VERSICULO 1- 7
Después de un tiempo, el rey Ajashverosh nombró a un nuevo primer ministro: Hamán, hijo de Hamedata, Agaguita. Agag era el pueblo de Amaleq, famoso por haber atacado a los judíos sin un motivo cuando salieron de Egipto, lo que valió de desde ese entonces el epítome del sentimiento judeofobo.
Hamán fue investido con los poderes más altos. Aparentemente, por lo que vemos en el resto de la Meguilat Ester y lo que sabemos de la historia de Jerjes, una vez que Ajashverosh regresó de su frustrada expedición militar ya no quería involucrarse en la política. Ahora solo quería sobrevivir, pasarla bien, y dedicarse a la construcción de obras faraónicas, como lo hizo en Persépolis. Hamán era hombre de carácter y mano dura así que le servía al rey para afianzar su reinado y especialmente para evitar cualquier complot en su contra. A fin de investir de autoridad a Hamán, el rey ordenó que todos lo reverenciaran de una manera especial. Debían arrodillarse y postrarse ante Hamán. La postración o en hebreo «hishtajavayá» era un acto de respeto muy aceptado en aquellos tiempos. Abraham se postró ante los hombres hititas y Jacob se postró ante su hermano Esav. Sin embargo, «arrodillarse y luego postrarse» ( כריעה והשתחוויה) no era una mera señal de respeto sino de devoción religiosa, un gesto que en la Biblia Hebrea está reservado solo para Dios. La estrategia de Ajashverosh era investir a Hamán con una autoridad religiosa le obedecieran y le temieran. Los Sabios agregan que Hamán portaba un ídolo consigo, del cual recibía su divinidad, como hacían los sacerdotes paganos. Una vez que sabemos todo esto, comprendemos que arrodillarse y postrarse ante Hamán era un acto de idolatría. Y por este motivo, Mordejai, que residía o trabajaba en la corte del rey (sha’ar hamelej) recusaba arrodillarse ante Hamán.
Hay una opinión rabínica no muy conocida que afirma que el rey Ajashverosh consciente de este problema, eximió personalmente a Mordejai de arrodillarse ante Hamán, en consideración a sus principios religiosos.
Hay opiniones que critican a Mordejai por no haber sido más cuidadoso y sugieren que podría haber renunciado a la corte del rey para no enfrentarse con el dilema de arrodillarse ante Hamán. En mi opinión, Mordejai estaba siguiendo el ejemplo de los tres amigos de Daniel: Jananía, Mishael y Azariá que 120 años antes hicieron algo similar durante la inauguración de un ídolo en Babilonia (Daniel, capítulo 3). Estuvieron dispuestos a dar sus vidas, y hacerlo públicamente, para dar ejemplo a los demás judíos de que no debían arrodillarse ante un ídolo.
De cualquier manera, Mordejai asumió que en el peor de los caso, Hamán lo iba a mandar a ejecutar a él, pero nunca imaginó que iba a vengarse buscando el genocidio de todo el pueblo judío.
Mordejai tampoco se presentó directamente ante Hamán de forma provocativa para demostrarle que no se arrodillaba ante él, ya que de otra manera Hamán lo habría visto con sus propios ojos. En realidad lo hizo discretamente. Y tal como ocurrió con los amigos de Daniel, fueron sus enemigos los que lo delataron ante Hamán.
Al enterarse de esta afrenta, Hamán se enfureció muchísimo. Y no lo denunció al rey Ajashverosh, sino que decidió tomar el asunto en sus propias manos.
Lo primero que pensó es que no era suficiente matar solo a Mordejai, o a su familia. Para que su sed de venganza quedará satisfecha debía tomar medidas extremas. Hamán decidió entonces eliminar «a todos los judíos del imperio persa” que eran en esos tiempos “ todos los judíos del mundo”, incluyendo la colonia de 50.000 judíos que vivían en Israel, que era en ese entonces una provincia más del imperio persa. Era la solución final, concebida nada menos que por un descendiste de Amaleq.
