NASO: ¿Cómo mantener y fortalecer la fidelidad en el matrimonio?

Uno de los temas mencionados en la Parashá de esta semana es el de SOTÁ, un caso relacionado con la infidelidad. La Torá y los Sabios discuten este tema en profundidad y describen no solamente las obvias consecuencias del adulterio sino también cuáles son los factores que contribuyen a esta desviación, o a la sospecha de infidelidad, y las conductas que previenen y fortalecen la fidelidad.

En las próximas líneas me referiré brevemente a tres temas relacionados directa o indirectamente con la preservación de la exclusividad sexual en un matrimonio judío.

CONSAGRANDO LA INTIMIDAD SEXUAL

A diferencia de otras religiones, el judaísmo percibe la sexualidad como algo positivo, sagrado. Nuestros Sabios explicaron que nuestro comportamiento debe aspirar a emular a Dios. Él es compasivo, equitativo y magnánimo. Así también nosotros debemos incorporar estas características en nuestro proceder. Esta «imitación de Dios» alcanza su punto más elevado cuando el esposo y la esposa se convierten en «creadores» de una nueva vida. La procreación nos ofrece una oportunidad —sin paralelo en ningún otro acto en la vida— de imitar al Creador Todoposeroso.

La sexualidad también nos completa: nos lleva a la plenitud física y emocional como individuos. La primera referencia bíblica acerca de la sexualidad afirma: “y el hombre… se unirá a su esposa y se convertirán en una sola carne/persona“ (Génesis 2:24). De este versículo, los Sabios dedujeron que un hombre o una mujer deben considerarse como media persona (pelag gufa), y que la culminación de la realización humana solo se puede lograr a través de la intimidad matrimonial.

La sexualidad es ciertamente sagrada, pero también es vulnerable a la corrupción. La Torá relata la generación del Diluvio, donde la corrupción sexual y la violación fueron los síntomas iniciales de la decadencia moral de esa generación corrupta. Para esas personas, el sexo dejó de ser un acto que acercaba a los humanos a lo Divino. Trataban al sexo como si no tuviera relación con el amor y la santidad, y lo consideraban simplemente como casual, sin ataduras: la vía para la satisfacción de los instintos primarios.

Debido a su importancia y sus poderes creativos (y destructivos), la sexualidad necesita ser “consagrada” (qiddushin). La consagración de la sexualidad tiene lugar cuando esta se desarrolla exclusivamente en el contexto del matrimonio. Así, nos permite imitar al Creador y nos ayuda a conocer íntimamente a la persona que más queremos, transformándonos en un ente más relevante que el “yo”: el “nosotros”.

Cuando tiene lugar fuera del matrimonio, el sexo se vuelve destructivo. La infidelidad suele jugar un papel decisivo en la mayoría de los casos de divorcio. El adulterio es, por lo general, la última línea roja que se ha cruzado. La infidelidad aleja a una persona de Dios y de los individuos que uno más ama: la esposa, o esposo, y los hijos.

1.PRESERVANDO LA PASIÓN

Pero el judaísmo va más allá de limitar la sexualidad al contexto del matrimonio. También es fundamental preservar la atracción sexual entre mariod y mujer y evitar aquello que la puede dañarla o destruirla. La Mitsvá de Niddá fortalece la fidelidad. Un matrimonio judío se abstiene de la actividad sexual durante aproximadamente dos semanas cada mes, correspondientes al ciclo de la mujer más siete días adicionales. Cuando los sabios del Talmud, específicamente Ribbí Meir, explicaron la razón detrás de esta regulación, dijeron que gracias a este período de separación física, el esposo y la esposa reviven el deseo del uno por el otro. En otras palabras, lejos de afectar negativamente el deseo sexual este período de separación lo intensifica, evitando uno de los mayores desafíos que enfrentan los matrimonios: el aburrimiento y la monotonía sexual. Este problema, bien conocido y analizado por psicólogos y sexólogos, surge de las teóricas oportunidades ilimitadas de intimidad en una relación matrimonial, lo que puede impulsar la búsqueda de novedades sexuales y conducir a la infidelidad.

El rabino Meir explicó que durante los días de separación física, un esposo judío desea pasionalmente a su esposa, y su atracción física hacia ella se intensifica a medida que se acerca la noche del Mikvé (la inmersión ritual que concluye el período de abstinencia). Y cuando la esposa regresa del Mikvé —incluso en el caso de una pareja que lleva muchos años casados—, el deseo de uno por el otro se regenera “con la pasión que sintieron en su noche de bodas”. Es como si período de Niddá produjera cada mes una nueva luna de miel (alguien dijo que si esta extraordinaria Mitzvá no existiera, ¡habría que inventarla!).

Ese intérvalo de restricción sexual también promueve un nivel más profundo de interacción entre el esposo y la esposa. La pareja aprende a comunicarse afectuosamente a nivel de amistad. Toda pareja debería aspirar a alcanzar un grado de relación no física, que fortalecerá al matrimonio para el resto de sus vidas. Especialmente cuando pasan los años y el deseo sexual disminuye naturalmente, es allí cuando la amistad entre el esposo y la esposa florecerá, basándose en esa «relación platónica» construida durante años en los períodos de Niddá.

2.PRESERVANDO LA FIDELIDAD

En la tradición judía, hay leyes y códigos de conducta diseñados específicamente para evitar la infidelidad. Una de estas reglas se conoce como «Yijud», cuando un hombre y una mujer que no es su esposa se aíslan en un lugar recluido. Los Sabios lo mencionan como uno de los errores que se cometen en el caso de Sotá y promueven las sospechas de adulterio. La historia de Amnón y Tamar en el libro de Shemuel ilustra la importancia de esta regla. Amnón, uno de los hijos del rey David, desarrolló una obsesión sexual por Tamar, su media hermana. Y para recluirse con ella, fingió estar enfermo y solicitó su ayuda. Pidió que todos dejaran su habitación y una vez a solas con su media hermana, Amnón abusó de ella. Este devastador evento impactó profundamente al rey David, quien se sintió culpable por no haberse dado cuenta de lo que ocurría en su propia familia. Para evitar que casos similares se repitieran en el futuro, el rey David, junto con su Corte de Justicia, instituyó la ley de Yijud, que prohíbe a un hombre judío estar recluido en una habitación cerrada junto a una mujer que no sea su esposa.

La prohibición del Yijud se enmarca en la categoría de «guedarim» o «siyaguim», que se traduce como “medidas de seguridad” o cercas halájicas, destinadas a prevenir que los individuos sucumban a transgresiones más significativas. El equivalente de un «siyag» podría ser cuando un guardabosques erige una cerca a unos pasos de un acantilado para proteger a los visitantes, y que estos no se acerquen demasiado e involuntariamente caigan al vacío.

También existen estos tipos de mecanismos preventivos, por ejemplo, en el campo de adicciones. A una persona que lucha con la adicción al alcohol se le aconseja que evite los bares, las reuniones donde se sirve alcohol, y que se abstenga de socializar con amigos que beben. Estas «vallas sociales» sirven para proteger a los individuos de sus propios impulsos y prevenir la posibilidad de enfrentarse a tentaciones irresistibles que no puedan controlar. Es más fácil evitar entrar a un bar que resistirse a beber alcohol una vez que la bebida está al alcance.

