En el tratado Ta’anit, 23a, los Sabios de describen con un ejemplo de la vida real cuáles son las condiciones que una persona debe tener para que sus Tefilot (plegarias) sean escuchadas. Alrededor del año 100 de la era común vivía en Israel un hombre muy especial llamado Abbá Jilquiyá, que era el nieto del célebre Joní haMe’aguel. Abbá Jilquiyá era famoso porque sus plegarias siempre eran recibidas por Dios.
Durante un año de una dura sequía los prestigiosos Sabios de Israel, los Tannaim, enviaron una delegación de 2 Rabinos para que fueran a ver a Abbá Jilquiyá y le pidieran que rezará por la lluvia. Abbá Jilquiyá era muy pobre, y trabajaba en el campo. Cuando los Rabinos se encontraron con él lo saludaron, pero para sorpresa de ellos, Jilquiyá no respondió su saludo. Los Sabios también observaron otras conductas extravagantes: Cuando finalizó su trabajo, cargó sus herramientas y se dirigió a su casa. Su ropaje exterior, una especie de capa o poncho, lo llevó doblado sobre uno de sus hombros, pero en lugar de colocar las las herramientas de trabajo sobre el ropaje para aliviar el peso, cargó las pesadas herramientas en el hombro desprotegido. En el camino, cuando dejó el pastizal y comenzó a caminar en un camino de plantas con espinas, levantó sus pantalones por arriba de sus rodillas. Cuando llegó a su casa, salió a recibirlo su esposa, muy bien vestida y arreglada. Cuando se sentaron a comer, sacó un pedazo de pan y lo repartió: le dió un pedazo a su esposa, otro pedazo para él y un pedazo a cada uno de sus dos hijos. A todo esto, todavía no había intercambiado palabras con los rabinos visitantes que no salían de su asombro.
Al terminar de comer, llamó a su esposa y le reveló que él sabía que los Sabios habían venido para pedirle que él rezara por la lluvia. Pero que él, por su extrema humildad, no quería no atribuyeran la lluvia a sus plegarias. Discretamente, ambos subieron a la azotea y se pusieron a rezar, cada uno en una esquina diferente. Y ni bien comenzaron a rezar, apareció una nube del lado donde rezaba la esposa. Y comenzó a llover.
Abbá Jilquiyá bajó de su azotea y recién en ese momento se dirigió a los Sabios. Les dijo: «Bueno, como ven , comenzó a llover. Así que si vinieron para pedirme que yo rece, parece que ya no es necesario». Los Rabinos le dijeron: «Sabemos que ya has rezado, y que es gracias a tu mérito que HaShem hizo descender la lluvia. Pero antes de irnos queremos hacerte algunas preguntas». «¡Claro!», dijo Abbá Jilquiyá. Los Sabios comenzaron su interrogatorio «¿Por qué cuando te saludamos no respondiste nuestro saludo?». «Porque yo trabajo por hora», respondió, «y no sería justo con mi empleador que yo interrumpa mi trabajo para ponerme a conversar». . ¿Por qué no cargaste tus herramientas sobre tu ropa y la llevaste en tu hombro desnudo». Abbá Jilquiyá respondió: «Porque no tengo los medios para comprar mi propia capa, y la que uso es prestada, y si la uso para amortiguar el peo de las herramientas se podría arruinar por mi negligencia» . «¿Y por qué levantaste tus pantalones en lugar de proteger tus piernas en los campos espinosos?». «Por que si las espinas rasgan mi cuerpo, mi cuerpo se cura. Pero si mis vestiduras se rompen, no tendría los medios para reemplazarlas». «¿Y por qué tu esposa estaba tan arreglada cuando salió a recibirte?» «Porque mi esposa guarda su atractivo exclusivamente para mí: y ella sabe que mis ojos son solo para ella». «¿Y por qué no nos ofreciste cenar contigo?». «Porque no tenía más que ese pedazo de pan. Y no quise ofrecerles falsamente cenar conmigo, sabiendo que ustedes rechazarían mi oferta, y llevarme así el crédito de haberlos invitado a cenar.» «¿Y por qué te fuiste directo para la azotea?». «Porque no quería que piensen que por mi mérito vendría la lluvia». «¿Y por qué la primera nube llegó del lado de tu esposa?» «Porque ella tiene mucho más mérito que yo. Cuando viene una persona pobre a nuestra casa y nos pide ayuda, yo les doy una moneda para que compren comida. Pero mi esposa siempre tiene algún alimento preparado para que los pobres puedan comerlo inmediatamente y no desfallezcan de hambre».
Esta es la historia, muy resumida, de Abbá Jilquiyá y de su esposa.
Vemos entonces que de acuerdo a nuestros Sabios existen los individuos que tienen el don de que Dios los escuche y responda sus Tefilot.
Este poder no depende de supersticiones, magia, astrología, o amuletos. De acuerdo a nuestros Sabios Dios escuchaba las plegaria de este hombre en primer lugar extremada honestidad, integridad, y bondad. En segundo lugar porque no utilizaban ese «poder» para beneficios materiales propios, ya que vivían en un extremo (y quizás voluntario ) minimalismo. Los Sabios también destacan en esta historia la lealtad entre Jilquiyá y su mujer y la permanente preocupación de ambos para fortalecer esa relación «sagrada» entre marido y mujer. Ambos se comportaban con gran sencillez, escapaban la fama y la gloria y no tenían un gramo de vanidad. Y en el caso de la esposa de Abbá Jilquiyá, destacan la generosidad material y la sensibilidad sin límites.
La Guemará nos enseña esta gran lección: no hay «trucos» ni «atajos» para que HaShem escuche y responda nuestras Tefilot. La «segulá» que más le importa a HaShem, y lo que más mérito nos da para que nuestras plegarias sean escuchadas por Él, es nuestra integridad, nuestra humildad, nuestro Shalom Bayit y nuestra generosidad.
Estas son las virtudes que nos conceden el poder para abrir las puertas del cielo y que nuestras plegarias lleguen al Todopoderoso.
Lo demás es puro bla bla 🙂