CUARTO MANDAMIENTO: Shabbat y la Creación

זכר ליציאת מצרים  La noción de «descanso» o “reposo” asociada con Shabbat puede llegar a ser un poco confusa. La gran mayoría de las traducciones de la Biblia presentan al Shabbat como un «día de descanso” que el Todopoderoso concede a la humanidad. pero, ¿es Shabbat realmente un día de descanso semanal que nuestro Divino CEO nos da porque quiere que su empleados trabajen de manera más eficiente y más productiva durante la semana siguiente? Esta podría ser la idea de Shabbat una sociedad de esclavos (o una sociedad extremadamente materialista) donde la razón de la existencia es el trabajo. Y el objetivo del Shabbat es mejorar la productividad.

Ayer hemos explicado el Cuarto Mandamiento, la observancia del Shabbat, como el precepto que indica «reposar» de nuestro trabajo. Pero esa falta de actividad no está destinada al descanso físico sino a expresar, a través de nuestra inactividad, la convicción de que nuestros medios de vida provienen, en última instancia, de  HaShem (ver aqui https://halaja.org/cuarto-mandamiento-shabbat-lo-que-quiero-vs-lo-que-necesito/). Desde este punto de vista, Shabbat nos recuerda Yetsiat Mitzrayim, la salida de Egipto. Una vez fuera de Egipto, como lo aprendimos del maná, dejamos de estar bajo la jurisdicción del Faraón e ingresamos bajo las alas de la Supervision Divina.  El propósito de nuestros esfuerzos semanales es llegar a Shabbat. Trabajamos duro durante la semana para celebrar y disfrutar al máximo el día de Shabbat. Ese es el significado de la bendición del séptimo día en Génesis 2:3: HaShem «bendijo el séptimo día y lo santificó (es decir, lo estableció como el día más importante de la semana).

זכר למעשה בראשית En el contexto de Bereshit,  por otro lado, Shabbat expresa una noción diferente, la culminación de la creación. La idea principal que transmite Shabbat en Bereshit es que en el séptimo día Dios terminó (vayikhal) Su trabajo creativo y detuvo (vayishbot) «para siempre» el proceso Creación.

RaDaQ explica muy claramente que el Shabbat marca el final del proceso de Creación. ונגמרו כולם ביום הששי ומכאן ואילך אין כל חדש … שלא ברא אחר יום הששי דבר «Y a partir de este momento [después del Sexto Día] no hubo nuevas creaciones… porque [Dios] no creó nada  nuevo después del Sexto Día «(Génesis 2: 1-2)».

Vamos a explorar el significado más profundo de las palabras de RaDaQ.

¿Por qué los cristianos celebran la Creación el día domingo, los musulmanes el viernes y nosotros los judíos en Shabbat? A primera vista, pareciera que tiene más sentido conmemorar la creación en el primer día de la semana, que celebra el inicio de la Creación. O bien el Sexto Día, el último día de la creación. La Tora, sin embargo, indica que debemos celebrar el acto de creación en el séptimo día, cuando Dios «terminó» Su Creación. ¿El día que no hubo Creación para celebrar la Creación? ¿Por qué?

¿Cuál es la diferencia entre el proceso Divino de la Creación y la naturaleza? Si la materia y la vida hubieran sido producidos por la naturaleza, la naturaleza NO podría dejar de seguir creando. La naturaleza no puede parar su curso. Debería haber continuado la creación de átomos y células, materia y seres vivos. Cuando un evento ocurre sólo una vez, no se lo puede llamar un evento de «natural». Es más bien un evento «sobrenatural». En este sentido, según lo explicado por los rabinos del Talmud, la observancia del Shabbat es nuestro testimonio de que Dios, y NO la naturaleza, creó el universo. Que nada surgió de forma espontánea o natural.

La conclusión del proceso creativo, es decir, el Shabbat, es lo que hace que la Creación haya sido un fenómeno único e irrepetible, que sólo ocurrió una vez, durante un período particular y singular llamado «Los Seis Días de la Creación”.  Shabbat, “zejer lemaase bereshit”, celebra el acto de Creación. Nuestro testimonio de que Dios, y no la naturaleza, trajo a nuestro mundo a su existencia.




CUARTO MANDAMIENTO: Lo que quiero vs. lo que necesito

Recuerda el día Shabbat para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra. Pero el día séptimo [será un día de] reposo, [dedicado] para HaShem tu Dios. No harás ningún trabajo…. (Éxodo, Shemot, 20: 8-11)
 