De manera similar, los rabinos reconocieron el poder del instinto sexual y subrayaron que confiar únicamente en el sentido común y la moral personal es insuficiente (אין אפוטרוסוס לעריות). Se requieren normas y vallados adicionales para evitar situaciones potencialmente catastróficas. Si se evita el Yijud —el aislamiento privado entre un hombre y una mujer—, se previene el escenario natural en el cual la infidelidad, o la conducta sexual inapropiada, se desarrolla.

El concepto de Yijud en nuestros días no solo se reconoce, sino que también se practica cada vez más, incluso en la sociedad no judía. En Estados Unidos es muy común que los asesores legales recomienden a los terapeutas, médicos, abogados y otros profesionales que eviten estar a solas en una habitación cerrada con un paciente o cliente del sexo opuesto para evitar situaciones inapropiadas o el alegato de las mismas. Esto demuestra la avanzada sabiduría de la Torá y de nuestros Sabios, que establecieron hace miles de años estas leyes que hoy en día son ampliamente reconocidas, valoradas y adoptadas en todo el mundo civilizado.

3.COMUNICACIÓN Y FIDELIDAD

En el judaísmo, la sexualidad se reserva exclusivamente para la relación íntima entre esposo y esposa. Esta sencilla pero crucial idea implica también que se deben evitar ciertos tipos de interacciones entre hombres y mujeres casados , más allá de la reclusión o el Yijud, incluso en el campo de la comunicación.

Un lenguaje o un comentario afectivo y sexual, o un comportamiento sensual de un hombre hacia una mujer que no sea su esposa se considera inapropiado. De manera similar, una esposa judía debe reservar su encanto físico para su esposo, asegurando que su comportamiento y su apariencia en público no sean provocativos y que de eda manera reflejen esta exclusividad.

Estos principios de conducta moral no son muy populares en la sociedad contemporánea, donde la sexualidad ha sido objetivizada a través de la publicidad, la pornografía y los medios de comunicación. La comercialización generalizada del sexo —y la política liberal moderna— ha normalizado la conducta sexual indebida y la intimidad ya no se percibe como un asunto exclusivo entre cónyuges y vinculada únicamente al matrimonio.

Preservar nuestros códigos de conducta judíos viviendo en una sociedad que promueve valores contrarios representa uno de los desafíos más formidables a los que nos enfrentamos los judíos hoy en día. Pero es imperativo hacerlo si buscamos la armonía en nuestra pareja y la felicidad de nuestra familia. Y para eso debemos reconocer cuáles son las conductas que facilitan la infidelidad o despiertan los celos fundados.

Veamos un último ejemplo.

La Torá nos enseña que la infidelidad puede desarrollarse a veces sin premeditación, como consecuencia del intercambio de comunicación emocional entre un hombre y una mujer casada. La primera vez que la Torá describe la relación sexual, usa la palabra “conocer”: «Y Adam conoció a Eva, su esposa». Este «conocimiento» se refiere a la conexión emocional que precede —¡y conduce!— a la intimidad física. Cuando una pareja sale por primera vez (dating), primero se tratan con respeto y cordialidad. Luego llega la amistad, que lentamente se va desarrollando en una relción emocional, que se reconoce cuando cuando la comunicación incluye el tema de sentimientos. Cuando se alcanza este nivel, la pareja está preparada para la intimidad, es decir, para el matrimonio.

Si observamos este progreso, que va desde el respeto a la intimidad, podemos comprender por qué los Sabios advirtieron que más allá de la prevención del contacto físico o la reclusión con alguien del sexo opuesto, una persona casada debe evitar que en su vida profesional o social se repita este proceso de manera involuntaria e inconsciente con otra persona.

Los Sabios describen esa cercanía emocional como «quirub da’at”, es decir, cuando una mujer y un hombre comparten y comunican sentimientos privados e información más íntima. Aunque inicialmente el contenido de esa información no esté relacionado con el ámbito sexual, este nivel de comunicación emocional facilita la atracción y promueve la intimidad.

Un hombre casado debe evitar este tipo de comunicación, especialmente con una persona del sexo opuesto con la que interactúa rutinariamente, como una empleada o una colega en su trabajo. Del mismo modo, una mujer casada debe evitar el diálogo emocional con un entrenador, un terapeuta o un maestro. Estas interacciones emocionales, quirub da’at, no se convierten en intimidad de la noche a la mañana, pero se desarrollan gradualmente.

Preservar la fidelidad es la piedra angular de la familia judía y del bienestar emocional de nuestros seres queridos. Esto requiere mantener la conciencia alerta y respetar los límites que previenen situaciones que pueden volverse progresivamente más difíciles de controlar. Las leyes de Niddá, de Yijud y de quirub da’at, cada una desde un ángulo diferente, contribuyen a salvaguardar la fidelidad: el aspecto más sagrado y esencial de nuestra vida familiar.




¿Cómo y cuándo comenzó el judaísmo?

Hace 3.500 años, el pueblo de Israel en el desierto del Sinaí experimentó el evento más importante de la historia humana: una alianza, un pacto formal entre la nación hebrea y Dios. Este pacto es único en la historia de la humanidad y se describe en detalle en el capítulo 20 y el capítulo 24 del libro Shemot (Éxodo).

En el primer día del mes de Siván, Moisés ascendió al Monte Sinaí y recibió este mensaje divino (Éxodo 19: 3-6): «Le dirás esto a la casa de Ya’aqob y así le hablarás a los hijos de Israel: ustedes han visto lo que hice a los egipcios [las diez plagas, etc.], y [también han visto] cómo los he guiado [protegiéndolos] como un águila [que protege a sus polluelos] en sus alas, y los he traído hacia Mí. Y ahora, si ustedes [están dispuestos a] obedecer Mi voz y a cumplir Mi pacto, se convertirán en una posesión preciosa para Mí [segulá] entre todas las naciones, un pueblo especial… serán para mí un Reino de Sacerdotes y una nación consagrada [por Mí]».

Dios propuso al pueblo de Israel establecer un pacto con Él. Ofreció convertirnos en una nación de sacerdotes (cohanim), es decir, un pueblo consagrado a Dios. Sirviendo a Dios, aprendiendo y enseñando Sus Leyes, y dando testimonio de Su existencia y Su voluntad revelada. La condición de ser una Nación de Sacerdotes implica el privilegio de la cercanía con Dios y gozar de Su «atención». Pero, por otro lado, este privilegio exige un mayor nivel de moralidad y un número considerable de obligaciones y preceptos a seguir.

