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NEILA, 5785: El Veredicto Final

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Es el final de Yom Kippur, 5785, el momento de la Tefilá Neila. En los cielos, el juicio está a punto de comenzar. El Todopoderoso está sentado en Su trono, listo para evaluar a Su pueblo Israel y emitir el veredicto final. En el centro de la Corte Celestial está la balanza que pesa los méritos (zekhuyot) y las transgresiones (jobot) de Israel. Que definirá si este año que está comenzando merece ser bueno o difícil para Israel.  Hay demasiado  en juego. 5785 es un año decisivo para el futuro del pueblo judío. Se siente un tenso silencio en los cielos y en la tierra.

Primero se le concede permiso al fiscal para presentar sus argumentos. Se levanta y comienza a cargar la balanza en el lado izquierdo con las transgresiones que cometió el pueblo de Israel del año pasado. Pecado tras pecado, apila ofensas pequeñas y grandes en la balanza. Cuando termina, se aparta. El plato está muy pesado, la balanza se inclina demasiado a la izquierda, y un incómodo silencio llena el aire de la Corte.

Acto seguido, se concede permiso a los ángeles Mijael, Eliyahu y Gabriel, los defensores de Israel, para presentar los méritos de Israel durante el año que pasó.

Los ángeles llaman al estrado a siete líderes, siete patriarcas para testificar y presentar su caso ante el Todopoderoso.

Primero, llega Abraham representando el jesed, la bondad. Abraham da un paso adelante y les recuerda a todos que el año que pasó fue un año de guerra, impuesta desde  Simjat Torá. El primer patriarca trae con él todos los actos de bondad del pueblo de Israel que estuvo a la altura de las circunstancias: los médicos y enfermeras de los hospitales que pasaron largas noches sin dormir salvando vidas de los soldados heridos; el personal de seguridad que arriesga sus vidas para impedir atentados en centros civiles; los psicólogos, los trabajadores sociales, los maestros y los consejeros juveniles que atienden a las familias que sufren las perores pérdidas. Luego introduce a los cientos de miles de voluntarios de todo el mundo judío que se hicieron presente durante la guerra. Las mujeres de Naharia que dejaron todo lo que estaban haciendo y se pusieron a cocinar durante meses para que los soldados siempre encontraran algo para comer. Los hombres que se transformaron en choferes voluntarios para transportar día y noche a soldados y reservistas. Los voluntarios que organizaron asados y deliciosas comidas para agasajar a los combatientes que llegaban desde Gaza. Los que apoyaron a los soldados heridos, visitándolos, acompañándolos, y cantando para ellos. El personal voluntario de ZAKA, que, desde las escenas de un horror inimaginable, rescataban los últimos restos de cuerpos judíos deliberadamente quemados y mutilados. La solidaridad de los judíos de la diáspora que se pusieron a la altura de las circunstancias que juntaron y enviaron decenas de aviones con toneladas de equipo y ropa para el ejército. Los que organizaron y participaron de viajes de solidaridad. Los que donaron cientos de millones de dólares al Estado de Israel y a su ejército.

Luego se presentó Isaac, olá temimá, el joven que estuvo dispuesto a sacrificarse y dar su vida por Kiddush Hashem. Isaac colocó en el lado derecho de la balanza las 750 almas puras de los soldados y combatientes judíos caídos en combate desde el 7 de octubre. Los soldados que ese fatídico día murieron defendiendo con sus últimas balas sus bases militares, o aquellos que, como Eljanan Kalmenzon, llegaron desde el otro lado de Israel, en Judea y Samaria, hasta el Kibutz Be’eri al escuchar las noticias del ataque en la mañana, y que no esperaron recibir órdenes, sino que actuaron para salvar a inocentes a costa de sus propias vidas. Los jóvenes soldados que, en las sangrientas batallas de Gaza, se ofrecieron como voluntarios para ir al frente y entrar en esas casas llenas de explosivos. Y los combatientes que se lanzaron sobre granadas vivas para salvar las vidas de sus hermanos en armas. Y aquellos que, como el comandante Arnon Zamora, dieron su vida para rescatar a los rehenes de Hamás. Y los paramédicos que corrieron en medio de una lluvia de balas para rescatar a los soldados hermanos heridos del campo de batalla. La balanza comienza a inclinarse fuertemente hacia el lado derecho.

Isaac se retira y entonces llega Jacob, el patriarca que luchó contra Saro Shel Esav y lo venció, pero quedó herido por el resto de su vida. Jacob  trae con él los nombres de los 11,000 soldados de Israel heridos desde el 7 de octubre. Coloca sobre la balanza las sillas de ruedas, las muletas, las prótesis, las lágrimas y las cicatrices del dolor de las heridas. Luego acumula las discapacidades físicas o mentales que estos héroes jóvenes cargarán de por vida.

El peso en el lado derecho ya es insoportable.

