אני הוא שאמרתי לאביך אל תרד מצרימה אני הוא שאומר אליך אל תירא מרדה מצרימה אתה וזה כי לגוי גדול אשימך שם כי אמנם אם היו בניך יושבים פה היו מתחתני’ בכנעני’ ומתערבים עמהם אבל במצרים לא יקרה זה כי לא יוכלון המצרי’ לאכול את העברים לחם כאמרם רזז»ל ויהי שם לגוי מלמד שהיו מצויינים שם:
Génesis 46:3
¿CONSUELO O SABIDURÍA?
En la Parashá de esta semana, Vayiggash, Yosef finalmente revela su identidad a sus hermanos: “Yo soy Yosef», les dice. Los hermanos están en estado de shock. Tomados por sorpresa, no pueden responder. Permanecen en silencio, asustados y quizás consumidos por la culpa: hace 22 años, vendieron a Yosef como esclavo y fingieron su muerte ante su padre. Ahora Yosef, consciente del remordimiento de sus hermanos, y en una muestra inigualable de nobleza y altruismo, los consuela y les dice: [«Quiero que sepan que] no fueron ustedes los que me vendieron [a Egipto]: fue Dios quien me hizo llegar aquí». Uno podría pensar que Yosef les está diciendo a sus hermanos una mentira piadosa para que no se sientan mal. Pero las palabras de Yosef son un poco más profundas que una farsa diplomática y superficial. Yosef, cuya vida fue una montaña rusa de eventos impredecibles, aunque con un final feliz, comprendió que los seres humanos somos simples piezas de un juego de ajedrez.
NOSOTROS Y EL AJEDREZ
Jorge Luis Borges escribió que las piezas del ajedrez sienten que se mueven a voluntad y “No saben que la mano designada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor adamantino somete su voluntad y su viaje”. En el tablero de la vida, el Creador es el Gran Maestro invisible que mueve las piezas. Pero a diferencia del ajedrez, en el juego de la vida, los seres humanos somos piezas conscientes e irónicamente, con libre albedrío: responsables de aquellas acciones que elegimos. La intervención Divina tiene lugar, no interfiere con la elección humana. Este es más un principio axiomático que un tema demostrable. La dinámica entre el libre albedrío humano y la intervención divina, es probablemente el tema más complejo en filosofía judía. Algunos rabinos consideran que esto es lo que el misticismo judío llama «ma’ase merkabá», algo que todos experimentamos, pero cuya comprensión permanece más allá de nuestro entendimiento. O que a veces, pero no siempre, lo entendemos mejor con el pasar del tiempo, como veremos a continuación. Siguiendo esta línea de pensamiento, la pregunta que debemos abordar es ¿cuál fue el propósito divino de la llegada de Yosef a Egipto, que trajo como consecuencia el arribo de toda su familia, el incipiente “pueblo de Israel”, a la tierra de los faraones? A menudo se explica que Dios envió a Yosef para salvar a Egipto del hambre, algo que el mismo Yosef admite ante sus hermanos de manera explícita
EL JUEGO DE LAS INFLUENCIAS
Un comentarista italiano del siglo XVI, Ribbí Obadiá Seforno, identificó un ángulo diferente (o adicional) de este interrogante. En el texto hebreo citado arriba, Seforno indica que los hijos de Ya’aqob, irónicamente, ¡corrían el peligro de asimilarse en la tierra de Israel! Veamos. Yehudá, el cuarto hermano y el líder natural de todos los hermanos, se casó con una mujer cananea. Y tomó para su hijo una esposa cananea. Según el comentarista Eben Ezra, la razón principal por la que Isaac y Ya’aqob fueron a buscar a sus esposas y las trajeron desde la ciudad de Harán, en el norte de Siria, a pesar de que también practicaban la idolatría, fue la siguiente: una mujer que llega desde tan lejos, sola y sin su familia, no ejercerá una influencia «religiosa» negativa en sus marido y sus hijos. Por el contrario: lejos de su sociedad y su vida pagana, tendrá que adaptarse a los valores monoteístas y a la fe de Abraham, Isaac y Ya’aqob. Si Isaac o Ya’aqob se hubieran casado con mujeres locales, como hizo Esav, las familias de estas esposas (madres, hermanas, primas, etc.) y el ambiente pagano local, habrían ejercido una tremenda influencia contra la fe de Abraham, imposible de neutralizar. Y el camino de Abraham no hubiera sobrevivido en la próxima generación. Seforno nos hace notar lo que estaba sucediendo ahora con los hijos de Ya’aqob, que, uno tras otro, se estaban casando con mujeres cananeas locales y ellos o sus hijos podrían muy fácilmente asimilarse a los valores paganos de las familias de sus esposas y abandonar el camino de Abraham. El destino del futuro pueblo de Israel y la fe de Abraham, estaban en juego.
