En nuestra Parashá, Pinejás, los judíos están por entrar a la tierra de Israel. Han pasado 40 años desde la salida de Egipto. Moisés todavía es el líder, pero se enfrenta a una generación diferente. Estos jóvenes adultos no fueron criados como esclavos, sino como hombres libres. Aún guardan ciertos vicios de la generación anterior o se dejan llevar por las pasiones de la idolatría o a veces le dan la espalda a Dios, a pesar de Su abrumadora presencia en cada aspecto de su vida en el desierto. Pero siguen necesitando un líder. Moshé tiene ya 120 años. Recientemente ha encabezado el ejército en las luchas contra Sijón y Og, pero ahora, cuando se avecina una nueva guerra contra Midián, Moshé pide un cambio. Dios elige a Yehoshúa Bin Nun.
¿Por qué? Moshé imploró a HaShem que asignara a un líder con una característica especial: un hombre «asher rúaj bo», que con sus palabras pudiera llegar al corazón y mover el espíritu de aquellos que lo escuchan. Un líder con la sabiduría para lidiar con diferentes tipos de personalidades y escenarios. Que sepa dirigirse y llegar al espíritu de aquellos que necesitan una mano fuerte, y de aquellos que necesitan un enfoque más sensible. Que sepa comunicar, y persuadir con su palabra a aquellos que no piensan como él. Porque fue justamente en este aspecto, la comunicación con la nueva generaron, que Moshé sentía que no lo había logrado: Como cuando golpeó a la piedra en lugar de usar la palabra o cuando el pueblo pecó con Midián, y se quedó sin palabras. HaShem designa a Yehoshúa como sucesor de Moshé porque era «un maestro» de la comunicación. Yehoshúa fue un líder que supo guiar el espíritu de su pueblo y de su mano el ejército de Israel logre sus mas espectaculares victorias. Vencer a docenas de naciones en Canaan y vivir con paz, prosperidad y lealtad a Dios por dos generaciones.
No es fácil ser judío en 2024. En Europa, es peligroso. Tanto es así que muchos han sacado las Mezuzot de sus casas, han dejado de mandar a sus hijos a escuelas judías o usan una gorra deportiva en lugar de una kipá. En EE.UU. es menos grave. POR AHORA. Aunque en Nueva York, la ciudad con la mayor cantidad de judíos en el mundo entero (1.4 millones), en algunos lugares da miedo caminar por la calle, por la enrome cantidad de árabes con una animosidad manifiesta y sin escrúpulos hacia Israel y los judíos. Hay una gran desmoralización. Porque irónicamente, nosotros, el pueblo que enseñó al mundo la justicia y la solidaridad, está siendo demonizado como asesino y genocida. O está siendo culpado incesantemente por la mayoría de los medios, las Naciones Unidas y hasta la Corte Penal Internacional de La Haya en Holanda. Es como que el mundo no entiende, no le interesa reconocer quiénes son los buenos y quiénes son los malos de esta película. Israel es tratado por el mundo con las mismas actitudes que un antisemita clásico trata a un individuo judío: acusaciones falsas, demonización y mentiras sin escrúpulos. A Israel se le acusa de genocidio porque se atrevió a defenderse. Porque NO OFRECIÓ A HAMÁS LA OTRA MEJILLA. El mundo, y sus portavoces en los medios internacionales, optan por ignorar cínicamente y sin pestañear los crímenes perpetrados el 7 de octubre. Omiten deliberadamente de la opinión pública que todo lo que tiene que suceder para que haya un alto el fuego en Gaza y para evitar la muerte de los civiles palestinos es que el grupo terrorista Hamás se rinda y entregue a los judíos secuestrados. Pero nadie apunta sus reclamos contra Hamás: increíblemente—o no —apuntan sus dardos contra la víctima, el Estado de Israel.
¿Dónde será posible encontrar una plataforma multitudinaria y respetable para comunicar nuestra historia, nuestro lado de la verdad? ¿Dónde encontramos al líder judío que nos represente? ¿Un líder con la sabiduría de Yehoshúa para que sus palabras puedan entrar los corazones y mover los espíritus de aquellos que lo escuchan?
