PEQUDE: Ser honrado y parecer honrado
En la Parashá de esta semana , Vayaqhel-Pequdé, seguimos leyendo acerca de la construcción del Mishkán, el Tabernáculo o Templo móvil que el pueblo de Israel erigió en el desierto. La construcción del Mishkán fue precedida por la recaudación de elementos de valor que fueron donados generosa y espontáneamente por los Yehudim. Las donaciones consistieron en telas, pieles, maderas, piedras y metales preciosos como bronce, plata y oro, entre otros. Lo que el pueblo donó no solo alcanzó para construir el Mishkán, sino que también, como el pasuk lo dice explícitamente, sobró. Moshé era, naturalmente, el administrador general de todos estos fondos. Y aunque se trataba del «más humilde de todos los hombres» y el único ser humano que «habló con Dios», algunas personas de esa difícil generación del desierto cuestionaron la integridad de Moshé y sugirieron que Moshé pudo haberse quedado con fondos públicos. Cuando Moshé escuchó estos infundados rumores, dijo, de acuerdo con el Midrash: «Cuando termine la construcción del Mishkán, daré cuenta exacta de todo lo que se colectó y de todo lo que se gastó». Y así es como comienza nuestra Parashá: «ele fequdé hamishkan...» que quiere decir: «Este es el reporte de [todo lo que se utilizó en] el Mishkán». El registro de Moshé fue muy detallado y minucioso. En un pasuk que representa el preciso detalle de este reporte: «Y con las 1775 piezas de plata hizo los clavos de las columnas», estos eran los clavos o ganchos que sostenían las cortinas del Mishkán.
Lo que ocurrió con Moshé fue muy doloroso. En realidad, era la primera vez que se recaudaban y se administraban fondos públicos en la historia del pueblo judío. Pero este lamentable episodio sirvió, desde entonces, como una inspiración para los líderes judíos: no solo se debe proceder con integridad, también hay que hacer todo lo posible para evitar que se despierten sospechas sobre la honestidad de quienes manejan o tienen acceso a fondos públicos.
En las palabras de nuestros Sabios: והייתם נקיים מה’ ומישראל «Uno debe ser honesto [procediendo con rectitud] a los ojos de Dios, y también a los ojos de Israel [evitando así que los demás sospechen de su integridad]». La Guemará trae varios ejemplos de esta transparencia que caracteriza a aquellos que manejan fondos públicos.
La familia Garmú estaba encargada de preparar el lejem hapanim en el Bet haMiqdash. Este pan, compuesto por 12 hogazas grandes que se colocaban en una mesa especial, debía ser preparado con harina blanca y extra fina. Existía una fórmula «secreta», ya que debía permanecer fresco por una semana y algunos afirmaban que no podía llevar levadura. Esta receta era cuidadosamente guardada por una sola familia: los Garmú, quienes la transmitían para la preparación del pan de generación en generación. Sin embargo, la familia Garmú tenía una costumbre que también había sido transmitida de generación en generación: en sus casas nunca consumían pan con harina fina. El pan de los Garmú estaba elaborado con harina gruesa, o lo que hoy conocemos como «integral», la cual en ese entonces era considerada como harina de pobres o de segunda categoría. Hacían esto para evitar que alguien sospechara que ellos utilizaban la harina del «lejem hapanim» para su consumo privado.
Por otro lado, había otra familia muy importante en Yerushalayim: los Abtinás, quienes estaban encargados de preparar el quetoret, es decir, el incienso que se usaba en el Bet haMiqdash y que se preparaba con especias y resinas sumamente valiosas. Ellos también tenían una fórmula secreta para preparar el quetoret. Aunque conocemos todos los ingredientes y cantidades utilizados para su elaboración, había una misteriosa plantita llamada «ma’ale ‘ashán» y unas hojitas de esta planta hacían que el humo del quetoret subiera verticalmente, lo cual era requerido ritualmente, en vez de expandirse. Solamente esta familia sabía identificar la planta que producía este efecto sobre el quetoret. Además, solo ellos conocían la fórmula para mezclar las 11 especies utilizadas para el quetoret. Los Abtinás tenían una buena costumbre: las mujeres de la familia nunca se perfumaban. Los perfumes, ya sean caseros o comerciales, se producían con los mismos elementos utilizados para la preparación del quetoret, y querían evitar que alguien pensara que habían usado los restos de las especies del quetoret para hacer sus propios perfumes. Cuando una novia se comprometía con algún miembro de la familia Abtinás, la hacían prometer que nunca usaría perfumes, para evitar cualquier sospecha de que utilizaban estos elementos públicos para su uso personal.