De todos los mandamientos, el relativo al Shabbat parece ser el de mayor alcance práctico.  Debemos dejar de trabajar, de ocuparnos de procurar nuestro sustento, un séptimo de nuestras vidas.   Teniendo en cuenta también en el trabajo nuestra relación de dependencia con HaShem. De esta manera hacemos del Shabbat un día «sagrado», especial, diferente y espiritual.
La espiritualidad del Shabbat comienza por entender por qué debemos abstenernos de trabajar en este día. Y la clave, creo, se encuentra en el texto que nos cuenta acerca del «Man», el primer indicio que tuvimos como pueblo acerca de la esencia del Shabbat.
Veamos. Después de la salida de Egipto, el pueblo de Israel sufrió la escasez de agua y alimentos en el desierto.  HaShem hace que el maná (en hebreo «Man», un alimento especial que tenía todas las propiedades nutritivas necesarias)  descienda desde cielo. En ese momento HaShem le explica al pueblo de Israel cómo deben comportarse respecto del Man. Estas instrucciones son esencialmente educativas.  Nos enseña al pueblo judío cómo manejarnos con lo material.
Hay tres instrucciones fundamentales de las cuales podemos aprender una gran lección de economía espiritual judía. Y todas estas lecciones están relacionadas con el Shabbat.
¿DE DÓNDE LLEGA MI COMIDA?  En primer lugar el Man nos enseña que la comida, la satisfacción de nuestras necesidades materiales, llega del cielo (=Dios).  Eso no significa que no debemos trabajar para ganarnos el pan. De hecho, el cuarto mandamiento prácticamente nos ordena trabajar. Lo que la Torá quiere, entonces, es educarnos a la idea fundamental de que en última instancia nuestro sustento (parnasá) está determinado desde «los cielos».  El campesino puede trabajar de sol a sol sembrando su tierra, pero si «el cielo» no provee la lluvia, no tendrá lo que comer. Un empresario puede ser muy inteligente y trabajador, pero si sufre un accidente, o es víctima de una enfermedad terminal, no podrá seguir trabajando. Nuestro trabajo tiene que estar acompañado por la Emuná (=convicción) de que en última instancia es HaShem quien determina lo que voy a tener para comer. Esta es la idea principal del Shabbat: que nuestro sustento, como el Man, depende de HaShem.
NO ACUMULARÁS: La segunda lección tiene que ver con el rechazo a la acumulación compulsiva de bienes materiales. En el desierto, estaba prohibido acumular «Man». Cada uno tenía que recoger solamente el Man que necesitaba para ese día. Si alguien recogía más Man de lo que necesitaba, el Man extra se pudría. La lección es importantísima: en el mundo hay comida para todos.  Como judío, no tengo necesidad de mirar a mi vecino como mi rival, como si cuanto más tiene él menos tengo yo, o viceversa. Desistir del aprovisionamiento desproporcionado representa una expresión de confianza, aprecio y gratitud por la generosidad de HaShem. Debemos trabajar para recoger el «Man», pero sabiendo que lo que recogemos es un regalo de «los cielos».
EN SHABBAT «NO»: El día viernes se debía recoger doble porción de Man, para el viernes y para Shabbat. ¿Por qué? Porque el Man no descendía durante Shabbat. No había que salir ( y no se podía salir) a trabajar/recoger la comida en Shabbat. Todo judío que observa el Shabbat conoce muy bien la importancia de esta lección.  Uno puede perder muchas ofertas de trabajo, sólo por no estar dispuesto a trabajar el séptimo día de la semana. En muchos casos un comerciante judío debe sacrificar potencialmente un 20% o 25% (o a veces más) de lo que vende durante la semana, porque en Shabbat no puede continuar sus negocios.  Cumplir Shabbat, como algún vez observaron los Romanos, no es una idea comercialmente conveniente.  pero, ¿existe acaso una mejor forma de expresar mi confianza en HaShem? ¿De demostrar mi convicción de que no por trabajar más voy a tener más de lo que HaShem habrá de determinar para mi y para mi familia?
Continuará 



TERCER MANDAMIENTO: No malrepresentarás.

«No invocarás el nombre de HaShem tu Dios en vano; porque no será perdonado por HaShem aquel que lleve/invoque Su nombre en vano.»

Previamente presentamos 2 explicaciones del tercer mandamiento. En síntesis se podría decir que las dos explicaciones difieren en cuanto a la traducción (o al alcance) de la palabra hebrea “TISA”. Primero exploramos lo que se aprende del Tercer Mandamiento cuando entendemos LO TISA como no “invocar” el nombre de HaShem en vano, en el contexto de un juramento, promesa, berajá, etc..

En segundo lugar, explicamos LO TISA como “No llevarás el nombre de dios en vano” y la responsabilidad que esta misión exige.     

Cuando un ejecutivo de una compañía defrauda económicamente a su empresa, usando fondos de la compañía para beneficio personal, está engañando a su empresa, a sus socios, clientes y empleadores.    Pero cuando un líder religioso usa fondos públicos inapropiadamente, o es partícipe de algún fraude económico,  no solo está engañado a sus “empleadores”, sino que por sobre todo está perjudicando muchísimo a la religión que representa. En Argentina, se comenta que ayudaron a un ladrón de guantes blancos a entrar a un convento en la mitad de la noche y esconder allí dinero mal habido. Si esto se comprueba, entonces en primer lugar, tendríamos un ejemplo muy real, aunque no sea dentro del marco judío, de como a veces se puede trivialidad, utilizar en vano o para fines materiales el “prestigio de una institución religiosa” que supuestamente funciona en nombre de Dios.

Esto , por supuesto, puede pasar en todas las religiones y el efecto de frustración y desencanto que estos escándalos causan en los feligreses es devastador. Ya que afectará el prestigio de la religión , y/o aquellos que la representan, quienes supuestamente deben dar el ejemplo de honestidad e integridad moral. 