Moisés descendió del monte Sinaí y presentó los términos del pacto al pueblo de Israel. La gente escuchó la propuesta y acordó entrar en un pacto con Dios, y así nos convertimos en «una nación a Su servicio» al declarar con una sola voz: «Estamos listos para hacer todo lo que Dios ha proclamado». Sin embargo, esta no fue la aceptación final del Pacto, sino la aceptación de la propuesta de entrar en un pacto con Él. El mejor ejemplo para comprender esta fase de nuestra alianza con Dios es el de «un compromiso» en el marco del casamiento. En el compromiso, la novia y el novio acuerdan casarse. El pueblo de Israel declarará su voluntad de entrar en el pacto. Esto sucederá después de escuchar los 10 mandamientos y finalizará cuando el pueblo verbaliza su consentimiento final («Sí, quiero») al decir las famosas palabras: «Todo lo que Dios ha dicho, haremos y escucharemos». Después de esa tercera y última declaración, el «matrimonio», nuestro pacto con Dios, comenzó formalmente.

Cuando el pueblo de Israel expresó su disposición de entrar en un pacto con Dios, HaShem anunció que se revelaría a toda la nación dentro de tres días, es decir, en Shabu’ot. Dios le dijo a Moisés (Éxodo 19: 10-12): «Consagra a la gente hoy y mañana. Diles que se purifiquen, que laven su ropa y se preparen para el tercer día, porque ese día descenderé al Monte Sinaí a la vista de todos». Según nuestros sabios, la purificación y el lavado de la ropa mencionados en este versículo se refieren a la inmersión en un mikvé, el baño ritual judío (lo mismo que hace una novia antes de la boda). Los hijos de Israel se purificaron durante esos tres días (3, 4 y 5 de Siván) y estaban listos para entrar en un pacto con Dios al día siguiente.

En este pacto, Dios ofreció adoptar al pueblo de Israel como «Su» pueblo. Esto significa que Él supervisará directamente a Israel; no permitirá que el pueblo de Israel desaparezca y nunca cancelará ni modificará este pacto. El pueblo de Israel, por su parte, acepta ser gobernado por la Ley Divina, la Torá, transformándose así en una Nación de Sacerdotes, es decir, consagrada al servicio de Dios. El pueblo judío también es testigo directo, «privilegiado», de la existencia de Dios, ya que experimentó Su Revelación directa en Sinaí (ma’amad har Sinai). El judío, entonces, tiene el derecho y el deber de escuchar a Dios cuando estudia la Torá y dirigirse a Dios cuando reza, sin intermediarios. Los términos de este pacto, que no son pocos, se detallan ampliamente en la Torá, los 5 libros de Moisés, y están organizados en 613 preceptos.

En la noche del 6 de Siván (entre el 5 y el 6 de Siván), la ceremonia del pacto continuó con Dios anunciando los 10 Mandamientos. Esta fue la única vez que Dios se reveló a una nación entera. Dios comenzó a enunciar directamente, y sin la mediación de Moisés, los dos primeros mandamientos. La Torá nos cuenta que la gente no pudo tolerar (¿físicamente?) el impacto de la Revelación Divina. Dios no habla con una voz producida por cuerdas vocales. La «voz Divina» y su efecto son indescriptibles. La Torá expresó esta experiencia sobrehumana y única con una frase muy singular (¿poética?): «Y la gente ‘veía’ las palabras [de Dios]». Vieron las «palabras», probablemente en su mente, cuando HaShem se dirigía a ellos. Los sabios explican que la experiencia de la Revelación fue tan intensa que se hizo parte de la memoria genética judía, ha moldeado nuestro carácter y ha reforzado principalmente nuestra creencia en Dios.

Después de escuchar el segundo mandamiento, los judíos piden la mediación de Moisés para transmitir el resto de los mandamientos. Esa misma noche, después de escuchar todos estos preceptos (Éxodo 21-23), la gente declaró por segunda vez su disposición a celebrar el pacto y comprometerse a obedecer las leyes que se presentaron hasta ese momento. Esto es lo que dice la Torá (Éxodo 24: 3): «Moisés… transmitió al pueblo todas las palabras de Dios y todas las leyes. Y la gente respondió con una sola voz diciendo: Todo lo que HaShem dijo, lo cumpliremos». Moisés permaneció despierto toda esa noche y escribió lo que Dios le había transmitido en un documento que la Torá llama sugestivamente: Sefer HaBerit, el libro del Pacto.

Al día siguiente, el 6 de Siván al amanecer, Moisés erigió un altar que representa la Presencia Divina, y 12 pilares que representan las doce tribus de Israel. Luego, envió a los jóvenes a ofrecer sacrificios. Moisés tomó la sangre de los sacrificios y la dividió en dos. Vertió la primera mitad en los receptáculos de los 12 pilares y la otra mitad en el altar. La Torá describe así la ceremonia de la celebración formal del pacto (Éxodo 24: 7): «Entonces Moisés tomó el libro del pacto y lo leyó en los oídos de la gente. Y la gente declaró: ‘Todo lo que HaShem ha dicho, lo haremos y obedeceremos'». Esto significa, literalmente, que las personas aceptaron obedecer todo lo que ya habían escuchado y se comprometían a aceptar todas las demás leyes y directivas que escucharían en el futuro. Entonces, Moisés tomó la sangre de los sacrificios y la roció sobre el altar, que representa la presencia Divina, y sobre los pilares que representan al pueblo. Moisés dijo entonces (24: 8): «Esta es la sangre del pacto que HaShem estableció con todos ustedes; (el pacto) que consiste en todas estas palabras (o leyes que han escuchado)».

Con esta ceremonia formal se estableció nuestro pacto eterno con Dios. Desde este momento, los judíos nos comprometimos, para siempre, a obedecer la Ley Divina, la Torá, la Constitución de nuestra nación.




¿Cómo se celebraba Shabuot en el Gran Templo de Jerusalem?

