El primer Bet haMiqdash, el Gran Templo de Jerusalem, fue destruido en el día 9 del mes de Ab del año 586 antes de la era común, hace unos 2600 años.
LA VARA DE YEHUDA
Nuestros Sabios explicaron que los enemigos de Israel son como la vara con la que Dios castiga al pueblo de Israel por sus transgresiones. Por lo tanto, cuando ayunamos en recuerdo de la destrucción del Bet haMiqdash no lo hacemos para recordar las batallas perdidas o para demostrar nuestro resentimiento contra el enemigo, sino para tomar conciencia de nuestra responsabilidad colectiva en estos eventos y reflexionar sobre qué hicimos mal para merecer que Dios nos castigue. El enemigo nunca podría haber destruido nuestro Templo si la presencia de HaShem no lo hubiera abandonado. Y también dijeron que la presencia de HaShem se aleja de nosotros cuando abandonamos la Torá y sus caminos de bien. Y sin Su protección, quedamos expuestos y vulnerables ante el enemigo.
El primer Bet haMiqdash fue destruido por tres motivos principales: los judíos de esa generación se entregaron al culto de otros dioses (abodá zará), el asesinato que queda impune (shefijut damim), y la promiscuidad sexual (guilui arayot). Estos son los tres pecados cardinales en el judaísmo.
Para advertir al pueblo, Dios se reveló a sus Profetas para hacerles ver que se estaban dirigiendo por el camino equivocado. Los Profetas hablaban apasionadamente al pueblo, y especialmente al rey y a la aristocracia, y les transmitían “el punto de vista de Dios” sobre su conducta. Denunciaban la injusticia y advertían que si seguían por el mal camino, HaShem se iba a alejar de ellos y caerían en manos del enemigo, que siempre está al acecho. Estos adversarios de Israel actuarán sin compasión y Dios advierte que no lo impedirá.
Pero el pueblo judío no escuchó a los profetas… y así la ciudad de Jerusalem fue destruida.
EL PROFETA DE ANATOT
En los últimos años del primer Bet haMiqdash, el profeta que más se destacó fue Yirmiyahu (Jeremías), que vivió en el reinado de Yoshiyahu, de Yoyaquín, de su hijo Yoyajín, y del último rey de Yehudá: Tsidqiyahu.
Presentamos a continuación un breve ejemplo de sus palabras al pueblo judío, que nos demuestran el estado de inmoralidad que imperaba en la sociedad de Yehudá.
Yirmiyahu advierte al rey y al pueblo de las inevitables consecuencias de sus acciones:
Capítulo 22:1-13 «Así dijo HaShem, … Practiquen la justicia y la rectitud, liberen al oprimido, no humillen ni maltraten a los extranjeros, a los huérfanos y a las viudas… no derramen la sangre del inocente. … Si [recapacitan, corrigen sus acciones] y hacen lo que les indico, seguirán teniendo reyes judíos que los gobiernen, reyes que seguirán llegando en sus lujosas carrozas y sus caballos a este hermoso palacio, acompañados por los funcionarios y el pueblo… Pero si no hacen caso de estas advertencias, [el enemigo se apoderará de esta ciudad, la destruirá] y este hermoso palacio quedará convertido en ruinas”.
En el siguiente texto, Yirmiyahu se dirige al rey y a la realeza de Judea (Judea en hebreo es “Yehudá”, así se llamaba oficialmente el estado judío en esos tiempos) y denuncia dos cosas: primero, que la realeza abusaba de los judíos pobres, y segundo, que se estaban excediendo en su materialismo. Es muy interesante observar que Yirmiyahu nunca criticó el confort y la comodidad que disfrutan las personas que ganan su dinero con honestidad. El profeta judío dice claramente que no aboga por la pobreza o la austeridad voluntaria del rey. Su mensaje es, en primer lugar, que el dinero debía ser ganado con honestidad, y en segundo lugar, que la realeza no podía abusar de sus servidores: que los trabajadores debían ser tratados con dignidad y respeto.
Dirigiéndose al rey y a otros miembros de la realeza, Jeremías dice en el capítulo 22:13-17: “¡Ay de ti [el rey y la nobleza], que construyes tus palacios y tus altos edificios a base de abuso e injusticias. Haces trabajar a los demás sin pagarles sus salarios…dices: ‘Voy a construirme una gran mansión, con amplias salas en el piso superior’… abres ventanas, y recubres de cedro tus paredes y las pintas de rojo… ¿Piensas que ser rey consiste en vivir rodeado de cedro? [Es cierto que tus ancestros también] disfrutaban de una vida [con lujo]; pero [a diferencia de ti, ellos] actuaban con justicia y rectitud… siempre atentos a proteger los derechos de los pobres y oprimidos… eso es lo que se llama “conocer a Dios” [actuar consciente de la presencia Divina] … pero tú sólo te preocupas por las ganancias mal habidas; dejas morir al inocente, y oprimes y explotas a [los pobres de] tu pueblo.”
¿CÓMO SE LLEGÓ A ESTA SITUACIÓN?
