La película vs. el Libro

En algunos casos, la película es mejor que el libro, y en otros casos, NO.  La famosa producción cinematográfica «Los 10 Mandamientos», realizada en 1956, en blanco y negro, es una de las películas más famosas de todos los tiempos. Millones de personas, judíos y no-judíos, se han educado acerca de la salida de Egipto y la entrega de la Torá más por lo que han visto en esa película que por lo que han leído en el texto de la Torá.   Y la película contiene varios «errores» respecto al guión que marca «el Libro», lo que ha contribuido a una confusión generalizada respecto a algunos detalles de los 10 Mandamientos, como veremos a continuación.
Para apreciar la ironía, comenzaremos por afirmar que en la tradición judía «Los 10 Mandamientos» no son ni «10» ni «Mandamientos» (aunque por razones puramente prácticas los voy a seguir llamando así).
NÚMERO
Según la tradición judía, los 10 Mandamientos contienen más de «10» preceptos (Mitsvot). Para Maimónides, por ejemplo, el segundo mandamiento incluye cuatro preceptos: 1. La prohibición  de creer en cualquier dios o ente mitológico al que se le atribuya un poder divino.  2. La prohibición de hacer ídolos. 3 La prohibición de postrarse ante ídolos  4. La prohibición de adorar o servir ídolos o falsos dioses.  También  el décimo mandamiento se lo divide en dos mandamientos:  1. La prohibición de planificar tomar de forma ilegal o por la fuerza lo que le pertenece al prójimo (así entienden la Torá shebealpé el precepto «lo tajmod»). 2. No envidiar las posesiones del prójimo («lo tit-ave»). En otras palabras, los Diez Mandamientos contienen en realidad más de 10 preceptos o Mitsvot.
NOMBRE 
La Torá nunca llamó a los 10 Mandamientos «mandamientos» (eso se llamaría en hebreo ‘eser Mitsvot o algo así). La Torá llamó a los 10 Mandamientos ‘aseret hadebarim,»los diez enunciados», o en hebreo rabínico ‘aseret hadibberot, «las diez declaraciones». Originalmente, en español se conoce a los 10 Mandamientos como el «decálogo». «Decálogo» es una traducción muchas más fiel y más precisa que «Los 10 Mandamientos».  La palabra «decálogo» se forma de partir de dos palabras griegas, «deca», diez, y «logoi», palabras » que es la traducción virtualmente literal de «aseret hadebarim».
LAS TABLAS
Muchos imaginan que las dos tablas que contienen los 10 Mandamientos eran arqueadas, ya que así es como entre muchos otros Gustave Doré, el más famoso ilustrador de Biblias (no-judío), o incluso Marc Chagall, el más famoso pintor judío contemporáneo, dibujaron las Tablas de la Ley. Pero en realidad, no hay ninguna fuente judía que justifique esta imagen popular. Según el Talmud en Baba Batra 14a las tablas de la Ley eran cuadradas. Cada una de ellas medía 6 tefajim [= palmos]. Cada tefaj es aproximadamente 8 cm] de alto por 6 de ancho y estaban separadas una de otra. El famoso artista Miguel Angel Buonarroti (1475-1564)  (que, siguiendo la tendenciosa traducción de la Vulgata esculpió a su Moisés con «cuernos» surgiendo de su cabeza, cuando en realidad la Torá dice que del rostro de Moshé surgía un «halo» de luz כי קרן עור פני משה) interpretó correctamente la tradición talmúdica y esculpió las tablas de la ley cuadradas y separadas.
MISCELÁNEAS
Por supuesto que las tablas de la ley fueron escritas en hebreo. Pero los Sabios discuten qué tipo de «fonts» (caracteres) fueron utilizados: si los antiguos «fonts» hebreo (כתב עברי) o asirios (כתב אשורי).
No sabemos con seguridad si cada tabla contenía exactamente  5 «mandamientos» como aparece virtualmente en todos los dibujos y esculturas. Ya que el texto de los 5 primeros mandamientos es mucho más largo que el de los últimos 5 Mandamientos (aproximadamente 4/5). Tendría también sentido suponer que  fueron escritos de otra manera: la mitad del texto en una tabla y la mitad en la otra.
De los 10 mandamientos, 7 están formulados como prohibiciones (No matarás. No codiciarás. etc. ) y 3 están formulados como mandamientos positivos (creer en HaShem, recordar el Shabbat, y honrar a los padres).
Uno de los temas que aparece fuera de discusión (aunque también demanda un par de aclaraciones) es que los primeros 5 mandamientos se refieren a nuestra relación con Dios, mientras que los últimos 5 mandamientos, se refieren a nuestra relación con el prójimo.

GUSTAVE DORE 

MARC CHAGALL




Los 10 mandamientos y el cristianismo

Pregunta: ¿Por qué los 10 Mandamientos no son tan conocidos?  ¿No deberían ser los 10 Mandamientos el primer texto que se estudie  (¡y se memorice!) en toda escuela judía?
Creo que necesitamos un poco de historia para entender lo que ocurrió…
Por un lado, la recitación de los 10 Mandamientos está registrada en la Mishná (Tamid 5:1) como parte de la litúrgica diaria del Bet haMiqdash (que continuó hasta el año 68 de la era común).  ¿Por qué entonces no recitamos todos los días los 10 Mandamientos?
La respuesta se encuentra en la Guemará Berajot 12a: Varios rabinos en el siglo 3 y 4 de la era común trataron de re-instituir la recitación de los 10 Mandamientos en Babel, que en ese entonces era el epicentro de la vida judía en la diáspora, pero las cortes rabínicas no lo autorizaron. ¿Por qué?  Las crípticas palabras que usa  la Guemará en hebreo son:   מפני תרעומת המינים , que significa más o menos, «debido a las escandalosas [ideas y prácticas] de los herejes». Pero  ¿A qué y a quién se refiere la Guemará?
En el nuevo testamento, escrito en los tiempos de la Guemará, siglos 3 y 4 de la era común, se habla de los 10 Mandamientos como «los únicos preceptos revelados directamente por Dios», y por lo tanto se los toma como «los únicos mandamientos que son obligatorios para los seguidores de la iglesia». Implicando que todos los demás mandamientos NO son de origen Divino «directo» y por lo tanto no son mandatorios.  No puedo extenderme demasiado en el tema de por qué la iglesia cristiana formuló estratégicamente una especie de «judaísmo light», una nueva religión desprovista de casi todas las obligaciones técnicas, pero, puedo referir al lector interesado en el tema al libro de Paul Johnson,  «La historia del Cristianismo». En las primeras páginas de este fascinante libro Johnson describe los debates de los apóstoles respecto a qué partes de la ley judía deberían seguir siendo obligatorias en la «nueva religión». Johnson nos cuenta que miles de romanos se sentían muy atraídos hacia el monoteísmo y la ética judía, pero no estaban dispuestos a circuncidarse, dejar de trabajar en Shabbat, cuidar las leyes de kashrut, etc. y por lo tanto muy pocos romanos se convirtieron al judaísmo.
Los apóstoles vieron aquí una gran oportunidad: la conversión potencial de miles de romanos a su nueva religión sería factible si el judaísmo fuera más fácil, menos demandante. Y así surgió el cristianismo, como una versión «menos estricta» del judaísmo. La circuncisión, por ejemplo, fue reemplazada por el bautismo, y prácticamente todas las leyes rituales como Kashrut, por ejemplo, fueron derogadas. Todas  excepto  los 10 Mandamientos…
La Guemará, tanto en su edición original (siglo 6 de la e.c.) como en las ediciones impresas en la edad media, menciona genéricamente a los «herejes». Y no podía ser más explícita y mencionar directamente al cristianismo, ya que cualquier referencia  que pareciera crítica contra la iglesia, podría desencadenar persecuciones y matanzas de judíos.  De cualquier manera la referencia de la Guemará no deja lugar a la ambigüedad.
Este debate en torno a los 10 Mandamientos generó también una pregunta muy famosa: ¿Debemos ponernos de pie cuando escuchamos la lectura pública de los 10 Mandamientos en Yitró y vaEtjanán?
Maimónides dijo que NO. Y explicó que mientras que para otras religiones los Diez Mandamientos están por encima de los otros mandamientos de la Biblia hebrea, para la tradición judía los Diez Mandamientos son, evidentemente, una parte esencial de la Torá, pero NO son más importantes que todos los demás preceptos Bíblicos. Para enfatizar este concepto fundamental y expresar la creencia judía en la uniformidad de todas las Mitsvot de la Torá en cuanto a su importancia y origen Divino, Maimónides prohibió ponerse de pie cuando los diez Mandamientos se leen en la Sinagoga, para que no demos a entender que los otros 603 mandamientos pertenecen a una categoría inferior (El Rab Obadia Yosef z»l escribe que a fin de no contradecir a Maimónides, cuando se leen los 10 Mandamientos en público, se puede invitar a subir a la Torá a una persona erudita o un anciano y así nos ponemos de pie en honor a esa persona, y no particularmente por los 10 Mandamientos).
Volviendo a nuestra pregunta original, ¿por qué los 10 mandamientos no son más y mejor conocidos y estudiados? Es muy posible que este largo debate acerca de la importancia suprema que otras religiones le atribuyen a los 10 Mandamientos haya colaborado para que lamentablemente los estudiemos un poco menos.
Debemos remediar esta situación estudiando un poco más en profundidad 10 Mandamientos y explorando cada mandamiento en particular.
 
