מה אדם ותדעהו, בן אנוש ותחשבהו
«¿Qué es el hombre?» Se preguntaba David haMélej mientras observaba con asombro el inmenso cielo estrellado y calculaba la inconmensurable dimensión del cosmos frente a la desconcertante pequeñez humana. «¿Qué es el hombre para que merezca Tu atención?» Lo creaste cerca de Ti. Pero con el potencial de rodearse de gloria y esplendor.
La humildad es el descubrimiento de nuestra misión existencial. La conciencia de que HaShem está en el centro de la realidad y la cercanía entre Él y nosotros. Pero esa corta distancia entre nosotros y nuestro Creador, puede crear la peligrosa ilusión de que nosotros somos el centro del mundo. Esa fantasía emocional se llama en hebreo ga-avá, arrogancia. La ga-avá, según nuestros sabios, es el desplazamiento mental de HaShem. Cuando uno se rodea de gloria y esplendor y se siente el centro del universo.
Comprender la naturaleza de la vanidad nos ayuda a apreciar mejor la humildad. Si la arrogancia es la raíz de todos nuestros defectos, la humildad es la madre de todas nuestras virtudes. La humildad es asumir mi periférica realidad. Saber que estoy de paso en este mundo y que tengo un breve espacio de tiempo para cumplir mi misión: trascender. Desplazarme hacia el centro, sin creerme el centro. Entender que mi intrascendencia material sólo puede ser superada cuando me acerco a HaShem y me apego a Su trascendencia (debequt). Cuanto más cerca nos sentimos de Él, más lejos estamos de la arrogancia. Y viceversa.
¿Cómo sienten y actúan los que son humildes?
El arrogante toma posesión. Se adueña. Se siente que lo merece todo. Y que todos le deben. El hombre humilde se siente en deuda. Siente que no posee. Que todo le fue dado en préstamo. Que lo que tiene es un regalo divino que le fue dado para compartir. Mientras que el arrogante vive en la dimensión del tener, el humilde habita en el mundo del dar. Su vida es entrega.
El soberbio parece más de lo que es. El orgullo es el disfraz que el hombre inseguro viste para disimular sus falencias. Para evitar cambiar. Para seguir esclavizado a sus defectos. El arrogante es incapaz de admitir errores. Todo lo que (el hombre orgulloso) hace es correcto a sus propios ojos. Su paz interior depende del aplauso ajeno. Lo importante no es ser, sino parecer. Simular una imagen.
El hombre sencillo, siempre es más de lo que parece. Vive libre de la aprobación pública. Su única preocupación es la aprobación de Dios. Lo que cuenta para él es vivir y hacer lo que sea bueno a los «ojos de HaShem». Su humildad le permite aceptar que se puede equivocar. Y entonces, puede cambiar, mejorar y progresar hacia el centro. Seguro de que HaShem es el enfoque de su vida, siempre se está reencauzando. Reubicando. Se mueve hacia el centro cuando se trata del interés Divino. Y vuelve a la periferia cuando se trata del suyo. El mayor interés del Yehudí sencillo es servir el interés de HaShem. Transformarse en uno de Sus instrumentos.
La vanidad es una película plateada detrás de un vidrio. Crea un espejo que le impide al arrogante ver más allá de su propia imagen. La humildad es una ventana que generosamente se abre hacia los demás. Una invitación a descubrir el mundo de las necesidades del otro. El hombre humilde es un hombre de servicio. Vive por y para los demás. Está siempre allí para ayudar, consolar, apoyar. Nunca para pedir, recibir, tomar.
El Yehudí que tiene ‘anava, humildad, siente y sabe que servir al pueblo de Israel es servir a Quien lo eligió.
No en vano para nuestra Torá el hombre más humilde que existió sobre la tierra, Moshé Rabbenu, fue también quién más y mejor sirvió al pueblo judío. La Torá llamó a Moshé ‘ebed HaShem, un ser cuya existencia estaba dedicada a servir al Creador, sirviendo a Su Pueblo. El hombre más sencillo fue también (o, fue por eso) el único ser humano que percibió la Presencia Divina, no en una visión o en un trance, sino desde su plena consciencia de que HaShem está en el centro de nuestra realidad.