רֵאשִׁית, בִּכּוּרֵי אַדְמָתְךָ, תָּבִיא בֵּית ה’ אֱלֹקיך
Shabu’ot, el día que celebramos la entrega de la Torá y el comienzo de nuestro pacto con Dios, es también conocido como Jag haQatsir, o la fiesta de la cosecha, y Jag haBikkurim, la fiesta de las primicias. Veamos por qué.
En este periodo, entre la primavera y el verano de Israel, comenzaba la cosecha de las plantas, granos y frutas que ya estaban madurando. Y lo primero que hacíamos los Yehudim era agradecer a HaShem por habernos dado nuestra tierra de Israel y habernos bendecido con sus frutos.
La parte más importante de la celebración de Shabu’ot en los tiempos de nuestro Bet haMiqdash era la ofrenda de los Bikkurim, las primicias, los primeros frutos y granos.
Los Yehudim llegaban desde todos los poblados de Israel y traían unas canastas con los primeros frutos. Pero, ¿cómo sabían cuales habían sido los primeros frutos?
El siguiente fue el método de selección de frutas para la ofrenda: Al visitar su campo y ver un higo, o una uva, o una granada que estaba madura, el propietario ataba una fibra alrededor de la fruta, diciendo: «Esto estará entre los bikkurim «.
La Mishná cuenta que cuando los campesinos iban a inspeccionar sus campos, prestaban mucha atención a los primeros frutos que crecían. Y cuando descubrían un higo, o una uva, o una granada la marcaban haciendo un nudo con una cinta de fibra vegetal alrededor de la fruta.
Luego, cerca de Shabu’ot, cuando llegaba el momento de ir a Yerushalayim, esas frutas ya maduras se recogían y se colocaban en una canasta. En cada ciudad y pueblo se organizaba una caravana de varias familias para ir juntos al Bet haMiqdash. Aparte de las frutas también llevaban palomas y por lo general, un toro, que solía estar adornado. Cuando pasaban por algún pueblo, la gente de esos pueblos salía a recibirlos, homenajearlos y ofrecerles reposo, alojamiento o agua, si era necesario. Cuando se acercaban a la ciudad, mandaban una persona para anunciar su llegada. Una delegación de Cohanim (sacerdotes) del Bet haMiqdash salía a recibirlos con todos los honores y los acompañaban. Por lo general las caravanas llegaban la víspera de Shabu’ot. Pasaban la noche en un lugar especial asignado por los Cohanim fuera de la ciudad. Al amanecer los Cohanim acompañaban a la caravan a ingresar a la ciudad de Yerushalayim, con canciones e instrumentos musicales (flautas).
En Yerushalayim eran recibidos por los dignatarios de la ciudad, quienes los acompañaban hasta el Monte del Templo y el Bet haMiqdash. En este punto la alegría se mezclaba con la emoción de ingresar en el Gran Templo de Yerushalayim, verlo en todo su esplendor y escuchar las hermosas canciones de los Leviim (levitas). Una vez allí, los Yehudim presentaban individualmente sus canastas ante a los Cohanim y mientras mantenían la cesta sobre sus hombros recitaban la siguiente declaración: “Hoy vengo a declarar [en agradecimiento] ante HaShem…, que he llegado a la tierra que Él nos dio, tal como lo juró a nuestros antepasados”. La canasta con frutos era recibida por el Cohen mientras el que que la ofrecía recitaba la siguiente Tefilá de agradecimiento: “Mi padre [Abraham Abinu] fue un arameo nómada, [su descendencia luego] descendió a Egipto con muy poca gente y residió allí hasta llegar a ser una gran nación, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos hicieron sufrir y nos sometieron a trabajos forzados. Y entonces clamamos HaShem, el Dios de nuestros padres. Él escuchó nuestra plegaria y vio nuestra miseria, los trabajos forzados y la opresión que nos habían impuesto. Y HaShem nos sacó de Egipto con milagros y un gran despliegue de Su poder.… Y nos trajo hasta este lugar y nos dio esta tierra, donde abundan la leche y la miel. Y por eso [en señal de agradecimiento] traigo ahora las primicias de la tierra que tu HaShem, mi Dios, me has concedido”.
Quiera HaShem renovar Su Presencia en Yerushalayim, pronto, en nuestros días, AMEN.

MAS SOBRE SHABUOT




¿QUE APRENDEMOS DE LA HISTORIA DE RUT?

En el Tanaj (Biblia Hebrea) hay 5 libros “pequeños” llamados Meguilot (literalmente: “rollos”). Una de estas “Meguilot», cuenta la historia de Rut, una mujer moabita que se convirtió al judaísmo. Rut llegó a Israel y se estableció en Bet Lejem, en la provincia de Yehudá en Israel, para acompañar y ayudar a su suegra, Naomí, una mujer mayor que había perdido a su marido y a sus dos únicos hijos. Rut sabía que a Naomí le sería muy difícil, sino imposible, pedir o esperar ayuda de los habitantes de Bet Lejem, ya que 10 años atrás, según nos explica el Midrash, su marido Elimélej abandonó Bet Lejem y se exilió en Moab, para no ayudar a los pobres en tiempos de sequía…  Ahora Naomí regresaba en tiempos de abundancia, sola, viuda, sin hijos, pobre, emocionalmente destruida, y absolutamente avergonzada.

Cuando Rut  decidió acompañar a Naomí y quedarse a vivir con ella, lo hizo consciente de que abandonaba la comodidad su hogar, de su familia, de su pueblo etc. Y todo ese sacrificio con la única intención de ayudar a una pobre mujer viuda a sobrevivir en la absoluta indigencia. En el segundo capitulo de la Meguilá vemos las condiciones en las cuales vivían Naomi y Rut, quienes al parecer, ni siquiera tenían un techo para protegerse. Rut, también viuda pero más joven que Naomí,  tuvo que salir a juntar comida (lequet) en los campos, como hacían los pobres y los extranjeros (guer toshab), y proveer así pan de cebada para ella y su suegra Naomí. Sin la ayuda de Rut, Naomí probablemente hubiera preferido morir de hambre que salir a pedir ayuda… .Lo que hizo Rut fue un increíble acto de altruismo: dejar toda su vida atrás para ayudar a que una viuda no se muriese de hambre y vergüenza.

La Meguilá también nos cuenta sobre Bo’az, un familiar de Elimélej, el esposo de Naomí. De acuerdo a la ley judía, cuando alguien empobrece, pierde su tierra o tiene que empeñar su libertad para sobrevivir, la obligación de ayudar y rescatar a esta persona y su familia recae sobre el familiar más cercano. En hebreo a este familiar se lo llama GOEL, el que debe rescatar de la indigencia a su familia. Esta regla, en cierta manera, rige hasta el día de hoy. La Torá establece que en términos de Tsedaqá, ayuda económica, existe un orden de prioridades. Nuestra primera obligación es asistir a nuestros familiares (hermanos, primos, etc. y por supuesto padres e hijos), luego a los pobres de mi ciudad y recién al final a los pobres de otra ciudad (la excepción son los pobres de la tierra de Israel, que siempre tienen prioridad!).  Al principio no vemos que Bo’az se haya apresurado a ayudar a Naomí.  Pero luego sí. Rut fue a recoger cebada “de casualidad” en un campo que pertenecía a Boaz. Cuando Boaz se enteró, se comportó con mucha generosidad con Rut. Mientras que lo normal era que los pobres buscaran su propia agua, y que se sentaran en el piso a comer lo que recogían,  Bo’az le permitió a Rut compartir el agua y la comida con sus empleadas, y le encargó a todos los trabajadores que trataran con mucho respeto a Rut.  Bo’az se comportó con Rut, y por extensión con Naomí, con extrema generosidad excepcional.  Al final, Rut terminó convirtiéndose al judaísmo y Bo’az se casó con ella. Bo’az así restableció la familia de su pariente Elimélej, que de otra manera hubiera desaparecido para siempre. Tanto Rut como Bo’az tuvieron la oportunidad de actuar con generosidad, y no la desaprovecharon.

De Rut y Bo’az nació ‘Obed. De ‘Obed nació Yshai y de Yshai nació David, el gran rey de Israel. Como podemos apreciar la más importante dinastía judía, la dinastía  mesiánica, no se caracteriza por surgir de guerreros o gladiadores sino de un hombre y una mujer que se caracterizaron por su Jesed, un altruismo excepcional.

Creo que de la sencilla y hermosa historia de Rut y Bo’az debemos aprender, entre otras cosas, que muchas veces HaShem nos presenta con situaciones donde podemos actuar con generosidad  y bondad.   Estas situaciones ponen a prueba (nisionot) nuestra moralidad. Son oportunidades para hacer el bien que no debemos dejar pasar.