Para encontrar todos los textos mencionados en este artículo, y muchas más referencias sobre el debate rabínico acerca del rol de los Diez Mandamientos hacer click aquí  (hebreo). 



¿Qué hacen especiales a los 10 Mandamientos?

Los Diez Mandamientos עשרת הדברות fueron dados al pueblo judío durante el pacto (ברית) celebrado entre el Pueblo de Israel y Dios (Ex. Caps. 19, 20). Este Pacto, la única vez que HaShem se manifestó al Pueblo Judío colectivamente, se conoce como מעמד הר סיני ,  «La experiencia [de la revelación de haShem] en el Monte Sinaí».

Mientras que para otras religiones los Diez Mandamientos están por encima de los otros mandamientos de la Biblia hebrea, para la tradición judía los Diez Mandamientos son, evidentemente, una parte esencial de la Tora, pero todos los demás preceptos Bíblicos no son de menor importancia.

¿Qué tienen de especial, entonces, los Diez Mandamientos?

La Gemara en Makkot explica que de los 613 Mandamientos de la Torá, 611 fueron transmitidos por intermedio de Moshé Rabbenu y los 2 restantes fueron escuchados directamente de Dios.  Veamos.  De acuerdo al la narración explícita de la Tora (peshat) cuando el Pueblo de Israel escuchó a HaShem,  la experiencia de escuchar la voz Divina resultó tan abrumadora que el pueblo sintió que sicológica y físicamente no lo resistirían. Entonces, el pueblo pidió la intermediación de Moshé. Ex. 20:19 «Y le dijeron a Moisés: Habla tú a nosotros y escucharemos. Que no nos hable [directamente] Dios, porque [sentimos que] nos vamos a morir .»

Según nuestros Jajamim, el Pueblo de Israel solicitó la mediación de Moisés después que HaShem enunció los dos primeros mandamientos. Y desde este punto de vista, sólo los dos primeros mandamientos son absolutamente excepcionales. Es por eso que solamente los dos primeros mandamientos están formulados en la primera persona («Yo soy HaShem tu Dios» … «No tendrás otros dioses delante de mí»). Mientras que a partir del tercer mandamiento es Moshé quien se dirige al pueblo de Israel, y se refiere a HaShem en la tercera persona. El tercer mandamiento dice «no pronunciarás el nombre de Dios en vano» y no dice «no pronunciarás Mi nombre en vano».




¿Qué dice el Primer Mandamiento?

Yo HaShem soy tu Dios, que te rescató de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos Exodo 20:1 

¿MANDAMIENTO O PREAMBULO?

El primer mandamiento se nos presenta de un modo un poco ambiguo. Comprender lo que este mandamiento dice no resulta sencillo. ¿Por qué? Porque a diferencia de los otros 9 mandamientos, no está enunciado en el modo imperativo como una orden o un precepto. Parece más bien una presentación de Dios ante su pueblo. El texto dice literalmente así: “Yo HaShem, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos”.  Este mandamiento no está indicando, aparentemente algo que tenemos que hacer o dejar de hacer, como en el caso de “Honrarás a tus padres”, “No robarás”, “No matarás”.  No transmite una orden directa. 

Es por eso que los rabinos han debatido durante mucho tiempo la naturaleza de este mandamiento. Para algunos como Najmánides o el Rab Jasdai Crescas, el primer mandamiento no expresa un precepto específico sino que afirma la existencia de Dios al decir “Yo soy El Eterno tu Dios”. Visto así, el primer mandamiento, es el prerrequisito implícito para la aceptación de todos los demás mandamientos. Es un preámbulo para los preceptos que siguen a continuación. No es un mandamiento en sí.

Maimónides, por otro lado, sostiene que el primer mandamiento indica un precepto especifico, a pesar de no estar formulado en el modo imperativo. Trataremos de entender, a continuación, lo que este famoso rabino explicó.  

¿CUANTOS MANDAMIENTOS HAY?

El Talmud, en el tratado de Makot, explica que existen 613 preceptos en la Torá. 611 de ellos fueron transmitidos por intermedio de Moshé (Moisés), mientras que los dos restantes fueron transmitidos “directamente” por HaShem (Dios) al pueblo judío.   Y esos dos preceptos son: el primero y el segundo mandamiento (אנכי ולא יהיה לך).  Analicemos brevemente esta afirmación del Talmud.

1. Lo que revela que estos dos mandamientos fueron expresados directamente por Dios es que son los únicos formulados en la primera persona del singular: Yo soy El Eterno tu Dios”, “No habrá para ti otros dioses delante de . A partir del tercer mandamiento es Moshé quien se Dirige al pueblo de Israel, y la referencia a Dios es en la tercera persona. El texto del tercer mandamiento dice: “No pronunciarás el Nombre de Dios en vano” y no dice “No pronunciarás Mi nombre en vano”. 

2. De acuerdo a este texto Talmúdico, el primer mandamiento claramente debe ser considerado como un precepto, una de las 613 leyes Bíblicas, y no como una introducción o preámbulo. En su famoso libro Sefer haMitsvot, la obra que presenta los 613 preceptos de la Torá, Maimónides menciona al primer mandamiento nada menos que como la primera ley (Mitsvá) de la Torá. 

Siguiendo ahora con la opinión de Maimónides nuestra próxima pregunta será: ¿Cuál es la orden especifica que este mandamiento está expresando cuando dice “Yo soy HaShem tu Dios”?

LA EVOLUCION DE LA FE (emuná)

Tradicionalmente se asume que el primer mandamiento, visto como un precepto, expresa nuestro deber de “creer en la existencia” de Dios. No todos están de acuerdo.  Creer en la existencia de Dios debe ser visto, más bien, como la hipótesis fundacional implícita de los Diez Mandamientos, especialmente en su contexto histórico original. Al revelar los 10 Mandamientos Dios le está hablando al pueblo de Israel y ¡en primera persona! ¿Es necesario, entonces, que mientras Dios se está revelando a Su pueblo le ordene creer en Su existencia?   

