VAYERA. El sacrificio de Isaac; la última prueba.
Adaptado del libro «Encounters» del Rab Aryeh Kaplan z»l
Abraham escucha una Voz. La Voz es familiar. Es la misma Voz que le ordenó que abandonara la tierra de sus padres y emigrara hacia la tierra de Canaan. La misma Voz que le prometió que él iba a ser bendecido y que su descendencia iba a ser tan numerosa como las estrellas del cielo. Esa voz, la Voz de Dios le prometió muchas cosas y nunca lo defraudó. A veces tuvo dudas, como cuando al llegar a la tierra prometida se encontró con una terrible sequía. O cuando su esposa Sará fue secuestrada. Pero Abraham aprendió que no todas las promesas Divinas se materializan en el momento. A veces hay que esperar. Y así, la paciencia, se transformó en parte de su fe. Abraham aprendió a obedecer y confiar en su interlocutor: El Creador de los cielos y la tierra. Esa Voz, es la misma que le prometió a él y a Sará que finalmente iban a tener un hijo, a la edad 100 años. Y ese hijo llegó y se llamó Yitzjaq, que significa : el [niño] que hará reír [de felicidad a sus padres desde su nacimiento, y por todos los días de su existencia].
Pero ahora, cuando Abraham se levanta a rezar y agradecer al Creador por Sus bendiciones esa Voz se dirige a él con el familiar llamado “Abraham, Abraham” . La Voz se escucha físicamente, como si alguien le estuviera hablando muy cerca de él. Abraham una vez más mira a su alrededor para estar seguro que ninguna hombre lo está llamando y cuando esta seguro responde: “Hineni”. «Aquí estoy, listo para cumplir Tus órdenes». Y entonces escucha nuevamente la Voz, que esta vez le dice algo terrible: “Toma a tu hijo, a tu único hijo, al que tú tanto amas: Yitzjaq. Y ve con él a la tierra de Moriá (Jerusalem) y ofrécelo allí como un sacrificio para Mí”. La Voz desaparece. Abraham se queda solo. Confundido. Siente vértigo. Va a colapsar. Es como que su mundo se está derrumbando a su alrededor. Está por desfallecer. Se apoya en un árbol para no caerse. Su corazón palpita muy rápido. “Oh, Creador del mundo, esto no es posible –puede haber pensado Abraham– Tú no puedes haberme ordenado que sacrifique a mi hijo Yitzjaq. El hijo que tuve en mi vejez, el que trajo infinita alegría a mí y a mi esposa Sará. Esto es un error. Es una alucinación. Una pesadilla ”.
Abraham se da cuenta que no puede engañarse a sí mismo. La Voz que siempre lo ha guiado y bendecido le ha dado una orden al más leal de todos sus siervos. Al hombre que le enseñó al mundo que existe un Creador, que no se ve, que es invisible, que se comunica con sus criaturas, y al que hay que obedecer hasta el final. Y ahora llegó el momento de la prueba más difícil para testear la lealtad de Abraham Abinu a Dios. Abraham, ¿solo obedece a Dios cuando le conviene? ¿Cuándo Dios le promete bendiciones y gloria? ¿Será Abraham capaz de obedecer a Dios, de no abandonarlo, de seguir con Él si va a perder lo que más quiere en su vida?
Abraham sigue sin moverse de su lugar. Espera escuchar nuevamente la Voz con alguna clarificación. O una contraorden. Pero con el pasar de las horas, las dudas acerca de la identidad de la Voz se disipan y el horror crece en el corazón de Abraham. La orden no fue una alucinación. La Voz fue tan clara como cuando le prometió un hijo, al que ahora ama más que ninguna cosa en este mundo. Mucho más que a sí mismo. ¡Que fácil sería obedecer esta orden —pensaba Abraham— si la Voz le hubiera ordenado ofrecerse a sí mismo como sacrificio! A Abraham se le pide hacer más de lo que a ningún otro hombre se le ha pedido hasta ese entonces.