RESUMEN DE PARASHAT BAMIDBAR

Parashat Bamidbar marca la apertura del cuarto libro de la Torá. Comienza con el relato de un censo ordenado por Dios, en el que Moisés recibió instrucciones de llevar a cabo entre el pueblo. Además, se designa a un líder o máximo delegado de cada tribu, conocido como «nasí», para guiar y representar a sus respectivas tribus.

Se describe el número de hombres mayores de 20 años de cada tribu, lo cual también sirve como un censo militar. También se asignan deberes especiales a los levitas, quienes no participan en la guerra, sino que se ocupan de todos los aspectos religiosos y logísticos, como la construcción, el mantenimiento y el transporte del Mishkan, o Tabernáculo, como se verá a continuación.

La Torá presenta los resultados del censo de cada tribu, excluyendo a la Tribu de Leví, que se contará por separado:

  • Tribu de Rubén: 46,500
  • Tribu de Shimón: 59,300
  • Tribu de Gad: 45,650
  • Tribu de Yehudá: 74,600
  • Tribu de Isajar: 54,400
  • Tribu de Zebulún: 57,400
  • Tribu de Efraim: 40,500
  • Tribu de Menashé: 32,200
  • Tribu de Binyamín: 35,400
  • Tribu de Dan: 62,700
  • Tribu de Asher: 41,500
  • Tribu de Naftalí: 53,400

El total de hombres en edad de servir en el ejército era de 603,550.

Dios encomienda una tarea especial a los hombres de la tribu de Leví: cuidar del Mishkán (Tabernáculo) y sus utensilios. Esta responsabilidad implica desmontar y transportar el Mishkán cuando el pueblo se muda de un lugar a otro, así como reconstruirlo cuando acampan. A los levitas se les ordena ubicar sus tiendas en el centro del campamento, más cerca del Mishkán, mientras que las demás tribus residen a su alrededor, organizadas de acuerdo a sus respectivos grupos y formación militar.

Luego, Dios le pide a Moisés que realice un censo separado de la Tribu de Leví, y el recuento final fue de 22,000 individuos. La Torá también proporciona detalles sobre las tareas específicas asignadas a cada una de las tres familias de la tribu de Leví: las familias de Guereshón, Quehat y Merarí.

Al final de la Parashá se menciona que HASHEM establecerá a los levitas como Sus sacerdotes en lugar de los primogénitos, como era la costumbre en aquellos tiempos. Se lleva a cabo una «ceremonia de redención» llamada «pidyon», que sigue siendo una práctica observada para «dispensar» del servicio sacerdotal a los primogénitos varones hasta el día de hoy.




LA JERUSALEM SUBTERRÁNEA: El sitio arqueológico más importante del mundo


En la literatura rabínica se habla de la Jerusalem de arriba y la Jerusalem de abajo (Yerushalayim shel ma‘alá veYerushalayim shel matá). El significado clásico o convencional de esta expresión es que la Jerusalem de abajo es la ciudad que conocemos y recuperamos milagrosamente en 1967, y Jerusalem de arriba es la ciudad celestial, platónica, “Jerusalem virtual”. Pero creo que hoy esta expresión se puede expandir o incluso reinterpretar: hay una Jerusalem de arriba, la que caminamos hoy: la Ciudad Vieja y la explanada del Muro de los Lamentos (Kotel HaMa’araví), y hay otra Jerusalem: la que se está excavando en estos días debajo de la explanada del Kotel.

No me refiero a los ya famosos túneles del Kotel (Minharot haKotel) o a las fascinantes ruinas de Ir David (ver acá: https://cityofdavid.org.il/en/), sino a una nueva excavación de Jerusalem subterránea, un sitio arqueológico muchísimo más grande, que comenzó a ser excavado en los días del COVID, cuando la explanada del Kotel estaba virtualmente vacía, sin gente rezando ni turistas, y esta peligrosa tarea finalmente se pudo llevar a cabo. El sitio todavía no está abierto al público ni oficializado y por eso no existen videos oficiales del lugar.

En este sitio arqueológico se han erigido cuidadosamente columnas de contención, y la explanada del Kotel hoy está literalmente “flotando” por encima de esta ciudad subterránea. Ya se han encontrado miles de piezas arqueológicas que aún no han sido clasificadas ni estudiadas.

En estos años han reconstruido parcialmente algunos niveles históricos de Jerusalem. Y los mejores arqueólogos e ingenieros de Israel están buscando la forma de seguir excavando y llegar a niveles más profundos y antiguos, pero preservando los sitios más “modernos”.

Comparto con ustedes un par de ejemplos:

1. Aelia Capitolina y los graneros incendiados

El primer nivel de la ciudad que se está quedando al descubierto debajo de la explanada del Kotel es “Aelia Capitolina”, la ciudad que los romanos construyeron cuando בעווה״ר destruyeron Jerusalem en el 68 de la era común y transformaron la ciudad judía en una colonia romana.

Uno de los descubrimientos más impactantes y emotivos de este nivel ha sido el de los “graneros” de Jerusalem, preservados en toda su integridad, que datan de los días de la destrucción del Segundo Templo. Corría el año 67 de la era común. Los romanos habían sitiado Jerusalem. Su estrategia era clara: mantener la ciudad aislada hasta que el hambre doblegara a sus habitantes. Ya lo habían hecho en Galia y Britania con muchos éxito. Pero los judíos de Jerusalem estaban preparados. Habían construido enormes cisternas de agua y sistemas de irrigación. Y, sobre todo, tenían graneros, depósitos de granos, llenos de trigo y cebada que podían abastecer a la ciudad por años. El ejército romano, aunque poderoso, no podía sostener indefinidamente un sitio demasiado prolongado por los altísimos costos. Así que existía la posibilidad de que el tiempo jugara a favor de los judíos atrincherados en Jerusalem.

Pero había profundas divisiones internas respecto a cómo luchar contra los romanos. Algunos pensaban que lo más sabio era resistir desde dentro y, en último caso, negociar una rendición. Otros opinaban que había que salir a atacar a los romanos.
Algunos partidarios de esta última opción quisieron imponer su idea y obligar al pueblo a salir a luchar. ¿Y qué hicieron? ¡Quemaron los graneros! —Sarfú et haAsamim—, incendiaron las reservas de alimento de toda la ciudad. Ese acto terminó siendo un acto de autodestrucción. Ya que no todos salieron a pelear y los que hicieron fueron derrotados, y los que quisieron resistir no pudieron, y murieron de hambre. El resultado fue la caída total de Jerusalem.
No en vano dijeron nuestros Sabios que Jerusalem fue destruida por el odio gratuito (sin’at jinam), esto es: “el odio político” entre los propios judíos.

Creo que el descubrimiento de estos “graneros quemados” posee un simbolismo muy importante, porque lamentablemente hoy, en Israel, hay quienes están dispuestos a «quemar los graneros» para imponer su ideología, sin darse cuenta del daño que esa actitud destructiva causa a la unidad del pueblo y al futuro de Medinat Israel.

