Aqabiá ben Mahalalel fue uno de los más importantes rabinos en los tiempos del segundo Bet haMiqdash (primer siglo de la era común). Esto lo sabemos entre otras cosas porque como explica el rab Shimon Durán en su libro MAGEN ABOUT, la Mishná no lo llama «Rab» Aqabiá ben Mahalalel. Los Jajamim explican que el titulo «Rab» (Maestro) era muy honorífico, un poco menos que «Ribbí»(un Rab de Israel). Y que el título «Rabban» (nuestro Maestro) era más honorífico todavía. Pero había algo aún más honorífico que «Rabban». Eso era la ausencia de un título. Cuando un rab era tan honorable que sólo bastaba mencionar su nombre para que el honor sea atribuido ( גדול מרבן, שמו). Así fue el caso de algunos otros Rabinos Tanaim como Hilel o Shamai, o incluso algunos Rabinos Amoraim como Shmuel o Abayé.
Aqabiá ben Mahalalel era famoso, entre otras cosas por su extrema integridad moral. Un ejemplo: Aqabiá ben Mahalalel rechazó completamente cualquier forma de nepotismo. En su lecho de muerte, su hijo le pidió que lo recomendara a los sabios, para que ellos le abrieran algunas puertas que por lo general están cerradas para los que recién comienzan. Aqabiá era considerado en gran estima por los Sabios, por lo que podría haber usado su influencia con sus colegas para favorecer a su hijo. Pero se negó a hacerlo. Su hijo le preguntó a su padre si había en él algún rasgo desfavorable que lo hiciera indigno de una recomendación.Aqabiá le dijo: «No. [Tu carácter es irreprochable. Pero no esperes que yo te recomiende a los grandes rabinos. Más bien] tus propias buenas obras te acercarán [a estos ilustres rabinos], o tus propias [malas] acciones te alejarán de ellos ( מעשיך יקרבוך, מעשיך ירחקוך).
«הסתכל בשלושה דברים ואין אתה בא לידי עבירה: דע מאין באת, ולאן אתה הולך, ולפני מי אתה עתיד ליתן דין וחשבון»
משנה, מסכת אבות, פרק ג’, משנה א
En esta famosa Mishná, Aqabiá dijo que si estamos a punto de cometer un pecado debemos recordar tres cosas y así evitaremos pecar.
Debemos recordar «de dónde venimos, a donde vamos y ante Quién vamos a dar cuenta de nuestros actos.»
Para entender la profundidad de esta declaración hay que diferenciar entre dos aspectos de nuestro «ser»: nuestro cuerpo y nuestra alma. Sabemos exactamente de dónde proviene nuestro cuerpo. En cierta forma, de la nada (en las palabras gráficas deAqabiá ben Mahalalel, de una gota fétida). Y sabemos exactamente donde van a terminar nuestros cuerpos: en la nada (en las palabras gráficas de Aqabiá ben Mahalalel, nuestros cuerpos terminan siendo comida de gusanos). En otras palabras, nuestros cuerpos van desde un estado de nada o «no existencia» hasta otro estado de «no existencia». Nuestros cuerpos son absolutamente temporarios. Por el otro lado, nuestras almas son eternas, inmortales. Ya que tienen un origen divino «directo». Como dice la Torá en Bereshit, HaShem creó el cuerpo de Adam del polvo de la tierra, pero su alma, neshamá, fue insuflada «directamente» por HaShem dentro de él. En cuanto a su inmortalidad, nuestros Sabios nos explican que nuestras almas sobreviven la muerte. En otras palabras: nuestros cuerpos mueren, nuestras almas son inmortales.
Una vez que sabemos que a diferencia del cuerpo el alma es inmortal, debemos recordar que el alma lleva en sí, incluye, a nuestra propia conciencia, nuestra identidad, nuestro nivel individual de percepción de Dios, y la memoria de todo lo que hicimos y no hicimos en esta vida.
(Continuará…)