ALIMENTACIÓN Y ASIMILACIÓN
Seforno continúa diciendo que en Egipto, la influencia de las esposas cananeas y sus familias estaría, irónicamente, neutralizada porque en Egipto, ellas mismas —lejos de sus propias familias serían extranjeras y no locales y se verían obligadas a cultivar y preservar los valores de sus «familias nucleares” (esposos + hijos) y transmitir el camino a los abuelos Abraham Yitsjaq y Yaaqob, a la próxima generación. Y esto ocurriría porque la cultura y la sociedad egipcias eran muy diferentes de las sociedades semíticas. Y estas diferencias los protegerían de la asimilación. La Torá, al pasar, menciona uno de estos rasgos. Para los egipcios, los animales eran sagrados, representaban fuerzas divinas, y muchos eran adorados como dioses, como las vacas en la India. Los carneros (machos de ovejas), por ejemplo, eran considerados dioses que concedían virilidad, y los egipcios no consumían su carne. Lo que es más: la ganadería era ofensiva para los egipcios. Comer animales se consideraba to’ebá, una abominación (versículo)… Los hermanos de Yosef, por otro lado, eran pastores. Criaban, esquilaban y también comían ovejas y carneros. Esta y otras diferencias culturales / religiosas en la alimentación otras áreas, explica Seforno, evitaría que los hijos de Israel se integraran socialmente a los egipcios. Y por esta razón, cuando Yosef le cuenta al Faraón que su padre y sus hermanos han llegado de Canaán, lo primero que le describe al monarca egipcio es que sus hermanos «son pastores” y solicita al Faraón un lugar de residencia “especial”donde puedan seguir sus costumbres. El Faraón magnánimamente les asigna un área separada, para no “herir los sentimientos” de sus súbditos egipcios. Al no vivir en la misma área en la que viven los egipcios, los Hijos de Israel, no se van a asimilar y podrán seguir preservando el camino de Abraham.
EL ROMPECABEZAS MÁS SOFISTICADO
Los hermanos vendieron a Yosef a Egipto y, al hacerlo, crearon una realidad que terminó por conducirlos a Egipto. Irónicamente –siempre de acuerdo a Seforno– esta concatenación de buenas y malas elecciones, los protegió de un proceso de potencial de asimilación que hubiera tenido lugar, irónicamente, en la tierra de Israel. Fue en Egipto, que el pueblo de Israel, en su etapa más frágil e incipiente, comenzó a forjar su propia identidad como un pueblo distinto y diferente de los egipcios, y también de los cananeos. Los rabinos expresaron esta idea con una frase que leemos en la Hagadá de Pésaj: מלמד שהיו מצויינים שם, es decir, la Torá nos enseña que en Egipto vivieron como un pueblo con identidad propia. Los hermanos de Yosef, si bien fueron culpables de haber vendido a Yosef a Egipto, en realidad también fueron los responsables involuntarios de haber salvado a sus descendientes de la asimilación. Dios movió, o dejó que se movieran, o hizo una serie de movidas adicionales para que las piezas del ajedrez viajaran, en una dirección que terminó protegiendo a Su pueblo. A lo que se sumó la visión de Yosef cuando le pidió al Faraón un lugar de residencia separado para preservar a su familia de la asimilación a la sociedad egipcia. Y así fue como en Egipto, la familia Ya’aqob pudo transformarse en el pueblo de Israel. Y este partido pudo haber comenzado cuando Dios le prometió a Abraham que sus descendientes llegarían a Egipto, y regresarían a la tierra de Israel en un plazo de 400 años. Para pensarlo…