2. Desde las ruinas te reconstruiré, oh Jerusalem (מחורבותיך אבנך)

El rey Uziyahu ascendió al trono a los 16 años, alrededor del año 775 antes de la era común, y reinó por 52 años. Su reinado comenzó en medio de una tragedia nacional: un terremoto devastador, estimado en 8 grados en la escala de Richter. La destrucción fue tal que incluso el profeta Zacarías, 250 años más tarde, lo mencionó como símbolo de la peor catástrofe natural que vivió Jerusalem.

Frente a ese desastre, Uziyahu tenía dos opciones: abandonar Jerusalem y trasladar la capital a otra ciudad o quedarse y reconstruirla desde las ruinas. Eligió lo segundo. En lugar de huir, decidió actuar. Fortificó la ciudad, construyó torres de vigilancia en puntos estratégicos, restauró los sistemas de irrigación y modernizó las defensas de la ciudad. Excavó cisternas, promovió el cultivo en las areas desérticas y desarrolló tecnología militar avanzada. En lugar de rendirse ante el dolor y el caos, Uziyahu trajo paz, crecimiento económico y estabilidad a Israel. Lo más impresionante no es solo lo que construyó, sino cuándo lo hizo: después del colapso. Su historia nos recuerda que reconstruir tras un desastre no solo es posible, sino un deber del liderazgo judío.

Muchas de las estructuras halladas en estas excavaciones en el nivel de más profundidad que se ha excavado hasta ahora evidencian una reconstrucción posterior a un colapso sísmico, y se atribuyen al legado de Uziyahu.

El ejemplo del rey de Yehudá no podia ser más apropiado para estos días. Israel enfrenta una crisis profunda tras la tragedia del 7 de octubre, y BeEzrat HaShem, el legado del rey Uziyahu nos inspirará para reconstruir desde las ruinas. Israel se levanta de su duelo no solo para sobrevivir, sino para estar más firme y más alto que antes. Como en los tiempos de Uziyahu, Israel se pone de pie con determinación, transformando el dolor en fuerza y la destrucción en un nuevo comienzo.

Que las lecciones de estas antiguas ruinas inspiren a Israel y que HaShem nos ilumine para construir una sociedad más fuerte y más unida que nunca.




Rab Isaac Cardoso (1604-1687) y el antisemitismo europeo

Isaac Cardoso, cuyo nombre original era Fernando Cardoso, nació en el año 1604 en Beira, Portugal, en el seno de una familia de judíos conversos, conocidos como “marranos”. Como muchas otras familias sefardíes en la Península Ibérica, los Cardoso vivieron bajo la presión de la Inquisición y mantuvieron la observancia del judaísmo en secreto durante varias generaciones.

Desde joven, Fernando demostró aptitudes intelectuales notables. Se trasladó a España, donde ingresó a la Universidad de Salamanca, una de las más prestigiosas de Europa en ese entonces. Allí estudió medicina, filosofía y ciencias naturales. Su formación fue rigurosa, y pronto se convirtió en una figura destacada en los círculos médicos e intelectuales de su tiempo.

En 1632, Cardoso fue nombrado médico principal de Madrid, cargo de gran prestigio en la corte de Felipe IV. Su actividad no se limitó a la medicina: publicó un tratado científico sobre el monte Vesubio —un volcán situado en Nápoles— en el cual analizaba las causas geológicas de los terremotos, un tema audaz para la época. También escribió una elegía fúnebre dedicada al célebre poeta Lope de Vega, y un ensayo médico sobre los usos terapéuticos del agua fría, dirigido al propio rey.

A pesar de su éxito profesional, Fernando Cardoso vivía una vida dividida: externamente cristiano, pero interiormente fiel a la tradición judía de sus antepasados. Finalmente, en 1648, decidió abandonar España y buscar un entorno donde pudiera vivir como judío libre. Se instaló en Venecia, una ciudad que ofrecía a los judíos cierta libertad y autonomía comunitaria. Fue allí donde adoptó públicamente la fe judía, cambiando su nombre por Isaac.

En Italia, Cardoso vivió primero en Venecia y luego en Verona. Continuó ejerciendo la medicina, pero dedicó cada vez más tiempo al estudio y a la escritura. En 1673 publicó en latín su obra más extensa y ambiciosa desde el punto de vista científico y filosófico: Philosophia Libera in Septem Libros Distributa (“Filosofía libre dividida en siete libros”), impresa en Venecia. Este tratado abordaba temas de cosmología, física, medicina, teología y ciencias naturales. Allí Cardoso se posiciona frente a corrientes filosóficas como el escepticismo de Gassendi y el racionalismo de Descartes, proponiendo una visión integradora entre ciencia, religión y razón.

Sin embargo, su legado más perdurable se encuentra en un libro que escribió en español, dirigido tanto a los judíos como a los lectores cristianos: Las Excelencias y Calumnias de los Hebreos, publicado en Ámsterdam en 1679.

Este libro está dividido en dos partes: los primeros diez capítulos presentan las “excelencias”, es decir, las virtudes del pueblo judío. Cardoso describe allí la singularidad del judaísmo: su carácter de pueblo elegido, la observancia de leyes específicas que lo distinguen de las demás naciones, su ética de la compasión, la práctica de la filantropía, el recato, la vida familiar, la fe profunda en un Dios único y la transmisión intergeneracional del conocimiento y los valores.

En los diez capítulos siguientes, Cardoso refuta con firmeza y elegancia las “calumnias” que durante siglos fueron dirigidas contra los judíos. Entre ellas: la acusación de idolatría, el prejuicio grotesco de que los judíos tienen cola o mal olor, el mito de que odian a los cristianos o que han alterado las Escrituras, y, especialmente, la infame acusación del llamado “ritual de sangre”, que afirmaba —sin base alguna— que los judíos asesinaban niños cristianos con fines rituales.

Una de las citas más elocuentes de su introducción dice:

“El pueblo de Ysrael, al mismo passo amado de Dios que perseguido de los hombres, ha dos mil años desde el tiempo de Nebuhadnezar que anda esparzido en las naciones…. de unas maltratado, de otras herido, y de todas desespreciado, sin que haya monarquía o reyno que no haya desenvainado contra él la espada…”

Cardoso responde a estos ataques con argumentos racionales, históricos y teológicos, demostrando que no hay base en la realidad para tales acusaciones y que ellas nacen de la ignorancia, la superstición o el fanatismo religioso. Su estilo combina erudición con claridad, ironía con profundidad, y está impregnado de un profundo amor por el pueblo judío.

La obra fue presentada al gran rabino de Venecia, Rabbí Shemuel Abohab, quien elogió calurosamente el texto y agradeció a Cardoso por su defensa brillante y valiente del judaísmo. El libro se convirtió en una referencia para las comunidades sefardíes de Europa occidental, especialmente en Ámsterdam, Londres y Livorno, que vivían entonces un renacimiento cultural y espiritual tras siglos de clandestinidad.

De las calumnias medievales al discurso de odio moderno

La acusación del “ritual de sangre” —una de las más crueles y absurdas jamás formuladas— afirmaba que los judíos mataban niños cristianos para usar su sangre en rituales religiosos. Aunque totalmente infundada, fue repetida por siglos y usada para justificar persecuciones y matanzas. Cardoso la refutó en su época con argumentos tan claros que hoy nos parecen evidentes, pero que entonces eran valientes y necesarios.

