SEGUNDO MANDAMIENTO: No desplazarás a Dios

לא יהיה לך
El segundo mandamiento contiene 4 preceptos.  1. La prohibición de creer en cualquier dios o entidad, mitológica o natural, a la que se le atribuya inteligencia o un poder divino.  2. La prohibición de hacer ídolos. 3 La prohibición de postrarse ante ídolos  4. La prohibición de adorar o servir ídolos o falsos dioses.
El primero de estos 4 preceptos, en hebreo לא יהיה לך consiste según lo define Maimónides (Mishné Torá 1:6) en «concebir» que existen otros poderes divinos, independientes de HaShem.
Para ser más claros, no se trata aquí de no creer en Dios. Ni se trata de adorar o servir a algún otro dios o ídolo (eso vendrá en los próximos 3 preceptos de este mismo mandamiento). Esta Mitsvá, al igual que el primer mandamiento, se circunscribe al universo de las ideas y creencias. En este caso, aceptar, concebir o declarar que existe otro dios u otro poder independiente de HaShem.
En el contexto histórico de la Torá, los pueblos paganos de la antigüedad aceptaban y declaraban la existencia de multiples poderes «divinos», dotados de inteligencia y autonomía. Por ejemplo: en el mundo pagano, los astrólogos aseguraban que los planetas ejercen una influencia en los acontecimientos de la vida humana. Los  griegos y los romanos representaban dioses antropomórficos que supuestamente dominaban el mar, la tierra, la fertilidad, etc.
Uno podría pensar que en la actualidad, el hombre moderno ha llegado a un conocimiento muy avanzado que le permite entender la realidad sin prejuicios medievales. Aunque eso no quiere decir que la humanidad haya superado totalmente la tentación de reemplazar a Dios. Esa tentación, como tratamos de explicar ayer, no se debe a un deseo de no «creer» en Dios. El mayor desafío de una persona liberal es aceptar lo que declara el primer mandamiento: al «autoridad» de Dios.   En la antigüedad, como en el famoso caso del rey Nimrod,  aceptar la autoridad de Dios implicaba una gran limitación a la autoridad del rey. Por eso, la gran necesidad de desplazar a Dios y reemplazarlo por al autoridad del monarca de turno. Pero éste no es un fenómeno que ocurrió sólo en el pasado. Los individuos que tienen un problema con el concepto de Dios como autoridad van a hacer todos los esfuerzos posibles para seguir «desplazando a HaShem» y reemplazarlo por otros «dioses» que no demandan nada de nuestra conducta.
Estuve viendo un maravilloso documental de «Nature»  realizado por PBS, donde se presentan los increíbles trucos que desarrollan ciertos animales para engañar a sus depredadores. Creo que vale la pena verlo porque me parece que  refuerza nuestra Emuná en la infinita Sabiduría de HaShem, que permite a cada especie desarrollar una estrategia diferente para que se pueda conservar, cambiado sus colores, disimulando su olor, o fingiendo su propia muerte (ver aquí el trailer ).
Claro que la productora PBS, fiel a su filosofía liberal, no va a estar diciendo lo que dijo el rey David en Tehilim cuando hablo de la naturaleza , » ‘מה רבו מעשיך ה», «Qué grandes son Tus obras, HaShem!». PBS pone mucho cuidado en aclarar cada vez que presenta alguno de estos increíble trucos (algunos de los cuales PBS llama «milagrosos») que estos increíbles trucos son el resultado de «millones de años de evolución». Como si la evolución fuera una entidad inteligente, independiente de Dios, que por mecanismos aleatorios maneja todo el sistema ecológico de nuestro planeta.
Creo que la atribución de esta Sabiduría e Inteligencia a la naturaleza constituye ejemplo moderno del desplazamiento de Dios y su reemplazo por un supuesto super-poder al que no se lo llama «Dios» o «Creador», pero se lo trata como tal.

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PRIMER MANDAMIENTO: El becerro de oro

