דע מאין באת….
¿De dónde vienes, a dónde vas y frente a Quién darás cuenta de lo que hiciste con tu vida?
En esta Mishná Aqabiyá ben Mahalalel nos recuerda el apasionante tema de la interacción entre cuerpo y alma. Dice que la mejor forma de evitar cometer una transgresión es recordar que mi cuerpo viene de algo que es materialmente insignificante («una gota fétida…»), y también se dirige hacia la nada («comida para gusanos»). Mientras que mi alma tiene un origen divino, y una naturaleza que no es material. No está formada de átomos moléculas o células, y además, o por eso, no muere ni desaparece, sino que persiste, existiendo después de la muerte del cuerpo. Mi alma, en otras palabras, es: «YO menos mi cuerpo». Después de la vida, mi alma tiene absoluta conciencia de su identidad (mi alma sabe que ella soy YO) preserva (¿preservo?) mi memoria (lo que hice con mi vida) y mi conciencia moral. Y por lo tanto puede/o y debe/o rendir cuentas ante el Juez Supremo de lo que logró/logré durante su/mi existencia terrenal, cuando yo/mi alma estuve/o integrado/a a mi cuerpo.
Reconozco que es muy complicado hablar o describir el alma, especialmente después de la vida, ya que como dijimos, no se trata de un órgano del cuerpo o una parte física del cerebro.
Siempre estuve atento a encontrar alguna metáfora que me ayudara a visualizar mejor qué es el alma, en sí y en relación con el cuerpo. Por mucho tiempo pensé que cuerpo y alma se podrían comparar a un auto y su conductor. El auto es el cuerpo y el conductor el alma que conduce al cuerpo. Luego se me ocurrió que sería más preciso hablar de un taxi, (o un Uber…). El automóvil es nuestro cuerpo, el conductor es nuestro cerebro, y el alma soy YO, el pasajero. El taxista sabe cómo manejar el auto, y cómo llevar al pasajero por el mejor camino posible, etc. pero no decidirá por sí mismo hacia dónde manejar. Es el pasajero quien tomará esa decisión y determinará el destino final….
Pero creo que, aunque un poco mejor que la primera, la metáfora del taxi está lejos de ser «perfecta». Un ejemplo que creo que ilustra más claramente la naturaleza del alma y su interacción con el cuerpo, es el del jinete y el caballo. El jinete, obviamente, es el alma y el caballo, nuestro cuerpo. El jinete necesita al caballo para alcanzar su meta y llegar a destino. El jinete sabe que el caballo tiene sus necesidades materiales y no las desatiende. El jinete alimenta al caballo, le da de beber, lo hace descansar, lo lleva seguido al veterinario, y a veces lo mima. Hace todo lo posible para que su caballo esté satisfecho, y lo más fuerte y sano posible. Este es el escenario ideal en el cual jinete y caballo son interdependientes, colaboran uno con el otro y sinergizan.
Pero hay otros posibles escenarios no tan positivos. ¿Qué pasa si el jinete NO sabe dónde ir, o siente que NO hay una meta que alcanzar, y por lo tanto sólo hay que matar el tiempo y dejarse llevar por el caballo? ¿O qué pasa cuando el jinete no puede controlar a su caballo, se rinde y termina soltando las riendas? Probablemente el peor, y quizás más común escenario sea el siguiente: ¿Qué pasa si el jinete nunca aprendió que él ES un jinete, un ente independiente de su caballo? En otras palabras, ¿qué pasa si el jinete desconoce, o pierde o confunde su identidad y se siente más un centauro (esos hombres-caballos de la mitología griega) que un jinete montado a caballo? En todos esto casos, a diferencia del conductor de taxi que no se moverá de su lugar hasta que el pasajero le indique hacia dónde ir, el caballo, que tiene vida propia, hará su vida de caballo… su preocupación existencial será buscar la mejor calidad y acumular la mayor cantidad del más sabroso pasto. Descansará cuando le de las ganas y correrá, sin una meta específica, detrás de yeguas o de cualquier otra cosa que lo atraiga…. el caballo no se quedará inmóvil esperando las órdenes de un jinete dormido…
La Torá nos enseña que somos jinetes, no centauros, y que debemos estar constantemente conscientes de que hay una meta NO MATERIAL a alcanzar. También nos enseña, con una gran cantidad de Mitsvot, cómo alimentar a nuestro caballo, cuidarlo de lo que lo va a perjudicar, darle descanso, domesticarlo y controlarlo. Mantenerlo sano y fuerte para que nos lleve a nuestro destino, sabiendo que algún día nos bajaremos de nuestro caballo, nos despediremos de él, muy agradecidos, y continuaremos nuestro camino, desde el punto que, con su ayuda, pudimos alcanzar.