APRENDER DE LA HISTORIA
Estamos en un periodo de duelo hasta el día 9 del mes de Ab (12 de agosto de 2024 a la noche hasta la noche siguiente). Estos son días en los que, como veremos más adelante, guardamos un grado de duelo que va creciendo a medida que nos acercamos al 9 de Ab, que es el día de duelo nacional del pueblo judío porque se destruyó el Bet HaMiqdash, Gran Templo de Jerusalem y comenzó un exilio que aun no ha terminado. Estos son días de reflexión, no solo para conmemorar y recordar nuestra historia, sino especialmente para aprender de los errores que cometimos en el pasado y no repetirlos. La filosofía de nuestra Torá explica que hay una relación directa entre nuestro comportamiento religioso y el nivel de Protección Divina que merecemos, particularmente en el nivel colectivo, es decir, como pueblo. Como lo dice la Torá explícitamente en Parashat Bejuqotay (Levítico 26:14-46) y Perashat Ki-Tabó (28:15-69), cuando cumplimos nuestra parte del pacto y honramos nuestro compromiso con Dios, el Todopoderoso honra Su parte del pacto protegiéndonos contra nuestros enemigos.
CUANDO LOS HERMANOS SE PELEAN…
Nuestros Sabios analizaron, por ejemplo, qué fue lo que llevó a la destrucción del Segundo Templo (año 68 de la era común), y no atribuyeron nuestra derrota al enorme poderío militar de los romanos. Los Sabios, en lugar de eso, enseñaron a “mirarnos al espejo” y a preguntarnos: ¿Qué hicimos mal para no merecer la ayuda Divina? En este caso, la respuesta que nos brindaron es muy específica: nuestro pecado fue «sinat jinam». «Odio irracional entre hermanos». Es decir, divisiones entre los propios judíos: sectarismo político, religioso, social. Algo que todavía no hemos superado. Esta intolerancia entre nosotros mismos es irracional y muy peligrosa porque las divisiones nos debilitan y quedamos expuestos a nuestros implacables enemigos. En realidad, todo lo que se necesita saber acerca de las desastrosas consecuencias de “sinat jinam” se puede aprender de la historia de dos hermanos, Yojanán Hircano y Yehudá Aristóbulo. Lo ocurrido con ellos 130 años antes de la destrucción de nuestro Templo desencadenó en realidad ese trágico evento.
LOS JUDIOS INVITAN A ROMA
Recordemos que en el año 141 aec, los judíos finalmente recuperamos nuestro estado independiente y por primera vez desde la época del Reino de Yehudá, teníamos nuestro propio «ejército judío» que era muy poderoso y famoso por la bravura de sus soldados. Este fue un periodo de unión y fortaleza entre los Yehudim. Y bajo el liderazgo de Shimón, el último sobreviviente de los hijos de Matitiyahu, gozamos de un periodo de paz y prosperidad, viviendo de acuerdo a nuestra Torá.
Todo cambió en el año 65 aec.
Yojanán Hircano y Yehudá Aristóbulo, los descendientes de Shimón, reclamaban el trono luego de la muerte de Alexander Yanai y no se podían poner de acuerdo. La enemistad y el odio entre estos dos hermanos se reflejaban también en sus seguidores y adeptos políticos que no dudaron en aliarse militarmente con pueblos no judíos para reforzar sus propios ejércitos. La situación era tan mala que el estado judío estaba al borde de una guerra civil por el odio entre estos dos hermanos y sus adeptos. En esos años, los romanos, que estaban creciendo militarmente, habían enviado al famoso comandante Pompeyo al Mediterráneo para proteger a sus barcos de los piratas que los atacaban y los saqueaban. Una vez en el Medio Oriente, Pompeyo vio que la situación política en Judea era muy frágil y decidió aprovecharse de la situación. Se ofreció para arbitrar entre los dos hermanos y decidir quién debería asumir el cargo. Los judíos, distraídos con sus sangrientas batallas internas, aceptaron la intermediación sin darse cuenta de que estaban cayendo en una trampa política devastadora, abriéndole las puertas a los romanos para apoderarse de Jerusalem. Con mucha astucia política, Pompeyo decidió que Yojanán, el menos poderoso de los dos hermanos, debía ser el nuevo monarca. No conforme con el veredicto, Aristóbulo reunió un ejército en Yerushalayim. Pompeyo, con el beneplácito de Yojanán, trajo a su ejército y comenzó una guerra civil que duró más de tres meses. Murieron más de 12,000 soldados judíos. Una vez vencido Aristóbulo, y con el ejército judío ya devastado, Pompeyo desplazó a Yojanán, se apoderó de la ciudad de Jerusalem y terminó así con el estado judío independiente. Los romanos se habían instalado en Jerusalem para quedarse, y nosotros, por nuestras luchas internas, les habíamos abierto las puertas.
Como dijeron los Sabios:
מקדש שני, שהיו עוסקין בתורה ובמצות וגמילות חסדים, מפני מה חרב? מפני שהיתה בו שנאת חינם!