Hoy, el antisemitismo ha adoptado formas nuevas. La más reciente y dañina es la acusación de que el Estado de Israel comete “genocidio” en Gaza. Esta acusación, como la del ritual de sangre, ignora los hechos, pervierte el lenguaje moral, y presenta a la víctima como victimario.

Israel, al igual que el pueblo judío en los tiempos de Cardoso, se ve forzado a defenderse de quienes desean su destrucción. En este caso, de la organización terrorista Hamas, que no solo dispara desde zonas civiles, sino que se esconde deliberadamente detrás de civiles —usando hospitales, escuelas y mezquitas como escudos humanos. Israel se esfuerza de forma excepcional por minimizar víctimas inocentes, incluso arriesgando la vida de sus propios soldados. La muerte de civiles —dolorosa y trágica— ocurre precisamente porque Hamas retiene a rehenes, no entrega a los secuestrados, y lanza ataques desde entornos poblados.

Decir que Israel comete genocidio no solo es una calumnia sin base, sino un agravio a la memoria de las verdaderas víctimas del genocidio en la historia. Y al igual que la acusación medieval del ritual de sangre, esta mentira moderna busca deslegitimar al pueblo judío como colectivo moral y político.

Rab Isaac Cardoso, con su voz desde el siglo XVII, nos recuerda que los judíos han sido acusados falsamente por siglos. Pero también nos enseña que la respuesta a la mentira es la palabra, la razón y la verdad. Así como él escribió su obra en español para que también los no judíos pudieran comprender la injusticia de las acusaciones, hoy también se necesita levantar voces que respondan con inteligencia y ética a quienes difaman a Israel.

Cardoso murió en Verona alrededor del año 1683, dejando tras de sí un legado intelectual y espiritual de gran valor. Su figura representa el renacimiento de la identidad judía en tiempos modernos, el coraje de quienes abandonaron posiciones de prestigio para volver a sus raíces, y la dignidad de quienes, como él, decidieron responder al odio con sabiduría.

Hoy, Las Excelencias y Calumnias de los Hebreos está disponible en línea gracias a HebrewBooks.org, junto con más de 52.000 obras judías antiguas. Este texto, escrito en un castellano antiguo pero accesible, es una lectura fundamental para comprender cómo la lucha contra el antisemitismo moderno comenzó —al menos en parte— con la pluma de un judío sefardí que se atrevió a hablar en voz alta cuando otros callaban.




BEHAR: Las universidades de Colombia y el año sabático

En la primera Perashá de esta semana, Behar, encontramos una Mitsvá muy interesante: Shemitá. Esto significa que los campos de cultivo en la tierra de Israel deben reposar durante el séptimo año. En el séptimo año no se ara la tierra. No se siembra ni se cosecha. La razón de esta Mitsvá fue explicada de diferentes maneras. Lo primero que viene a la mente es que dejar reposar la tierra por un año contribuye a la conservación del suelo y le permite mejorar su fertilidad  (esto fue discutido  por Maimónides en Moré Nebujim 3:39).

CRECIMIENTO

Creo que la mejor manera de comprender la Mitsvá de la Shemitá, es comparándola con el Shabbat. En Shabbat también debemos “reposar”  y uno de los beneficios del reposo es que nos permite renovar nuestras fuerzas físicas para trabajar mejor durante la próxima semana.

Sin embargo, el sentido del Shabbat va mucho más allá del descanso material. El reposo físico no es el propósito del Shabbat, sino una consecuencia incidental (y ni siquiera absolutamente necesaria, ya que si por ejemplo, vivo en el piso 12 de un edificio tengo que subir y bajar por las escaleras cada vez que llego o salgo de mi casa, lo cual no colabora mucho con mi descanso físico…).

El sentido del Shabbat y de la Shemitá, de acuerdo al Rab Abraham Kook, debe ser buscado en el efecto «mental» que deja en el trabajador, y no en el efecto de esta Mitsvá en el suelo o  en el cuerpo.  Una vez cada 7 años (o días, en el caso de sahbbat) el trabajador judío deja de arar y cosechar para dedicarse a otra actividad completamente diferente. En Shabbat dejamos nuestras ocupaciones mundanas y nos dedicamos a rezar, escuchar la Torá y estudiarla junto a nuestra familia y nuestra congregación. En Yerushalayim, por ejemplo, el año de Shemitá coincidía con la Mitsvá de Haqhel, donde todo el pueblo se congregaba para escuchar y estudiar la Torá de boca de los reyes de Israel, de los Cohanim, etc.

En este sentido la Shemitá y el Shabbat nos presentan un escenario idéntico: en Shabbat dejamos de trabajar y de “crecer económicamente”,  no para dedicarnos al descanso físico, sino al desarrollo de nuestra vida espiritual: crecer en el conocimiento de la Torá y en nuestro acercamiento a HaShem.  En el año de Shemitá dejamos de dedicarnos al crecimiento de las plantas y los frutos para dedicarnos a nuestro propio crecimiento.

EL MUNDO ACADÉMICO DESCUBRE LA SHEMITA

Este concepto de crecimiento y renovación intelectual es reconocido hoy en día en el mundo entero. Las universidades más importantes del planeta le conceden a sus profesores “un año sabático”, un año de “descanso“ cada siete años de trabajo. La universidad le paga al profesor su salario completo para que  se dedique por doce meses a estudiar, investigar y escribir más. Y sin la carga del trabajo de enseñanza, el catedrático puede renovar exponencialmente su conocimiento, crecer intelectualmente y luego así volcar toda su nueva riqueza intelectual en sus estudiantes.

El año sabático académico es quizás la mejor ilustración de la naturaleza y los beneficios del Shabbat y del año de la Shemitá.  Presento   AQUI artículo FENOMENAL que me envió hace unos años un lector de Halajá of the Day desde Bogota, Colombia. El sugestivo título dice:   “El año sabático no tiene nada que ver con descansar». Las universidades colombianas ven en esta estrategia [es decir, pagar un año de salario sin que los profesores trabajen] la oportunidad ideal para mejorar la calidad de la educación de sus profesores y aumentar el número de artículos, investigaciones y libros académicos [que producen].”

EMUNA

Hay un elemento más, muy profundo, que tienen en común el Shabbat y el año de Shemitá: La Emuná, nuestra fe, de que nuestro sustento viene de HaShem.

Comencemos por Shabbat. Todos sabemos del malicioso prejuicio antisemita que acusa a los judíos de ser avaros o coidicosos con el dinero. En realidad, la mejor forma de desenmascarar esta falsa acusación es comprendiendo lo que es el Shabbat: Cuando un judío observa el Shabbat ¡está sacrificando significativamente sus ingresos!. Cuántas veces escuché que para los comercios minoristas por ejemplo, “los sábados” , “representan el día de mayor ingresos“. Para un judío, como vemos, el beneficio económico queda en un plano secundario.