Hay algo más. 

La referencia bíblica especifica acerca de la fe del pueblo judío en Dios la encontramos en el texto que relata el cruce del mar rojo. Antes de que Dios revelase los 10 Mandamientos. 

“Y Dios salvó en aquel día a Israel de mano de los egipcios.  E Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar.Y [cuando el pueblo de] Israel percibió el gran poder que Dios había hecho contra los egipcios, el pueblo temió a Dios, y [entonces el pueblo] creyó en Dios y en Moisés su siervo” EXODO 14: 30-31.    

Cuando los Hijos de Israel cruzaron el mar y vieron que Dios cerró el mar encima del ejercito egipcio, la Torá afirma,  los hijos de Israel creyeron en Dios (y en Moshé).  Al ver los cuerpos sin vida de sus poderosos opresores en la orilla del mar, el pueblo pudo liberarse de la intimidación psicológica que ejercen aquellos que hasta ese entonces decidían, como si fueran dioses, quién viviría y quién moriría.  Los judíos ahora tuvieron pro primera vez la posibilidad de temer a Dios y creer en Él , cuando entendieron que los egipcios eran simples mortales.  

Todo esto confirma que la “creencia” en Dios ya era parte del patrimonio mental de los Yehudim antes de recibir los Mandamientos.  Y si es así, ¿qué nos enseña entonces el primer mandamiento? 

LAS TRES PRIMERAS PALABRAS

De acuerdo a Maimónides el Primer Mandamiento no es simplemente un preámbulo sino que está indicando un precepto específico a cumplir.

Para comprender el contenido de este mandamiento debemos analizar en profundidad su texto. Particularmente, las primeras 3 palabras hebreas del mismo.  

1. La primera palabra אנוכי (anojí) en español significa     Yo  (o Yo soy). 

2. La segunda palabra ה’ es el inefable (no pronunciable) nombre de Dios. Cuando nos referimos a Dios, los judíos no pronunciamos Su nombre, a menos que se trate de una plegaria o la lectura de un texto bíblico. Para indicar el nombre de Dios decimos  en hebreo “HaShem” , que literalmente significa “el Nombre”. “HaShem” se utiliza como “el pronombre Divino”.  Yo suelo usar por lo general esta palabra para referirme al Todopoderoso. Pero en este caso, para simplificar el análisis del primer mandamiento voy a utilizar la traducción tradicional judía al castellano: “El Eterno”. 

3. La tercera palabra אלקיך (eloqueja) generalmente traducida por “tu Dios” requiere más explicación.

Veamos.   

La palabra Eloquim, traducida generalmente como “Dios”, significa en realidad: “Soberano”, o “Juez” , en otras palabras: la autoridad máxima y suprema.  Entendiéndolo así, este mandamiento no se refiere a un tema teológico, saber de “la existencia de Dios”, sino a un tema moral o legal,  aceptar “la autoridad de Dios”. La diferencia entre estas dos lecturas del Primer Mandamiento, “reconocer la existencia o aceptar la autoridad de Dios”, puede parecer superflua; pero en realidad es sumamente importante. Los judíos vivimos por siglos bajo la autoridad del “todopoderoso” Faraón. El primer mandamiento le confirma a cada judío que había salido de Egipto que HaShem lo ha rescatado de allí y que ya no está en “la casa de esclavos”, esto es, bajo la jurisdicción del Faraón. De ahora en adelante HaShem es “eloqueja” “tu soberano”,  lo que implica que debes actuar de acuerdo a Sus leyes. 

Para comprender un poco más acabadamente este concepto repasaremos lo que sucedió en el episodio del becerro de oro.

EL BECERRO DE ORO

Luego de celebrar el pacto entre Dios e Israel, Moshé ascendió al monte Sinaí y antes de subir al monte le aviso al pueblo que regresaría en 40 días. Cuando este plazo estuvo por expirar, el impaciente pueblo dio por terminada la espera por Moshé e hicieron un ídolo, un becerro de oro. Y en la dedicación oficial de ese nuevo ídolo los judíos dijeron: “el-le eloqueja Israel”, “Este es tu [nuevo] Soberano, Israel”. Es interesante observar que en la consagración del becerro de oro, consciente o inconscientemente, el pueblo utilizó la misma expresión que Dios utilizó en el primer mandamiento cuando dijo “Yo HaShem,  soy tu Soberano”.

Pero la intención de los judíos que hicieron el becerro no era negar la existencia de Dios. El pueblo judío seguía creyendo en Dios, lo que le costaba era aceptar a Dios como “eloqueja”, como la autoridad suprema, y comprometerse a obedecer Sus leyes. El Dios de Israel, tal como lo expresan los 10 Mandamientos, les exigía integridad, autodisciplina y una conducta moral intachable.  

El becerro de oro era un “eloqueja” muy “cómodo” porque era pasivo. Un ídolo visible que no intervenía en sus vidas privadas ni en su decisiones morales, y no se pronunciaba respecto a lo que debían o no debían hacer. 

Al adorar al becerro de oro los judíos no solo se estaban rebelando contra el segundo mandamiento, que prohibe la idolatría, sino también contra el primer mandamiento, que nos ordena vivir bajo la ley Divina.  De hecho, lo primero que el pueblo hace luego de declarar al becerro como su “Eloqueja”, fue emborracharse y entregarse a la lujuria y a la promiscuidad: exactamente lo contrario de lo que HaShem les había demandado:  elevar nuestras personalidades, controlar nuestros impulsos y apetitos, etc. Los ídolos paganos (representados generalmente por animales) lejos de demandar moralidad, invitaban a la celebración y a la obediencia de los bajos instintos. El “becerro” de oro era un dios al cual se le hacia ordenar lo que uno quisiera.

LA ACTUALIDAD DEL PRIMER MANDAMIENTO

En nuestros días el primer mandamiento sigue siendo sumamente relevante. ¿Por qué?  Porque hay muchas personas que “creen” en la existencia de Dios, ¡pero no siguen Sus leyes! No piensan o no quieren creer que Dios reveló Su voluntad a los seres humanos.  Para Aristóteles, por ejemplo, Dios creó el mundo y luego lo abandonó a su suerte, sin dejar ningún registro de Su voluntad, ni instrucciones para la humanidad. El dios de Aristóteles es el mismo “dios” pasivo en el que creían Spinoza y Albert Einstein, un “dios” que no tiene una voluntad específica, o si la tiene nunca la manifestó.  El dios de Aristóteles no establece leyes, no juzga, ni se entromete con la moralidad de los seres humanos. Es impersonal.   Uno puede “creer” en él sin que esa creencia afecte en absoluto las decisiones y acciones morales de uno.  Al igual que el becerro de oro, ese dios no tiene nada que decirle y mucho menos que “ordenarle” a sus creyentes.

CONCLUSION

Ahora quizás entendamos mejor la preciosa lección del Primer Mandamiento. Para el judaísmo (la Torá),  cuando la creencia en Dios no está acompañada por la obediencia a Dios, la creencia en Dios no se considera completa, o coherente, o sincera.  Nuestra fe en Dios depende de nuestro relacionamiento con Dios. Y nuestro relacionamiento con Dios consiste en aprender y obedecer Su voluntad. 