Lo primero que hace Hamán es elegir una fecha propicia para ejecutar su masacre. Los persas consultaban constantemente con sus oráculos astrológicos para determinar cuáles eran los días más auspiciosos para sus planes y cuáles no. Según algunos historiadores, el oráculo astrológico era una tabla con los nombres de los meses y otra con el número de los días. Hamán arrojó una piedrita o una gema especial —que en idioma persa se llamaba “pur” (“piedrita de la suerte”) y esta cayó en el mes de Adar. Luego arrojó otra piedrita y cayó en el número 13. Y así fueron dos piedritas ( “purim”. Plural de “pur”) las que determinaron el día 13 del mes de Adar. Corría el año 12 del reinado del rey Ajashverosh. Ahora Hamán tenia que convencer a Ajashverosh de que firmara el decreto para la «solución final».
VERSÍCULOS 8 – 9
Por lo que se deduce del texto de la Meguilá, lo que dice y especialmente lo que omite el texto, la estrategia de Hamán para convencer al rey Ajashverosh constaba de 4 puntos.
En primer lugar, minimizar el evento y definidamente no discutirlo en una reunión formal. Hamán no solicitó al rey una audiencia para presentar su plan, como hizo Ester cuando quería hablar con el rey. Yo imagino que Hamán habrá aprovechado algún momento casual e informal, al final de una larga y cansadora reunión, cuando el rey ya estaba de pie, cansado o apurado para ir su próximo evento, y allí, en los pasillos del palacio, Hamán quería conseguir un descuidado «sí».
En segundo lugar, Hamán nunca mencionó que quería eliminar a los judíos. Le dijo al rey que quería «deshacerse» de un pueblo al que no mencionó explícitamente; que estaba esparcido por todo el imperio —es decir: que no tenía el poder para sublevarse— que no seguían las leyes del rey sino sus propias leyes, y que no aportaban ningún beneficio al rey. Hamán minimizaba deliberadamente la importancia de este pueblo, y de acuerdo al Malbim y otros, el rey Ajashverosh nunca supo que el decreto de Hamán se refería a eliminar a los judíos.
El tercer punto es que Hamán no especificó que quería matar a los miembros de ese pueblo, algo que habría llamado la atención del rey. Hamán usa una palabra ambigua: “leabedam”, “destruirlos”: que puede significar: matar. Pero también puede significar: exiliar, esclavizar o destruirlos económicamente confiscando sus bienes.
El cuarto punto tiene que ver con el dinero. No solo que Hamán no le solicita al rey dinero para este proyecto, sino que le ofrece una suma importantísima: 10,000 piezas de plata que serán confiscadas y llegarán a las arcas del rey.
VERSÍCULO 10-15
Para la sorpresa de Hamán, el rey Ajashverosh no pidió leer el texto y no hizo preguntas. Con una total despreocupación e irresponsabilidad, se quitó el anillo con el que firmaba sus decretos, se lo entregó a Hamán y le dijo: «Haz lo que quieras con ese pueblo y quédate con el dinero».
El plan de Hamán había funcionado mejor de lo que esperaba.
Ahora Hamán, con el anillo real en sus manos, hace llamar a los escribas del rey y les dicta lo que tienen que escribir. Aquí el rabino Moshé Almosnino nos abre los ojos a un punto muy importante. Hamán redactó el edicto con dos textos diferentes. En el primero, «Ketab hadat», solo decía el título («Save the date»): «Prepárense y reserven el día del 13 de Adar», ( להיות עתידים ליום הזה) sin más detalles. El segundo escrito —que se menciona primero— es la letra pequeña que explica exactamente lo que Hamán quería hacer: «En el día 13 de Adar, los judíos del imperio persa serán destruidos, y asesinados, y sus bienes serán confiscados. Los jóvenes, ancianos, niños y mujeres del pueblo judío serán asesinado en el día 13 del mes de Adar».
El edicto fue firmado el 13 de Nisán y fue enviado a las 127 provincias del imperio a través de los jinetes del correo real, con carácter de urgencia. También fue traducido a todos los idiomas que se hablaban en el imperio.
En Shushán, para evitar que el rey se enterase del decreto de Hamán, solo se envió el primer texto, el Ketab HaDat (“Save the date”) que no mencionaba ningún genocidio. Y así, este capítulo concluye contándonos que Hamán y el rey Ajashverosh se sentaron tranquilamente a disfrutar de un banquete, mientras que los ciudadanos de Shushán, judíos y no judíos, quedaron confundidos y perplejos, al escuchar la misteriosa proclamación que intimaba a reservar la fecha del 13 de Adar.