Si algo parecido ocurriera en el pueblo judío se llamaría JILUL HASHEM ,la profanación “del nombre de HaShem”. ¿Y por qué se denomina así? 

Los judíos “llevamos” el nombre de HaShem, y por lo tanto , somos responsables de no defraudar ni trivializar Su nombre.  Es como si yo trabajara para Federal Express. Llevo el uniforme , la insignia y la gorra que me identifica como Federal Express. Trabajar para esta compañía implica también que yo represento a esta compañía. Si trato bien a los clientes, los clientes no van a decir que Fulano de tal los trató bien, más bien van a decir que el servicio al cliente de Federal Express es excelente. El crédito va mayormente para la compañía, no para el individuo. Lo mismo pasaría si yo trato mal a los clientes: la compañía es la que va a sufrir un gran daño en su reputación y en su nombre…..

De una manera similar,  los Yehudim representamos a HaShem: “trabajamos” (o quizás somos Sus socios) en Su compañía. Hasta nos vestimos con un uniforme que nos identifican con HaShem: Kippa, Tseniut y por sobre todo , Talit y Tefilin. Estos últimos, representan en realidad el nombre de HaShem como dice el pasuq כי שם ה’ נקרא עליך  que el mundo es testigo que Nombre Divino está en cada Yehudí.

El tercer Mandamiento no se refiere sólo al caso en el que nuestras palabras pueden trivializar o profanar el el Nombre de HaShem. Son principalmente nuestras acciones las que afectan para un lado o para el otro el prestigio y la reputación del Nombre de HaShem que todo judío lleva consigo.




TERCER MANDAMIENTO: La responsabilidad de ser judío

מה תלמוד לומר לא תשא את שם ה’ אלהיך לשוא, שלא תהא תפילין נושא וטלית עוטף והולך ועובר עבירות
«No llevarás (=invocarás) el nombre de HaShem tu Dios en vano; porque no será perdonado por HaShem aquel que lleve/invoque Su nombre en vano.»
El tercer mandamiento quizás sea el menos conocido de todos. Primero vamos a exponer la explicación tradicional de este mandamiento y luego, basándonos en un articulo del Rab Amar, veremos el tercer mandamiento desde una perspectiva distinta.
1. El tercero de los diez mandamientos «LO TISA» se refiere a la prohibición de jurar en el nombre de Dios en falso o innecesariamente (shebu’at shav). La tradición judía entiende la palabra «TISA» en este contexto como «no invocarás» el nombre de Dios en vano (en otros contextos la palabra TISA o NOSE se puede traducir como: llevar, cargar, tomar, etc.). De acuerdo a Maimónides, la prohibición de invocar el nombre de HaShem se extiende también a recitar una bendición, berajá, en vano. ¿Por qué? Porque una shebu’a, un juramento, es básicamente una declaración, la afirmación de una creencia o un hecho. Una bendición ritual, por ejemplo, cuando decimos una berajá antes de comer, también es una declaración. Afirmamos una idea o una creencia acerca de HaShem pronunciando Su nombre. Por ejemplo, cuando digo la bendición «boré ferí ha’ets», no estoy diciendo «Gracias a Dios por esta fruta», literalmente estoy diciendo: «Bendito eres Tú, HaShem, nuestro Dios, Rey del universo, (que eres el) Creador del fruto del árbol «. En otras palabras, estoy afirmando y reconociendo que HaShem es el creador de este fruto. Por lo tanto, si pronuncio ésta u otra declaración similar innecesariamente, «invocando el nombre de HaShem en vano»,  estaría transgrediendo el tercer mandamiento, . Este es el origen del principio halájico: «safeq berakhot lehaqel», en una situación en la que no estoy seguro si debo o no debo decir una berajá, lo correcto es abstenerme, para no arriesgar a pronunciar una berajá innecesariamente (lebatalá) y transgredir el tercer mandamiento «LO TISA».
2. El rabino Shelomo Amar, hoy en día Gran Rabino de Jerusalem, explica que este mandamiento se extiende también a un área diferente, muy sensible y quizás más aplicable. El Rab Amar expone la prohibición de la LO TISA como la advertencia de no «llevar/cargar» el nombre de Dios en vano o falsamente, simulando religiosidad o piedad.
El Midrash nos trae la historia de un comerciante judío que viajaba de ciudad en ciudad. Una vez llegó a un pueblo de Babilonia un viernes y traía consigo una gran cantidad de dinero. ¿Que hizo? Fue a la sinagoga y vio un hombre rezando y vistiendo el Tefilin en su cabeza. Sin dudarlo mucho, le dio el dinero a este hombre y le pidió que cuidase de él hasta después de Shabbat.  Cuando terminó Shabbat, el comerciante fue a la casa de este hombre para retirar su dinero. Pero para su gran sorpresa el hombre lo engañó y le dijo que nunca lo había visto y que nunca recibió ningún dinero de él… El comerciante fue a la sinagoga y rezó. Y en su plegaria le dijo a HaShem: «Señor del mundo, cuando yo vi a ese hombre en la sinagoga no confié en él, ya que nunca antes lo vi, yo confié en TU nombre que él «llevaba» sobre su cabeza [en su Tefilín]». Al final, la historia terminó bien. Eliyahu haNabi le reveló al comerciante en sus sueños una clave secreta que le permitió acceder a la propiedad del ladrón y recuperar su dinero.
Los Jajamim traen el caso de este hombre que fingía ser piadoso como una ilustración del tercer mandamiento:  «No llevarás el nombre de HaShem en vano», falsamente. Llevar el nombre de HaShem, en este caso a través del Tefilin que ese hombre llevaba sobre su cabeza (y creo que el mismo criterio se podría aplicar a una Kipá o cualquier otro símbolo que me identifique como Yehudí observante) implica una tremenda responsabilidad que debemos saber honrar. Y si ח»ו me comporto mal, como hizo ese estafador, y traiciono el nombre de HaShem que llevo conmigo, estoy transgrediendo el mandamiento que dice explícitamente:  «…no será perdonado por HaShem aquel que lleve Su nombre en vano.»

