Yo HaShem soy tu Dios, que te rescató de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos Exodo 20:1
¿MANDAMIENTO O PREAMBULO?
El primer mandamiento se nos presenta de un modo un poco ambiguo. Comprender lo que este mandamiento dice no resulta sencillo. ¿Por qué? Porque a diferencia de los otros 9 mandamientos, no está enunciado en el modo imperativo como una orden o un precepto. Parece más bien una presentación de Dios ante su pueblo. El texto dice literalmente así: “Yo HaShem, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de esclavos”. Este mandamiento no está indicando, aparentemente algo que tenemos que hacer o dejar de hacer, como en el caso de “Honrarás a tus padres”, “No robarás”, “No matarás”. No transmite una orden directa.
Es por eso que los rabinos han debatido durante mucho tiempo la naturaleza de este mandamiento. Para algunos como Najmánides o el Rab Jasdai Crescas, el primer mandamiento no expresa un precepto específico sino que afirma la existencia de Dios al decir “Yo soy El Eterno tu Dios”. Visto así, el primer mandamiento, es el prerrequisito implícito para la aceptación de todos los demás mandamientos. Es un preámbulo para los preceptos que siguen a continuación. No es un mandamiento en sí.
Maimónides, por otro lado, sostiene que el primer mandamiento indica un precepto especifico, a pesar de no estar formulado en el modo imperativo. Trataremos de entender, a continuación, lo que este famoso rabino explicó.
¿CUANTOS MANDAMIENTOS HAY?
El Talmud, en el tratado de Makot, explica que existen 613 preceptos en la Torá. 611 de ellos fueron transmitidos por intermedio de Moshé (Moisés), mientras que los dos restantes fueron transmitidos “directamente” por HaShem (Dios) al pueblo judío. Y esos dos preceptos son: el primero y el segundo mandamiento (אנכי ולא יהיה לך). Analicemos brevemente esta afirmación del Talmud.
1. Lo que revela que estos dos mandamientos fueron expresados directamente por Dios es que son los únicos formulados en la primera persona del singular: “Yo soy El Eterno tu Dios”, “No habrá para ti otros dioses delante de Mí”. A partir del tercer mandamiento es Moshé quien se Dirige al pueblo de Israel, y la referencia a Dios es en la tercera persona. El texto del tercer mandamiento dice: “No pronunciarás el Nombre de Dios en vano” y no dice “No pronunciarás Mi nombre en vano”.
2. De acuerdo a este texto Talmúdico, el primer mandamiento claramente debe ser considerado como un precepto, una de las 613 leyes Bíblicas, y no como una introducción o preámbulo. En su famoso libro Sefer haMitsvot, la obra que presenta los 613 preceptos de la Torá, Maimónides menciona al primer mandamiento nada menos que como la primera ley (Mitsvá) de la Torá.
Siguiendo ahora con la opinión de Maimónides nuestra próxima pregunta será: ¿Cuál es la orden especifica que este mandamiento está expresando cuando dice “Yo soy HaShem tu Dios”?
LA EVOLUCION DE LA FE (emuná)
Tradicionalmente se asume que el primer mandamiento, visto como un precepto, expresa nuestro deber de “creer en la existencia” de Dios. No todos están de acuerdo. Creer en la existencia de Dios debe ser visto, más bien, como la hipótesis fundacional implícita de los Diez Mandamientos, especialmente en su contexto histórico original. Al revelar los 10 Mandamientos Dios le está hablando al pueblo de Israel y ¡en primera persona! ¿Es necesario, entonces, que mientras Dios se está revelando a Su pueblo le ordene creer en Su existencia?
Hay algo más.
La referencia bíblica especifica acerca de la fe del pueblo judío en Dios la encontramos en el texto que relata el cruce del mar rojo. Antes de que Dios revelase los 10 Mandamientos.
“Y Dios salvó en aquel día a Israel de mano de los egipcios. E Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar.Y [cuando el pueblo de] Israel percibió el gran poder que Dios había hecho contra los egipcios, el pueblo temió a Dios, y [entonces el pueblo] creyó en Dios y en Moisés su siervo” EXODO 14: 30-31.
Cuando los Hijos de Israel cruzaron el mar y vieron que Dios cerró el mar encima del ejercito egipcio, la Torá afirma, los hijos de Israel creyeron en Dios (y en Moshé). Al ver los cuerpos sin vida de sus poderosos opresores en la orilla del mar, el pueblo pudo liberarse de la intimidación psicológica que ejercen aquellos que hasta ese entonces decidían, como si fueran dioses, quién viviría y quién moriría. Los judíos ahora tuvieron pro primera vez la posibilidad de temer a Dios y creer en Él , cuando entendieron que los egipcios eran simples mortales.
Todo esto confirma que la “creencia” en Dios ya era parte del patrimonio mental de los Yehudim antes de recibir los Mandamientos. Y si es así, ¿qué nos enseña entonces el primer mandamiento?
LAS TRES PRIMERAS PALABRAS
De acuerdo a Maimónides el Primer Mandamiento no es simplemente un preámbulo sino que está indicando un precepto específico a cumplir.
Para comprender el contenido de este mandamiento debemos analizar en profundidad su texto. Particularmente, las primeras 3 palabras hebreas del mismo.
1. La primera palabra אנוכי (anojí) en español significa Yo (o Yo soy).
2. La segunda palabra ה’ es el inefable (no pronunciable) nombre de Dios. Cuando nos referimos a Dios, los judíos no pronunciamos Su nombre, a menos que se trate de una plegaria o la lectura de un texto bíblico. Para indicar el nombre de Dios decimos en hebreo “HaShem” , que literalmente significa “el Nombre”. “HaShem” se utiliza como “el pronombre Divino”. Yo suelo usar por lo general esta palabra para referirme al Todopoderoso. Pero en este caso, para simplificar el análisis del primer mandamiento voy a utilizar la traducción tradicional judía al castellano: “El Eterno”.
