VAYERA: Los juegos de Ishmael



Adaptado del libro «Encounters» del Rab Aryeh Kaplan z»l
Abraham escucha una Voz. La Voz es familiar. Es la misma Voz que le ordenó que abandonara la tierra de sus padres y emigrara hacia la tierra de Canaan. La misma Voz que le prometió que él iba a ser bendecido y que su descendencia iba a ser tan numerosa como las estrellas del cielo. Esa voz, la Voz de Dios le prometió muchas cosas y nunca lo defraudó. A veces tuvo dudas, como cuando al llegar a la tierra prometida se encontró con una terrible sequía. O cuando su esposa Sará fue secuestrada. Pero Abraham aprendió que no todas las promesas Divinas se materializan en el momento. A veces hay que esperar. Y así, la paciencia, se transformó en parte de su fe. Abraham aprendió a obedecer y confiar en su interlocutor: El Creador de los cielos y la tierra. Esa Voz, es la misma que le prometió a él y a Sará que finalmente iban a tener un hijo, a la edad 100 años. Y ese hijo llegó y se llamó Yitzjaq, que significa : el [niño] que hará reír [de felicidad a sus padres desde su nacimiento, y por todos los días de su existencia].
Pero ahora, cuando Abraham se levanta a rezar y agradecer al Creador por Sus bendiciones esa Voz se dirige a él con el familiar llamado “Abraham, Abraham” . La Voz se escucha físicamente, como si alguien le estuviera hablando muy cerca de él. Abraham una vez más mira a su alrededor para estar seguro que ninguna hombre lo está llamando y cuando esta seguro responde: “Hineni”. «Aquí estoy, listo para cumplir Tus órdenes». Y entonces escucha nuevamente la Voz, que esta vez le dice algo terrible: “Toma a tu hijo, a tu único hijo, al que tú tanto amas: Yitzjaq. Y ve con él a la tierra de Moriá (Jerusalem) y ofrécelo allí como un sacrificio para Mí”. La Voz desaparece. Abraham se queda solo. Confundido. Siente vértigo. Va a colapsar. Es como que su mundo se está derrumbando a su alrededor. Está por desfallecer. Se apoya en un árbol para no caerse. Su corazón palpita muy rápido. “Oh, Creador del mundo, esto no es posible –puede haber pensado Abraham– Tú no puedes haberme ordenado que sacrifique a mi hijo Yitzjaq. El hijo que tuve en mi vejez, el que trajo infinita alegría a mí y a mi esposa Sará. Esto es un error. Es una alucinación. Una pesadilla ”.
Abraham se da cuenta que no puede engañarse a sí mismo. La Voz que siempre lo ha guiado y bendecido le ha dado una orden al más leal de todos sus siervos. Al hombre que le enseñó al mundo que existe un Creador, que no se ve, que es invisible, que se comunica con sus criaturas, y al que hay que obedecer hasta el final. Y ahora llegó el momento de la prueba más difícil para testear la lealtad de Abraham Abinu a Dios. Abraham, ¿solo obedece a Dios cuando le conviene? ¿Cuándo Dios le promete bendiciones y gloria? ¿Será Abraham capaz de obedecer a Dios, de no abandonarlo, de seguir con Él si va a perder lo que más quiere en su vida?
Abraham sigue sin moverse de su lugar. Espera escuchar nuevamente la Voz con alguna clarificación. O una contraorden. Pero con el pasar de las horas, las dudas acerca de la identidad de la Voz se disipan y el horror crece en el corazón de Abraham. La orden no fue una alucinación. La Voz fue tan clara como cuando le prometió un hijo, al que ahora ama más que ninguna cosa en este mundo. Mucho más que a sí mismo. ¡Que fácil sería obedecer esta orden —pensaba Abraham— si la Voz le hubiera ordenado ofrecerse a sí mismo como sacrificio! A Abraham se le pide hacer más de lo que a ningún otro hombre se le ha pedido hasta ese entonces.
Después de una noche de terror y cuando a Abraham ya no le quedan más dudas acerca del origen de la Voz, se da cuenta que no puede negarle nada a Dios. El Creador lo dio a su hijo y ahora, por alguna razón que a Abraham le resulta incomprensible , se lo está pidiendo de regreso. Por la mañana Abraham se levanta muy temprano de su cama y se dispone a cumplir la inexplicable orden Divina. Sin pronunciar palabra ni explicar a dónde van o para qué, Abraham le pide a su amado hijo Isaac y a sus dos sirvientes que lo ayuden a cargar una pila de madera en el burro de carga. Y entonces los 4 hombres parten en silencio. Ninguno se anima a cuestionar a Abraham, que siempre hace lo correcto. Caminan durante 3 días por los bosques y los campos.
Su anciano rostro está tieso como una piedra. Su mirada, elusiva, fija en el frente del camino. Sus ojos reflejan la luz pero ocultan algún secreto. Nadie le pregunta a Abraham dónde están yendo. Abraham permanece en silencio no pronuncia una palabra, ni siquiera a su hijo. Por fin, ven el monte Moriah. Abraham le ordena a sus sirvientes que descargan la madera y la carguen en la fuerte espalda del joven Isaac. Abraham toma las piedras para encender un fuego y debajo de su túnica, esconde un largo cuchillo.
Ahora padre e hijo caminan juntos montaña arriba. Sin palabras. Isaac, por fin rompe el silencio. Se arma de valor y le pregunta a Abraham: “ Padre, parece como que vamos a ofrecer un sacrificio. Veo que llevamos la madera y que tu tienes las piedras para encender el fuego. Pero, ¿dónde está el animal que vamos a sacrificar?” Abraham cierra sus ojos y llora por dentro. ¿Le puede contestar a su amado hijo que él ha sido elegido por Dios para ser sacrificado?. “Dios proveerá el animal para el sacrificio” , dice Abraham con la voz entrecortada. Isaac sigue caminando junto a su amado padre y ya no dice nada más. No se puede imaginar la inconcebible verdad. Isaac confía totalmente que su padre estará cumpliendo alguna orden divina. y así, padre e hijo, juntos en mente y corazón, siguen escalando el monte hasta que llegan cerca de la cima. Allí Isaac observa como su padre trae unas pesadas rocas para construir un altar y cuando termina, lo ayuda a colocar la madera sobre el altar recién construido.