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TERCER MANDAMIENTO: No invocarás el nombre de Dios en vano

«No invocarás el nombre de HaShem tu Dios en vano; porque no será perdonado por HaShem aquel que invoque Su nombre en vano.»
Para Maimónides, invocar el nombre de Dios en vano se circunscribe a 4 categorías, todas relacionadas con juramentos “triviales” hechos en el nombre de Dios.
MT, Hiljot Shebu’ot 1:4-7:
1. Uno invoca el nombre de HaShem en vano cuando jura por el nombre de HaShem sobre algo que es obvia y visiblemente falso: por ejemplo, si jura que algo negro es blanco o que algo blanco es negro.
2. Cuando una jura por algo que es obvio y visible, ya que el juramento es superfluo: por ejemplo, jura que algo blanco es blanco.
3. Cuando uno jura que una Mitzvá de la Torá no será más aplicable para él: jura por HaShem que nunca se pondrá el Tefilin, etc.  Las Mitsvot siguen siendo aplicables para él.
4. Cuando uno jura por el nombre de HaShem hacer algo que es humanamente  imposible: p.e., jura que no beberá agua ni cualquier otro líquido por una semana.   Éste sería un juramento trivial.
El Rab Jayim Pereira-Mendes, un gran rabino Sefaradí del siglo pasado, extendió el alcance de este mandamiento a los criterios de la sociedad moderna:
1. Invocamos el nombre de HaShem en vano cuando pronunciamos Su nombre de forma  irrespetuoso. Y también cuando decimos Su nombre o nos referimos a Él en nuestras oraciones, sin pensar en lo que estamos diciendo.
2. Invocamos Su nombre en vano cuando decimos que Dios es bueno, justo, misericordioso, etc., pero no tratamos nosotros mismos de ser buenos, justos, misericordiosos, etc. Porque si “realmente” creemos en lo que decimos de Dios, que representa el máximo grado de moralidad, deberíamos hacer todo nuestro esfuerzo por imitar Sus cualidades. Actuar de otra manera se consideraría como si lo que dijimos de Dios, lo dijimos «en vano”. Por lo tanto, debemos desarrollar una predisposición positiva y noble hacia el prójimo. Actuar con flexibilidad, comprensión y tolerancia. Y ser tan indulgente con los demás como HaShem es con nosotros.
3. Como pueblo elegido por Dios, los judíos somos llamados por Su nombre: el pueblo de HaShem. Y cuando hacemos algo malo, deshonramos y profanamos Su nombre. Y al igual que todos los miembros de una familia sienten ninguna vergüenza cuando cualquiera de ellos incurre en una ofensa, cuando un Yehudí  hace algo mal, el dolor es sentido por todos los judíos.
4.  Invocamos Su nombre en vano si nos llamamos a nosotros mismos “judíos”, pero vivimos como paganos. Trivializamos nuestra condición de pueblo de HaShem. Por ejemplo: cuando no rezamos a HaShem, reconociendo Su poder, o para declararle nuestras necesidades o para darle gracias por todo lo que nos da. Otro ejemplo:  cuando adoptamos hábitos morales o celebraciones que no pertenecen al pueblo de HaShem.
5. Invocamos Su nombre en vano cuando inventamos excusas para justificar nuestra negligencia o la desobediencia de Sus leyes, como si nuestra sabiduría fuera mayor que la suya. En estos dos últimos casos no hay consistencia entre lo que decimos y lo que hacemos, y a eso se lo considera invocar Su nombre en vano.
Estos ejemplos fueron traídos, con mínimas modificaciones, del libro del Rab Pereira Mendes “Jewish Religion Ethically Presented”, (New York, 1905)