En el año de Shemitá ocurre algo parecido pero a mayor escala y prácticamente milagroso.   La Torá le garantiza al Yehudí que observa la Shemitá que nada le faltará. Así dice en Vaiqrá, capitulo 25: “(20)Y si acaso te preguntaras: “¿Qué comeremos en el séptimo año si no plantamos ni cosechamos nuestros productos [durante ese año]?”. (21) [Por eso, deberás saber que] en el sexto año Yo les enviaré una bendición tan grande que la tierra producirá [lo suficiente] para tres años. (22) Cuando ustedes siembren durante el octavo año, todavía estarán comiendo de la cosecha anterior [del sexto año], y continuarán comiendo de ella hasta la cosecha del año siguiente.”

Cuando la tierra reposa durante el séptimo año, hay que trabajarla durante el octavo año para comenzar a tener frutos recién al final del octavo año . El productor judío debe «confiar» que la producción agrícola del sexto año, alcanzará para el sexto, para el séptimo, y para el octavo año.

La observancia del Shabbat y la observancia de la Shemitá se trasforman así en un testimonio de nuestra Emuná: cuando observamos el “reposo sabático” testificamos con nuestras acciones (con nuestro reposo y con nuestro sacrificio económico) la convicción que HaShem, el Creador del Mundo, es el responsable final por nuestro sustento.

SHABBAT SHALOM




RESUMEN DE BEJUQOTAY

LA RECOMPENSA

En esta Parashá, la Torá nos promete la bendición Divina de prosperidad y paz si observamos diligentemente la Torá, nuestro pacto con Dios. El Creador nos promete lluvias en su tiempo y que nos protegerá de nuestros implacables enemigos. La Torá detalla un poco más la intervención Divina a nuestro favor, garantizando la paz en la tierra, la eliminación de los animales salvajes y su intervención para permitirnos el éxito militar. El epítome de la Intervención Divina en esta área se manifiesta cuando la Torá menciona: «¡Cinco de ustedes perseguirán (derrotarán) a cien (del enemigo), y cien de ustedes perseguirán a diez mil!» En la tercera aliyá, por ejemplo, la Torá promete una sobreabundancia de cultivos y la permanente presencia de Dios entre nosotros.

EL CASTIGO

Pero luego llega la otra cara de la moneda. ¿Qué pasará si el pueblo de Israel se aleja de Dios y abandona Su pacto? La Torá menciona entonces que si nosotros nos alejamos de Dios, Él no intervendrá a nuestro favor y por nuestra propia decisión quedaremos expuestos entonces a merced de la naturaleza y de nuestros enemigos: el proceso, más o menos, es así. Al interrumpirse la bendición Divina de la lluvia en su tiempo, el hambre traerá debilidad y enfermedades a los habitantes de Israel.  Los animales salvajes, que también sufren del hambre cuando no hay lluvias, nos acecharán en nuestras propias ciudades. Al estar débiles, no tendremos la fuerza y los medios para enfrentar al enemigo. Los gentiles, que siempre están al acecho, invadirán nuestra tierra y se apoderarán de ella. Y nosotros seremos expulsados al exilio. La no observancia del año sabático –cuando nos olvidamos de que la Tierra de Israel es territorio Divino–se señala como una de las principales razones por las cuales perderemos el mérito de seguir viviendo en nuestra tierra. En el exilio, seremos considerados como extranjeros non gratos, y estaremos totalmente expuestos a sus caprichos, a su saña y a su oído. No nos dejarán en paz. Nos humillarán y nos perseguirán con la espada. Nuestras vidas se tornarán en pánico y ansiedad. Sin embargo, cuando regresemos a Dios, Él recordará el mérito de nuestros ancestros y no dejará que el enemigo nos extermine.

MITSVOT FINALES

Luego de esta larga advertencia sobre las consecuencias de abandonar los mandamientos, la Torá pasa a un tema completamente diferente y no relacionado directamente con el anterior: las donaciones prometidas al BetHaMiqdash. Cómo evaluarlas y cómo cuantificarlas. Estas donaciones pueden ser tierras, animales y otras posesiones. También se describe el rol de los primogénitos animales y la forma de reemplazarlos o redimirlos. Al final se menciona brevemente los diezmos de la cosecha, que deben ser consumidos en Jerusalén, y las reglas del diezmo de animales.




RESUMEN DE LA PARASHA BEHAR

La Parashá Behar Sinaí contiene 24 mandamientos o Mitzvot.  Veremos a continuación brevemente algunas de las mismas. 

SEPTIMO AÑO

Dios le ordena a Moshé la Mitzvá de la Shemitá o año sabático:   “Cuando lleguen a la tierra que Yo les estoy dando, la tierra observará un año de reposo. Durante seis años podrás sembrar tu campo, podar tu viña y recoger la cosecha. Pero en el séptimo año la tierra tendrá un año de reposo … no sembrarás tu campo, ni podarás tu viña…”.   Dios promete que si el pueblo de Israel observa Sus leyes fielmente, no faltarán alimentos. Yo “ordenaré Mi bendición para ti en el sexto año a fin de que la tierra de una cosecha suficiente para tres años”. Es decir, que el sexto año producirá alimentos suficiente para ese año, y los dos años siguientes (durante el octavo año, se ara la tierra y se siembra, pero recién se cosecha hacia el final del año.   Por eso es necesario que el sexto año produzca para tres). 

JUBILEO 

La Torá también menciona el año de Jubileo o Yobel: Cada 50 años las tierras volvían a sus dueños originales. La tierra entonces, nunca se vendía a perpetuidad sino hasta un plazo máximo de 50 años. Las deudas también quedaban canceladas en este mismo proceso. Todo esto evitaba que a largo plazo algunas personas se empobrecieran demasiado y otras se enriquecieran demasiado.  En el año de jubileo también y se liberaba a todos los esclavos, que en ese tiempo eran las personas que dada su pobreza, se empleaban como sirvientes para sobrevivir o para pagar sus deudas.

INTEGRIDAD 

Se deben seguir las leyes de compra y venta de objetos y propiedad con absoluta integridad. Esta prohibido engañar  o dañar al prójimo económicamente.  La Torá también indica que hay que evitar dañar al prójimo con palabras que lo dañen emocionalmente. 

JUSTICIA SOCIAL 

Cuando uno de tus hermanos judíos está en problemas económicos y se ve obligado a vender parte de sus propiedades para mantenerse, el pariente más cercano que pueda redimir esa tierra, debe redimirla. Si un hombre no tiene quién lo redima o si carece de medios suficientes para recuperarlo, lo que vendió permanecerá con el comprador hasta el año del jubileo. La Parashá también expone el tema de la compasión y la justicia social refiriéndose a ayudar a un judío que tiene dificultades financieras. En primer lugar hay que evitar que alguien caiga en la indigencia, ofreciéndole un préstamo que lo pueda sostener económicamente. La Torá  nos recuerda sin embargo, la prohibición de cobrar intereses sobre un préstamo a un hermano judío y el imperativo de tratar a los sirvientes de manera digna y respetuosa.  “Porque los hijos de Israel, son Mis siervos, que rescaté de la tierra de Egipto. Yo soy el eterno Tu Dios”.  

La Parashá concluye con una exhortación final a observar el día de shabbat y a guardar un máximo respeto por el Templo o Santuario.