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Los elefantes y el milagro más grande de Janucá

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Por alguna razón que todavía no pude comprender, la mayoría de los judíos que celebran Janucá piensan que la historia de Janucá terminó con la reinauguración del Templo y el milagro del aceite, que duró 8 días. Hay una fantasía como que luego de esa batalla «we lived happily ever after» , o  como dicen en castellano, «fuimos felices y comimos perdices» . La inauguración del Bet HaMiqdash fue solo  una primera etapa, un primer triunfo, –y muy importante– pero no fue el último. Los seléucidas, pero muy especialmente los judíos asimilacionistas, no se dieron por vencidos en su intento de terminar con el judaísmo.  En Janucá nos enfrentamos con el enemigo Seléucida, pero fue también– o según algunos historiadores fue principalmente– una guerra civil, entre los judíos que querían asimilarse y aquellos que eran leales a Dios y a Su Torá.   La historia de Janucá fue una montaña rusa: hubo momentos que estuvimos arriba y otros abajo, pensando que ya estaba todo perdido. Lo que voy a contarles ahora es parte de esa historia desconocida de Janucá, o post Janucá, que en mi opinión debemos aprenderla y enseñarla como parte de  PIRSUME NISA, la obligación halájica de difundir la intervención Divina, que combinada con la bravura de los judíos leales a la Torá, posibilitaron que el judaísmo siga existiendo.

 
LOS ELEFANTES SE SUMAN A LA BATALLA
 El milagro del aceite que duró por ocho días no fue el último milagro que ocurrió en Janucá. Aunque ya habían sido expulsados de Jerusalem, los judíos helenistas junto con los no-judíos que vivían en Israel no se dieron por vencidos y le pidieron apoyo a los Seléucidas para recuperar Jerusalem y continuar con su reforma del Templo. El general Lisias, que ahora estaba más cerca del debilitado Antiojus, y era mucho más poderoso que antes, decidió terminar de una vez por todas con “el problema judío”. De acuerdo el historiador Flavio Josefo las órdenes de Lisias a sus soldados fueron exactamente estas: “Conquistar Judea, destruir Jerusalem, esclavizar a los sobrevivientes y eliminar a la nación judía de la faz de la tierra”.  En una acción sin precedentes, Lisias envió 100.000 soldados y 20.000 jinetes para acabar con Yehudá Macabí y su ejército y recuperar Jerusalem.  Por primera vez en la Tierra de Israel, los ejércitos griegos llegaban con elefantes: 32 animales especialmente entrenados para la batalla. Cada elefante podía llevar varios soldados armados con arcos, flechas y lanzas. Y los elefantes estaban protegidos por decenas de soldados de infantería. Lisias llegó por el sur y se aprestaba a rodear Jerusalem. Cuando Yehudá se enteró de su llegada se dio cuenta que le sería imposible triunfar contra un enemigo tan numeroso. 
 
 
LA MUERTE DE ELAZAR 
La única posibilidad que le quedaba a los judíos era eliminar a Lisias y así sembrar la confusión y el caos en las filas del ejército griego. Esta delicada misión suicida fue encargada a Elazar, uno de los 4 hermanos de Yehudá, quien no dudó en aceptarla. Elazar tenía que identificar al elefante que estuviese mejor protegido y asumir que allí estaría Lisias. Con gran valentía, y atacando por sorpresa, Elazar y sus hombres lograron superar la barrera humana de soldados que protegían al elefante y atravesaron al gigantesco animal con una lanza. El elefante, trágicamente, se desplomó sobre Elazar, lo aplastó y lo mató. Hoy en día, en el lugar donde tuvo lugar esta batalla—Bet Zejariá, en Gush Etzión—existe una pequeña ciudad llamada Elazar en su honor.  Pero la misión fracasó. Lisias salió ileso del frustrado intento de ataque en el que murió Elazar.  Yehudá ya había agotado su último recurso.  No le quedaba otra opción más que atrincherase en Jerusalem, resistir y morir luchando hasta el final. Era el mes de Shebat del año 164 a.e.c. Lisias comenzó el sitio a Jerusalem con sus 120.000 soldados. Yehudá contaba solo con 2.000 o 3.000 soldados, ya que cuando conquistó Jerusalem, declaró victoria, dio por finalizada la guerra con los seléucidas, y envió a miles de sus combatientes de regreso a sus casas. 
 
¿FUE ESTE EL MILAGRO MAS GRANDE DE JANUCA? 
Lisias comenzó su ataque a Jerusalem. Los judíos trataban de resistir, pero poco a poco, sus fuerzas se iban debilitando más y más. El final era inminente. Yo imagino al valiente Yehudá y a sus soldados debatiendo si debían luchar hasta morir o entregarse y ser vendidos como esclavos…. o quizás terminar con sus propias vidas … Ya habían hecho todo lo posible –y un poco más– para preservar el judaísmo y no permitir que despareciera en manos de los colaboradores helenistas que también esperaban la derrota de Yehudá para asimilarse por completo a la cultura griega.  El final había llegado, y ya no había nada más que hacer.  
 
Pero algo inesperado, milagroso, ocurrió el día 22 de Shebat de año 164 a.e.c.. Justo antes de la batalla final. Lisias y su enorme ejército abandonan sorpresivamente la ciudad de Jerusalem. Nadie entendía lo que sucedía hasta que se enteraron de la noticia: Antiojus acababa de fallecer en Antioquía (hoy Turquia), la capital del imperio seleucida y el nuevo emperador iba a ser su hijo, Antiojus V, de 9 años de edad. Y el fallecido emperador había asignado a Lisias, su hombre de mayor confianza, para que fuese el regente (tutor) de su hijo, lo que de facto convertiría a Lisias en el nuevo emperador hasta que el niño fuera mayor de edad. Lisias se vio forzado a abandonar Jerusalem urgentemente porque aprovechando que él y su ejército estaban en Judea, Filippo, otro general de Antiojus, se había declarado a sí mismo como regente del pequeño Antiojus, y había tomado el control de Antioquia.  De esta manera, sorpresiva y milagrosamente, los judíos se habían salvado del ataque final, justo a tiempo.
 
CAMBIA, TODO CAMBIA
Pero eso no fue todo. Antes de partir de Jerusalem, Lisias le dejó una carta a Yehudá: Primero le anunciaba que todos los decretos anti-judíos establecidos por Antiojus quedaban ahora derogados. ¿Por qué? Porque en los tiempos de las monarquías las leyes establecidas por un rey caducaban con su muerte, a menos que el nuevo monarca las reafirmara. Lisias le aseguró a Yehudá que él personalmente se iba a asegurar que los judíos tuvieran libertad para practicar su religión y a cambio de esto Lisias le solicitaba un favor a Yehudá: que le enviase a sus valientes soldados para luchar en su propio ejército y ayudarlo a derrotar a Filippo en Antioquia. Yehudá aceptó. Y así, de esta manera providencial, Yerushalayim y el pueblo de Israel, fueron salvados, una vez más, por la invisible mano del Creador. 

 

PD: Vale aclarar que el día 22 de Shebat fue celebrado como un día festivo durante unos 230 años, hasta la destrucción del Bet haMiqadsh, que ocurrió en el año 68 de la era común. 

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