 El primer mandamiento no debe ser leído como se lee tradicionalmente “Yo soy el Eterno, tu Dios”, expresando una declaración acerca de la existencia de Dios. El texto debería ser traducido más bien como “Yo, El Eterno, soy tu Dios”, es decir , tu Soberano, declarando así la autoridad de Dios. 

Una lectura un poco más desarrollada de este mandamiento sería   la siguiente “Yo, El Eterno, a quien tú ya conoces, soy tu Soberano. Te he sacado de Egipto, y ya no estás más bajo la jurisdicción del faraón, sino bajo Mi autoridad.”  

Este mandamiento indica nuestro deber de aceptar a Dios como nuestro Eloquim,  la autoridad Suprema moral y legal, que nos indica lo que está bien y lo que está mal. 




DECIMO MANDAMIENTO: 3 ideas para evitar envidiar y ser envidiados

1. Ostentación.  

No podemos evitar completamente ser envidiados, ya que es algo que muchas veces está fuera de nuestro control. Pero hay algo que SÍ podemos hacer para minimizar la envidia. O por lo menos para no alentarla. Me refiero a comportarnos con «humildad». Actuar al revés de lo que nos propone la sociedad de consumo: No exhibir mis bienes materiales. No alardear de las vacaciones que tomamos, no ostentar en las fiestas que celebramos o en la ropa que vestimos o en el automóvil que manejamos. Aprender a mostrar menos de lo que tengo, es un valiosísimo hábito que vale la pena cultivar.  Atención: No estamos hablando de vivir con austeridad, lo cual es una opción personal, sino de evitar el exhibicionismo. Yo tengo el derecho de disfrutar lo que HaShem me permitió ganar con mi esfuerzo y mi honestidad. Pero aún así, y especialmente frente a los demás, debo comportarme con modestia y humildad. No mirar con altanería a quienes tienen menos que yo.  Y no caer en la trampa que nos tiende la sociedad de consumo, que nos alienta a impresionar a los demás y a despertar su envidia.
2. ¿Hacia donde mirar?
Si la envidia es un instinto natural, imposible de erradicar, por lo menos debe ser canalizado de una manera positiva. Como ya lo explicamos, hay areas de la vida en la cuales la envidia lejos de ser negativa nos puede ayudar a crecer. Para eso, debemos aprender hacia dónde dirigir nuestra mirada. Hay un pasuq (versículo) de la Torá, que si bien se refiere a un tema no relacionado con la envidia, nos sirve como referencia mnemotécnica en este tema tan sensible. La Torá dice que HaShem es nuestro Dios, y que no existen otros dioses ni «en el cielo y arriba [de éste], ni en la tierra y debajo [de ésta]».   Apliquemos esta idea en el area de la envidia.  «En el cielo» significa en los temas espirituales: conocimiento, humildad, integridad, relación con Dios, etc. En todos estos temas «celestiales» , debo mirar hacia «arriba», es decir, puedo y debo compararme y «envidiar» al que es más y mejor que yo. La envidia/admiración  en estas áreas es el mejor incentivo para estimular nuestro propio crecimiento. Asimismo, debo aspirar a tener amigos que sean mejores que yo en las areas «celestiales».  Observarlos, admirarlos y «envidiarlos» de una manera que me lleve a imitarlos.
Por el otro lado tenemos lo terrenal. «En la tierra» en asuntos terrenales, en todo lo que tiene que ver con temas materiales, debo mirar hacia «abajo», es decir, debo compararme con el que tiene menos que yo.   Si tengo 10, no debo mirar al que tiene 15 y envidiarlo. Esa actitud solo me llevará a sentirme miserable y frustrado. Debo mirar a los que tienen menos que yo. Debo pensar que Baruj HaShem (Gracias a Dios!) tengo 10, que es mucho más que 9, 8 o 7.  Y cuando me comparo con quienes tienen menos que yo, de pronto valoro mucho más lo que tengo.
Tenemos que adoptar el hábito de «orientar» nuestros ojos hacia arriba o hacia abajo, según estemos hablando de temas que conciernen a lo material o a lo espiritual.
3. Emuná.  Finalmente, lo más importante para evitar la envidia es la Emuná, la fe en HaShem. Hay varios niveles en la fe en Dios. Primero, por supuesto, está la creencia en Él, y todos los aspectos teológicos y filosóficos relacionados a Su existencia. Luego, parte de la fe judía consiste en saber que HaShem «masbia’ lejol jai ratsón», mantiene a cada una de Sus criaturas de acuerdo a Su voluntad, es decir, a Su determinación.  Emuná significa la «aceptación» de que HaShem es en última instancia Quien determina cuánto nos toca en lo material.  En el contexto de la envidia, «Emuná» se refiere a este elevadísimo nivel de la fe. Saber que a pesar de nuestros máximos esfuerzos laborales, es HaShem el Que tiene la última palabra: cuánto gano, cuánto tengo y cuánto me queda. Y es también Él quien determina cuánto gana y cuánto tiene mi vecino. Saber, reconocer y aceptar, por ejemplo, que si Él así lo quisiera, y a pesar de mis tremendos esfuerzos, yo podría tener mucho menos de lo que tengo (si ח»ו me enfermo, o tengo un accidente, etc.). Reconocer que HaShem está al mando, me debe inspirar una enorme paz interior.  Él me da a mí lo que Él considera que yo merezco y necesito, etc. y yo lo acepto en paz. Este pensamiento es un parte integral de la fe judía.
Una última idea: Saber, reconocer y aceptar que HaShem «está en control» es exactamente el contenido del Primero de los Diez Mandamiento. Si el lector lo recuerda lo explicamos así: «Yo, HaShem, soy tu Dios», quiere decir:  «Yo, HaShem, estoy a cargo de ti , como quedó demostrado al haberte liberado de Egipto, la casa de esclavos» .   Y si HaShem está a cargo de lo que yo tengo y de lo que tiene mi vecino, envidiar a mi vecino pone en duda mi creencia en Él, o mi fe en Su justicia o en Su criterio. Envidiar es desafiar la premisa de que en última instancia HaShem es «Eloqeja», Mi Dios.
De esta manera, concluimos nuestro aprendizaje de los Diez mandamientos,  viendo como el último mandamiento nos lleva nuevamente al primero, cerrando así un círculo de Mitsvot muy importantes que debemos recordar permanentemente.    
תם ונשלם שבח לאל בורא עולם



