Todos conocemos la importante Mitsvá de honrar a los padres, el quinto de los Diez Mandamientos. Lo que es menos conocido es el contexto histórico en el cual este mandamiento fue establecido. Aprender un poco más al respecto nos ayudará a valorar un poco más lo extraordinario del mismo.
El honor a los padres, a simple vista, puede parecer hoy algo que se sobreentiende.
Especialmente porque como sucede con muchos otros valores, las ideas judías bíblicas se han transformado con el correr de los siglos en el patrimonio mental y social de gran parte de la humanidad. Vivimos en una civilización que ha sido transformada por la Biblia y como tal damos por sentado el deber de honrar a los padres . Sin embargo, esta obligación es una innovación judía bíblica.
Veamos.
La familia y las jerarquías familiares no siempre fueron como las conocemos hoy. Al punto tal que el parricidio y el incesto, según se puede ver de las historias y y mitos de los Hititas, los Sumerios y muchos otros pueblos de la antigua Mesopotamia, no eran poco comunes.
En nuestro caso especifico, el deber de honrar a los padres en la Torá va mucho mas allá del mero respeto a la autoridad de los padres. Honrarlos significa conferirles una categoría especial de respeto. Pensemos por ejemplo en la obligación de un hijo o hija a ponerse de pie para honrar la mera presencia de sus progenitores. Esto es algo que en la sociedad moderna se reserva para individuos con ciertos cargos asociados al “poder”, por ejemplo, el presidente, un juez, un ministro, etc. Asimismo, en la antigüedad, en las sociedades contemporáneas al tiempo de la entrega de la Torá, este tipo de honores estaban reservados no para los progenitores sino casi exclusivamente para los guerreros y los “héroes” del campo de batalla. Hombres (¡nunca mujeres!) poderosos y fisicamente fuertes destacados por su destreza militar o por haber derrotado a monstruos con multiples cabezas.
El llamado a honrar «a los padres» es una innovación radical de la Torá; un corte con las otras culturas y con la tendencia humana de elevar al nivel de héroes a los poderosos que obtuvieron la gloria en la batalla. La revolución Bíblica solidifica la imagen de los padres al demandar honrarlos como si fueran nuestros heroes, y refuerza el vínculo hijos-padres, facilitando el proceso de educación y transmisión.
Otro elemento que quizás no se valora lo suficiente es que las sociedades de la antigüedad eran estrictamente patriarcales, y en muchas civilizaciones las mujeres eran consideradas como posesiones , y no gozaban de prácticamente ningún derecho.
La Torá, y así lo repiten los Sabios, deja establecido que un hijo debe honrar por igual a su padre y a su madre. La madre no es vista como un apéndice paterno, sino como socia igualitaria en la sociedad familiar. Esto es toda una revolución cultural y de efectos a largo plazo. Ya que al elevar por igual la posición de ambos progenitores, un niño judío se entrena desde una tierna edad a apreciar a la mujer. Lo cual influirá, en un futuro, incluso en la forma que él verá a su propia esposa. Ya que existe una relación directa entre el respeto que un hijo tiene por su madre de chico y el respeto que tendrá por su esposa cuando se case.
Respetar a los padres va mucho mas allá de lo instintivo y básico.
Es el valor fundamental que crea los sólidos cimientos de una buena familia judía.