Abraham, pálido y temblando, le pide a su hijo que estreche sus manos y ata sus muñecas con unas tiras de cuero. Una vez que las manos están restringidas, Abraham ata sus pies. Isaac no entiende qué está pasando. ¿Se trata de algún juego que mi padre está jugando? Mira a su padre, pero su padre no lo está mirando. Solo hay lágrimas en sus ojos y un llanto ahogado. Algo terrible está pasando. «¿Dónde está el cordero para el sacrificio?» Pregunta Isaac. Y de pronto se da cuenta que ¡el cordero es él! Isaac palidece y comienza a temblar, pero el respeto hacia su padre es tan grande como el de Abraham hacia Dios, y no ofrece resistencia. El anciano patriarca toma al joven con sus fuertes brazos, lo levanta y lo acuesta suavemente sobre el altar. Issac lo mira incrédulo. Su padre sigue eludiendo su mirada. Isaac ve como su padre saca el cuchillo que llevaba escondido debajo de sus ropas y siente el frío metal sobre su garganta.
Abraham sujeta el cuchillo y toma valor para terminar la misión más difícil que ningún hombre de fe haya tenido que cumplir. Pero de pronto, justo antes del acto final, escucha nuevamente la Voz que lo llama con urgencia y le dice: “Abraham, Abraham”. Abraham baja el cuchillo y responde: “Aquí estoy”. La Voz, ahora más fuerte y clara que nunca le ordena: “No dirijas tu mano contra tu hijo. No le hagas ningún daño. Ahora has demostrado tu completa lealtad a Dios y que no le has negado nada a Él, ni siquiera a tu único hijo”. Y la Voz ya no dice más. Los ojos de Abraham se llenan nuevamente de lágrimas pero esta vez son de alegría. Abraham desata a su hijo y ve que allí en la montaña, muy cerca de donde están, hay un carnero con su cuerno atrapado en un arbusto. Abraham toma al animal, lo lleva al altar que construyó para Isaac y lo ofrece como sacrificio a Dios. La prueba ha terminado.

EL DESCUBRIMIENTO DEL SIGLO
Recuerdo que de adolescente leí un apasionante libro llamado: “Y la Biblia tenía razón”, que me introdujo por primera vez al tema de arqueología bíblica. El libro, escrito por un alemán que lucho contra los nazis, Werner Keller (1908 -1980) fue publicado en 1955. Y su autor, con la limitada información que tenía a su disposición, hizo un gran servicio a los estudios bíblicos, ya que demostró en primer lugar que ningún descubrimiento arqueológico contradice la narración de la Torá. Y en segundo lugar, que a pesar de los miles de años ya pasados, siguen apareciendo sólidas evidencias de las historias y relatos bíblicos. Pero Keller hizo una predicción en la que, afortunadamente, se equivocó. Lo cito: “Hoy día podemos afirmar, con completa seguridad, que toda búsqueda de Sodoma y Gomorra que se pretenda realizar en el futuro será completamente inútil, pues el enigma de la ruina y desaparición de ambas ciudades no ha podido ser aclarado”. Página 47. Muy recientemente, en 2018, un grupo de arqueológicos modernos han descubierto los restos de la ciudad de Sedom, cerca del Mar Muerto, increíblemente, también han podido verificar, de una manera extraordinaria, cuál fue la naturaleza del catastrófico evento que de acuerdo a la Torá llevó a su total destrucción. La historia es apasionante, pero necesitaré de la paciencia del lector para explicarla con un mínimo detalle.
LA RIQUEZA DE SEDOM, ANTES DE SU DESTRUCCIÓN
La Torá menciona a Sedom (en castellano: Sodoma) en las Perashiyot que leímos estas últimas semanas Lej-Lejá y Vayerá. Abraham y Lot tenían mucho ganado; tanto, que los pastores de ambos terminaron peleándose por el territorio. Y para evitar escalar el conflicto, Abraham le propuso a Lot que se separen: Abraham le dejó a Lot si él quiere ir al norte, Abraham irá al sur, y viceversa. Entonces la Torá describe lo que llevó a Lot a decidir dónde mudarse: “Génesis capítulo 13: 10: “Entonces, Lot levantó la vista y vio todo el valle del Jordán, hasta Tzohar, que era tierra fértil, como un jardín [bendecido por] Dios, como la tierra de Egipto. Así era [esta zona] antes de que Dios destruyera a Sodoma y a Gomorra… Lot habitó en las llanuras y fue extendiendo sus tiendas hasta Sedom” Lo primero que aprendemos de este texto es que esa zona era muy fértil, algo que contrasta en absoluto con la extrema aridez de los alrededores del Mar Muerto. La segunda referencia dice que Sedom era como Egipto. ¿A qué se refiere?
SEDOM Y EL DELTA DEL NILO
Hay dos puntos especiales que caracterizaban a Egipto. 1. En primer lugar, que a diferencia de todos los demás países del medio oriente, Egipto no depende de la lluvia: depende del Nilo. Y las sequías, por lo tanto, no le afectan. Por esta razón, Egipto era el destino favorito de los que escapaba se la seguía en otras regiones. La Torá hace alusión a las migraciones de nuestros patriarcas a Egipto innumerables veces. 2. Hay un área en el Norte de Egipto que se la conoce como el delta del Nilo. Allí, el caudaloso río se divide en canales y transforma a toda esa zona en un extraordinario vergel natural, extremadamente fértil y próspero. Esta es la zona de Goshen (los arqueólogos llaman a esta zona Avaris), donde vivieron los judíos. Antes de la destrucción de Sedom y sus alrededores, el río Jordan tenía canales o desembocaduras que creaban un delta alrededor de la ciudad y fertilizaban la región. Esta zona, de los dos lados del río Jordan, debe haber sido muy próspera, ya que tampoco dependía de las lluvias, y es lógico entonces que acudieran a ella los caminantes o los pobres, como cuenta la Torá que sucedió con Lot y los extranjeros que buscaban albergue.