Luego ingresa a la corte Yosef, y les recuerda a todos que él fue cautivo. Fue tirado en un pozo y estuvo rodeado de escorpiones y serpientes venenosas. Y luego estuvo en un calabozo por dos años, y pensó que nunca saldría con vida. Yosef trae los nombres de los 101 jatufim que todavía siguen cautivos en Gaza. Las jóvenes mujeres, los hombres y los niños que sobreviven en túneles oscuros o que están escondidos en apartamentos húmedos.   Hambrientos, cansados, maltratados, torturados física y emocionalmente, desesperados por ser rescatados y orando por una salvación milagrosa como la de Yosef.

En ese momento  todos dan un paso atrás e ingresa al recinto Moshé Rabbenu, que llega con la Torá que lleva su nombre. Y demuestra que desde el 7 de octubre, el estudio y la observancia de la Torá ha revivido como nunca antes en la historia. Coloca en la balanza derecha cientos de nuevos Sifre  Torá que se han dedicado a la memoria de los soldados caídos en batallas. Presenta cientos de miles de Tefilin y Tzitzit que todo soldado judío lleva en la batalla. Y los millones de libros de Tehillim. Y las sinagogas improvisadas en Gaza, y las nuevas cabañas en el sur del Líbano, listas para celebrar la fiesta de Succot. Añade el increíble resurgimiento del judaísmo en la diáspora, en América, y coloca una foto del multibillonario Bill Ackman que hace menos de una semana se puso su Tefilin, por primera vez en su vida.

Moshé introduce a su hermano, Aharón HaCohén, que nos enseñó a estar unidos y practicar el amor incondicional de un Yehudí por el otro. Coloca en la balanza la solidaridad y el espíritu de unidad que los judíos redescubrimos después del 7 de octubre. La nueva conciencia de que no solo somos un pueblo, sino una familia. En el campo de batalla, los soldados descubrieron que ya no hay ashkenazim ni sefaradim, ni de izquierda ni de derecha—solo hermanos judíos luchando hombro con hombro, uno por el otro y todos por el pueblo de Israel, Keish Ejad Belev Echad, como una sola persona con un mismo corazón. También coloca en la balanza el nuevo entendimiento de que las comunidades de la diáspora y los judíos de Israel somos una sola familia. La balanza se inclina más y está a punto de romperse. Aharón demuestra que la unidad es nuestra fuerza más grande. Hay un silencio tenso en la sala.

Entonces suenan las trompetas e ingresa a la corte David HaMelej: el rey poeta y guerrero invencible. David presenta a la noble generación de jóvenes soldados, algunos de los cuales recién acaban de terminar la secundaria, y que se abalanzan contra el enemigo como leones. Y que repiten: “¡LUCHAR, LUCHAR, LUCHAR!”, no tres sino siete veces: haciendo la guerra contra siete frentes—Hamás, Hezbolá, los Hutíes, Irak, Siria, Judea y Samaria, y, por supuesto, Irán. Son fuertes, muy valientes, y determinados a derrotar a un enemigo despiadado. Luchan para proteger nuestra tierra y restaurar la gloria del pueblo judío. Luchan Bayabasha, Ba’avir, Ubayam—en tierra, en el aire y en el mar—para eliminar a Amaleq y proclamar: “¡Am Yisrael Jai!”.   

El Rey David termina su exposición y, de repente, las puertas se abren de par en par y ellas irrumpen en la Corte. Se escuchan los pasos afuera y todos se ponen de pie al ver a las cuatro matriarcas de nuestra nación. Sará, Rivká, Rajel y Leá ingresan al recinto, se acercan a la balanza y colocan en el plato  los nombres de las 750 madres, Imaot Shekulot, que han perdido a un hijo en la guerra y cuyos llantos de dolor nunca cesarán. Y las cientos de jóvenes viudas, que ahora deben criar a sus tres,  cuatro o cinco hijos solas, sin sus amados esposos a su lado.  Y las oraciones y lágrimas  que las madres judías rezan por sus hijos que están en la guerra. Y los interminables capítulos de Tehillim que recitan al lado de las camas de hospital de sus hijos heridos. Las oraciones de las mujeres de los yishuvim , los asentamientos de Judea y Samaria, cuyos maridos están de miluim en Gaza tres, cuatro o cinco meses. Y serán llamados de nuevo a pelear en el Líbano. Rezan por la noche, cuando los niños ya duermen, y le ruegan a Dios que no se conviertan en viudas. O durante el día,  mientras atienden a sus hijos, fingiendo que todo está bien para que sus familias preserven la normalidad y no sufran el trauma del 7 de octubre.

El plato derecho de la balanza colapsa bajo el peso de las virtudes, los méritos y los rezos del pueblo de Israel.

Mijael, Eliyahu y Gabriel dan por concluida su presentación.

El Todopoderoso sella el veredicto del pueblo judío y establece que a Israel le será otorgado un veredicto celestial positivo. Y que el año 5785 será un mejor año. Un año de yeshu’ot, victorias, y de gueulá, redención.

Nos espera—nos merecemos— el mejor año de nuestra larga historia.

AMEN.

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