Creo que esta semana encontramos a ese líder. Esta miércoles pasado el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, habló en Washington ante las dos cámaras del Congreso de EE.UU.
Era la cuarta vez que se dirigía al congreso en su vida política. No existe otro mandatario en el mundo con un récord semejante. Habló por casi una hora, y fue ovacionado con aplausos de pie unas 50 veces. Fue visto y escuchado por miles de millones de personas. Y le presentó al mundo el punto de vista de Israel. Describió gráficamente la terrorífica masacre del 7 de octubre y el Holocausto que sufrieron las víctimas: padres, abuelos, hijos y bebés. Habló de los rehenes judíos y presentó a la joven israelí Noa Argamani, cuya fotografía se ha convertido en el icono del horror de los secuestrados. Luego introdujo a tres soldados de Israel. El mundo vio el verdadero y noble rostro de los soldados judíos, que representan a cientos de heroicos jóvenes que sacrificaron sus vidas para defender a Israel, o los miles de combatientes heridos que han perdido un brazo, una pierna o la vista, pero han conservado su valentía para regresar y luchar en esas condiciones. Todo esto — y un poco más — fue lo que logró demostrar Benjamín Netanyahu en Washington, D.C.
Netanyahu denunció a Irán como la cabeza del pulpo que maneja sus tentáculos: Hamás, Hezbollah y los Hutíes del Yemen.Y afirmó que Irán está financiando las protestas pro-Hamás en todo el mundo, incluyendo las que tenían lugar en ese momento afuera del Congreso, en las cuales estaban incendiando la efigie de Netanyahu, quemando banderas americanas, profanando los monumentos históricos, cantando a favor del terrorismo de Hamás y alzando banderas palestinas. Acusó a estos activistas de ignorancia y de ser los “idiotas útiles» de Irán.
Netanyahu no fue apologético: todo lo contrario. Representó a Israel con una enorme dignidad y un orgullo contagioso. Un orgullo que lo llevó a afirmar, y con razón, lo que nunca antes (y no creo que nunca después) ha dicho un mandatario extranjero en la cara del Congreso estadounidense: «WE ARE PROTECTING YOU” (Nosotros, Israel, los estamos protegiendo a ustedes, EEUU, de Irán), lo cual le valió un aplauso y una ovación multitudinaria porque, por más que suene arrogante, es verdad. Israel está al frente, llevando a cabo una guerra que no es un choque entre civilizaciones, sino una batalla entre la civilización y la barbarie: entre aquellos que aman la vida y aquellos que aman la muerte de los que no piensan como ellos.
Netanyahu fue muy firme respecto a nuestro derecho a la tierra de Israel: “Es la tierra de nuestros antepasados, donde rezaron Abraham, Isaac y Jacob; donde profetizaron Isaías y Jeremías, y donde reinaron David y Salomón”. Lo dijo con un orgullo y con mucha convicción. Y tocó las fibras no solo de los judíos presentes, sino también de los senadores americanos cristianos que se identifican con la Biblia hebrea, que no son pocos.
Netanyahu no solo representó al Estado de Israel, sino a todo el mundo judío.
Concluyó con un pedido de ayuda para Israel, pero incluso aquí fue muy medido y honorable. Explicó que Israel no necesita que EE.UU. mande sus tropas, soldados americanos que sacrifiquen sus vidas por Israel como lo hicieron en Vietnam, Irak y Afganistán. Netanyahu dejó claro y con mucho orgullo judío que el ejército judío es autosuficiente para eso y solo necesita que EE.UU. le envíe el armamento necesario para lidiar con los múltiples conflictos que enfrenta Israel, lo más rápido posible.
Personalmente, estoy muy agradecido a Dios de que Netanyahu sea el primer ministro de Israel. Y le ruego a HaShem que lo proteja y le siga dando la sabiduría que le dio a Yehoshúa Ben Nun para liderar el ejército judío hacia la victoria en su incesante lucha contra tantos enemigos. AMEN