SEGUNDO MANDAMIENTO: No serás supersticioso

המניח ספר תורה או תפילין על התינוק כדי שיישן
Estamos analizando el segundo mandamiento, «No tendrás otros dioses delante de Mí». La Torá nos advierte que no debemos creer en otros dioses o poderes –objetos o fuerzas sobrenaturales– que supuestamente son independientes de HaShem.
Si bien la mayoría del mundo moderno ha superado la idolatría clásica, es decir, la adoración a dioses de piedra o madera, todavía sobreviven ciertos hábitos íntimamente conectados con las prácticas idólatras. Me refiero a las supersticiones.
¿A qué nos referimos con supersticiones?  A la creencia o la fe en el poder de algo que NO es HaShem, una perfecta ilustración de lo prohibido en el segundo mandamiento.
Ejemplos: la creencia en el poder, bueno o malo, de ciertos objetos. Digamos un espejo roto, un anillo o un libro con poderes, una cinta roja, agua bendecida por un «santo», etc.
La humanidad, especialmente los sectores menos educados de la población, siempre se sintieron tentados a creer en supersticiones, y atribuir ciertos poderes a objetos o fenómenos naturales. Como ya explicamos, es mucho más fácil servir a un objeto que no exige nada de nosotros, que servir a HaShem que nos demanda aprender, estudiar, y nos exige disciplina, integridad,  generosidad, etc. También está el efecto «control». Puedo comprar una «cinta roja» y tener la sensación que al poseerla la controlo, y controlo su poder, como el anillo del «Lord of the Rings»….
De un total de 613 mandamientos, la Torá dedicó más de 50 a la negación de la idolatría, para enseñarle el pueblo judío a rechazar toda creencia y culto a poderes mágicos o supersticiosos, o como lo llama la Torá, Abodá Zará.
El segundo mandamiento nos enseña que no hay nadie ni nada que tenga un «poder» o un influencia sobrenatural en nuestras vidas, más que HaShem.
Es muy grave, pero debemos reconocer que lamentablemente, aún personas creyentes u observantes pueden caer en las supersticiones.  Pareciera ser que es compatible creer en Dios y ser supersticioso al mismo tiempo. Especialmente si los objetos de superstición son objetos rituales.
Este fenómeno no es nuevo. Veamos un ejemplo. Hay poco artículos religiosos más sagrado que  el Tefilin , las filacterias que los hombres judíos vestimos todos los días para rezar. El Tefilin tiene obviamente QUEDUSHÁ, «santidad», lo cual significa que debe ser tratado con muchísimo cuidado. No se lo puede llevar a lugares inapropiados, etc.
Pero no hay que confundir «quedushá», que como lo ejemplifica el caso del Tefilín, nos demanda cuidar de estos artículos, con la falsa creencia de que el Tefilin, como objeto ritual,  tiene superpoderes. Maimónides escribió sobre este tema. Imaginemos que un niño pequeño llora sin parar. Y ya tratamos todo para calmarlo. La pregunta que explora Maimónides es ¿podemos colocar en la cama de este niño un Tefilin, para que con el «poder de la santidad del Tefilin» ese bebé deje de llorar y pueda dormir? Lo mismo podríamos hacer con un Sefer Torá, un rollo de Torá, el único objeto que tiene una quedushá / santidad mayor a la del tefilin. ¡No existen objetos más sagrados! Por lo tanto, si la santidad de un objeto religioso proyecta algún poder sobrenatural que ese objeto posee, estos dos artículo deberían estar en lo más alto de la lista de efectividad.
Maimónides, que menciona explícitamente estos dos artículos, considera esta práctica como una forma de idolatría, y lo condena con palabras muy pero muy severas
MT, Abodá Zará 11:12: «… asimismo, si alguien coloca un Tefilin o un Sefer Torá en [la cama de] un niño pequeño para que se quede dormido, no solo que es culpable de [dos formas de idolatría:] encantamiento y hechicería, sino que también es culpable de herejía….». 
Como vemos, no es un nuevo fenómeno que algunas personas un poco confundidas quieran «usar» artículos rituales  para prácticas supersticiosas.
El segundo mandamiento nos enseña que no existen otros «poderes» independientes de Dios.  No importa que tan sagrados sean esos objetos.
Lejos de apelar a objetos o amuletos, lo que debo hacer en caso de enfermedad o de cualquier otro problema, es en primer lugar realizar mi mayor esfuerzo por resolver el problema, y a la vez REZAR, pedirle directamente a HaShem que nos ayude. Sabiendo que en última instancia, todo está EXCLUSIVAMENTE bajo Su poder.



