TOLEDOT: ¿Por qué Esav?
La historia es más o menos conocida. Antes de morir, nuestro segundo patriarca, Itsjak, desea designar a su hijo Esav como su heredero, como aquel que va a continuar su camino: el futuro líder de la familia y del pueblo que, de acuerdo con la promesa divina, surgirá de esta familia. La elección de Esav no es arbitraria; está basada en un razonamiento profundo. Itsjak ve en Esav las cualidades que serán esenciales para la supervivencia del pueblo judío: la fortaleza física, la valentía y la astucia para proteger a su familia y a su pueblo en un mundo hostil.
Itsjak comprende que el nuevo camino de Abraham —su “religión”— no es muy popular. De hecho, genera antagonismo en las personas, especialmente en aquellas con poder.
En el pasado he explicado que este resentimiento hacia Abraham y su descendencia tiene raíces teológicas. La creencia de Abraham era diferente a la adoración a otros dioses, algo que, en general, era tolerado por los pueblos paganos. Sin embargo, el monoteísmo de Abraham contradecía la idea de esos dioses, negaba su existencia y los consideraba falsos. Esto era profundamente ofensivo para los pueblos que adoraban y respetaban a sus propias deidades. Además, alteraba el orden jerárquico y, según Maimónides, incluso el equilibrio político de las sociedades paganas. Las ideas de Abraham, como ocurrió en el caso del rey Nimrod, eran muy peligrosas para la hegemonía religiosa de su tiempo.
Pero lo teológico era solo una parte del antagonismo que Abraham generaba. La conducta moral y ética de Abraham también era iconoclasta: rompía con las normas sociales de la época y atentaba contra el orden social de las castas contemporáneas. Me explico: hay evidencia explícita en el texto bíblico de que la humanidad, desde los tiempos del Diluvio hasta los relatos de Sedom y Amora, se regía por la «ley de la selva», la supervivencia del más fuerte, ya sea en términos físicos o económicos. Los que ostentaban el poder abusaban de los más débiles, los utilizaban o los esclavizaban. Nadie se preocupaba por hacer el bien con el necesitado de manera desinteresada.
Abraham fue el primero en introducir al mundo una idea revolucionaria: la bondad desinteresada, conocida como jesed. Antes de él, si alguien ofrecía comida o refugio a otro, lo hacía únicamente, en el mejor de los casos, como un acto comercial con fines lucrativos: un servicio a cambio de un beneficio. Abraham revolucionó este paradigma. En el famoso episodio en el que Abraham corre al encuentro de tres extranjeros necesitados que pasaban cerca de su tienda, les ruega que descansen en su hogar, laven sus pies, beban agua y coman, sin buscar ningún beneficio personal. Este acto fue un antes y un después en la historia de la humanidad. Por primera vez, veinte generaciones después de la creación del hombre, un ser humano actuó movido por bondad, voluntariamente, sin esperar recompensa ni siquiera ser solicitado.
Este gesto fue consecuencia directa del monoteísmo moral de Abraham, que cambiaba la percepción de la relación entre el hombre y Dios y, además, las relaciones humanas. Si existe un único Dios, todos los seres humanos somos criaturas del mismo creador y, por lo tanto, merecemos ser tratados con dignidad e igualdad.
Este concepto quizás representaba una revolución aún más peligrosa que la revolución religiosa en una época en la que las jerarquías de poder y las castas dominaban el mundo. La conducta de Abraham proponía una alternativa radical: una sociedad basada en la igualdad y la bondad. Su ejemplo desafiaba las bases mismas de la estructura social imperante. Abraham y su nueva creencia eran peligrosos para los que estaban en la cima del poder y del abuso.
Por lo tanto, no es sorprendente que el camino de Abraham, y las implicaciones sociales y políticas de sus valores, fueran vistas como una amenaza para las generaciones de su tiempo.
En el mejor de los casos, la rectitud moral de Abraham provocaba incomodidad en quienes lo rodeaban, porque revelaba su corrupción, su abuso y su falta de moralidad. Esto creaba una incómoda posibilidad en su entorno: o bien abrazaban su fe y cambiaban, o lo rechazaban, lo demonizaban y buscaban eliminarlo para acallar esa incomodidad interna. Creo que este fue el principio, la incepción del antisemitismo.
Regresemos ahora a la elección de Esav. A diferencia de Jacob, Esav es fuerte, valiente y guerrero. Según un comentario —que escuché, aunque no encontré su fuente—, Esav defendió y luchó contra los filisteos para proteger los pozos de agua de Isaac.
Para Itsjak, el liderazgo del pueblo judío necesita alguien así: un guerrero dispuesto a enfrentar a los enemigos y garantizar la supervivencia de su familia y su legado. Jacob, en ese aspecto, parece más frágil, menos apto para liderar a un pueblo que inevitablemente tendrá enemigos en el presente y en el futuro.