jueves, noviembre 21, 2024
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La extraordinaria triste historia del 10 de Tebet

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El ayuno del 10 de Tebet nos recuerda el sitio a la ciudad de Yerushalayim (Jerusalem). Este fue el primer paso que llevó a la destrucción de nuestro primer Templo, Bet haMiqdash, en el año 586 a.E.C.

LA ADVERTENCIA DE JEREMÍAS

Por muchos años, el profeta Yirmiyahu (Jeremías) había advertido al pueblo acerca de su corrupción; sus actos de idolatría; la profanación del Shabbat y el abandono de la Torá. Yirmiyahu advirtió que si el pueblo no cambiaba y mejoraba su conducta, «el Bet haMiqdash sería destruido» por el rey de Babilonia, Nebujadnetsar. Cuando Yirmiyahu anunció esta profecía en el Bet haMiqdash, lejos de escucharlo, los corruptos sacerdotes y líderes políticos quisieron ejecutarlo, porque Yirmiyahu indirectamente estaba desafiando su liderazgo. Así que muy cínicamente lo acusaron de blasfemia: «¿Qué clase de profeta se atreve a insinuar que HaShem, Dios Todopoderoso, permitirá que Su Casa fuera destruida?».

Yirmiyahu se salvó. Pero sus palabras ya no fueron escuchadas.

Todos sabían que el ejército de Nebujadnetsar se estaba acercando y estaba destruyendo las ciudades alrededor de Yerushalayim, como Lajish. Pero en vez de regresar al camino de la Torá y hacer Teshuvá (arrepentirse), depositaban su confianza en la alianza militar que tenían con Egipto, la segunda superpotencia en esos tiempos, que eran enemigos de Babilonia.

El 10 de Tevet del año 589 antes de la era común, Nebujadnetsar comenzó el sitio a Yerushalayim. La situación era terrible porque la falta de comida, primera consecuencia natural del sitio a una ciudad, se vio agravada por una tremenda sequía. La gente, desesperada de hambre, comía pasto seco, infestado con gusanos, lo cual comenzó a traer epidemias, plagas y enfermedades.

EL PUEBLO SE DESPIERTA

Fue en ese momento de desesperación que el pueblo despertó de su letargo y el rey Tsidquiyahu y los líderes judíos decidieron hacer algo al respecto. Recordando las palabras de Jeremías, los líderes se reunieron en el Bet haMiqdash y propusieron un «trato con Dios». Dijeron: «Vamos a liberar a nuestros esclavos. Y Tú, a cambio, líbranos del ejército de Babilonia». Estos esclavos eran judíos pobres que se habían endeudado con los ricos de Yerushalayim porque no podían pagar sus deudas, ya sea por la sequía o por las guerras, y ahora ellos y sus hijos estaban pagando sus deudas a través de la esclavitud. De acuerdo con la Torá, sin importar si la deuda fue o no fue saldada, los esclavos deben quedar libres el séptimo año. Pero a esos aristócratas no les importaba cumplir con esta Mitzvá y, para no perder su dinero, esclavizaban a los pobres de forma permanente, como hacían los demás pueblos con sus esclavos. Pero ahora, finalmente, habían recapacitado, se habían arrepentido de su accionar incorrecto y, haciendo lo que indica la Torá, ¡finalmente liberaron a sus esclavos! Esta vez depositaron su esperanza en HaShem y rezaron para que Él a su vez los liberara del exilio o la muerte a manos del ejército de Nebujadnetsar.

¡Y EL MILAGRO OCURRIÓ!

Y los Babilonios abandonaron el sitio a Jerusalem. Así cuenta Yirmiyahu este gran evento (37:5): «El ejército del Faraón partió desde Egipto [hacia Jerusalem], y cuando los babilonios, que tenían sitiada Jerusalem, oyeron la noticia, levantaron el sitio de Jerusalem [y fueron a luchar contra los egipcios].»

¡El gran milagro había ocurrido! El ejército enemigo, de la noche a la mañana, había desaparecido, y las profecías «pesimistas» de Yirmiyahu no se habían cumplido. ¡Yerushalayim se había salvado! Dios los había escuchado. Todos celebraban.

Lo que ocurrió a continuación es difícil de creer, y creo que deberíamos considerar este trágico episodio como la principal razón por la cual ayunamos en Asara beTebet…

Increíblemente, cuando vieron que el ejército de Nebujadnetsar había abandonado Jerusalem, los aristócratas de Jerusalem tomaron nuevamente por la fuerza a los esclavos que recién habían liberado, traicionando el pacto que habían hecho con HaShem solo unos días atrás.

LO CONTRARIO DE TESHUVÁ

Este terrible error de nuestros ancestros también está narrado por Yirmiyahu, quien lo presenta como la gota que colmó el vaso y lo que precipitó la destrucción de Jerusalem.

El profeta dice en nombre de Dios:

34:15 «[hace muy poco tiempo atrás], ustedes se arrepintieron y comenzaron a hacer lo correcto ante Mi vista: cada uno de ustedes proclamó la libertad a sus hermanos esclavizados. Incluso hicieron un pacto conmigo, en la casa que lleva Mi nombre [el Bet haMiqdash].

34:16 «Pero ahora, ¡se arrepintieron [del pacto que hicieron conmigo] y han profanado Mi Nombre: cada uno de ustedes ha capturado nuevamente a los hombres y mujeres que habían liberado y los han forzado a convertirse nuevamente en sus esclavos.

34:17 «Por lo tanto, dice HaShem: Me habéis traicionado; no habéis concedido la libertad a sus propios hermanos [tal como lo prometieron]. Y ahora la espada, las plagas y el hambre tendrán la libertad [para perseguirlos a Ustedes y alcanzarlos]…

Mientras todo esto ocurría en Jerusalem, la dura batalla entre los egipcios y los babilonios se llevaba a cabo en el Negev. Providencialmente, los egipcios fueron derrotados. Y Nebujadnetsar volvió a sitiar Yerushalayim con su ejército. El hambre, las plagas y la muerte se apoderaron nuevamente de la ciudad. Y luego de varios meses de asedio, el 9 de Av de 586 a.E.C., la ciudad fue conquistada, los judíos fueron asesinados, esclavizados o exiliados y nuestro Templo fue destruido.

Nuestros ancestros, en la desesperación, se arrepintieron de su mal proceder. Pero ni bien terminó el sitio a la ciudad, «se arrepintieron de su arrepentimiento» y traicionaron no solamente la Torá, sino también «el pacto» que habían sellado con Dios.

Esta es la razón principal por la cual ayunamos hoy, el 10 de Tebet.

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