VAYESHEB: La paciencia como parte de la fé

וכל אשר הוא עושה ה’ מצליח בידו

YOSEF, EL CAPATAZ

Yosef fue vendido por sus hermanos y fue llevado al mercado de esclavos en Egipto, donde Potifar, un ministro de la corte de Faraón, lo adquirió. En la casa de Potifar, Yosef se destacó por su gran trabajo. Su amo se dio cuenta de que el esclavo que había adquirido era un genio en la administración y también inspiraba confianza. Potifar dejó todos sus bienes y su hacienda, probablemente cientos de personas, en manos de Yosef. Aparentemente, Yosef había encontrado su destino final; aunque estaba lejos de su familia, al menos estaba en una posición privilegiada. Ser ascendido a «manager» era el último sueño, la utopía, de cualquier esclavo. Sin embargo, todo comenzó a empeorar para Yosef. La esposa de Potifar lo provocó, pero Yosef no sucumbió y rechazó sus avances con sutileza pero con firmeza. Trató de razonar con la mujer y le explicó que lo que ella quería hacer era un gran pecado contra su esposo y, sobre todo, contra Dios. «¿Cómo podría yo hacer algo tan malo y pecar contra Dios?» (Gén. 39:9). Pero la esposa de Potifar no tomó bien el rechazo de Yosef: ¡se sintió ofendida de que un hombre, un esclavo bajo su mando, la haya rechazado! Y acusó falsamente a Yosef de abuso sexual. Potifar, creo, no le creyó a su esposa. Si le hubiera creído hubiese matado a Yosef en el acto. Por el otro lado, no podía ignorarla ya que afectaría el honor de su familia. Por lo tanto, decidió enviar a Yosef a un calabozo.

YOSEF, DENTRO Y FUERA DE LA PRISIÓN

La situación de Yosef era ahora desesperada. La sentencia era por vida. Yosef pasó de ser un gerente exitoso y con privilegios, al nivel más bajo que podía llegar un ser humano en Egipto: «un esclavo condenado a prisión». En Egipto, el valor de la vida de un esclavo era probablemente menor que el de un caballo o un perro. ¿Qué se puede decir entonces del insignificante valor de un esclavo en prisión? Sin embargo, gracias a su personalidad y carácter, Yosef también se ganó la confianza del jefe de la prisión, quien, al igual que Potifar, dejó la administración de la cárcel en manos de Yosef.

Yosef cuidó a dos prisioneros VIP, ministros del faraón. Ambos tuvieron sueños muy extraños. Y Yosef, que sabía mucho de sueños, le aseguró a uno de los dos ministros, el encargado de lo que bebía del Faraón –la persona de confianza que se aseguraba de que las bebidas que le llegaban al monarca egipcio no estuvieran envenenadas– que sería liberado y restituido a la corte. Yosef aprovechó esta circunstancia fortuita y le pidió al ministro que se acordara de él, y como pago por haber interpretado positivamente su sueño, le rogó que le dijera al Faraón que lo liberara de la prisión, ¡ya que era inocente!

UN FINAL FELIZ

Pero a medida que pasaban los días o las semanas, Yosef se dio cuenta de que su esperanza era una fantasía. El ministro del Faraón se olvidó de Yosef y conscientemente lo borró de su memoria. Porque, naturalmente, lo último que hubiera querido el ministro era recordarle a su jefe, que le había dado una segunda oportunidad, sus días en la cárcel. Un día, sin embargo, el Faraón tuvo un sueño inquietante y nadie pudo interpretarlo. En ese momento, el ministro, sabiendo que ahora no estaba «pidiendo» sino «haciendo» un favor al Faraón, le informó que había un joven hebreo en la cárcel que sabía interpretar los sueños. Yosef fue llevado al palacio y luego, como todos sabemos, se convirtió en la mano derecha del Faraón, lo que le permitió encontrar a sus hermanos y eventualmente reconciliarse con ellos.

¿QUÉ HUBIERA PASADO SI…?

Una de las grandes lecciones de vida que nos enseña la historia de Yosef es que a menudo queremos que algo suceda AHORA. Oramos y suplicamos desesperadamente a HaShem para lograrlo… y al final, puede ser que NO suceda. Pero después de un tiempo, miramos nuestras vidas hacia atrás y quizás nos demos cuenta de que GRACIAS A DIOS,  ¡LO QUE QUERÍAMOS QUE SUCEDIERA NO SUCEDIÓ! Y que ahora tenemos una mejor oportunidad, estamos en una mejor posición, etc.

Yosef deseaba desesperadamente que el ministro del Faraón ejerciera toda su influencia para sacarlo de prisión. Supongo que Yosef debió haber esperado con impaciencia día y noche a que alguien viniera a sacarlo de la cárcel en nombre del ministro de Faraón. Pero imagínese por un segundo si eso hubiera sucedido: Yosef estaría ahora fuera de la cárcel, sin dinero, sin familia y con el historial de un ex-convicto. No hubiese podido llegar muy lejos… Hubiera terminado como esclavo por segunda vez. Y en el mejor de los casos, habría culminado su carrera siendo un buen capataz en la hacienda de algún poderoso funcionario egipcio …

LA PACIENCIA COMO FORMA DE FE

Yosef aprende ¡y nos enseña! que la paciencia es parte integral de nuestra Emuná o fe. Porque muchas veces, las cosas que nos pasan o no nos pasan son al final para nuestro propio bien. Todas las experiencias negativas que vivió Yosef al principio lo hicieron bajar cada vez más, hasta el punto de la desesperación. Pero cuando Yosef toca fondo, inesperadamente, y sin que Yosef haya soñado con tal escenario, la vida de Yosef mejora meteoricamente.

No todos tenemos el mismo privilegio que Yosef. No siempre es posible ver una excelente resolución final para todos nuestros problemas en la vida. Sin embargo, esta lección es muy importante. Prácticamente todos los días escucho de alguien que no consiguió el trabajo que tanto deseaba o que fracasó en una cita potencial (Shidduj) o en un negocio. Uno puede sentir en ese momento que Dios lo ha abandonado. Pero luego, escucho a mucha gente decir: «¡Gracias a Dios que no sucedió lo que yo tanto deseaba que sucediera! Hubiera sido un gran problema, o al final pude conseguir algo mejor… Ahora me doy cuenta de que, al no acceder a mis plegarias, Dios me protegió de un terrible error  negocio/trabajo/shidduj, etc.

Esta es una actitud importantísima que una persona de fe debe cultivar en su vida. Saber que (y «actuar estratégicamente como si…» ) cuando lo que le pido a Dios en mis rezos no sucede, en última instancia, es porque algo mejor podría estar esperándome a la vuelta de la esquina.