jueves, noviembre 21, 2024
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¿Qué vio el profeta Ezequiel?

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הִנֵּה אֲנִי פֹתֵחַ אֶת-קִבְרוֹתֵיכֶם וְהַעֲלֵיתִי אֶתְכֶם מִקִּבְרוֹתֵיכֶם עַמִּי; וְהֵבֵאתִי אֶתְכֶם, אֶל-אַדְמַת יִשְׂרָאל
יחזקאל ל»ז
Esta es una semana muy simbólica, que marca la transición entre dos hitos históricos importantísimos, diametralmente opuestos, que afectaron y cambiaron profundamente al pueblo judío. Por un lado, este pasado martes lloramos y lamentamos en Yom HaShoah, el Día de la Memoria del Holocausto. Por otro lado, este martes a la noche celebraremos Yom ha’Atzmaut, el día de la Independencia del Estado de Israel.  Los judíos hemos sufrido incontables persecuciones, matanzas y pogroms. En todas las tierras y en todos los tiempos. Pero nunca vivimos algo tan siniestro como la Shoah. Tanto en términos absolutos como relativos, nunca hubo una matanza tan devastadora de judíos como la ocurrida en Europa entre 1940 y 1945. Cuando ya nadie se atrevía a oponerse al Tercer Reich, como se ve claramente en la película The Darkest Hour (Las horas más oscuras) , de Winston Churchill. O cuando los Nazis exterminaron a medio millón de judíos de la comunidad Húngara en solo 6 meses. O cuando Erwin Rommel estaba preparando las cámaras de gas en Túnez para transportar allí y gasear a todos los judíos del Norte de Africa, Palestina, Siria, irán e Irak. Nunca el pueblo judío percibió que su final estaba tan cerca. Nunca perdimos tanto la esperanza, o como dijo el profeta Yejezquel,   אבדה תקוותינו  (nuestra esperanza se ha perdido)  y sentimos que estábamos  irremediablemente condenados a morir. O ya muertos. Había llegado el final. Y entonces, en solo 3 años, que en términos de la milenaria historia judía es menos que un abrir y cerrar de ojos, el gran milagro que la Torá (Debarim 30) y todos nuestros profetas habían prometido hace tanto tiempo atrás, finalmente ocurrió. Comenzó el KIBBUTS GALUYOT, el regreso del pueblo de Israel a nuestra tierra. HaShem, literalmente, abrió nuestras tumbas, nos sacó desde abajo de la tierra y nos trajo de regreso a la hermosa tierra a Israel.
Hace mucho tiempo, más de 2500 años atrás, el profeta Ezequiel tuvo una visión profética (nebuá) muy especial. En esta visión (Capítulo 37) HaShem transportó a Yejezquel a un valle. Y en ese valle había huesos. Muchos huesos. Huesos humanos. Secos. No hay nada más muerto que un hueso seco. Ezequiel lo vio y no dijo nada. Y entonces, en esa visión, HaShem le dijo a Ezequiel: «Hijo del hombre: ¿Crees tu que estos huesos podrán volver a la vida?» Y Ezequiel, en una combinación de humildad, estupor y sentido común respondió «HaShem, sólo Tú puedes saberlo».  Y entonces hubo un ruido ensordecedor. Y los huesos empezaron a moverse. Se juntaron con otros huesos y formaron esqueletos. Y los esqueletos se revistieron de venas, nervios y carne. Y finalmente se cubrieron de piel. Ahora ya no eran huesos sino cuerpos humanos. Pero sin vida. Cadáveres. Y entonces HaShem le dijo a Ezequiel: «Profetiza para que a estos cuerpos les llegue vida …. que se introduzca en estos cuerpos y que vuelvan a vivir.» Y así fue. «Y un hálito de vida ingresó en esos cuerpos y se pusieron de pie. Era un gran ejercito, muy numeroso». Y entonces HaShem le dijo al profeta Ezequiel: «Hijo del hombre, estos huesos son la casa de Israel. Ellos dicen: ‘nuestros huesos se han secado, se ha perdido nuestra esperanza, hemos sido condenados [a desaparecer].’ Por eso, quiero que profetices y les digas [al pueblo de Israel]: así dice HaShem, Dios, he aquí que Yo abriré vuestras tumbas, y los levantaré de vuestras tumbas y los llevaré a la tierra de Israel…
Es imposible no conectar esta intensa profecía con 1945 y 1948.
En 1945 estábamos condenados a desaparecer. Éramos huesos secos, o quizás peor que huesos secos: estábamos hechos cenizas. Y entonces, cuando ya todos pensaban que habíamos desaparecido, que ya nunca más volveríamos a ser un pueblo, que todas las milenarias profecías nunca se cumplirían, ocurrió el milagro más grande: HaShem abrió nuestras tumbas, nuestros crematorios, nos levantó y nos devolvió la vida. Pero allí no terminó Su misión: luego ocurrió lo inconcebible, aquello que nadie se hubiese atrevido a anticipar o incluso soñar. HaShem cumplió lo que nos prometió: Regresamos a nuestra tierra, y establecimos el Estado de Israel, tal como Ezequiel lo había profetizado: «y cuando abra vuestras tumbas, y los saque de ellas, pueblo Mío, y los conduzca a vuestra tierra, sabrán que Yo, HaShem, lo he prometido y lo he cumplido».
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