DECIMO MANDAMIENTO: Lo Opuesto a La Envidia

וראך ושמח בליבו
Ayer, comentando acerca de concepto de «mal de ojo», explicamos que las actitudes que tenemos hacia otras personas en el area de la envidia o la generosidad se definen en hebreo con expresiones asociadas a los ojos. El «ojo malo» (עין רעה) describe la falta de generosidad o el egoísmo; el «ojo del malo» (עין הרע) define la envidia y los celos;  «ojo lindo» (עין יפה) se refiere a la bondad y al desprendimiento; y el «ojo bueno» (עין טובה) define al altruismo y la nobleza de carácter.
Vamos a profundizar un poco más este último concepto, lo cual nos ayudará a comprender mejor el fenómeno de la envidia.
עין  טובה La envidia es un tema recurrente en la Torá. Irónicamente, casi todos los hermanos en el libro de Bereshit, desde Caín y Abel hasta Yosef y sus hermanos, sufren en algún momento y de alguna manera por temas relacionados con la envidia. La envidia aparece por temas de primogenitura, más o menos atención de los padres o incluso atención Divina (Caín y Abel).  Los primeros hermanos que logran evitar por completo el fenómeno de la envidia son a la vez los últimos hermanos que aparecen en el libro de Bereshit: Efraim y Menashé, los hijos de Yosef.  Ya’aqob Abinu bendice a su nieto Efraim antes que a Menashé, que era el primogénito y tenía prioridad. Menashé aceptó la determinación de su abuelo, y no encontramos que haya reaccionado mal o haya tenido recelos del éxito de su hermano menor.  Así, el libro de Bereshit comienza con el fratricidio, un hermano matando al otro, y va progresando hasta llegar a la harmonía fraternal. En términos de la superación de la envidia ¿Qué podría ser mejor que la aceptación del éxito del otro?
En el próximo libro de la Torá, Shemot, encontramos a Moshé y a su hermano mayor Aharón.   HaShem se revela a Moshé y le encarga liberar a Israel de Egipto. En cierto punto HaShem también le concede a Moshé, que Aharón lo acompañe y lo asista. Y allí se expresa lo que sucederá y sucedió cuando Aharón se encuentra con Moshé: וראך ושמח בליבו, «Y te verá y se alegrará en su corazón» . Dos observaciones antes de explicar lo que este pasuq dice. Primero, que la Torá ya nos prepara a comprender que estamos hablando de sentimientos relacionados a envidia/altruismo, ya que si bien no se mencionan «ojos», la Torá utiliza un verbo asociado con la vista: «Y te verá».  Segundo, también se habla de alegrarse «en el corazón», es decir, internamente, no de la boca para afuera sino de una manera totalmente genuina.
Ahora veamos lo que este versículo dice: Aharón era el hermano mayor.  Quizás HOY no le demos mucha importancia a este detalle de nacimiento, pero en esos tiempos el hermano mayor era también el líder natural de la familia.   Y cuando este orden no se preservaba la harmonía familiar quedaba al borde del colapso. Aharón era el hermano mayor. Naturalmente, él debía ser el líder que liberara a Israel.   En lugar de eso, su rol ahora era ser el asistente de Moshé, su sombra. Sin embargo, no solo que no tuvo recelos y aceptó su nuevo rol como ocurrió con Menashé, sino que Aharón se elevó a un nivel superior: se alegró por asignación de su hermano menor como líder (algo que teóricamente le correspondía a él, ¡a Aharón!). Y su alegría no fue protocolar ni forzada. Fue una alegría totalmente sincera e incondicional.
 
Esto es עין טובה, «el buen ojo» , la capacidad de poder alegrarnos por el éxito de los demás.   
El «buen ojo» es la actitud completamente opuesta a la envidia. De hecho, es el antídoto contra todos los males de la envidia. Pero tener «un buen ojo» no es fácil ni muy común, ya que requiere un altísimo nivel de espiritualidad y desprendimiento material. ¿Conocen gente así? No es raro que las personas con este tipo de altruismo no sean muchas. Alcanzar este nivel de generosidad puede llevar años de un duro trabajo en el refinamiento de nuestro  carácter.    Pero el esfuerzo vale la pena, ya que poseer la virtud del «buen ojo» es lamejor garantía de una vida feliz, elevada y plena.
 
Mañana, BH, terminaremos nuestro análisis del Décimo Mandamiento «No envidiarós» y veremos cómo nos podemos encaminar hacia el nivel del «buen ojo». 



DECIMO MANDAMIENTO: ¿Cómo se dice en hebreo «mal de ojo»?

Para encontrar el significado original detrás de un concepto o una idea judía, debemos analizar el origen de las palabras hebreas que definen esa idea. Advierto que inevitablemente, una aventura filológica de ese tipo puede convertirse en un poco técnica y densa, especialmente para el lector que no domina la lengua hebrea. De mi lado trataré de ser lo menos técnico posible. Del lado del lector, apelo a su paciencia y comprensión, con la esperanza de que al finalizar la lectura sienta que el esfuerzo valió la pena.
Estamos terminando de analizar el Décimo Mandamiento: «No envidiarás.».  La envidia ha sido siempre asociada simbólicamente con el «ojo» , ya que mirar y observar lo que tiene el vecino es el principio que conduce a los celos y a la envidia.    Una breve búsqueda en Google («mal de ojo») nos demostrará que virtualmente todas las religiones y culturas, incluyendo a las antiguas religiones paganas e idolatras, creían y creen en el poder del «mal de ojo» . Esta realidad nos tiene que alertar y hacernos revaluar cuál es exactamente la idea JUDIA acerca del mal de ojo, que obviamente no puede ser asociada con la idea pagana del mal de ojo. Comencemos, como dijimos, por un análisis etimológico.
En el idioma hebreo, Bíblico o rabínico, NO existe la palabra o expresión «mal de ojo» (?רעת העין) .  Hay, sin embargo,  dos expresiones parecidas:  1. «El ojo del malo» (עין הרע)  y 2. «El ojo malo» (עין רעה).
Comencemos por aclarar que la palabra עין (que se pronuncia ‘ayin), «ojo» en hebreo corresponde al género femenino. Por eso no se puede decir en hebreo עין רע para decir «el ojo malo» sino que se dice עין רעה, en femenino. Ahora bien, si  עין הרע  ‘ayin hará no se refiere al mal de ojo, ¿a que sí se refiere? O, en otras palabras, ¿qué significa «el ojo del malo»? .
עין הרע Para entender el concepto del «ojo del malo» deberíamos compararlo con una expresión hebrea mucho más y mejor conocida: «leshón hará» (que mucha gente erróneamente pronuncia  «lashón hará»). En hebreo la palabra «lashón», lengua, también es femenino (en hebreo,  los elementos del cuerpo  se adjetivizan en femenino: lashon medaberet guedolot, etc). Leshón hará entonces no es la «lengua mala» o «el mal de la lengua» sino «la lengua del malvado».  En hebreo la expresión «la lengua del malvado» no se refiere al daño causado a otra persona a través de un poder sobrenatural sino que define lo que se conoce como «maledicencia», hablar mal de otras personas, degradarlas y dañarlas con nuestras palabras. Esta acción es considerada como una gravísima transgresión.  La maledicencia puede herir, destruir y hasta matar (en inglés hay un concepto muy interesante: «character assassination», «destruir la reputación de una persona», una forma de asesinato virtual).
Veamos ahora la expresión ‘ayin hará, el ojo del malo. «El ojo del malo» se refiere al carácter envidioso de una persona. De la misma forma que leshón hará se usa para definir los daños que causa la maledicencia, ‘ayin hará se usa para definir las consecuencias destructivas que acarrea la envidia. Es interesante que en Birkot haShahar, todas las mañanas le pedimos a HaShem que nos proteja de los daños que nos pueden causar otras personas a través del leshón hará,  hablando mal de nosotros, y del ‘ayin hará, cuando alguien se obsesiona con nuestro éxito, ya que como vimos por ejemplo con Koraj, los celos son destructivos.
עין רעה Veamos ahora el segundo concepto: «El ojo malo». En la Mishná aparece la expresión  «el ojo malo» asociado con la idea de falta de generosidad y la avaricia.  Un ejemplo: La Terumá, que era una donación (o impuesto), de una parte de la cosecha que debía ser entregada a los Cohanim, los maestros del pueblo judío. La Torá no establece cuál es el porcentaje exacto de nuestra cosecha que se dona al Cohen. Ahora bien, si una persona aportaba para la Terumá un 1/40 de su cosecha se consideraba un acto de «ojo generoso» (en hebreo ‘ayin yafá). Si alguien aporta 1/50 de su cosecha, tiene un «ojo promedio» (‘ayin benonit) y el que aportaba 1/60 tiene un «ojo malo» o ‘ayin ra’a.  Como vemos, el concepto de «ojo malo» no tiene que ver con poderes mágicos sino con la avaricia y la falta de generosidad.  El ideal de un Yehudí en el área de Terumá o Tsedaqá (caridad, asistencia económica al necesitado) es comportarse con ‘ain yafá, con un «ojo generoso» (literalmente, «ojo lindo»).
עין טובה Para finalizar, veremos cual es el concepto opuesto al ojo malo o al ojo del malvado. En la Mishná de Pirqué Abot los rabinos se refieren a ‘ayin toba, «el buen ojo». ¿Qué es el buen ojo?. El buen ojo se define de varias maneras: la actitud positiva, ver el lado bueno de los demás,  ver el vaso medio lleno, etc. Pero creo que la mejor definición es que cuando uno tiene un «ojo bueno» es capaz de estar contento no sólo por su propio éxito sino también por el éxito de ls demás.



