Recuerdo haber estado muy preocupada aquella noche que estaba por nacer nuestro segundo hijo, David. Hasta ese entonces nuestra atención y nuestro amor estaba totalmente dirigido hacia Ya’akob, nuestro bejor(primogénito) y con la llegada del nuevo bebe esto estaba por cambiar.
Sabíamos que era importante querer a este nuevo bebe— y a todos los que BH vinieran en el futuro— tanto como queremos a nuestro primogénito. Pero ¿sería esto possible?¿Seriamos capaces de dividir nuestro amor con nuestro próximo hijo?
Los padres tenemos muchos desafíos cuando se trata de querer a nuestros hijos. Uno de estos desafíos es lograr ser imparciales. Actuar de manera que ellos puedan sentirse queridos, todos por igual. Y esto no es nada fácil… Por varias razones:
Cada uno de nuestros hijos tiene necesidades especificas, muy diferentes una de otra. Nuestra atención hacia ellos se expresa de maneras distintas. Mi hijo necesita más ayuda con los deberes, mi hija precisa contarme todo lo que le pasó durante el día. A uno no le gustan las caricias, mientras que el otro se siente querido solamente si lo abrazamos varias veces por día.
También puede suceder que sin planearlo desarrollamos más afinidad con uno de ellos, por tener una personalidad parecida a la nuestra, o porque es más obediente, o más sensible, o porque siempre se porta bien. Otras veces, por el contrario, nos sentimos cerca precisamente del hijo que tiene dificultades, porque es más vulnerable… y nuestro instinto maternal nos empuja a estar más cerca de él para apoyarlo y protegerlo. Porque nos necesita más.
¡No es tan sencillo alcanzar el balance perfecto entre darle a cada uno lo que necesita y que se sientan todos queridos por igual!
Ahora vayamos a la Perashá de la semana.
La Torá nos cuenta que Ya’akob quería a Yosef más que a sus hermanos ki ben zequnim hu lo porque era el hijo de su vejez. Nuestros Sabios analizaron las razones del favoritismo de Ya’akob.
1. Rashí explica que Yosef nació cuando Ya’akob ya era anciano, y se encariño más con el que con sus otros hijos. Como si fuera el cariño de un abuelo, que es totalmente independiente de la conducta del nieto
2. El Talmud deduce de la palabra zequnim (en el sentido de “sabiduría” ) que Ya’akov se dedicó personalmente a enseñarle Torá a Yosef; todo lo que él había aprendido durante muchos años en la academia de Shem y Ever. Yosef era también su alumno favorito.
3. El Midrash nos da otra explicación de la palabra zequnim (ziv iqunim): los rasgos faciales de Yosef eran parecidos a los de Ya’akob, y por eso era su favorito.
4. Finalmente, es posible que Ya’akob sentía un amor más profundo por Yosef, inspirado por su compasión hacia Yosef, ya que su mamá Rajel -que era la esposa favorita de Ya’akob— había fallecido.
Ya’akob como vemos, tenia sobradas razones para sentir por Yosef más afecto que por sus otros hijos.
Pero Ya’akob no solo sintió más amor o compasión por Yosef, Ya’akob también expresó su favoritismo por Yosef de una manera práctica. Le hizo una túnica especial, multicolor. Una larga vestimenta de largas mangas que representaba el liderazgo y el poder. Parecía como si Ya’akob ya estaba nombrando a Yosef como su sucesor. El líder de todos los hermanos. Éste y otros factores hicieron que los hermanos de Yosef lo odiaran y hasta quisieran matarlo.
¿Que aprendemos de esta historia?
Los Jajamim dicen que el favoritismo que Ya’akob demostró hacia Yosef fue responsable por el odio de los hermanos hacia él. Y este odio los llevó a vender a Yosef como esclavo. Así llegó a Egipto. Y esto hizo que más adelante Ya’akob y toda su familia lo siguieran allí, donde últimamente también fueron esclavizados.
Sé que da miedo pensarlo, pero los padres ¡sin querer! podemos incrementar la envidia y los celos entre nuestros hijos, si favorecemos a uno de nuestros hijos más que a los otros.
Ya de por sí es natural que los hermanos compitan por su lugar en la familia y en el mundo. La rivalidad entre ellos sucede sin que hagamos nada para provocarla. Porque los niños perciben el amor de los padres como si fuera una caja de bombones. Y sienten que cuando uno de los hermanitos recibe una parte el otro se queda con menos.
Mostrémosles que tenemos amor suficiente para todos y que los queremos por igual.
Aquella noche que estaba por nacer mi segundo hijo, David, llegue a la fórmula mágica para responder a la pregunta: ¿cómo dividir equitativamente mi amor de madre entre mis hijos? Descubrí que el amor no se divide. El amor se multiplica!