Para comprender qué llevó al pueblo de Israel a abandonar la Torá, hay que remontarse a los tiempos del rey Menashé. Menashé reinó en Yehudá. Fue el reinado más largo y, de alguna manera, el peor de todos. En su afán por hacer la paz con el poderoso Imperio Asirio, Menashé transformó a Yehudá en una provincia asiria en todos los sentidos. Importó los dioses asirios y su culto, y eliminó por completo la Torá y la observancia de las Mitsvot. Fueron dos generaciones que estuvieron totalmente desarraigadas de cualquier práctica judía y alejadas de Dios y Su Torá.
El Bet haMiqdash fue utilizado para la adoración de ídolos, y los Cohanim que se negaron a servir ídolos fueron expulsados o eliminados.
Los jueces judíos, famosos por su sentido de equidad, también se asimilaron, y ya no juzgaban con la justicia de la Torá, sino con la justicia asiria, que siempre le daba la razón al que tenía más poder. Luego de Menashé reinó su hijo Amón, que fue tan malo como su padre, pero por lo menos reinó por poco tiempo: dos años.
A Amón lo sucedió Yoshiyahu (640-610 a.e.c.), quien implementó toda una extraordinaria revolución religiosa para volver a servir a HaShem. La historia de Yoshiyahu es fascinante. En sus tiempos, mientras hacían ciertos arreglos en las paredes del Bet haMiqdash, encontraron un Sefer Torá escondido. Después de más de 60 años de total abandono religioso, no había quedado ningún otro libro de Torá que no haya sido destruido. Al leer la Torá por primera vez en su vida, el rey Yoshiyahu se conmovió y decidió volver a servir a HaShem. Y así comenzó un proceso de Teshubá nacional, que tuvo un éxito parcial.
Aquí es donde comienza el protagonismo del profeta Yirmiyahu, quien trató por todos los medios de convencer al pueblo de regresar a la observancia religiosa.
Veremos ahora algunas ilustraciones de su profecía y sus advertencias sobre las prácticas de idolatría que el pueblo arrastraba desde la época de Menashé.
En el capítulo 10 de Yirmiyahu leemos:
“No sigan el ejemplo de otras naciones, ni se dejen asustar por las señales del cielo (=astrología), como esas naciones lo hacen. La práctica de esos pueblos es vanidad. Cortan un tronco en el bosque, un escultor lo labra con su cincel, luego lo adornan con plata y oro, lo aseguran con clavos y martillo, para que no se caiga [¡y lo adoran como si fuera un dios!]. Los ídolos parecen espantapájaros en un campo sembrado de melones; no pueden hablar, y hay que cargarlos, porque no caminan. No tengan miedo [superstición] de esos ídolos, que a nadie hacen mal ni bien. [Comprendan que] HaShem es el Dios verdadero, el Dios de la vida, el Rey eterno…”
En el capítulo 17 de su libro, vemos cómo Yirmiyahu trata de convencer al pueblo de volver a observar el Shabbat. Los Yehudim estaban tan asimilados que para ellos el Shabbat era un día más. Los asirios, que eran muy buenos comerciantes, habían contribuido a esta asimilación burlándose de aquellos judíos que no trabajaban en Shabbat, y acusándolos de holgazanes. HaShem le ordena a Yirmiyahu que se pare en la entrada del mercado, en Shabbat, y le diga al pueblo:
«Di a la gente: ‘Reyes y pueblo de Yehudá, habitantes de Jerusalem que entran por estas puertas, escuchen la palabra de HaShem… en Shabbat, y por consideración a sus propias vidas, no traigan sus mercancías, ni las metan por las puertas de Jerusalem… no hagan en este día ningún trabajo. Consagren el Shabbat, tal como le ordené a sus antepasados…’»
ABANDONO DE LA TORÁ
Yirmiyahu tenía muy claro que el abandono de la observancia religiosa era también responsable del abandono de la justicia jurídica y la justicia social. Especialmente por la protección de los derechos de los que menos tienen: los pobres, las viudas, los huérfanos. Hay una frase que se repite una y otra vez en las profecías de Yirmiyahu: yedi’at HaShem, «conocer a HaShem». Para Yirmiyahu, conocer a HaShem significa «imitar a HaShem», la máxima expresión de la espiritualidad judía. Pero, ¿cómo se imita a HaShem? Jeremías le recuerda al pueblo lo que dice la Torá y repite poéticamente el libro de Tehilim: HaShem es el protector de huérfanos y viudas, el que practica el jesed, bondad, con los necesitados, y libera a los oprimidos. Este mensaje se repite decenas de veces en el libro de Yirmiyahu. En el capítulo 9 vemos un muy breve ejemplo: «Así dice HaShem, que no se enorgullezca el sabio por su sabiduría, ni el poderoso por su fuerza, ni el rico por su riqueza. Si alguien se quiere enorgullecer, que se enorgullezca de conocerme, de saber que Yo soy HaShem, que actúo en la tierra con bondad, justicia y rectitud, y eso es lo que Yo quiero [que ustedes también practiquen]».