SOLO PARA RICOS
La Torá luego relata acerca de los terribles hábitos de los habitantes de la ciudad de Sedom: 13:13: “Los hombres de Sodoma eran malvados y cometían muy graves pecados contra Dios.” Estos “pecados contra Dios”, como vemos en la historia de Lot, eran más bien “crímenes contra la humanidad”, el abuso a los extranjeros— asesinato, robo, violencia sexual, etc. — que estaba “normalizado” y del cual todos participaban “desde los jóvenes hasta los ancianos”. Por un lado, la población era muy próspera, pero por el otro lado eran extremadamente crueles, egoístas y capaces de cometer cualquier acto de inmoralidad (de aquí la famosa palabra “sodomía”). Dios castigó a Sedom y a sus alrededores con la extinción y la desaparición. La pregunta que nunca hasta ahora se había podido resolver es ¿cómo fue exactamente que Dios destruyó esta ciudad?
ARQUEOLOGÍA
Durante muchos años se creía que las ciudades de Sedom y Amorá se encontraban en el sur del Mar Muerto. Y suponían que la razón por la que no se encontraron las ruinas de esta gran metrópoli, era porque la ciudad había sido cubierta desde ese entonces por el mar Muerto. Esta fue la razón por la que Keller dio por cerrada la búsqueda. Porque supuso que la ciudad fue tragada por este mar. También su asumió, incorrectamente, que la ciudad había sido destruida por un terremoto. Sin embargo, esto nunca pudo ser comprobado. Aparte, al describir la destrucción de Sedom, la Torá menciona que “caía fuego desde el cielo”, algo que no sucede en terremotos. Otro dato interesante que vale la pena mencionar es que Abraham observó desde su ciudad, Hebron, las secuelas del cataclismo de Sedom. Abraham vio una “humo como de un horno” que se elevaba desde esa zona. Algo parecido a la nube de hongo (mushroom cloud) que se produce luego de una bomba atómica.
¿Cómo se descubrió la ciudad de Sedom en nuestros días? ¿Y cómo se explica científicamente el cataclismo que describe la Torá?
Continuará…

Un equipo multidisciplinario de científicos ha presentado una teoría fascinante que explica cómo la civilización que habitaba en las orillas del Mar Muerto hace unos 3,700 años desapareció abruptamente. El análisis arqueológico de este desastre coincide con asombrosa precisión en el texto bíblico, y puede compararse con un evento similar ocurrido hace más de un siglo en Rusia.
En 1908, una explosión en Tunguska, Siberia, arrasó cerca de 2,000 kilómetros cuadrados de bosque deshabitado. Sorprendentemente, no se encontró un cráter de impacto. Los científicos explican este fenómeno como un “airburst,” o la explosión de un meteorito a 5-10 kilómetros por encima de la superficie terrestre.
El evento de Tunguska proporciona un modelo que ayuda a entender lo que ocurrió en las ciudades de Sedom y Gomorra, donde ha ocurrido un fenómeno devastador pero no se ha encontrado ningún crater que señale la caída de un meteorito. Las excavaciones arqueológicas en Tall el-Hammam, en la actual Jordania, han descubierto evidencias de un evento explosivo de «alta temperatura» que arrasó con aproximadamente 500 kilómetros cuadrados al norte del Mar Muerto. Esta explosión habría destruido completamente la civilización de la zona, eliminando a unas 50,000 personas que habitaban una llanura circular de 25 kilómetros de ancho.
Impacto devastador
El calor extremo generado por el fenómeno despojó al suelo fértil de sus nutrientes, dejando la región cubierta de una capa de cenizas y sales. Estas sales, producidas por la reverberación de la explosión en el Mar Muerto, descendieron sobre la región llevadas por vientos abrasadores. La evidencia de este fenómeno se encuentra en los granos minerales incrustados en cerámicas halladas en Tall el-Hammam.
Según la revista Science News, restos arqueológicos indican que las cinco ciudades «desaparecieron repentinamente hace unos 3,700 años, dejando solo cimientos de piedra». Fragmentos de cerámica revelan signos de haber sido sometidos a temperaturas tan altas «quizás tan calientes como la superficie del sol», s que transformaron las cerámicas en vidrio, señaló el profesor Phillip Silvia. Los hallazgos en Tall el-Hammam incluyen cerámica hecha vidrio, cimientos chamuscados y varios metros de cenizas mezcladas con escombros, una imagen que refleja el relato bíblico de la destrucción de las ciudades.
De vergel a desierto
La Torá describe la región donde Lot se asentó tras separarse de Abraham como un vergel, irrigado por abundantes aguas, comparable en prosperidad al fértil valle del Nilo en Egipto. Y durante siglos estas tierras fértiles habían sostenido prósperas civilizaciones. Sin embargo, tras el desastre, la tierra idílica quedó transformada en un desierto estéril, una imagen que la Torá presenta con precisión.
Resolviendo un misterio
La Torá detalla la destrucción de Sedom y Gomorra en Génesis 19:24-25: “Entonces Dios hizo llover azufre ardiente sobre Sedom y Gomorra —desde el cielo y por voluntad de Dios—. Así destruyó aquellas ciudades y toda la llanura, incluidos todos los que vivían en las ciudades, y también la vegetación de la tierra”. Abraham, desde su residencia, observó cómo la región se transformaba en una nube de cenizas, «como la humareda de un horno ardiente», según el texto bíblico.
La estatua de sal
El relato bíblico también menciona la famosa «estatua de sal» en la que se convirtió la esposa de Lot, quien quedó rezagada durante la huida. Este detalle encuentra una explicación natural en los hallazgos arqueológicos. Las sales arrastradas por el Mar Muerto, combinadas con las altas temperaturas, cubrieron a los habitantes de la región y los fosilizaron de manera similar a las figuras petrificadas de Pompeya como consecuencia de las cenizas volcánicas, aunque en el caso de Sedom se trataría de sales que se mezclaban con cenizas de la explosión del meteorito.
La evidencia física en Tall el-Hammam y sus alrededores muestra señales de un impacto térmico y conclusivo altamente destructivo, compatible con la narrativa de la Torá. Este hallazgo no solo confirma la magnitud del evento, sino también la fidelidad del texto bíblico en su descripción.
