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JANUCA: El primer encuentro entre griegos y judíos

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En poco más de una semana, el miércoles 25 de diciembre al caer la noche (25 de Kislev), festejaremos Janucá. Celebramos el triunfo de los Jashmonayim o Macabim en sus enfrentamientos por proteger la libertad religiosa de los judíos y preservar el judaísmo luchando contras aquellos que querían destruirlo.

La historia conocida de Janucá se centra principalmente en el milagro del aceite que duró ocho días. Pero también hay un contexto histórico,  menos conocido, que es fascinante y muy relevante, especialmente en relación con el Israel moderno y su lucha contra quienes como ayer buscan destruirnos.

En las próximas entregas voy a presentar una historia más amplia de Janucá, comenzando hoy con el primer contacto entre el mundo griego y el mundo judío,  aproximadamente 150 años antes de la historia clásica de Janucá, cuando Alejandro Magno llegó a Israel y se encontró con el gran sacerdote de Jerusalem.

ALEJANDRO MAGNO EN JERUSALEM

Con poco más de 30 años, Alejandro Magno se convirtió en uno de los conquistadores más exitosos de la historia. Hacia el año 330 AEC (antes de la era común), los ejércitos griegos y macedonios bajo su mando derrotaron a las fuerzas del poderoso Imperio Persa, con quienes habían estado en guerra desde la época de Ajashverosh (Jerjes, 480 AEC). Los dominios de Alejandro se extendieron desde Grecia hasta la India, incluyendo todo el Medio Oriente y más allá.

Alejandro Magno llegó también a Israel, luego de haber conquistado por la fuerza la ciudad fenicia de Tiro, una de las fortalezas más importantes de la región. Después de esa victoria, derrotó a un pueblo pagano en la ciudad de Gaza y finalmente arribó a Jerusalem. Esta ciudad, con su Templo y su historia milenaria, representaba una conquista especial en el complejo mosaico de las tierras conquistadas.

Según una antigua tradición judía, relatada por Flavio Josefo en Antigüedades de los Judíos (Libro 11, Capítulo 8), se produjo un fascinante encuentro entre Alejandro Magno y el Sumo Sacerdote judío. Alejandro llegó a Jerusalem con la intención de someterla, pero el Sumo Sacerdote y otros dignatarios salieron a su encuentro, vestidos con sus atuendos ceremoniales. Al ver al Sumo Sacerdote —según la tradición rabínica se trataba de Shimón haTsadik— Alejandro descendió de su caballo y se inclinó ante él y le explicó que lo había visto en sus sueños y que le había anticipado su éxito y conquistas. Este encuentro, obviamente, representó un excelente inicio de las relaciones entre Alejandro Magno y el pueblo judío.

MONOTEISMO Y EXCLUSIVIDAD

Sin embargo, se esperaba de los judíos el gesto obligado de sumisión por parte de los nuevos súbditos: honrar al dios de Alejandro Magno, a quien los griegos atribuían sus victorias, ofreciendo sacrificios a ese dios o colocando su imagen en el Gran Templo de Jerusalem. Esto era considerado como un símbolo normal de reconocimiento y sumisión a la nueva autoridad, algo así como desplegar la bandera del ejército vencedor y retirar la del ejército vencido. Todas las naciones del nuevo imperio de Alejandro habían seguido esta práctica sin objeciones. Pero los judíos se resistieron.

¿Por qué? Porque el monoteísmo judío no solo afirma que hay un solo Dios, sino que exige exclusividad en su práctica religiosa. Mientras que los pueblos paganos no tenían inconveniente en agregar un dios más a su panteón, los judíos al resistirse, negaban la existencia —y el poder— de cualquier divinidad gentil. Este principio religioso se basa en el segundo de los Diez Mandamientos: “No tendrás otros dioses delante de Mí”.

Algunos hombres que acompañaban a Alejandro —incluyendo a sus más leales generales— no veían con buenos ojos que los judíos se negaran a aceptar a sus dioses y les parecía una muestra de rebeldía o arrogancia, más que un “admirable” principio religioso. Ninguna otra nación vencida había rechazado a los dioses de Alejandro ya que la coexistencia de múltiples deidades era una práctica común y hasta una estrategia diplomática de supervivencia por parte de la nación derrotada. Esta incomprensión del Segundo Mandamiento generó odio hacia el pueblo hebreo, resentimiento y la acusación de que los judíos se consideran superiores a los demás.

PROTECTOR DE LOS JUDIOS

Pero sucedió algo extraordinario: Alejandro Magno mostró un inusual interés por el judaísmo y respetó las estrictas demandas del monoteísmo judío. Según nuestras tradiciones, Alejandro quiso aprender más sobre la Torá, y Shimón haTsadik se convirtió en su maestro. A Alejandro le fascinaba la idea de un Dios invisible, una concepción incomprensible para la mayoría de las culturas de su tiempo. El joven emperador decidió respetar las normas judías, renunció a su exigencia de erigir un monumento al dios griego en Jerusalem y desistió de obligar a los judíos a abandonar sus leyes.

Este acto de respeto y comprensión fue una excepción “milagrosa” en la historia de la antigüedad. Según una conocida tradición, los judíos honraron a Alejandro con un gesto especial de reconocimiento y admiración: todos los niños judíos nacidos ese año fueron llamados “Alejandro” en su honor.

Alejandro Magno fue considerado como el protector de los judíos en su imperio.

Algunos ejemplos:
Como todo emperador, Alejandro exigía que cada pueblo enviara hombres para servir en sus ejércitos. Los judíos, que también fueron reclutados, formaron su propio batallón para servir en las filas del ejército griego. Alejandro ordenó que a los soldados judíos se les permitiera practicar su religión, tanto en términos de comida (Kashrut) como de la observancia del Shabbat.

Los historiadores encontraron una carta en la que Alejandro solicitaba un aceite especial Kosher para los soldados judíos en Antioquía, ya que no podían consumir el aceite común, considerado impuro (E. J. Bickerman).

También se encontraron registros que muestran cómo Alejandro Magno instruyó a sus generales para que excusaran a los soldados judíos de participar en la construcción de un templo pagano en Babilonia.

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