Hace unos años atrás, planté en mi jardín algunas plantas de tomate. Noté que los tomates no crecen todos al mismo tiempo: sino que van produciendo sus frutos uno o dos a la vez, lo que me permitía ir cosechando los tomates, uno o dos por día, ¡durante toda la temporada! Cuando me di cuenta de esto, me quedé asombrado y agradecido a HASHEM. Porque es maravilloso que las plantas tengan esa calculada gradualidad que evita tener que sacar todos los frutos a la vez.
Siguiendo esta idea, quizás la razón por la cual la Torá nos dice que tomemos estas 4 plantas y que nos alegremos ante HaShem, nuestro Dios, con ellas es porque en la antigüedad no había refrigeradores ni métodos de conservación de alimentos como los que tenemos hoy en día. Y, por supuesto, siempre era necesario que los agricultores tuvieran reservas de alimentos que pudieran durar hasta la próxima cosecha. Hay alimentos perecederos que, al igual que la arabá, no duran mucho tiempo una vez que se cosechan y deben consumirse mientras están frescos. Pero también hay alimentos que, como los hadasim y el lulab, pueden durar algunas semanas. Y hay otros alimentos que se pueden dejar secar, como el etrog, como higos, dátiles y la mayoría de los granos que se preservan por si mismos por meses.
Con su infinita sabiduría y bondad, el Creador diseñó alimentos perecederos que se consumen frescos y alimentos «sin fecha de vencimiento», que se pueden secar, preservar y consumir cuando ya no hay más frutos frescos.
Quizás los arba’at haminim, «las cuatro plantas con fechas de vencimiento muy diferentes», representan estas características y nos dan una razón adicional para agradecer a HaShem por su maravillosa Creación.