dios imaginario y no al Dios de los Diez Mandamientos. 

Me explico: Imaginemos alguien que dice que cree en Dios, pero ignora Sus Mandamientos o no le importa conocer Su voluntad, Sus leyes y lo que Él espera de nosotros.  Esta persona solo se acuerda a Dios en situaciones de emergencia. Y se interesa fundamentalmente en lo que Dios puede hacer por él.  Ese “dios” es una proyección de la necesidad humana; un dios imaginario al que uno trata de “usar” cuando le hace falta. Ese no es un Dios al cual servimos sino un dios que nos sirve.  Muchas (¿demasiadas?) personas supersticiosas, de todas las religiones, creen en ese tipo de dios. Y cuando alguien les pregunta por su fe, si creen o no creen en Dios,  la respuesta va ser definitivamente afirmativa.

¿Se puede considerar a esto fe? ¿Es posible, o es justo, identificar a ese dios-para- situaciones-de-emergencias con el Dios de la Torá? 

Quizás sea por eso que Dios se presenta a Sí mismo como legislador. Y exige una conducta moral determinada.  Demanda obediencia y promete ejercer la justicia. 

Es cierto que aparte de ser “eloqeja” nuestro Legislador y Soberano Dios es también nuestro Creador, nuestro “padre”. Y por eso,  sabiendo que nos quiere como un padre quiere a sus hijos, acudimos a Él y le rezamos cuando necesitamos algo.

Pero en los Diez Mandamientos la fe parece estar relacionada más con la obediencia, servir a Dios, que con una declaración verbal, y el uso de Sus servicios de emergencia.  Quizás el Primer Mandamiento fue formulado de esta manera para evitar un tipo de relación inmadura en la cual Dios solo existe para resolver mis problemas. 

“Servir a Dios” es obedecerlo, en una relación de amor y de confianza. Sabiendo que al igual que ocurre entre padres e hijos, lo que Dios me demanda hacer o me prohibe realizar, es en última instancia para mi propio bien. 

“Servir” a Dios no es como servir a un dios pagano. Los dioses paganos no exigían nada de mi conducta personal. No les importaba de lo que yo hiciera con mi vida. No demandaban obediencia sino tributos para ellos mismos.  En los Diez Mandamientos, por ejemplo, Dios nos indica qué debemos hacer, no pide a cambio de Sus buenos consejos.    

“Servir” a Dios no consiste en ser coherente entre los que decimos y lo que creemos; sino entre lo que creemos y lo que hacemos. 

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