HERODES, REY DE JUDEA
Alrededor del año 65 aec, Judea (Israel) pasó de ser un estado independiente a convertirse en un estado vasallo del Imperio Romano. En esta nueva situación, el emperador romano nombró un rey para gobernar sobre Judea. La lealtad de estos Reyes vasallos era principalmente hacia Roma, y no hacia sus ciudadanos o hermanos judíos. El más conocido de estos reyes fue sin duda Herodes (años 37 al año 4, antes de la era común). La familia de Herodes era originalmente edomita. En este sentido, los romanos se aseguraban la lealtad del monarca al elegir un rey que, si bien había nacido en Judea, no era completamente judío.
La historia de los edomitas y su relación con Am Israel es bastante compleja. Edom descendía de Esav, el hermano de Ya’aqob. Esto normalmente significaría que los judíos y los edomitas deberían ser aliados cercanos. Sin embargo, durante mucho tiempo, especialmente en los días del rey David (año 1000 a.e.c.), Israel y Edom fueron enemigos. Lo mismo sucedió en el momento de la destrucción del primer Bet haMiqdash (Templo de Jerusalem, 586 a.e.c.), los edomitas se unieron a nuestros enemigos, los babilonios. La maldad y la crueldad indescriptible de los edomitas hacia los judíos se registra explícitamente en Tehilim, el Salmo ‘al neharot Babel (137: 7).
LOS EDOMITAS SE CONVIERTEN AL JUDAISMO
En la época de los Jashmonayim (150 a.e.c.), los edomitas se convirtieron al judaísmo, y muchos de ellos se integraron completamente al pueblo judío, lucharon en sus filas y compartieron su mismo destino. Pero este no fue el caso de Herodes. Su lealtad a los romanos era de la misma intensidad que su odio hacia los judíos. Herodes no solo colaboró plenamente con los romanos recaudando fuertes impuestos de los judíos, sino que también estableció templos paganos en varias ciudades de Israel, como Cesárea y otros lugares. Su mayor provocación fue colocar un águila de oro, el símbolo religioso y militar de Roma, en la puerta de entrada del Bet haMiqdash. Los rabinos alentaron a un grupo de jóvenes judíos a sacar el ídolo romano. Los jóvenes fueron capturados y llevados a Herodes. Flavio Josefo registra el diálogo que tuvo lugar en ese momento. Herodes les dijo: «¿Quién les ordenó destruir el águila?» Los jóvenes respondieron: «Las leyes de nuestros padres». Herodes les preguntó: “¿Y por qué parecen estar tan tranquilos y contentos? ¿No saben que los ejecutaré?». Los jóvenes judíos respondieron: «Lo sabemos, pero también sabemos que la vida eterna nos espera en el mundo venidero (‘olam haba). Herodes ordenó que ellos y sus cómplices, 40 jóvenes judíos, fueran ejecutados junto con dos grandes rabinos de Israel, quemándolos vivos en una hoguera pública.
DEL ESTADO VASALLO A PROVINCIA ROMANA
En el año 6 de la era común, 10 años después de la muerte de Herodes, Augusto, el primer emperador romano, abolió la monarquía «judía» y convirtió a Judea en una provincia romana. Es decir, desde ese momento, no habría más reyes o gobernadores judíos y Judea estaría directamente bajo la jurisdicción del emperador de Roma. Esto también significaba que la religión oficial de Roma se establecería más sólidamente en Judea. Los romanos, como los griegos 200 años antes, esperaban ahora que los judíos abandonaran su religión y adoptaran a los dioses romanos, «como lo hacía gustosamente todo el resto del imperio». Y desafortunadamente, como ya había sucedido en los tiempos del Imperio griego, muchos judíos acaudalados traicionaron su fe y a sus hermanos, para obtener exenciones de impuestos y otros beneficios que les fueron otorgados por colaborar con los romanos.
Para peor, ahora que Judea era una provincia romana, los romanos sentían que tenían el derecho de nombrar al sacerdote que serviría como el Sumo Sacerdote (Cohen Gadol) en el Bet haMiqdash. Entre otras cosas, esto significaba que los romanos tenían acceso ilimitado para robar del Bet haMiqdash sus valiosos artículos hechos de oro y plata (kele haqodesh). El conocido prefecto romano Poncio Pilato (26-36 de la era común), por ejemplo, robó valiosos artefactos del Bet haMiqdash y con esos fondos construyó un acueducto en Jerusalem.