SEGUNDO MANDAMIENTO: Lo más importante, es invisible a los ojos

  לא תעשה לך פסל
Previamente explicamos que la primera parte del Segundo Mandamiento, «No tendrás otros dioses delante de Mí», significa que no debemos concebir la existencia de poderes divinos, inteligentes, independientes de HaShem.
La segunda parte incluye 3 prohibiciones: la de hacer ídolos, arrodillarse ante ellos y/o servirlos o adorarlos de alguna otra manera.
Desde los inicios de la humanidad siempre existió esa necesidad de representar a Dios. Hasta el da de hoy sigue siendo muy difícil creer en un Dios que no se lo puede ver. Y si aún para nosotros, que vivimos en un mundo donde lo invisible (la energía, las ondas de radio o TV, los rayos X, etc.) es parte de nuestra realidad, imaginemos lo difícil que habrá sido miles de años atrás,  en la cultura pagana donde lo que no se ve no existe, aceptar que «Dios» es invisible. La revolución de Abraham Abinu no fue sólo la negación del politeísmo, lo más difícil de digerir para el mundo que rodeaba a Abraham , era que a ese Dios no se lo podía ver.
Cuando HaShem nos entregó la Torá ascendimos otros escalón en nuestra comprensión. Tampoco podemos representar a Dios. Y de eso justamente se trata esta segunda parte del segundo mandamiento.
David haMelej en el Mizmor 104 de Tehilim, Barejí nafshí que leímos justamente esta mañana por ser Rosh Jódesh, se planteó este interrogante  ¿Cómo es que no vemos a Dios, el Creador Todopoderoso? HaShem es Omnipresente. Él creó el mundo, lo controla, y  lo guía constantemente. Entonces, ¿cómo es posible que no lo veamos en ningún lado? El Rey David dedicó los primeros versículos de Barejí Nafshí para responder por qué no podemos ver a Dios o, más precisamente, qué caminos debemos elegir para encontrarlo.
Salmo 104:1: Tú, HaShem, infinitamente grandioso, [Te ocultas de nosotros] revistiéndote de gloria y esplendor.
El Rey David  nos explica que HaShem maneja el mundo mientras permanece oculto. Dios permanece invisible para nosotros porque opera en forma «encubierta». HaShem tiene control absoluto sobre Su universo, pero maneja este mundo a través de un sinnúmero de agentes o «ángeles». Estos ángeles no son cupidos o bebés con alas y aureolas. David afirma que los ángeles de HaShem son lo que llamamos  fuerzas naturales -el viento, el sol, el clima, etc.- y que estas fuerzas son activadas de manera continua por el Creador para mantener Su Creación. Piensen por ejemplo en la lluvia: «HaShem hace que el viento sople, para comenzar el mecanismo que resultará en la lluvia». HaShem permanece oculto y simultáneamente en pleno control de Su universo, al actuar a través de Sus agentes.
Salmo 104:2 [Dios] se viste con un ropaje de luz ; [Él] extiende los cielos como una cortina.
Este versículo explica otras razones por las que no vemos al Creador del universo. HaShem se vuelve invisible, ocultándose detrás de un ropaje de luz y un velo compuesto de cielos. En otras palabras, desde nuestra perspectiva como habitantes de la tierra, la luz y los cielos son una pantalla que esconde la presencia de Dios. Cuando alzamos la vista en búsqueda de HaShem,  todo lo que vemos es el sol luminoso y los cielos. Nuestra vista no puede atravesar las múltiples cortinas (hoy diríamos «dimensiones») que ocultan la presencia de Dios. El Creador del universo permanece recóndito; fuera de la vista. «Voluntariamente» eclipsado.
La luz, al igual que muchos agentes de Dios,  puede ser tan abrumadora para un ser humano que su inalcanzabilidad nos deja en claro por qué observar a su Creador va más allá de nuestros límites. El Talmud Yerushalmi (Jolin 59b) relata una disputa entre un hombre pagano y un erudito judío. El emperador romano le demandó a Rabí Yehoshúa ben Jananiá (segundo siglo E.C.) ver al Dios de Israel. «Eso es imposible», replicó el sabio judío. Dado que el emperador insistía, R. Yehoshúa lo hizo salir a la luz del sol de verano y le pidió que mirara fijamente al sol. «No puedo», le contestó el emperador. Rabí Yehoshúa había argumentado el caso convincentemente. «Si no puedes tolerar mirar a uno de Sus sirvientes – ¡¿cómo podrías contemplar Su propia gloria?!»
El Rey David enseña que una persona no debe confundir la invisibilidad de Dios con Su ausencia. De este versículo podemos comprender mejor por qué nosotros, o la ciencia y los científicos, al analizar la Creación, jamás nos encontraremos con Dios en forma directa; más bien – inevitablemente – nos encontraremos con cualquiera de Sus numerosos agentes. Dios es invisiblemente omnipresente. No lo podemos encontrar con los ojos, sino con nuestra mente y corazón.
 לע»נ הלל יפה אריאל והרב מיכאל מרק , ז»ל
הי»ד
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SEGUNDO MANDAMIENTO: No desplazarás a Dios