Un hallazgo que confirma la precisión bíblica
A veces la Torá detalla exactamente cómo se producen eventos de intervención divina, y otras veces no. La Torá describe cómo sucedió el diluvio, menciona, por ejemplo, lluvias torrenciales durante mucho tiempo y también que simultáneamente las ganas surgieron desde la superficie terrestre, pero no explica por ejemplo, cómo sucedió este segundo evento: si fue un fenómeno de movimientos sísmicos o impactos de meteoritos, etc.
Las plagas de Egipto, la mayoría son explícitas: Dios hace llegar sapos del río, o langostas desde el oeste, o enfermedades, o pestes, o granizo. Sin embargo, no explica, por ejemplo, qué fenómeno natural «utilizó» Dios para oscurecer Egipto, un eclipse or bulo que parece ser mas preciso: una tormenta de arena , polvo o ambos. La misma duda surge cerca si hubo algún fenómeno natural, dirigido por Dios, para enrojecer con sangre el Nilo. Esta es la idea entre otros del Rab Isaac Abarbanel.
En la apertura del Mar Rojo, por ejemplo, la Torá menciona de manera explicita que Dios trajo un fuerte viento para secar el mar.
De todos estos ejemplos vemos que para la Torá no es absolutamente necesario resaltar «cómo» suceden los hechos milagrosos de intervención Divina sino enfatizar el «Quién».
Maimonides, Radaq y otros comentaristas bíblico explican que Dios interviene o interactúa con la humanidad a través de fenómenos naturales. A diferencia de TODOS los mitos y leyendas de esa época y lugar, la Torá nunca habla de monstruos o seres mitológicos que soplan y secan el mar Rojo, por ejemplo. O serpientes de siete cabezas que invaden Egipto en las plagas, ni de las fuerzas demoniacas que en sus luchas entre si producen un Diluvio.
La intervención Divina o Milagro consiste en que un fenómeno natural se produce o se desencadena en el tiempo y el lugar que Dios determina. Y también, muy importante aclarar, que ese evento no termina solo, por sí mismo, sino cuando el Creador lo decide, mostrando así Su control sobre la física y la naturaleza.
Descubrimientos científicos como el que acabamos de relatar nos ayudan a visualizar cómo Dios pudo haber destruido esas ciudades, es decir, que fenómeno natural utilizó.
Y por otro lado, nos demuestra una vez más, la exquisita precisión del breve texto bíblico.

HACER EL BIEN SIN MIRAR A QUIEN
Esta Parashá nos invita a conocer algunos detalles de la personalidad de Abraham Abinu. Ya cerca de sus 100 años de edad,¿A que dedica su vida Abraham? ¿En qué invierte su valioso tiempo este hombre que descubrió a Dios? Abraham, nos cuenta la Torá esta semana, está sentado en su carpa buscando con su mirada gente que necesite ayuda.
La historia de los 3 huéspedes de Abraham la conocemos, pero quizás no llegamos a absorber su enorme magnitud. Permítanme explicarme: Abraham levanta sus ojos y ve a 3 extranjeros, gente totalmente desconocida para él, y que aparentemente no tenían nada de especial. La Torá los describe como caminantes –que era un signo de pobreza–y no como viajeros comerciantes montados en sus burros o camellos. Abraham obviamente vio esto, pero lejos de desanimarlo, el hecho que estas personas eran (o parecían) humildes era la oportunidad que Abraham estaba esperando. Abraham –que por lo que nos describe la Torá tenía casa, comida, ganado, trabajadores, hacienda, etc.– vivía una vida holgada en cuanto a lo material. Al ver a estos hombres se pone de pie y los invita a hospedarse en su tienda, desinteresadamente.
Abraham estaba en la puerta de su tienda literalmente a la espera de una oportunidad para ayudar a los demás. La conducta de Abraham es completamente anormal.
OPORTUNISMO, PERO AL REVES
Cuando una persona está a la espera de un extraño, de alguien a quien jamás ha visto antes y ni siquiera conoce su nombre, podemos asumir que sus intenciones no son buenas. Generalmente los extranjeros son víctimas de embaucadores o estafadores que los engañan, roban y abusan sin temor a represalias. Los estafadores están a la espera de este tipo de oportunidades, o las fabrican, para encontrar alguien débil, humilde e indefenso. Son las víctimas perfectas porque no se pueden defender.
La misma palabra “oportunismo”, se utiliza siempre de manera negativa. Cuando decimos que alguien es un oportunista, en español o en inglés, nos referimos a una persona indecente que busca la oportunidad de abusar, robar o engañar.
El oportunismo de Abraham es completamente diferente. Abraham estaba pendiente de alguien que necesitara ayuda. Piensen los lectores si alguna vez han conocido a alguien como Abraham Abinu. Alguien que esté a la salida de un supermercado esperando la oportunidad de ayudar desinteresadamente a las personas que necesiten ayuda para llevar sus compras a su auto, o algo así. ¿Existen individuos así? ¿Ángeles humanos que dedican su tiempo a “esperar proactivamente la oportunidad de poder ayudar desinteresadamente a los humildes y necesitados» y ni siquiera reclaman crédito por su ayuda.
¿CUANTAS VECES ABRAHAM RECIBIO HUESPEDES?
Otro detalle importante es que Abraham es proactivo en su generosidad, no se queda esperando en la puerta de su casa a que alguien venga a pedir su ayuda. Los caminantes ni siquiera se aproximaron a la casa de Abraham. Fue él quien se puso de pie, “corrió” (literalmente) al encuentro de los caminantes y les ofreció agua, comida y sombra. La Torá nos cuenta que esta historia en particular porque al final estos hombres que eran mensajeros Divinos, le anuncian a Abraham que Sara daría a luz a su hijo, pero debemos entender que esta acción de Abraham no era la excepción sino la regla. Abraham dedicaba su vida a este preceder. Si bien no está escrito explícitamente en la Torá, los Sabios dan cuenta de múltiples veces que Abraham invitaba a extranjeros a su casa y agregan por ejemplo, que cuando al terminar de comer los huéspedes querían agradecerle a Abraham, él les decía” No me tienen que agradecer a mí, sino al Creador, que nos ha proveído esta comida» (nebarej sheajalnu misheLo). Abraham es de otro planeta.
