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ANTIOJUS EPIFANES Y EL SEGUNDO MILAGRO DE JANUCA

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ANTIOJUS Y LA HELENIZACIÓN
Después de la muerte de Alejandro Magno en 323 a.e.c., el imperio griego se propuso imponer su cultura helénica a todos los pueblos conquistados. Esto lo hacían de manera pacífica y persuasiva, y no por la fuerza como habían hecho otros imperios en el pasado. Tuvieron tanto éxito que causaron la desaparición de todas las religiones del imperio. Este proceso de aculturación universal se conoce como helenización. La difusión de las ideas culturales y religiosas griegas también comenzó a afectar a los judíos. Los que vivían fuera de Israel, en Alejandría, por ejemplo, fueron los que más rápido se asimilaron. Y comenzaron a practicar lo que algunos historiadores describen como un «judaísmo helénico», una especie de sincretismo entre algunas ideas judías, no rituales, combinados con elementos de la cultura helénica. Esta nueva forma de judaísmo era la nueva religión de muchos judíos de la diáspora. Sin embargo, los judíos de Israel aún se mantenían fieles a sus tradiciones. Pero la llegada al poder del nuevo emperador Antiojus (Antíoco) Epífanes en 215 a.e.c. empeoró la situación de los judíos de Israel. Antiojus fue mucho más agresivo que sus predecesores en la campaña de proselitismo helénico. Y ante la presión de Antiojus algunos judíos se asimilaron por completo al helenismo y abandonaron la religión de sus padres. Otros, especialmente aquellos que vivían en las grandes ciudades junto a no-judíos, practicaban un judaísmo reformado, acomodado a los valores de la sociedad griega. Como sucedió muchas veces, el deseo de estos judíos asimilados era ser plenamente aceptado por los gentiles, a quienes miraban con admiración. La estricta dieta religiosa observada por los judíos (Kashrut), por ejemplo, creaba muchos obstáculos y barreras, limitando la integración de los judíos asimilados con los ciudadanos griegos. Si la mesa no se podía compartir con los vecinos gentiles, no se podría esperar que los gentiles aceptaran a los judíos como sus pares. Y probablemente los gentiles no estarían dispuestos a casar a sus hijas con los jóvenes judíos. La práctica del Kashrut se observaba cada vez menos. Porque en el «nuevo mundo helénico» las separaciones entre los pueblos no se veían bien. Los judíos helenísticos justificaron su abandono del judaísmo afirmando que «para sobrevivir, el judaísmo tenía que modernizarse”. Con este propósito en mente, el Shabbat y la circuncisión también debían eliminarse porque se consideraban obsoletos. Y eran rituales que causaban división  Mientras todo esto sucedía en las ciudades, los judíos más pobres, los campesinos que vivían en pequeñas aldeas, aislados de la influencia y las presiones sociales de la sociedad gentil permanecían fieles a la Torá.
LAS REFORMAS DE HASON Y MENELAO
Antiojus Epífanes sabía que algunos judíos todavía eran reacios a abandonar sus prácticas religiosas, y se dispuso a helenizarlos a cualquier precio. ¿Por qué? Porque aunque eran pocos y discretos, los judíos que aún observaban la Torá eran, prácticamente hablando, los únicos ciudadanos del imperio que rechazaban abiertamente el helenismo. Antiojus buscó aliados entre los judíos mismos, aquellos que se habían helenizado voluntariamente. Y nombró como Sumo Sacerdote del Templo de Jerusalem a un judío asimilado y fácilmente corruptible: Hasón (175 a. C.). Más tarde, lo reemplazó por otro falso Sacerdote que fue aún peor: Menelao (171 a. C.). Estos nuevos «sacerdotes» que estaban a cargo del Templo de Jerusalén lideraban la reforma del judaísmo y confrontaron abiertamente a los judíos que se resistían a la reforma. Hasón, por ejemplo, encabezó una delegación de judíos asimilados que, en lugar de asistir al servicio Bet haMiqdash en Shabbat, fueron al estadio olímpico para ver y participar en los juegos y competiciones.
No solo la práctica judía estaba siendo reformada. También los principios y creencias religiosas estaban sujetos a reformas por parte de estos falsos sacerdotes. El monoteísmo judío no fue la excepción. Los reformadores querían adaptar la doctrina de creer y servir a un solo Dios y convertirla en una regla más flexible y tolerante: los judíos helenísticos reconocieron a los dioses griegos y aceptaron que se ofrecerían sacrificios a sus dioses en el Gran Templo de Jerusalem. Si no se llevaban a cabo estas reformas, los sacerdotes corruptos argumentaban, el :”fanatismo” monoteísta de los antiguos judíos ofendería la sensibilidad de los griegos. Los judíos, agregaban, también tenían que ser más «tolerantes» y estar dispuestos a ofrecer sacrificios al Dios de Israel de una manera griega. Por ejemplo, sacrificar animales que se usaban en los ritos griegos en los altares del Gran Templo. Esto llevó a Menelao a profanar el altar judío en el año 170 a.e.c al ofrecer un cerdo como sacrificio en el Bet haMiqdash.
¿CÓMO PROVOCAR LA REBELION JUDIA?
Aunque muchos judíos seguían siendo leales a su fe, cada vez más judíos seguían el camino de los griegos. Pero en el año 169 a.e.c. tuvo lugar un evento providencial que cambiaría el curso de la historia. Antiojus Epífanes perdió la paciencia con los pocos judíos que aún rechazaban la asimilación, y decidió que era hora de dejar de ser amable, gentil y persuasivo con esos “obstinados judíos” que se resistían al cambio. Antiojus decretó entonces oficialmente la prohibición de la práctica judía y llevó a sus ejércitos a Yerushalayim para hacer cumplir estas leyes que imponían la pena de muerte para aquellos que las desobedecerían.
Sin embargo, la impaciencia de Antiojus tuvo un efecto contrario a lo que él quería lograr. Los nuevos decretos despertaron el orgullo judío, incluso en aquellos que estaban tal vez inconscientemente inclinados hacia la asimilación. Involuntariamente, Antiojus provocó lo que más tarde se conoció como la rebelión armada de los Jashmonayim, que lucharon no solo contra los griegos sino también contra los judíos que habían liderado el movimiento asimilacionista.
El rabino Eliezer Melamed dice que si Antiojus Epífanes no hubiera perdido la paciencia, la asimilación de los judíos habría continuado sin resistencia. La rebelión contra el imperio griego nunca habría sucedido, y el pueblo judío ח”ו quizás no se hubiera recuperado nunca de la asimilación. Podría haber desaparecido para siempre, integrándose dentro de los otros pueblos del imperio, como sucedió con todas las demás civilizaciones de la antigüedad.
Creo que «La impaciencia de Antiojus» fue absolutamente providencial y debería considerarse como uno de los milagros de Janucá, ya que que produjo un llamado de atención al alma y al orgullo de los judíos.
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