DECIMO MANDAMIENTO: La envida positiva

קנאת סופרים תרבה חכמה  בבא בתרא , כא, ע»א
La envidia de los Sabios muliplica la Sabiduria
El famoso psicoanalista judío Erich Fromm (1900-1980) escribió un libro monumental llamado «Tener o ser».   El libro de Fromm, que bien podría ser considerado un libro de «Musar» (ética judía),  muestra la diferencia ente estos dos verbos, explicando que hay dos formas de «identidad» . 1. Cuando nos identificamos por lo que tenemos e identificamos a los demás por lo que tienen 2.Cuando nos identificamos e identificamos a los demás por lo que son.
Quisiera extender este profundo análisis de Fromm hacia un area completamente distinta, la envidia. La idea es que hay dos tipos de envidia: 1. La envidia negativa; cuando envidio a alguien por lo que tiene y por lo que logró poseer, y 2. La envidia positiva, cuando envidio a alguien por lo que es o logró ser.
Veamos algunos ejemplos del mundo del «tener». Yo puedo tener: dinero, inversiones, posesiones; el mejor coche, el mejor celular, la mejor casa, etc. También puedo tener una buena posición laboral: patrón de tal empresa, CEO de una famosa compañía, etc. Lo que poseemos es vulnerable. Todo lo que tenemos lo podemos perder. Alguien me lo puede quitar o usurpar. Y ademas, todo lo que tengo puede ser adquirido y «transferido». Lo que tengo, también puede ser objeto de envidia. Hay quien va a envidiar mi casa o mi fortuna o mi posición , etc. Y muchos intentarán quizás competir conmigo y quitarme lo que gané.
Veamos ahora algunos ejemplos del «ser». A la dimensión del ser pertenecen, por ejemplo, mi «sabiduría», lo que aprendí, estudié y experimenté. Mi «carácter», lo que con el tiempo refiné o modifiqué de mi personalidad: mi paciencia, un poco más larga que antes; mi buen humor, que ahora es casi incondicional (al mal tiempo, buena cara); mi sensibilidad hacia el que sufre, que desarrollé porque yo también sufrí, etc. Y luego están mis «valores»:  mi generosidad, mi espiritualidad, es decir, la relación que desarrollé con HaShem, mi integridad, etc. Todas estas virtudes de la dimensión del «ser» no son vulnerables ni transferibles. No se pueden comprar ni vender ni heredar. Y aunque estudiar es caro, la sabiduría no se puede comprar con dinero, sino dedicando tiempo al estudio y a la lectura. Algo parecido sucede con mi carácter: por más que yo quiera, no me será posible «transferir» a mis hijos mi paciencia, algo que cultivé con el correr de los años. Y si bien un padre puede enseñarle a sus hijos integridad, no hay garantías de que este u otro valor se transfiera necesaria u automáticamente a mis herederos.  En la dimensión del «ser» no existen las transferencias.
Ahora que quizás comprendemos un poco mejor la diferencia entre ser y tener, podemos continuar hablando de la envidia.  Cuando la envidia sucede en el ámbito del «tener», es destructiva. Puede destruir al envidiado y suele destruir al envidioso, la víctima principal, a veces no sólo que no obtendrá lo que desea, sino que podrá llegar a perder lo que tiene. Para probar este último punto los rabinos citan el ejemplo de Koraj. מה שביקש לא נתנו לו ומה שבידו נטלוהו ממנו. Koraj «tenía» una posición muy importante dentro del pueblo judío. Pero para él no era suficiente ni gratificante, ya que su primo, Moshé «tenía» un cargo superior a él.  Koraj organizó una rebelión contra Moshé con el ánimo de usurpar su posición. Al final no solo que Moshé no fue afectado por Koraj sino que Koraj no consiguió lo que quiso, y encima perdió todo lo que tenía.   La envidia material nos lleva a desenfocarnos de nuestros propios logros y nos hace estar pendientes todo el tiempo del éxito  ajeno. Esta envidia nos destruye interiormente, sembrando en nuestro seno sentimientos como la depresión, el odio, el resentimiento. Nuestra existencia, como la de Koraj, se vuelve miserable.
Ahora hablemos un poco de la envidia en la dimensión del «ser». Este suele ser un sentimiento positivo ya que más que envidia es admiración. Y como yo sé que no puedo «quitarle» a mi colega su sabiduría, o que de nada me serviría afectar negativamente su carácter o sus valores, la única opción que me queda para canalizar mi admiración hacia él es la imitación: tratar de «ser» como él, dedicándole mas tiempo al estudio, cultivando más mi paciencia, refinando mi carácter, desarrollando una mejor relación con Dios, revaluando mis valores, etc. En otras palabras, esta envidia es positiva  porque me estimula a crecer.
Nuestros rabinos denominaron a la envidia por la sabiduría de otra persona קנאת סופרים , la envidia o la competencia entre los estudiosos de la Torá. Que en realidad no afecta ni disminuye la sabiduría de la persona admirada, sino que en última instancia la multiplica.



DECIMO MANDAMIENTO: La Envidia y sus Tres Niveles

לא תחמד
El último mandamiento dice «No codiciarás».  «No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni a su siervo, ni a su sierva, ni a su buey, ni a su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.» (Exodo 20:17).
Como sabemos, los 10 Mandamientos fueron repetidos por Moshé al pueblo de Israel 40 años después,  antes de que el pueblo entrara a la tierra de Israel. Las dos versiones de los 10 Mandamientos son virtualmente idénticas.  Con algunas pocas excepciones. Una de estas excepciones tiene que ver con el Décimo Mandamiento. Mientras que en el libro de Shemot (Exodo) dice: «No codiciarás (לא תחמוד) la casa de tu prójimo…», en el libro Debarim dice también «No desearás…» ,  (לא תתאווה) la casa de tu prójimo, etc.  Maimónides y otros rabinos explican que el décimo Mandamiento incluye no una sino dos Mitsvot, dos niveles diferentes en el area de la envidia. 
De acuerdo a Maimónides, «No desearás» se transgrede cuando uno desea algo que el prójimo posee y piensa o planea la forma de obtener ese objeto de él.    Esta prohibición tiene que ver exclusivamente con el pensamiento.
«No codiciarás» por el otro lado, tiene que ver con la acción. Cuando no sólo envidio lo que tiene mi vecino, sino que activamente trato de adquirirlo de él, lo presiono para que me lo venda, lo intimido, etc. Este mandamiento se transgrede cuando obtengo el objeto de mi deseo, aunque haya pagado por él.
Existen tres niveles relacionados con el acto de la endivia o la codicia.
1. El primer nivel de envidia es cuando espontáneamente deseo lo que tiene el prójimo.  Este pensamiento, si bien como vamos a explicar más adelante, es la raíz de todo lo demás, no está técnicamente «penalizado», ya que estos pensamientos ingresan involuntariamente en nuestras mentes. 2. La segunda etapa es cuando yo permito y dejo que ese pensamiento espontáneo de envidia se instale en mi mente, y lo transformo en mi propio pensamiento. Esto sucede cuando yo pienso cómo obtener lo que deseo. Aquí ya hay un elemento de «acción voluntaria» y responsabilidad personal, aunque sólo se dé al nivel del pensamiento.   Por eso, planear, calcular y especular acerca de cómo podría obtener lo que le pertenece a mi vecino representa la transgresión del décimo mandamiento. 3. Cuando mi plan se concretiza, y obtengo lo que codicié, aunque sea por medios permitidos, transgredí el nivel más serio del décimo mandamiento.
Como explicamos, la envidia espontánea (el primer nivel)  no puede ser erradicada. Un poeta judío europeo, Solomon N. Rabinovich, escribió la siguiente sátira para ilustrar el problema humano de la envidia.  Una de sus personajes confiesa: «El día que me va muy bien en mis negocios, cuando llego a mi pueblo le cuento a todos mis vecinos que me fue muy mal, y así, yo estoy contento y ellos están contentos. Y el día que me va muy mal, cuando llego al pueblo les digo que nunca tuve un día mejor, así, yo estoy  triste y ellos también están tristes».  Mas allá de lo cómico, esta dura sátira nos muestra que los seres humanos, por naturaleza, somos envidiosos.  Pero, hay formas de conquistar la envidia.  La Torá nos enseña que uno se puede educar a no ser envidioso, en primer lugar  no dejando que los sentimientos de envidia se instalen en nuestra mente.  En los próximos días B’H veremos cómo se logra esta auto-educación . 
(Continuará...). 