Nuestros Sabios dice que nosotros, los descendientes de Abraham Abinu, hemos heredado de el esta virtud. Los Sabios afirman que los judíos poseemos tres características hereditarias transmitidas por nuestros ancestros. Tan fuerte (e importante) es esta carga genética que aquel judío que no posee estas tres virtudes puede que no sea en realidad judío: la primera de estas características es la de Guemilut Jasadim, la inclinación de los judíos a asistir a los demás, ayudar a quien lo necesiten, desinteresadamente.

LA POBREZA
Abraham fue puesto a prueba diez veces —los conocidos asará nisiyonot. Estas “pruebas” o experiencias, obviamente, no tenían como finalidad que Dios verificara algo que desconocía sobre Abraham. Fueron crisis intencionales que ayudaron a Abraham a crecer, madurar, aprender sobre Dios y alcanzar su máximo potencial.
Hay un detalle que descubrí este año y que no había percibido antes: la cuarta crisis a la cual se enfrenta Abraham es exactamente opuesta a la segunda.
Veamos. Abraham llega a la tierra de Canaán —“invitado por Dios”— con la promesa de bendición (berajá). Pero apenas llega, comienza la segunda prueba: una terrible hambruna. Tan severa, que Abraham se ve obligado a emigrar temporalmente a Egipto. Fue una prueba durísima: ¿abandonar o no abandonar a Dios cuando no me da lo que quiero? Abraham supera la crisis. Permanece leal a su misión, confía y sobrevive la crisis del hambre. Esa hambruna puso a prueba también su paciencia.
Después de un tiempo, Abraham regresa de Egipto con una enorme riqueza: oro, plata y animales. Literalmente «Gracias a Dios», Abraham había prosperado enormemente. Junto a él estaba Lot, su sobrino, que al quedar huérfano fue adoptado por Abraham. Lot era, hasta entonces, el candidato a heredarle y continuar su camino, ya que Abraham no tenía hijos propios. Abraham compartía con Lot toda su riqueza.
Y es aquí donde se genera la nueva crisis, la cuarta prueba, opuesta a la anterior. La Torá, sin mencionarlo explícitamente, introduce por primera vez un tema que se repetirá a lo largo de las generaciones: los riesgos y peligros de la riqueza. El dinero en abundancia, ¿nos hace más vanidosos o seguimos conservando nuestra humildad? ¿Usamos lo que nos sobra solo para elevar nuestro confort o también para ayudar a los que tienen menos?
LAS DOS CARAS DE LAS MONEDAS
La riqueza no hace a Abraham más materialista. Nuestro patriarca, la Torá lo dice explícitamente (Gen. 13:3), regresa a su propia carpa, símbolo de humildad y desapego. Decide usar su fortuna para hacer el bien en nombre del Creador y difundir así Su existencia. Abraham se siente como el administrador de un dinero que es más de Dios que suyo. Cuando los pobres o los extranjeros que se alojan en su tienda quieren pagarle por la comida, Abraham rechaza el pago y los invita a agradecer juntos a Dios (zimún): “Aquel que nos ha dado lo que hemos comido.” Por eso, los vecinos lo llaman Nesí Eloqim, “representante de Dios”, en la tierra de Canaán.
Lot se había criado con los mismos valores espirituales de Abraham. Pero ahora, que se había vuelto millonario, se ve transformado por su fortuna. Sus valores cambian. Ya no le interesa seguir el camino de su tío. Ahora quiere dedicarse a business, invertir su capital y hacer crecer su portafolio. Sus ojos están puestos en generar más dinero, no en compartirlo con los pobres.
La crisis llega a su punto de ebullición cuando los pastores de Lot y los de Abraham se pelean, porque las enormes llanuras de Canaán ahora les quedaban chicas.
Abraham entiende que su sobrino no va a seguir su camino y le da a Lot la opción de trabajar de manera independiente.
Lot, quizás para sorpresa de Abraham, no se opone a separarse de él.
¿Cuál era la mayor aspiración de Lot? Comprarse una casa.
Los pobres, los nómadas, vivían en tiendas de campaña. Pero los ricos podían permitirse el lujo de vivir en una casa sólida, con techos, puertas y paredes de piedra.
Una casa era el símbolo más importante del estatus social.
Lot quiere mudarse a un barrio privado, un country club exclusivo, una gated community —donde no hay pobres y se paga a un guardia para evitar el ingreso de extranjeros.
Así comenzó la distancia no solo geográfica, sino también de valores, entre Abraham y Lot.
La riqueza, como ocurre tantas veces, terminó dividiendo a la familia.
LO PEOR ESTÁ POR VENIR
Pero allí no termina su nueva vida de rico: Lot decide que su nuevo estatus social le permite –o le demanda– aspirar a vivir rodeado de “gente como uno”. Y toma la peor decisión de su vida. Decide establecerse en Sedom (Sodoma), una ciudad próspera y poderosa, pero absolutamente corrupta.
En Sedom los valores estaban invertidos: a diferencia de Abraham, que dedicaba su fortuna a ayudar a los extranjeros, en Sedom se abusaba de ellos y le quitaban lo poco que tenían.
La caridad era considerada un crimen, porque —al mejor estilo de Nietzsche— ayudar al pobre perjudicaba la “supervivencia y el crecimiento del más fuerte”.
Lot había vivido y superado junto con Abraham la crisis de la pobreza, la orfandad, el exilio de Jarán a Canaán, los problemas en Egipto. Todas esas situaciones lo habían acercado a Abraham. Su tío era su role model. Lot quería ser Abraham.
Pero ahora, cuando enfrenta la prueba de la abundancia, Lot colapsa. Solo le interesa tener una casa cómoda en un barrio privado y dedicarse a jugar al golf.
Cuando Dios quiere educarnos, no nos hace caer regalos del cielo: nos desafía. Nos hace vivir experiencias y situaciones que nos obligan a redefinirnos. Algunos, como Lot, colapsan. Otros, como Abraham, se hacen más fuertes y se elevan con cada crisis que superan.
