SHOFETIM: El crecimiento de nuestros hijos y el bambú
כי האדם עץ השדה
Debarim 20:19
Hacia el final de la Parashá de esta semana, la Torá aborda las leyes de guerra y enseña al soldado judío a comportarse con respeto y dignidad, incluso en el campo de batalla. Uno de los detalles más notables se refiere a no destruir la ciudad o los campos sin motivo. Los árboles son particularmente mencionados, indicando que no deben ser vistos y atacados como «el enemigo”. El inusual lenguaje que utiliza la Torá en esta ocasión, se presta a interpretaciones metafóricas que surgen al comparar hombres y árboles.
Hoy me gustaría extender esa comparación al área de la educación de nuestros hijos (parenting) y reflexionar sobre la inagotable paciencia que esta tarea demanda.
En ocasiones, nuestros hijos parecen estancarse, no madurar al ritmo que esperábamos. Esta preocupación se intensifica cuando tienen hermanos o hermanas que sí parecen avanzar. Los padres a veces no comprendemos la influencia del tiempo en el desarrollo de nuestros hijos y nos vemos atrapados en preocupaciones, sufriendo tensiones innecesarias. Nos olvidamos de lo que un experto en la materia una vez mencionó: que la mayoría de los problemas de comportamiento de los hijos se resuelve con el tiempo.
Recuerdo a ciertos alumnos de nuestro Talmud Torá: en quinto y sexto grado eran un desafío constante. Inquietos, no dejaban de hablar e interrumpir. Molestaban a sus compañeros, desobedecían a los maestros y, a menudo, la única solución que quedaba era enviarlos fuera del aula. Pasaban más tiempo con el director que con sus compañeros de clase. Pero, con el paso del tiempo, luego de 15 años o más, he visto que muchos de estos niños “insufribles” se transformaron en padres ejemplares, exitosos empresarios, brillantes profesionales o personas de una admirable disciplina religiosa.
¿Qué pasó?
Simplemente estaban madurando a su propio ritmo o, como dicen los neurólogos, “el cerebro necesitaba tiempo para fortalecer las conexiones entre sus diferentes secciones y hemisferios”.
Tener paciencia no significa que los padres nos vayamos a quedar de brazos cruzados esperando —y rezando— que nuestros hijos maduren. Es esencial que siempre estemos presentes para hablar, guiar y alentar a nuestros hijos. Nunca debemos dejar de hacerlo.
Para comprender mejor el proceso de crecimiento que muchos de nuestros hijos atraviesan y entender nuestro rol de padres en este proceso, me gustaría compartir con ustedes la historia del crecimiento del árbol del bambú.
Al comienzo, es fundamental preparar el suelo, seleccionar un lugar óptimo con suficiente luz y humedad. Luego uno siembra las semillas. Durante el primer año, se riega constantemente el suelo con las semillas, pero no ocurre nada visible. En el segundo año, se riega y se fertiliza, pero aún no brota ni un solo retoño. El tercer año se continúa regando y cuidando el área con la esperanza de ver algún cambio, pero sigue sin haber señales del bambú. En el cuarto año, se observa el terreno y no se ve ningún progreso. Llega el quinto año y, al no ver resultados, uno podría pensar que ha fracasado en su intento de cultivar bambú. Sin embargo, sorprendentemente, en la mitad de ese año, el bambú comienza a crecer rápidamente y ¡en solo seis meses alcanza una impresionante altura de hasta 30 metros!
La pregunta del millón es: ¿Cuánto tiempo le llevó al bambú crecer? La respuesta inmediata parece ser “6 meses”. Pero en realidad, al bambú le tomó 5 años y medio crecer. Es decir, despegarse del suelo, literalmente, y comenzar a crecer. Y una vez que comenzó, ya nadie lo puede parar.
También hay que saber que, aunque el progreso no se notaba, en realidad, durante esos 5 años y medio, el bambú estaba creciendo «hacia abajo»: estaba formando un robusto sistema de raíces capaz de sostener su gran tamaño.
Nuestros hijos muchas veces experimentan un proceso similar al bambú. Su crecimiento requiere constantes cuidados “aunque no se noten los resultados”, con una paciencia inagotable. Recordemos el bambú: si durante los primeros 5 años uno hubiera desistido y dejado de regar o proteger al bambú, ese árbol jamás hubiera surgido.
Cada palabra de aliento que les damos, incluso en sus momentos de rebeldía o inmadurez, es edificante. Son como el agua para el bambú. Nuestros hijos crecen y se desarrollan de formas que no vemos. No sabemos cuándo ese crecimiento interno comenzará a manifestarse hacia afuera y alcanzará alturas sorprendentes, a veces incluso superando a sus hermanos que parecían desarrollarse más rápidamente.
Como los árboles de bambú, nuestros hijos necesitan que los nutramos permanentemente con amor y esmero.
Con el tiempo, y con la ayuda divina, madurarán y florecerán.
Rab Yosef Bitton