DECIMO MANDAMIENTO: No envidiarás

לא תחמד
Si bien el ideal más alto de un Yehudí es desarrollar un carácter que sea inmune al sentimiento de envidia, la realidad es que es casi imposible evitar que un pensamiento de envidia «se filtre» en nuestra mente. Pero lo que sí podemos evitar es que ese pensamiento se instale en nosotros, y se quede allí a «controlar» nuestra mente y causarnos un gran daño emocional.
Controlar o canalizar la envidia es quizás la lección más antigua que HaShem le enseñó a la humanidad. Cuando Cain vio que HaShem había recibido la ofrenda de su hermano Hebel (Abel) y había rechazado la suya, Cain se llenó de envidia y se deprimió. ¿Qué había pasado? Mientras que Hebel le había ofrecido a HaShem, como gesto de gratitud, lo mejor de su cosecha, Cain le ofreció lo que a él ya no le servía, lo que iba a desechar. HaShem le explico a Cain lo que tenía que hacer para que sus ofrendas fueran recibidas: «Cain, ¿por qué estas deprimido? Si simplemente haces las cosas mejor [y eres un poco menos egoísta] tu ofrenda será recibida «הלא אם תטיב שאת»… Y si no lo haces, quiero que sepas que el pecado [de la envidia] te hará caer, y si no lo controlas, terminará controlándote a ti…» .    Como todos sabemos, Cain no escuchó las palabras de HaShem y en lugar de concentrarse en hacer mejor las cosas para lograr así que su ofrenda sea recibida, eligió la via más fácil: matar a la competencia. Así, la envidia destruyó a la víctima y al victimario. La envidia mató a Hebel y condenó a Cain a vivir una vida nómada y de persecución.
En Melajim 1, capítulo 21 tenemos otro ejemplo en el cual la envidia llevó al asesinato. Nabot, un ciudadano honrado de Israel (alrededor del año 900 aec)  era vecino del rey Ajab, del reinado de Israel. Nabot tenía una viña. Y Ajab, el rey, quería su viña. Y le dijo a Nabot: «Véndeme tu viña, que está cerca de mi palacio, para que yo me pueda hacer allí un hermoso jardín.» Nabot le respondió a Ajab que no podía venderle su viña, ya que era la herencia de sus padres. Ajab se fue a su casa, triste y deprimido (como Cain). El rey, que todo lo tenía, fue ahora prisionero de su envidia.  Se obsesionó por tener el campo de Nabot. No podía pensar en otra cosa. Sentía que su felicidad y su realización personal dependía de poseer esa viña. La envidia se apoderó de su mente. Su esposa fenicia, Izabel, una mujer de una conducta reprochable, le hizo la misma pregunta que HaShem le hizo a Cain: «¿Por qué estás deprimido?» Y cuando Ajab le contó la causa de su tristeza, Izabel le aconsejó a su esposo exactamente lo contrario de lo que HaShem le aconsejó a Cain. En lugar de minimizar la importancia de esa viña y alentar a su esposo para que no se dejara controlar por la envidia, le dijo: «¿No eres TÚ el rey de Israel?  Ahora verás como yo te daré la viña de Nabot.» Izabel planeó un complot contra Nabot. Lo acusó falsamente de haber blasfemado a Dios y al rey, un crimen capital. Pagó a dos hombres indecentes para que actuaran como falsos testigos e incriminaran a Nabot. Y así, el tribunal encontró a Nabot culpable. Lo sentenciaron a muerte y lo ejecutaron. Y entonces Izabel le dijo a Ajab: «Ahora puedes confiscar su viña y hacer con ella lo que te plazca.»
Es interesante observar en este caso que violar el último mandamiento, «NO ENVIDIARÁS», llevó a la transgresión del noveno mandamiento, «NO DARAS FALSO TESTIMONIO»,  cuando se acusó falsamente a Nabot; y también el octavo, «NO ROBARÁS», cuando Ajab «confiscó» la propiedad de Nabot, y el sexto Mandamiento, «NO MATARAS», cuando ejecutaron al pobre de Nabot.   La envidia lleva a todo eso, y más.
Los últimos mandamientos son los que prohiben actos criminales:  «6. No Matarás, 7. No cometerás aduterio, 8. No robarás y 9. No darás falso testimonio». El décimo mandamiento, «No envidiarás» es el que prohibe aquello que eventualmnte lleva a trangredir alguno o todos los 4 anteriores Mandamientos.   La envidia es la raíz de muchas acciones destructiva. Nos empuja a destruir a los demás y termina destruyéndonos a nosotros mismos.
(Continuará...).