אנכי ה’ אלקיך
Cuando el pueblo de Israel vio que Moshé tardaba en regresar del Monte Sinaí hicieron un ídolo, un becerro de oro. En la inauguración oficial de esa nueva «religión», similar a la religión de los egipcios que adoraban animales,  declararon: «Ele ELOQUEJA Israel», «Este es tu Dios, Israel».
Es interesante observar que, consciente o inconscientemente, utilizaron la misma expresión que HaShem utilizó en el primer mandamiento cuando dijo «Anojí HaShem, ELOQUEJA», Yo HaShem, soy tu Dios».
Evidentemente la intención NO era reemplazar a HaShem por un becerro de oro. El pueblo judío seguía creyendo en Dios. Pero no todos estaban conformes con que HaShem sea «ELOQUEJA»: un Dios al que uno «sirve» comportándose con integridad y con una conducta moral intachable…
El becerro de oro era un «ELOQUEJA» completamente diferente. Para «servirlo» el pueblo se emborrachó y se entregó a la lujuria y a la promiscuidad. Esa es la forma de adorar a los ídolos paganos.
Este detalle es revelador y muy relevante para comprender la naturaleza de nuestra Emuná o fe judía.    Más allá de lo obvio, la principal diferencia entre servir a HaShem y servir al becerro es que el becerro de oro NO habla, no se revela, no demanda nada, no se mete en lo hago o dejo de hacer. Mientras que HaShem exige que practiquemos la quedushá, que obedezcamos elevandonos y controlando nuestros impulsos, al becerro de oro se lo adora justamente obedeciendo a los más bajos instintos. El becerro de oro NO se entromete en mi vida privada.  No tiene demandas éticas ni espirituales.  Al igual que los dioses griegos o romanos, sólo me pide que de vez en cuando le ofrezca algún sacrificio, para satisfacer SUS apetitos…
Yo leí un poco sobre la vida de Albert Einstein, un gran científico y alguien que ayudó al Estado de Israel.  Siempre me interesó comprender su filosofía religiosa.   Lo que aprendí es que Einstein creía en Dios, pero a su manera. No creía en el Dios de Abraham Itsjaq y Yaaqob, un Dios «personal», es decir, que nos indica qué debemos hacer con nuestras vidas.
El dios de Einstein y de muchos individuos progresistas o liberales, es el sabio creador del mundo, pero no se mete en lo que yo hago o dejo de hacer. Es como el dios de Aristóteles que creó el mundo y luego lo abandonó a su suerte. O el dios pasivo que Espinoza que es todo (o nada) a la vez, pero que no tiene una voluntad específica, o si la tiene no la manifiesta.  La paradoja es que millones de individuos creen en Dios, pero se relacionan con Él ח»ו como si se tratara del becerro de oro:  no piensan que necesariamente hay que obedecer Su voluntad.
El primer mandamiento, por el otro lado, deja muy en claro que HaShem no es sólo el Creador. Él es también quien define qué está bien y qué está mal.  La forma judía de relacionarnos con Dios pasa en primer lugar por la obediencia a Sus mandamientos. Por observar el código de conducta que Él estableció. Nuestra relación con HaShem, tal como la relación entre esposos o entre padres e hijos, consiste en una serie de derechos y obligaciones.
Siguiendo el primer mandamiento, nosotros, el pueblo de Israel, demostramos nuestra creencia y amor por Dios, obedeciendo Su voluntad.
 לע»נ הלל יפה אריאל , ז»ל



PRIMER MANDAMIENTO: La diferencia entre «Dios» y «Soberano»

אנכי ה’ אלקיך
Ya explicamos que la declaración inicial de los Diez Mandamientos «Yo soy HaShem tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos» (Ex. 20: 2) puede ser visto como una introducción a los 10 Mandamientos, o como un precepto, una Mitsvá, independiente. Siguiendo esta segunda opinión, la de Maimónides, debemos preguntamos ¿cuál es la obligación específica que este mandamiento nos está indicando?
Tradicionalmente se entiende que este mandamiento expresa nuestro deber de creer en «la existencia» de Dios. Lo cual, como vimos, fue cuestionado por algunos rabinos que opinaban que nuestra creencia en Dios no puede ser objeto de una «ordenanza» bíblica.
Puede haber, sin embargo, una forma un poco más profunda de entender este mandamiento que creo que nos ayudará a comprenderlo mejor y nos facilitará armonizar entre las dos opiniones en conflicto.
Para comenzar, debemos leer con mucha atención las breves pero muy precisas palabras de Maimónides en el Sefer HaMitsvot y en Mishné Torá, Yesodé haTora 1: 5-6, donde se ve que Maimónides se refiere a la creencia en Dios como un ‘iqar, un principio de nuestra fe, más que como una «orden» a cumplir. Nosotros, el pueblo judío, hemos adquirido el conocimiento de la existencia de Dios, en primer lugar, por nuestros ancestros, quienes fueron testigos presenciales de la revelación de HaShem en el monte Sinaí. Nosotros «heredamos»  su experiencia, y así nos convertimos también en «testigos» de Su existencia. Basados en esta experiencia heredada también desarrollamos nuestra propia percepción intelectual y nuestra vivencia personal.
De ser así, si este mandamiento NO expresa la orden de creer en la «existencia» de Dios, ¿qué es lo que nos está ordenando?
Tendríamos que examinar en profundidad 2 palabras. La primera es el verbo «ser» en presente (Yo soy) y la segunda la palabra hebrea ELOQUEJA (convencionalmente traducida como «tu Dios»).
SOY
Leamos de nuevos las tres primeras palabras del Primer mandamiento:  «אנכי ה’ אלקיך» . Tradicionalmente se traducen como «Yo soy HaShem ELOQUEJA (=tu Dios)». Pero aquí podemos identificar una ambigüedad. En hebreo el verbo «ser»en tiempo presente no se escribe. La palabra «soy», en hebreo, no existe. Está implícita en esta frase. Este hecho, por lo tanto, nos da lugar a intentar una traducción diferente, sin desviarnos en absoluto del significado literal de este versículo. En lugar de «Yo soy HaShem ELOQUEJA» , podríamos traducirlo como: «Yo, HaShem, soy  ELOQUEJA» . ¿Cual es la diferencia?