SHABBAT SHALOM

ABRAM LLEGA A CANAAN
Dios le ordena a Abram que deje la tierra de sus padres y que se traslade a la tierra que Él le mostrará. Dios promete convertir a Abram en el patriarca de una gran nación. Abram obedece y se muda a Canaan (Israel) llevando con él a su esposa Saray y a su sobrino, e hijo adoptivo, Lot. Una vez que Abram llega a Canaan, Dios le promete que le dará esa tierra a sus descendientes. Abram, a sus 75 años, todavía no tenía hijos.
EGIPTO
Abram busca establecerse en Canaan, pero una gran hambruna, producto de la sequía, lo obliga a trasladarse a Egipto, donde hay comida. Cuando llega, y por temor a que los egipcios lo maten para tomar a Saray, pretende ser su hermano. Tal como Abram lo sospechaba, debido a su extraordinaria belleza, Saray es llevada por la fuerza al Faraón. Pero Dios castiga al Faraón y a los miembros de su palacio con plagas, lo que lleva al Faraón a liberar apresuradamente a Saray y a recompensar a Abram con generosas riquezas «por las molestias causadas». Abram regresa a Canaan con Saray sana y salva y con una gran fortuna.
LOT LLEGA A SEDOM
Lot también hizo fortuna en Egipto y nos cuenta la Torá que los pastores de Lot se peleaban con los pastores de Abram por cuestiones de territorio. Abram le ofrece a Lot separarse y Lot entonces se traslada a la ciudad de Sodoma, que era famosa por sus despiadados e inmorales habitantes. Dios le vuelve a prometer a Abram que sus descendientes heredarán esa tierra y que llegarán a ser tan numerosos como el polvo de la tierra.
LA GUERRA Y EL BOTÍN
La tierra de Canaan es invadida por varios reyes del medio oriente que peleaban entre sí. Los reyes arrasaron con la región de Sodoma y se llevaron cautivos, entre ellos a Lot. Al enterarse, Abram arma un ejército de más de 300 hombres, derrota al contingente que llevaba a los cautivos, los libera y le devuelve a botín al rey de Sodoma. El rey le agradece por los cautivos y le ofrece a Abram quedarse con el botín de la guerra. Pero Abram rechaza la generosa y merecida oferta argumentado que no quería que ningún hombre dijera» “yo fui quien hizo rico a Abram”. La intención de Abram es que su riqueza y su bendición sea atribuida únicamente a Dios.
LA PROMESA MÁS HERMOSA
Dios le habla nuevamente a Abram y le promete que será recompensado por su rectitud. Por primera vez, Abram menciona entonces que no tiene hijos y le pregunta a Dios ¿quién me heredará entonces, si a mi avanzada edad todavía no tengo ni un solo hijo? Dios le asegura a Abram que tendrá un hijo y le promete que sus descendientes serán tan numerosos como las estrellas del cielo. Dios y Abram celebran un pacto como testimonio de que en un futuro sus descendientes heredarían la tierra de Israel. Pero que primero serán exiliados y sufrirán la esclavitud y recién despues regresarán y heredarán la tierra de Canaan.
ADAPTAR AL HIJO DE HAGAR
Al ver que no podía tener hijos con Abram, Saray sugiere que Abram tuviera un hijo con su sierva egipcia, Hagar. Hagar quedo embarazada y entonces comenzó a ser despectiva con Saray, quien respondió con mano dura, e hizo que Hagar se escapara de allí. Un ángel animó a Hagar a regresar a la casa de Saray, prometiéndole que su hijo se convertiría en una gran nación. Hagar obedeció y regresó y al poco tiempo dio a luz a Yshmael.
CAMBIOS Y MÁS CAMBIOS
Dios agregó la letra hebrea “HE” ה al nombre de Abram, convirtiéndolo de ahora en más en “Abraham”, que significa: el Padre de numerosas naciones. Dios hace otro pacto con Abraham y sus descendientes: la circuncisión de todos los niños varones a los ocho días. El nombre de Saray es reemplazado por Sara, que significa “Princesa”, en el sentido de Matriarca.
Dios le promete a Abraham que tendrá otro hijo, pero esta vez de su propia esposa Sara.
A la edad de 99 años, Abraham se circuncida a sí mismo, a su hijo Yishmael y a todos los miembros de su hacienda.

Noaj (Noé) era un hombre justo y recto que “caminaba con Dios”. Mientras la humanidad se hundía en la anarquía, corrupción y violencia, Noaj permaneció fiel a los caminos de Dios. Dios le dijo a Noaj que iba a destruir la tierra debido a la maldad y el robo que se habían normalizado: “Voy a traer un mabbul (diluvio) sobre la tierra para destruir toda criatura con vida”. Pero Dios también le prometió a Noaj que establecería un pacto (de protección) con él y su familia, y le ordenó construir una tebá (arca) de madera con compartimientos para animales y depósitos para almacenar alimentos para todos los seres vivos a bordo.
Dios instruyó a Noaj que llevara al arca siete pares de los animales puros (kosher) y dos pares de los animales impuros, macho y hembra. Noaj hizo todo según lo que Dios le había ordenado. La lluvia comenzó a caer sobre la tierra y las fuentes de agua subterránea en las profundidades se abrieron y desbordaron, de manera que el agua llegaba por todos lados. Noaj, su familia y todos los seres vivos, por parejas, sobrevivieron en el arca.
El diluvio duró 40 días, cubriendo incluso las montañas más altas y destruyendo toda forma de vida. Durante los próximos 150 días, las aguas cubrieron la tierra. Dios envió poderosos vientos y las aguas comenzaron a descender y la tierra a secarse. Noaj envió un cuervo, que no encontró lugar sin agua para reposar y regresó. Luego envió una paloma, que también regresó. Siete días después, la paloma regresó con una hoja de olivo en su pico, señalando que las aguas habían bajado y ya había árboles—¡comida!—sobre la tierra. Después de otros siete días, la paloma no regresó, y Noaj supo que la tierra ya se había secado. Dios entonces le dijo a Noaj: «Sal del arca junto con tu familia y todos los seres vivos que están contigo. Fructificad y multiplicaos sobre la tierra».