En los días del rey Yoyaquim, HaShem le habla al profeta Yirmiyahu y le dice que vaya al Bet haMiqdash y transmita este mensaje:
«Dice Dios… así le dirás… a todos [los que vienen de] las ciudades de Yehudá… no omitas ni una sola palabra [de lo que te digo]. Tal vez te hagan caso y se arrepientan de su mal camino. Si así lo hicieran, [Yo también] desistiré del mal que pensaba hacer [respecto al Bet haMiqdash y Yerushalayim] por causa de sus malas acciones. Tú les advertirás que así dice HaShem: ‘Si no me obedecen ni se rigen por la ley que Yo les he entregado, y si no escuchan las palabras de mis siervos los profetas, a quienes una y otra vez he enviado y ustedes han desobedecido, entonces haré con esta casa lo mismo que hice con Shiló’». Cap. 26: 1-6
Aquí el profeta demuestra cuál es realmente su misión. HaShem envió a los profetas para salvar a Su pueblo de las consecuencias de su mal proceder. La profecía que anuncia es la destrucción del Bet haMiqdash, pero que en ese momento todavía podía ser evitada. Al Bet haMiqdash le puede pasar lo que le pasó al Tabernáculo de Shiló, que fue destruido por los filisteos en los tiempos del profeta Shemuel. Pero, si el pueblo se arrepiente y si los líderes corrigen su proceder, la destrucción se puede evitar…
LA OPORTUNIDAD PERDIDA
La pregunta es: ¿cómo reaccionó la gente que estaba en el Bet haMiqdash ante estas palabras? ¿Aprovecharon la advertencia de Yirmiyahu para corregirse?
Los sacerdotes, y los falsos profetas, que eran los líderes del Bet haMiqdash, ¡condenaron a Yirmiyahu a morir! Ellos veían que el joven profeta amenazaba su autoridad y su liderazgo y lo consideraron un rebelde y un incitador. Acusaban a Yirmiyahu de ser portador de malas noticias. Mientras que los falsos profetas anunciaban que todo estaba bien, Yirmiyahu incitaba a la rebelión contra el liderazgo religioso. Lo acusaron de ser un hereje y demandaron su ejecución. Con mucha hipocresía los sacerdotes y los falsos profetas decían: “¿Cómo es posible que este hombre diga que el Bet haMiqdash se va a destruir? ¿Acaso piensa que HaShem no tiene el poder para evitar la destrucción de Su Santuario?”. Yirmiyahu fue linchado públicamente y salvó su vida milagrosamente.
Pero como ya lo explicamos, para HaShem el edificio del Bet haMiqdash, sus paredes, sus recintos y sus techos no significan nada si el pueblo no se conduce con integridad. Las personas que actúan mal no pueden venir al Bet haMiqdash a limpiar los pecados que impunemente seguían cometiendo. El ritual religioso, si no está acompañado de una conducta recta y honesta, es cinismo y sacrilegio.
Las fuertes palabras de Yirmiyahu contra esta actitud hipócrita hablan por sí mismas:
«Corrijan su conducta y sus acciones, y Yo [Dios] los dejaré seguir viviendo en esta tierra. No confíen en las palabras engañosas que [los falsos profetas] repiten: ‘¡Éste es el templo del Señor! ¡Es el templo del Señor! ¡Es el templo del Señor! [que nunca será destruido]’. Si corrigen su conducta y sus acciones, si practican la justicia los unos con los otros, si no oprimen al extranjero ni al huérfano ni a la viuda, si no derraman la sangre inocente en este lugar, ni siguen adorando a otros dioses… entonces los dejaré seguir viviendo en este país, en la tierra que di a sus antepasados por siempre…. [pero hasta ahora] ustedes… siguen robando, matando, cometiendo adulterio, jurando en falso, quemando incienso al [dios pagano] Baal, y siguen [las prácticas inmorales] de otros dioses extranjeros, ¡y luego vienen y se presentan ante Mí, en esta casa que lleva Mi nombre [el Bet haMiqdash], y dicen: ‘[Aquí] estaremos a salvo’ [Dios nos cuidará y no dejará que le pase nada a Su casa], para luego seguir cometiendo todas esas abominaciones! ¿Creen acaso que esta casa que lleva Mi nombre es una cueva de ladrones [un refugio de criminales]?”. Cap 7: 3-11
Los judíos no escucharon a Yirmiyahu y dejaron pasar la oportunidad de hacer Teshubá, de absorber el mensaje del profeta y arrepentirse.
Y al poco tiempo, la ciudad de Yerushalayim y su Templo fueron destruidos…
Las palabras de Yirmiyahu, lamentablemente, no fueron escuchadas en su generación. Pero fueron escritas para las generaciones del futuro, como un testimonio para todos nosotros.
Este próximo lunes 12 de Agosto por la noche comenzaremos a observar Tish’a BeAb, el día de duelo nacional del pueblo judío , dedicado a la introspección, a recordar los errores de nuestros antepasados para corregirlos y no repetirlos jamás.