לא יהיה לך
El segundo mandamiento contiene 4 preceptos.  1. La prohibición de creer en cualquier dios o entidad, mitológica o natural, a la que se le atribuya inteligencia o un poder divino.  2. La prohibición de hacer ídolos. 3 La prohibición de postrarse ante ídolos  4. La prohibición de adorar o servir ídolos o falsos dioses.
El primero de estos 4 preceptos, en hebreo לא יהיה לך consiste según lo define Maimónides (Mishné Torá 1:6) en «concebir» que existen otros poderes divinos, independientes de HaShem.
Para ser más claros, no se trata aquí de no creer en Dios. Ni se trata de adorar o servir a algún otro dios o ídolo (eso vendrá en los próximos 3 preceptos de este mismo mandamiento). Esta Mitsvá, al igual que el primer mandamiento, se circunscribe al universo de las ideas y creencias. En este caso, aceptar, concebir o declarar que existe otro dios u otro poder independiente de HaShem.
En el contexto histórico de la Torá, los pueblos paganos de la antigüedad aceptaban y declaraban la existencia de multiples poderes «divinos», dotados de inteligencia y autonomía. Por ejemplo: en el mundo pagano, los astrólogos aseguraban que los planetas ejercen una influencia en los acontecimientos de la vida humana. Los  griegos y los romanos representaban dioses antropomórficos que supuestamente dominaban el mar, la tierra, la fertilidad, etc.
Uno podría pensar que en la actualidad, el hombre moderno ha llegado a un conocimiento muy avanzado que le permite entender la realidad sin prejuicios medievales. Aunque eso no quiere decir que la humanidad haya superado totalmente la tentación de reemplazar a Dios. Esa tentación, como tratamos de explicar ayer, no se debe a un deseo de no «creer» en Dios. El mayor desafío de una persona liberal es aceptar lo que declara el primer mandamiento: al «autoridad» de Dios.   En la antigüedad, como en el famoso caso del rey Nimrod,  aceptar la autoridad de Dios implicaba una gran limitación a la autoridad del rey. Por eso, la gran necesidad de desplazar a Dios y reemplazarlo por al autoridad del monarca de turno. Pero éste no es un fenómeno que ocurrió sólo en el pasado. Los individuos que tienen un problema con el concepto de Dios como autoridad van a hacer todos los esfuerzos posibles para seguir «desplazando a HaShem» y reemplazarlo por otros «dioses» que no demandan nada de nuestra conducta.
Estuve viendo un maravilloso documental de «Nature»  realizado por PBS, donde se presentan los increíbles trucos que desarrollan ciertos animales para engañar a sus depredadores. Creo que vale la pena verlo porque me parece que  refuerza nuestra Emuná en la infinita Sabiduría de HaShem, que permite a cada especie desarrollar una estrategia diferente para que se pueda conservar, cambiado sus colores, disimulando su olor, o fingiendo su propia muerte (ver aquí el trailer ).
Claro que la productora PBS, fiel a su filosofía liberal, no va a estar diciendo lo que dijo el rey David en Tehilim cuando hablo de la naturaleza , » ‘מה רבו מעשיך ה», «Qué grandes son Tus obras, HaShem!». PBS pone mucho cuidado en aclarar cada vez que presenta alguno de estos increíble trucos (algunos de los cuales PBS llama «milagrosos») que estos increíbles trucos son el resultado de «millones de años de evolución». Como si la evolución fuera una entidad inteligente, independiente de Dios, que por mecanismos aleatorios maneja todo el sistema ecológico de nuestro planeta.
Creo que la atribución de esta Sabiduría e Inteligencia a la naturaleza constituye ejemplo moderno del desplazamiento de Dios y su reemplazo por un supuesto super-poder al que no se lo llama «Dios» o «Creador», pero se lo trata como tal.

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PRIMER MANDAMIENTO: El becerro de oro

אנכי ה’ אלקיך
Cuando el pueblo de Israel vio que Moshé tardaba en regresar del Monte Sinaí hicieron un ídolo, un becerro de oro. En la inauguración oficial de esa nueva «religión», similar a la religión de los egipcios que adoraban animales,  declararon: «Ele ELOQUEJA Israel», «Este es tu Dios, Israel».
Es interesante observar que, consciente o inconscientemente, utilizaron la misma expresión que HaShem utilizó en el primer mandamiento cuando dijo «Anojí HaShem, ELOQUEJA», Yo HaShem, soy tu Dios».
Evidentemente la intención NO era reemplazar a HaShem por un becerro de oro. El pueblo judío seguía creyendo en Dios. Pero no todos estaban conformes con que HaShem sea «ELOQUEJA»: un Dios al que uno «sirve» comportándose con integridad y con una conducta moral intachable…
El becerro de oro era un «ELOQUEJA» completamente diferente. Para «servirlo» el pueblo se emborrachó y se entregó a la lujuria y a la promiscuidad. Esa es la forma de adorar a los ídolos paganos.
Este detalle es revelador y muy relevante para comprender la naturaleza de nuestra Emuná o fe judía.    Más allá de lo obvio, la principal diferencia entre servir a HaShem y servir al becerro es que el becerro de oro NO habla, no se revela, no demanda nada, no se mete en lo hago o dejo de hacer. Mientras que HaShem exige que practiquemos la quedushá, que obedezcamos elevandonos y controlando nuestros impulsos, al becerro de oro se lo adora justamente obedeciendo a los más bajos instintos. El becerro de oro NO se entromete en mi vida privada.  No tiene demandas éticas ni espirituales.  Al igual que los dioses griegos o romanos, sólo me pide que de vez en cuando le ofrezca algún sacrificio, para satisfacer SUS apetitos…
Yo leí un poco sobre la vida de Albert Einstein, un gran científico y alguien que ayudó al Estado de Israel.  Siempre me interesó comprender su filosofía religiosa.   Lo que aprendí es que Einstein creía en Dios, pero a su manera. No creía en el Dios de Abraham Itsjaq y Yaaqob, un Dios «personal», es decir, que nos indica qué debemos hacer con nuestras vidas.
El dios de Einstein y de muchos individuos progresistas o liberales, es el sabio creador del mundo, pero no se mete en lo que yo hago o dejo de hacer. Es como el dios de Aristóteles que creó el mundo y luego lo abandonó a su suerte. O el dios pasivo que Espinoza que es todo (o nada) a la vez, pero que no tiene una voluntad específica, o si la tiene no la manifiesta.  La paradoja es que millones de individuos creen en Dios, pero se relacionan con Él ח»ו como si se tratara del becerro de oro:  no piensan que necesariamente hay que obedecer Su voluntad.
El primer mandamiento, por el otro lado, deja muy en claro que HaShem no es sólo el Creador. Él es también quien define qué está bien y qué está mal.  La forma judía de relacionarnos con Dios pasa en primer lugar por la obediencia a Sus mandamientos. Por observar el código de conducta que Él estableció. Nuestra relación con HaShem, tal como la relación entre esposos o entre padres e hijos, consiste en una serie de derechos y obligaciones.
Siguiendo el primer mandamiento, nosotros, el pueblo de Israel, demostramos nuestra creencia y amor por Dios, obedeciendo Su voluntad.
 לע»נ הלל יפה אריאל , ז»ל