Noaj construyó un altar a Dios y ofreció sacrificios de cada animal y ave pura. Dios se complació con los sacrificios y prometió no volver a destruir a la humanidad, reconociendo que la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud. Dios bendijo a Noaj y a sus hijos, Shem, Jam y Yafet, y les permitió que comieran carne animal, pero les prohibió comer carne de un animal que aún no había sido sacrificado (eber min hajai, o consumir la carne de un animal mutilado). También prohibió explícitamente el asesinato. Además, estableció que el arco iris sería la señal de este pacto eterno entre Dios y la tierra. Noaj se convirtió en agricultor, plantó una viña, bebió vino, se embriagó y se desnudó en su tienda.
El hijo de Noaj, Jam, vio su desnudez —o quizás esto sea un eufemismo para no expresar explícitamente algo más serio— y se lo contó a sus dos hermanos. Shem y Yafet, respetuosamente, ingresaron a la tienda y cubrieron la desnudez de su padre. Después del diluvio, Noaj vivió 350 años, muriendo a la edad de 950 años. Tanto él como sus hijos tuvieron muchísimos descendientes, que se dispersaron por toda la tierra.
La humanidad hablaba un solo idioma y tenía un proyecto unificado: construir una ciudad con una torre —o pirámides escalonadas o zigurats—que llegara hasta el cielo para hacerse un nombre y evitar ser dispersados por toda la tierra. (O para desafiar a Dios, o para sobrevivir otro posible diluvio: las interpretaciones de la intención de la Torre de Babel varían). Dios confundió su lenguaje, es decir, los hizo hablar un idioma diferente a cada familia, y los dispersó por toda la tierra. Cada pueblo, cada nación, estará de ahora en adelante diferenciada de las otras por su lenguaje.
Esta Parashá concluye enumerando los descendientes de Shem, finalizando con Téraj, el padre de Abram, quien estaba casado con Sarai y aún no habían tenido hijos. Téraj y su familia habían salido de Ur Casdim, una ciudad en Babilonia (a 200 km de Baghdad), y habían llegado a Harán, en el sur de Turquía, en camino a la tierra de Canaán (Israel).

La historia de Caín y Abel es breve, pero muy precisa donde tiene que ser. Es el relato de la envidia, la rivalidad, la frustración y también —como quiero enfocarlo hoy— de la victimización y, tal vez, de la mala terapia.
Caín y Abel vivían en una constante conciencia de la bondad de Dios. La humanidad estaba todavía en un maravilloso estado de plena percepción de la presencia del Creador, invisible pero tangible, que proveía todo lo necesario para vivir. Esa conciencia llevó a los hermanos a comprender que, de alguna manera, debían agradecer a Dios por lo que recibían de Él. Así, según Shadal (Shemuel David Luzzato), nació la idea del sacrificio: una ofrenda —un regalo ofrecido a Dios— como expresión de gratitud.
Caín fue el primero en entregar su ofrenda. Trajo frutos de su cosecha, pues era agricultor. Luego llegó Hebel (Abel), que era pastor, y ofreció un animal. Dios aceptó la ofrenda de Hebel y rechazó la de Caín. ¿Por qué? De acuerdo con nuestros Sabios, porque Caín ofreció los frutos que ya no servían, los que habian sobrado o no tenían buen gusto, mientras que Hebel trajo la mejor parte de la carne que tenía: el mejor corte, y se lo ofreció a Dios.
Imaginemos dos personas que deben llevar un regalo a alguien que las ha ayudado mucho. Ambas tienen en su casa dos botellas de vino: una muy fina y cara, y otra de vino común, barato. El primero decide llevar como regalo la botella más barata: “Sé que tengo que regalarle algo al anfitrión —piensa—, pero no le voy a dar la mejor botella. Esa me la guardo para mí. Total, él no sabe que tengo otra”. El segundo, en cambio, razona: “Le debo tanto a mi anfitrión que quiero llevarle lo mejor que tengo”, y le lleva el vino más fino. Esa fue la diferencia entre Caín y Hebel.
Pero esta es solo la primera parte de la historia. Lo más interesante viene ahora.
Cuando Caín se dio cuenta de que su ofrenda fue rechazada, “se enojó mucho y se deprimió”. Entonces el Creador se acercó y le dijo: “¿Por qué estás enojado? ¿Por qué estás deprimido?”. Dios sabía perfectamente lo que le pasaba, pero aun así le preguntó. Fue un momento de terapia divina. La pregunta buscaba validar sus sentimientos, pero también ayudarlo a reflexionar, a expresarse, a hacer catarsis.
Y luego vino el consejo: “Si te esfuerzas un poco más, tu ofrenda será aceptada por Mí”. Con esas palabras, Dios le enseñó el valor del esfuerzo y de la gratitud. No porque Dios necesite sacrificios, sino porque el ser humano necesita ser agradecido para valorar lo que tiene y poder crecer. Le ofreció no solo consuelo, sino también una oportunidad de superación. Caín tendría que haber respondido con humildad, agradeciendo ese consejo invaluable.
Pero eso no fue lo que pasó. Caín no escuchó a Dios. Yo creo que fue a ver a otro psicólogo.
A un terapeuta que validó sus sentimientos y lo invitó a “rumiar” su miseria. Que lo escuchó, lo comprendió, lo abrazó emocionalmente y le dio la razón en todo. Tal vez le dijo: “Lo que te pasó es terrible, es una injusticia. Todos somos iguales ante Dios”. Y quizás insinuó que el verdadero culpable era Hebel, que había hecho una ofrenda ostentosa para dejarlo mal parado. “Hebel te humilló”, le dijo.
En ningún momento ese terapeuta habló de responsabilidad personal, ni de cambiar la actitud, ni de cómo mejorar. En esa terapia, Caín no aprendió nada. Pero le encantó. Salió convencido de que no había hecho nada malo. Que no tenía que cambiar en nada. Que no debía mejorar ni esforzarse más. Y ahora lo veía todo con mucha claridad: el problema no era él, era su hermano.
Hebel ya no era un ejemplo a seguir, alguien de quien aprender e inspirarse, sino un enemigo. El éxito de Hebel se transformó en una amenaza. Y en su mente, Caín justificó todo: “Mi hermano fue arrogante, ostentoso, capitalista. Me humilló con su ofrenda. Quiso mostrar que él es mejor que yo”.
Y un día, cuando estaban en el campo, tras una discusión, Caín, lleno de ira, golpeó a su hermano y lo mató.