Este nuevo escenario se estaba volviendo cada vez más insoportable, y una nueva idea, desesperad y casi suicida, comenzó a fermentar en las mentes y los corazones de los judíos: debemos rebelarnos contra el Imperio Romano y recuperar nuestra autonomía política y religiosa, antes de que el judaísmo desaparezca. Los ecos de una rebelión imposible contra el ejército más poderoso de la historia de la humanidad se podían sentir en el aire de Yerushalayim…
LOS ROMANOS Y LA RELIGIÓN JUDÍA
Judea (יהודה = Israel) dejó de ser un estado vasallo y fue convertida en provincia romana por el emperador Augusto. Al igual que los griegos 100 años antes, Roma trató de acabar con el judaísmo e imponer su culto. Los judíos obviamente resistieron. Pero los romanos, que eran tolerantes con otros pueblos paganos, no aceptaban la religión judía. Nunca entendieron la “cláusula de exclusividad” del monoteísmo: por qué los judíos eran tan “arrogantes” y no estaban dispuestos a aceptar otros dioses en su Templo junto con su propio Dios, como lo hacían todos los demás pueblos del mundo. Además, para los romanos el judaísmo era excesivamente aburrido: imponía reglas y límites. Mientras que las otras religiones consistían en socializar, entregarse a la glotonería y a la embriaguez y, sobre todo, a normalizar la promiscuidad, haciéndola parte de los ritos religiosos.
LA PRUEBA DE CALÍGULA
La presión para persuadir a los judíos a abandonar su ya obsoleta y aburrida religión era incesante. Y en un momento se tornó peligrosa. Esto ocurrió en los tiempos de Calígula, que gobernó el imperio entre los años 37 y 41 de la era común. Calígula fue probablemente el peor emperador de la historia romana y cruzó los límites de la sanidad cuando se proclamó a sí mismo “dios” y demandó ser adorado como tal. Su obsesión narcisista lo llevó a hacer cortar las cabezas de las estatuas de los otros ídolos romanos y reemplazarlas por su propio busto. En Roma construyó dos templos dedicados a su culto. Y también quiso poner a prueba su divinidad con el examen más riguroso: el de los judíos. Primero mandó erigir y colocar su estatua en las sinagogas de Alejandría, donde había una importante comunidad judía. Los judíos se opusieron con vehemencia, e incluso el procurador romano Flacus (o Flaco) se negó a obligar a los judíos a erigir estatuas de Calígula. Pero Calígula reaccionó destituyendo a Flacus de su puesto y ejecutándolo.
¿CALÍGULA EN JERUSALEM?
La siguiente historia está relatada por el famoso historiador judío Filón de Alejandría (37 – 100 de la era común). Filón cuenta que Calígula envió una orden para que se construyeran estatuas suyas y fueran instaladas en todo Judea. Los judíos decidieron resistir. Calígula envió entonces a su mejor hombre para esta misión: el Procurador de Siria, Petronio, y le aportó dos legiones del ejército romano —más de 10,000 soldados— para llevar a cabo la tarea, cueste lo que cueste. Petronio desembarcó en el puerto de Aco y allí fue interceptado por una delegación de decenas de miles de judíos que habían llegado desde todos los confines de Israel. Le explicaron a Petronio que la Torá prohíbe terminantemente esculpir imágenes de nuestro propio Dios y, obviamente, de un ídolo humano, y que adorar o incluso erigir estatuas de Calígula constituiría el acto más ofensivo en nuestra religión. “¿Estáis preparados entonces para enfrentaros a una guerra con el emperador romano?” preguntó Petronio. A lo que los judíos le respondieron: “Si el emperador persiste en su deseo de erigir sus estatuas, deberá matar primero a la totalidad de la nación judía. Ningún judío va a dejar de sacrificar su vida para evitar esta afrenta.” Acto seguido, todos los judíos se presentaron ante Petronio, con sus esposas y sus hijos, desnudaron sus cuellos y le dijeron que estaban dispuestos a defender el honor del Dios de Israel con sus propias vidas. Petronio, conmovido por la convicción de los judíos, trató de postergar al máximo la ejecución de su misión. A finales del año 40, cuando ya no pudo ganar más tiempo, escribió una carta a Calígula tratando de disuadirlo. Enojadísimo, Calígula le ordenó a Petronio quitarse la vida y redobló su apuesta con los judíos: mandaría construir su estatua en Roma y la llevaría personalmente a Jerusalem para ser erigida en el Gran Templo judío de Jerusalem. Y entonces ocurrió un gran milagro: el 24 de enero del año 41, Calígula fue asesinado en una histórica conspiración organizada por su propia guardia imperial, y la pesadilla que podía habernos llevado al final, gracias a Dios terminó (Petronio no llegó a suicidarse). Los judíos nos mantuvimos unidos y firmes en nuestros principios, y HaShem estuvo de nuestro lado.
CLAUDIO Y LOS JUDÍOS
El nuevo emperador romano, Claudio (41-54 EC), fue un poco mejor con los judíos. Restauró la autonomía de Judea y en el año 41 les permitió a los judíos tener su propio rey, Agripas. Agripas (llamado por los historiadores “Herodes Agripa I”) era muy respetuoso de la Torá y de sus leyes y protegió al Bet haMiqdash. Su reinado fue recordado por los judíos como muy positivo y favorable. Pero duró muy poco. Agripas murió en el año 44. Luego de la muerte de Agripas comienza un período muy amargo y difícil para Am Israel, que culminó con la destrucción del Bet haMiqdash en el año 68.
Continuará