Después de una noche de terror y cuando a Abraham ya no le quedan más dudas acerca del origen de la Voz, se da cuenta que no puede negarle nada a Dios. El Creador lo dio a su hijo y ahora, por alguna razón que a Abraham le resulta incomprensible , se lo está pidiendo de regreso. Por la mañana Abraham se levanta muy temprano de su cama y se dispone a cumplir la inexplicable orden Divina. Sin pronunciar palabra ni explicar a dónde van o para qué, Abraham le pide a su amado hijo Isaac y a sus dos sirvientes que lo ayuden a cargar una pila de madera en el burro de carga. Y entonces los 4 hombres parten en silencio. Ninguno se anima a cuestionar a Abraham, que siempre hace lo correcto. Caminan durante 3 días por los bosques y los campos.
Su anciano rostro está tieso como una piedra. Su mirada, elusiva, fija en el frente del camino. Sus ojos reflejan la luz pero ocultan algún secreto. Nadie le pregunta a Abraham dónde están yendo. Abraham permanece en silencio no pronuncia una palabra, ni siquiera a su hijo. Por fin, ven el monte Moriah. Abraham le ordena a sus sirvientes que descargan la madera y la carguen en la fuerte espalda del joven Isaac. Abraham toma las piedras para encender un fuego y debajo de su túnica, esconde un largo cuchillo.
Ahora padre e hijo caminan juntos montaña arriba. Sin palabras. Isaac, por fin rompe el silencio. Se arma de valor y le pregunta a Abraham: “ Padre, parece como que vamos a ofrecer un sacrificio. Veo que llevamos la madera y que tu tienes las piedras para encender el fuego. Pero, ¿dónde está el animal que vamos a sacrificar?” Abraham cierra sus ojos y llora por dentro. ¿Le puede contestar a su amado hijo que él ha sido elegido por Dios para ser sacrificado?. “Dios proveerá el animal para el sacrificio” , dice Abraham con la voz entrecortada. Isaac sigue caminando junto a su amado padre y ya no dice nada más. No se puede imaginar la inconcebible verdad. Isaac confía totalmente que su padre estará cumpliendo alguna orden divina. y así, padre e hijo, juntos en mente y corazón, siguen escalando el monte hasta que llegan cerca de la cima. Allí Isaac observa como su padre trae unas pesadas rocas para construir un altar y cuando termina, lo ayuda a colocar la madera sobre el altar recién construido.
Abraham, pálido y temblando, le pide a su hijo que estreche sus manos y ata sus muñecas con unas tiras de cuero. Una vez que las manos están restringidas, Abraham ata sus pies. Isaac no entiende qué está pasando. ¿Se trata de algún juego que mi padre está jugando? Mira a su padre, pero su padre no lo está mirando. Solo hay lágrimas en sus ojos y un llanto ahogado. Algo terrible está pasando. «¿Dónde está el cordero para el sacrificio?» Pregunta Isaac. Y de pronto se da cuenta que ¡el cordero es él! Isaac palidece y comienza a temblar, pero el respeto hacia su padre es tan grande como el de Abraham hacia Dios, y no ofrece resistencia. El anciano patriarca toma al joven con sus fuertes brazos, lo levanta y lo acuesta suavemente sobre el altar. Issac lo mira incrédulo. Su padre sigue eludiendo su mirada. Isaac ve como su padre saca el cuchillo que llevaba escondido debajo de sus ropas y siente el frío metal sobre su garganta.
Abraham sujeta el cuchillo y toma valor para terminar la misión más difícil que ningún hombre de fe haya tenido que cumplir. Pero de pronto, justo antes del acto final, escucha nuevamente la Voz que lo llama con urgencia y le dice: “Abraham, Abraham”. Abraham baja el cuchillo y responde: “Aquí estoy”. La Voz, ahora más fuerte y clara que nunca le ordena: “No dirijas tu mano contra tu hijo. No le hagas ningún daño. Ahora has demostrado tu completa lealtad a Dios y que no le has negado nada a Él, ni siquiera a tu único hijo”. Y la Voz ya no dice más. Los ojos de Abraham se llenan nuevamente de lágrimas pero esta vez son de alegría. Abraham desata a su hijo y ve que allí en la montaña, muy cerca de donde están, hay un carnero con su cuerno atrapado en un arbusto. Abraham toma al animal, lo lleva al altar que construyó para Isaac y lo ofrece como sacrificio a Dios. La prueba ha terminado.