NOVENO MANDAMIENTO: Mentir, y no sentir culpa

לא תענה ברעך עד שקר
A propósito de nuestro análisis del noveno mandamiento, «No darás falso testimonio», veremos hoy algunos ejemplos de casos excepcionales en los que la mentira puede estar justificada.
Shelom Bayit: Mentir para promover o mantener la paz en la familia está justificado, siempre y cuando esta mentira no cause daño a ninguna otra persona. Los rabinos dedujeron este importante principio de los hermanos de Yosef. Cuando Yosef era joven, fue traicionado por sus hermanos que lo secuestraron y lo vendieron como esclavo. Después de muchos años, Yosef se convirtió en el gobernante de Egipto. Yosef se comportó con ellos sin resentimiento, pero ellos pensaron (equivocadamente) que Yosef todavía les guardaba rencor y que se comportaba positivamente con ellos sólo para no causarle más angustia a su padre, Ya’aqob. Cuando Ya’aqob Abinu murió, los hermanos pensaron que ahora Yosef se vengaría de ellos. Así que le mintieron a Yosef (Génesis 50:15-18). Se preguntaron los hermanos, «¿Qué pasará si Yosef todavía guarda rencor contra nosotros, y nos hace pagar por todo lo malo que le hicimos? Entonces le enviaron un mensaje a Yosef, diciendo: Tu padre ordenó antes de morir lo siguiente: Así le dirán a Yosef: Por favor, te ruego que perdones la transgresión de tus hermanos y su pecado, que te han hecho mal.»  En realidad Ya’aqob, no había enviado ningún mensaje a Yosef (es posible que Ya’aqob nunca se enteró, o no se quiso enterar,  de lo que los hermanos le hicieron a Yosef). Los Jajamim justificaron esta mentira porque los hermanos de Yosef pensaron que de otra manera la armonía de la familia se hubiera alterado para siempre. Y también observaron los Jajamim que este tipo de «mentiras blancas» (o piadosas) sólo se permite cuando esta mentira no causa ningún daño a nigún otro ser humano, como en el caso de Yosef y sus hermanos.
Hay otros casos en los que los Jajamim indicaron que la verdad podría ser modificada (leshanot min ha-emet): cuando contradice otros valores importantes.
Ilustraciones:
1. Masejtá (Tratado talmúdico). De acuerdo a Rashí, si una persona, por ejemplo, sabe perfectamente y de memoria un tratado del Talmud y alguien le pregunta qué tan bien conoce este tratado talmúdico, uno puede ocultar la verdad y decir que no la conoce muy bien. Los judíos valoramos inmensamente la humildad, y puesto que en este caso modificando la verdad no se provoca un daño a nadie, se permite. Otros rabinos (Maguén Abraham) añaden que de esta misma manera uno también puede comportarse con humildad en otras áreas religiosas o espirituales. Por ejemplo: si alguien está haciendo un acto de Jesed (beneficencia) o practicando una severidad extra (jumrá) puede (debería!) ocultarlo de los demás, por humildad.
2. Purayá (intimidad sexual): En cuestiones de intimidad, también está permitido no revelar toda la verdad o incluso modificar la verdad. Si alguien pregunta algo inapropiado, por ejemplo: «¿Tu esposa va al Mikvé esta noche?» o algo así,  se puede ocultar la verdad por razones de Tzeni’ut (= discreción). Tzeni’ut no sólo se refiere a la forma de vestir recatada propia de los Yehudim, sino también se manifiesta en nuestro proceder y palabras, en los temas que discutimos y con quién discutimos estos temas.
3. Ushpizá (huéspedes): Ba’ale haTosafot lo explican así. En el pasado no había hoteles, y los viajeros a menudo buscaban alguien que les ofreciera una cama para pasar la noche y un pedazo de pan para desayunar. Entonces, si yo fui hospedado en la casa de alguien y me trataron excepcionalmente bien, y sospecho que si hago pública mi alabanza hacia mis anfitriones, muchos otros viajeros -algunos de los cuales podrían no ser honestos o podrían comportarse de manera abusiva- intentarán alojarse en esa casa, está permitido desviarse de la verdad y ocultar los elogios al anfitrión por su tratamiento excepcional. Ya que de lo contrario todo el mundo querrá hospedarse en esa casa, e involuntariamente, yo podría causar una posible situación de abuso hacia mi generoso anfitrión. En esta y otras circunstancias similares, se permite ocultar la identidad de mis benefactores o minimizar su generosidad.
Como vemos, aunque la verdad es un valor muy alto y estimado en el judaísmo, y la Tora nos advirtió que nos alejáramos de la mentira, a veces, para comportarnos con humildad, con moralidad o para evitar daños u abusos a personas generosas, podemos desviarnos de la verdad.



NOVENO MANDAMIENTO: Mentir en los negocios

לא תענה ברעך עד שקר
El Noveno mandamiento, «No darás falso testimonio» nos introduce a un tema muy importante en el judaísmo: el valor de la verdad y la honestidad.  En los próximos días, a través de algunos ejemplos, veremos cómo es la dinámica de estos valores en el pueblo judío.
Decir la verdad y actuar con honestidad es visto en el judaísmo como uno de los más altos imperativos religiosos. Tanto es así que nuestros Rabinos afirmaron que a nuestra llegada al Mundo Venidero (= la vida después de esta vida) deberemos responder tres preguntas ante el Tribunal Celestial, con el objetivo de evaluar el nivel espiritual que hemos alcanzado en nuestra existencia mundana. La primera pregunta que nos hará la corte celestial tiene que ver con nuestro comportamiento con el dinero. ?נשאת ונתת באמונה «¿Te has conducido con integridad en tus negocios?» Claramente, nuestra forma de actuar en nuestros negocios está considerado por nuestra Tora como el indicador más preciso de nuestro nivel religioso.
Ilustración: Si yo me dedico a vender automóviles y un cliente me dice que quiere su nuevo auto a finales de este mes, y yo sé que no voy a conseguir ese auto al final del mes ¿debo decirle la verdad a mi cliente y perder una venta, o puedo mentirle, decirle que lo conseguiré y unos días antes de fin de mes invento alguna excusa? Si miento, no estaría perdiendo un cliente….  Nuestra Tora es muy estricta respecto a la prohibición de mentir. En Shemot 23: 7 la Torá dice categóricamente:  מדבר שקר תרחק,  «Te alejarás de la mentira».  Por lo tanto, incluso cuando uno sabe que al decirle la verdad al cliente, éste irá a otro lugar a comprar su coche, debo decir la verdad.
Hace 2000 años atrás nuestros Rabinos afirmaron que el sello de HaShem (Dios) es: «La Verdad». ¿Qué significa esto?  En la antigüedad el sello de un Rey era lo que hoy es una firma o un PIN.  La marca visual que servía para identificar, por ejemplo, que una carta había sido escrita o dictada por el Rey. Del mismo modo, la presencia de HaShem está representada por Su firma «La Verdad». Lo explicaremos mejor:  cada vez que actuamos con honestidad, especialmente en nuestros negocios, «firmamos» el nombre de HaShem. Cuando estamos dispuestos a actuar con integridad, especialmente cuando las pérdidas pueden ser cuantiosas, estamos afirmando con nuestro accionar que valoramos Su instrucción y reconocemos Su Presencia. Y así, una acción honesta se transforma en Su firma. Mi acción se convirtió en Su sello. Ya que indirectamente y sin palabras, demuestro que HaShem existe. Y las personas que ven cómo actué se inspirarán a declarar: «Este proceder honesto viene de HaShem (=de Su Torá)».
Si un Yehudí, por el contrario, miente, inventa historias o actúa engañosamente para ganar dinero, aleja a HaShem…. Al actuar engañosamente en sus negocios, al no firmar su acción con el sello de HaShem, está provocando que la gente no lo «vea» a HaShem. Su accionar deshonesto en cierta forma, hace desaparecer Su firma. Es como si esa persona hubiera «vendido» la Presencia (o la reputación) de HaShem por dinero …
Para terminar, en su obra Pele Yo’etz, un libro que es una mini enciclopedia de valores judíos, el Rab Eliezer Pappo,  se refiere entre otros temas a la honestidad comercial. Y nos muestra un ángulo diferente acerca del valor de la verdad y la honestidad. El Rab Pappo afirma que aparte de su inestimable valor espiritual, actuar con honestidad en los negocios, es bueno para nuestros negocios. Ya que el producto más valioso que existe en el mundo de los negocios es «el buen nombre». Cuando actuamos con honestidad muchas veces perdemos algún negocio y dejamos de ganar dinero. Pero a largo plazo, al actuar con honestidad estamos construyendo un buen nombre, una reputación que a la larga va a atraer más y más clientes a nuestra compañía. En otras palabras, la honestidad no solamente es un importantísimo valor religioso, actuar con honestidad es también la decisión comercial más inteligente. No hay mejor publicidad para un comerciante que la fama de un buen nombre y una buena reputación.