3. La tercera palabra אלקיך (eloqueja) generalmente traducida por “tu Dios” requiere más explicación.
Veamos.
La palabra Eloquim, traducida generalmente como “Dios”, significa en realidad: “Soberano”, o “Juez” , en otras palabras: la autoridad máxima y suprema. Entendiéndolo así, este mandamiento no se refiere a un tema teológico, saber de “la existencia de Dios”, sino a un tema moral o legal, aceptar “la autoridad de Dios”. La diferencia entre estas dos lecturas del Primer Mandamiento, “reconocer la existencia o aceptar la autoridad de Dios”, puede parecer superflua; pero en realidad es sumamente importante. Los judíos vivimos por siglos bajo la autoridad del “todopoderoso” Faraón. El primer mandamiento le confirma a cada judío que había salido de Egipto que HaShem lo ha rescatado de allí y que ya no está en “la casa de esclavos”, esto es, bajo la jurisdicción del Faraón. De ahora en adelante HaShem es “eloqueja” “tu soberano”, lo que implica que debes actuar de acuerdo a Sus leyes.
Para comprender un poco más acabadamente este concepto repasaremos lo que sucedió en el episodio del becerro de oro.
EL BECERRO DE ORO
Luego de celebrar el pacto entre Dios e Israel, Moshé ascendió al monte Sinaí y antes de subir al monte le aviso al pueblo que regresaría en 40 días. Cuando este plazo estuvo por expirar, el impaciente pueblo dio por terminada la espera por Moshé e hicieron un ídolo, un becerro de oro. Y en la dedicación oficial de ese nuevo ídolo los judíos dijeron: “el-le eloqueja Israel”, “Este es tu [nuevo] Soberano, Israel”. Es interesante observar que en la consagración del becerro de oro, consciente o inconscientemente, el pueblo utilizó la misma expresión que Dios utilizó en el primer mandamiento cuando dijo “Yo HaShem, soy tu Soberano”.
Pero la intención de los judíos que hicieron el becerro no era negar la existencia de Dios. El pueblo judío seguía creyendo en Dios, lo que le costaba era aceptar a Dios como “eloqueja”, como la autoridad suprema, y comprometerse a obedecer Sus leyes. El Dios de Israel, tal como lo expresan los 10 Mandamientos, les exigía integridad, autodisciplina y una conducta moral intachable.
El becerro de oro era un “eloqueja” muy “cómodo” porque era pasivo. Un ídolo visible que no intervenía en sus vidas privadas ni en su decisiones morales, y no se pronunciaba respecto a lo que debían o no debían hacer.
Al adorar al becerro de oro los judíos no solo se estaban rebelando contra el segundo mandamiento, que prohibe la idolatría, sino también contra el primer mandamiento, que nos ordena vivir bajo la ley Divina. De hecho, lo primero que el pueblo hace luego de declarar al becerro como su “Eloqueja”, fue emborracharse y entregarse a la lujuria y a la promiscuidad: exactamente lo contrario de lo que HaShem les había demandado: elevar nuestras personalidades, controlar nuestros impulsos y apetitos, etc. Los ídolos paganos (representados generalmente por animales) lejos de demandar moralidad, invitaban a la celebración y a la obediencia de los bajos instintos. El “becerro” de oro era un dios al cual se le hacia ordenar lo que uno quisiera.
LA ACTUALIDAD DEL PRIMER MANDAMIENTO
En nuestros días el primer mandamiento sigue siendo sumamente relevante. ¿Por qué? Porque hay muchas personas que “creen” en la existencia de Dios, ¡pero no siguen Sus leyes! No piensan o no quieren creer que Dios reveló Su voluntad a los seres humanos. Para Aristóteles, por ejemplo, Dios creó el mundo y luego lo abandonó a su suerte, sin dejar ningún registro de Su voluntad, ni instrucciones para la humanidad. El dios de Aristóteles es el mismo “dios” pasivo en el que creían Spinoza y Albert Einstein, un “dios” que no tiene una voluntad específica, o si la tiene nunca la manifestó. El dios de Aristóteles no establece leyes, no juzga, ni se entromete con la moralidad de los seres humanos. Es impersonal. Uno puede “creer” en él sin que esa creencia afecte en absoluto las decisiones y acciones morales de uno. Al igual que el becerro de oro, ese dios no tiene nada que decirle y mucho menos que “ordenarle” a sus creyentes.
CONCLUSION
Ahora quizás entendamos mejor la preciosa lección del Primer Mandamiento. Para el judaísmo (la Torá), cuando la creencia en Dios no está acompañada por la obediencia a Dios, la creencia en Dios no se considera completa, o coherente, o sincera. Nuestra fe en Dios depende de nuestro relacionamiento con Dios. Y nuestro relacionamiento con Dios consiste en aprender y obedecer Su voluntad.
El primer mandamiento no debe ser leído como se lee tradicionalmente “Yo soy el Eterno, tu Dios”, expresando una declaración acerca de la existencia de Dios. El texto debería ser traducido más bien como “Yo, El Eterno, soy tu Dios”, es decir , tu Soberano, declarando así la autoridad de Dios.
Una lectura un poco más desarrollada de este mandamiento sería la siguiente “Yo, El Eterno, a quien tú ya conoces, soy tu Soberano. Te he sacado de Egipto, y ya no estás más bajo la jurisdicción del faraón, sino bajo Mi autoridad.”
Este mandamiento indica nuestro deber de aceptar a Dios como nuestro Eloquim, la autoridad Suprema moral y legal, que nos indica lo que está bien y lo que está mal.