La historia de Caín y Hebel se repite desde entonces. Es cierto que algunos seres humanos fracasan a pesar de su esfuerzo, por circunstancias fuera de su control. Pero muchos fracasan porque no hacen todo lo que podrían hacer. Y desde la comodidad de su ineficacia, miran a los que triunfan y, en vez de aprender de ellos o inspirarse, se llenan de envidia y resentimiento, y se declaran víctimas. Nunca miden el esfuerzo, solo los resultados. Y si el resultado del otro es mejor, lo interpretan como una injusticia.
Encima encuentran validación en amigos, ideologías, discursos políticos o incluso ciertas terapias —la llamo “la terapia de Caín”— que hacen más daño que progreso. Esa terapia que solo valida, comprende y consuela, pero no exige un cambio de actitud cuando es necesario. Esa terapia no ayuda: encierra a la persona en su propio laberinto emocional. La convierte en adicta a la validación y dependiente de quien se la da.
El terapeuta que nunca desafía, que nunca incomoda, puede mantener al paciente agradecido y fiel por años… pero sin crecer.
Caín no necesitaba sentirse mejor. Necesitaba ser mejor.
Y esa sigue siendo, miles de años después, la diferencia entre la terapia divina y la bad therapy: una te ayuda a crecer, la otra solo te da la razón.

Creo que una de las mayores contribuciones del Rab Eliyahu Benamozegh (1823- 1900) al judaísmo moderno fue su actitud hacia la conversión al judaísmo. En ese entonces, a mediados y fines del siglo XIX, no había muchos no judíos interesados en convertirse al judaísmo. Todo lo contrario: los judíos europeos se bautizaban en masa para ser aceptados en la sociedad cristiana. Ser judío no acarreaba ningún privilegio. Todo lo contrario: en Europa, ser judío era muy peligroso. Recordemos que entre 1881 y 1905 hubo más de doscientos pogroms en Kiev, Varsovia y Odessa. Decenas de miles de judíos fueron masacrados. Y no existía un Estado de Israel que acogiera y protegiera a los judíos, como B»H existe hoy.
Sin embargo, a lo largo de la historia siempre hubo casos individuales de gentiles, por lo general estudiosos de la Biblia, que entendían que el judaísmo es la “religión original”: el primero, último y único pacto de un pueblo con Dios. Y estos individuos estuvieron dispuestos a tomar la impopular y peligrosa decisión de convertirse a la religión de Moshé.
Uno de los casos más célebres de este deseo de convertirse al judaísmo fue Aimé Pallière. Nacido en Lyon, Francia, en 1868, Pallière se crió en el seno de una familia católica muy devota y, desde una temprana edad, demostró una gran inclinación por la religión. Primero se interesó por el catolicismo y luego por el protestantismo. Pero sus inquisitivos estudios, sus dudas acerca de la doctrina de la trinidad (¿un Dios = tres dioses?) y una visita a la sinagoga de Lyon en Yom Kippur lo inspiraron a buscar convertirse al judaísmo.
Así fue como decidió comunicarse, primero por carta, con el rabino Eliyahu Benamozegh. Más tarde viajó a Livorno, Italia, donde se encontró con el ya anciano rab Benamozegh en persona y le manifestó su voluntad de convertirse. Pero el rabino Benamozegh, fiel a la tradición no misionera del judaísmo, lo disuadió de la idea de la conversión. Le explicó que, si un individuo no judío cree en la verdad de la Torá y su deseo es hacer la voluntad de Dios, basta con que cumpla las siete mitsvot de Bene Noaj, es decir, los “Siete Preceptos Universales”.
El rab Benamozegh, que conocía muy bien otras religiones, le explicó al joven Pallière que observando estas siete leyes un no judío obtiene lo que en otras confesiones se llama “salvación”, lo que en hebreo se conoce como jayé haolam habbá, la vida en el mundo venidero.
Para el joven Pallière, las palabras del rab Benamozegh tuvieron mucho sentido. Pallière, por un lado, descreía de las religiones que pretendían reemplazar al judaísmo —cristianismo e islam—, como si el judaísmo original, el de los cinco libros de Moshé, ya hubiera desaparecido. Por otro lado, estaba profundamente apegado a su madre, a sus parientes y a sus amigos. ¿Cómo podría separarse de todos ellos convirtiéndose al judaísmo?
Los argumentos del rab Benamozegh, según los cuales cuando una persona no judía desea hacer la voluntad del Dios de Israel no tiene la necesidad de convertirse sino de adoptar la “alianza” o “pacto” de Dios con Noaj cumpliendo esas siete leyes, tenían absoluto sentido, tanto en términos prácticos como filosóficos.
Pallière nunca había conocido una religión que ofreciera “la salvación” también a quienes no formaban parte de ella. En otras religiones no se concibe este tipo de alternativas. En el cristianismo, por ejemplo, para alcanzar la salvación uno necesariamente tiene que convertirse por completo a esa religión.
Pallière se dio cuenta de que solo la fe judía poseía la amplitud de criterio y la convicción suficientes como para ofrecer esa alternativa. El rabino Benamozegh también le dijo a Pallière que el futuro de la humanidad se basa en la observancia de los preceptos noájicos y lo motivó a promover los Siete Preceptos de Noaj entre los gentiles:
“Si te convences de esto y lo promueves, serás mucho más valioso para Dios que si te conviertes a la religión de Israel, ya que te transformarás en un instrumento de la Divina Providencia para toda la humanidad.”
La simple solución que aportó el rab Benamozegh es extremadamente importante, especialmente en nuestros tiempos, cuando tantos individuos no judíos descubren la verdad del judaísmo y se dan cuenta de que la Biblia carece de sentido sin el protagonismo del pueblo judío. Muchos estudiosos ven hoy que, a pesar de los enormes esfuerzos que han hecho otras religiones durante siglos para eliminar al judaísmo y a los judíos con el fin de justificar así su teología de reemplazo, el pacto bíblico original ¡nunca ha sido reemplazado!
Y que los judíos hemos hecho enormes sacrificios y pagado con nuestras vidas —persecuciones, pogroms y holocaustos— para mantener este Pacto Eterno. Aimé Pallière se transformó así en un “Ben Noaj”: un observante no judío de la Torá.