PRIMER MANDAMIENTO: La diferencia entre «Dios» y «Soberano»

אנכי ה’ אלקיך
Ya explicamos que la declaración inicial de los Diez Mandamientos «Yo soy HaShem tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos» (Ex. 20: 2) puede ser visto como una introducción a los 10 Mandamientos, o como un precepto, una Mitsvá, independiente. Siguiendo esta segunda opinión, la de Maimónides, debemos preguntamos ¿cuál es la obligación específica que este mandamiento nos está indicando?
Tradicionalmente se entiende que este mandamiento expresa nuestro deber de creer en «la existencia» de Dios. Lo cual, como vimos, fue cuestionado por algunos rabinos que opinaban que nuestra creencia en Dios no puede ser objeto de una «ordenanza» bíblica.
Puede haber, sin embargo, una forma un poco más profunda de entender este mandamiento que creo que nos ayudará a comprenderlo mejor y nos facilitará armonizar entre las dos opiniones en conflicto.
Para comenzar, debemos leer con mucha atención las breves pero muy precisas palabras de Maimónides en el Sefer HaMitsvot y en Mishné Torá, Yesodé haTora 1: 5-6, donde se ve que Maimónides se refiere a la creencia en Dios como un ‘iqar, un principio de nuestra fe, más que como una «orden» a cumplir. Nosotros, el pueblo judío, hemos adquirido el conocimiento de la existencia de Dios, en primer lugar, por nuestros ancestros, quienes fueron testigos presenciales de la revelación de HaShem en el monte Sinaí. Nosotros «heredamos»  su experiencia, y así nos convertimos también en «testigos» de Su existencia. Basados en esta experiencia heredada también desarrollamos nuestra propia percepción intelectual y nuestra vivencia personal.
De ser así, si este mandamiento NO expresa la orden de creer en la «existencia» de Dios, ¿qué es lo que nos está ordenando?
Tendríamos que examinar en profundidad 2 palabras. La primera es el verbo «ser» en presente (Yo soy) y la segunda la palabra hebrea ELOQUEJA (convencionalmente traducida como «tu Dios»).
SOY
Leamos de nuevos las tres primeras palabras del Primer mandamiento:  «אנכי ה’ אלקיך» . Tradicionalmente se traducen como «Yo soy HaShem ELOQUEJA (=tu Dios)». Pero aquí podemos identificar una ambigüedad. En hebreo el verbo «ser»en tiempo presente no se escribe. La palabra «soy», en hebreo, no existe. Está implícita en esta frase. Este hecho, por lo tanto, nos da lugar a intentar una traducción diferente, sin desviarnos en absoluto del significado literal de este versículo. En lugar de «Yo soy HaShem ELOQUEJA» , podríamos traducirlo como: «Yo, HaShem, soy  ELOQUEJA» . ¿Cual es la diferencia?

Entendido como una orden «Yo soy HaShem ELOQUEJA» nos estaría indicando la obligación de creer en la existencia de Dios. Mientras que «Yo, HaShem, soy ELOQUEJA» , nos indicaría que HaShem, a Quien ya conocemos y en Quien ya creemos, es nuestro ELOQUEJA. En esta segunda traducción  la existencia de Dios se da como un hecho conocido y la obligación que de aquí se desprende es la de afirmar y comportarnos sabiendo que HaShem es nuestro ELOQUEJA.

ELOQUEJA
Ahora, la pregunta del millón: ¿Que significa ELOQUEJA? El nombre Eloquim, traducido generalmente como «Dios», significa en realidad «Juez Supremo y Soberano», en otras palabras: la Autoridad Máxima. Entendiéndolo así, este mandamiento NO estaría indicando nuestra obligación de «creer» en la existencia de Dios (¡eso se da por entendido!) , sino en aceptarlo como la Autoridad Suprema que rige nuestras vidas, nuestro Soberano.
La diferencia entre estas dos lecturas del Primer Mandamiento pueden parecer insignificantes. Pero piensen en esto: muchas personas con valores liberales «creen» en la existencia de un Dios Creador pero no están dispuestos a aceptar que ese Dios es Alguien a quien debemos obedecer.  Al decir que HaShem es nuestro ELOQUIM, estamos afirmando que Él tiene la autoridad para establecer lo que está bien y lo que está mal.
Para concluir, podríamos parafrasear el primer Mandamiento de la siguiente manera:  «Tu debes saber que Yo, HaShem, Soy tu ELOQUEJA, tu Soberano. Yo te liberé de la esclavitud en Egipto, y ahora ya NO estás más bajo la autoridad del Faraón. Ahora estás exclusivamente bajo MI jurisdicción.