Entendido como una orden «Yo soy HaShem ELOQUEJA» nos estaría indicando la obligación de creer en la existencia de Dios. Mientras que «Yo, HaShem, soy ELOQUEJA» , nos indicaría que HaShem, a Quien ya conocemos y en Quien ya creemos, es nuestro ELOQUEJA. En esta segunda traducción  la existencia de Dios se da como un hecho conocido y la obligación que de aquí se desprende es la de afirmar y comportarnos sabiendo que HaShem es nuestro ELOQUEJA.

ELOQUEJA
Ahora, la pregunta del millón: ¿Que significa ELOQUEJA? El nombre Eloquim, traducido generalmente como «Dios», significa en realidad «Juez Supremo y Soberano», en otras palabras: la Autoridad Máxima. Entendiéndolo así, este mandamiento NO estaría indicando nuestra obligación de «creer» en la existencia de Dios (¡eso se da por entendido!) , sino en aceptarlo como la Autoridad Suprema que rige nuestras vidas, nuestro Soberano.
La diferencia entre estas dos lecturas del Primer Mandamiento pueden parecer insignificantes. Pero piensen en esto: muchas personas con valores liberales «creen» en la existencia de un Dios Creador pero no están dispuestos a aceptar que ese Dios es Alguien a quien debemos obedecer.  Al decir que HaShem es nuestro ELOQUIM, estamos afirmando que Él tiene la autoridad para establecer lo que está bien y lo que está mal.
Para concluir, podríamos parafrasear el primer Mandamiento de la siguiente manera:  «Tu debes saber que Yo, HaShem, Soy tu ELOQUEJA, tu Soberano. Yo te liberé de la esclavitud en Egipto, y ahora ya NO estás más bajo la autoridad del Faraón. Ahora estás exclusivamente bajo MI jurisdicción.



PRIMER MANDAMIENTO: ¿Mandamiento o preámbulo?

Comenzaremos a analizar el primero de los Diez Mandamientos. Como veremos inmediatamente, comprender lo que este mandamiento dice no es sencillo.  ¿Por qué?   Principalmente porque el primer mandamiento no está formulado en el modo imperativo. Así dice la Torá: «Yo soy HaShem, tu Dios, que te rescató de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos». Aquí no hay, aparentemente, una orden específica como en el caso por ejemplo de «NO ROBARÁS». Este Mandamiento NO nos dice que tenemos que hacer o dejar de hacer algo…
Esta es la primera pregunta que tenemos que abordar: si este Mandamiento es un precepto, una orden a cumplir, o es un preámbulo a los demás mandamientos. Es decir, la forma que el Creador se presenta ante el pueblo antes de pronunciar sus mandamientos.
A través de la historia los rabinos debatieron largamente la naturaleza del primer mandamiento.   Para Maimónides, por ejemplo,  el primer mandamiento, a pesar de no estar formulado en el modo imperativo, expresa una orden a seguir. Como lo veremos en más detalle BH mañana este mandamiento nos ordena «creer en Dios».
Para otros rabinos, como Najmánides o el Rab Jasdai Crescas, el primer mandamiento NO expresa un  precepto específico. El Rab Crescas escribe en su libro «Or HaShem» que no puede haber un mandamiento que nos obligue a creer en la existencia de Dios. Reconocer la existencia de Dios no puede ser una «ley», sino un prerrequisito «filosófico’ (por llamarlo de alguna manera) para todos los demás  mandamientos.  Por lo tanto, explica, el primer mandamiento, que enfatiza la existencia de Dios, es como un preámbulo para todos los demás mandamientos que se presentan  a continuación,  no es un mandamiento en sí.
Ahora trataremos de entender a haRambam, Maimónides. Maimónides por lo general no se mueve un ápice de lo que dice la Guemará. Y la Guemará en Masejet Makot explica que de los 613 preceptos de la Torá, 611 fueron dados por intermedio de Moshé Rabenu, y los dos restantes fueron transmitidos «directamente» por HaShem.   Y esos dos preceptos transmitidos por haShem son el primero y el segundo mandamiento ( אנכי ולא יהיה לך). Esto queda claro también porque solamente los dos primeros Mandamientos están expresados en la primera persona del singular  («Yo soy HaShem tu Dios» … «No tendrás otros dioses delante de Mí») mientras que a partir del tercer mandamiento es Moshé quien se Dirige al pueblo de Israel, y se refiere a HaShem en la tercera persona ( el texto bíblico dice: «No pronunciarás el Nombre de Dios en vano» y no dice «no pronunciarás Mi nombre en vano»). De acuerdo a este texto Talmúdico, el primer mandamiento es una Mitsvá,  un precepto Bíblico, no un preámbulo. Y así, en su famoso libro Sefer haMitsvot, un libro que presenta los 613 preceptos de la Torá, Maimónides menciona el Primer Mandamiento como la primera Mitsvá de la Torá.
Siguiendo esta última opinión, nuestra próxima pregunta es: ¿Cuál es específicamente la orden, el precepto, que se nos ordena seguir y cumplir en este mandamiento que dice «Yo soy haShem tu Dios»? Sobre esto hablaremos, BH mañana.