¿Cómo comenzó el regreso a Yerushalayim? (586-516 AEC)
וְאַף-גַּם-זֹאת בִּהְיוֹתָם בְּאֶרֶץ אֹיְבֵיהֶם לֹא-מְאַסְתִּים וְלֹא-גְעַלְתִּים לְכַלֹּתָם–לְהָפֵר בְּרִיתִי אִתָּם כִּי אֲנִי ה‘אֱלֹקיהֶם. .
Vayiqrá, Levítico, 26:44.
En el año 586 AEC el Bet haMiqdash y la ciudad de Yerushalayim fueron destruidos, y el pueblo judío fue exiliado a Babilonia. Normalmente, juzgando por lo que pasó con TODOS los pueblos vecinos de Israel que vivieron la destrucción de sus reinos y el exilio, el final de Yerushalayim hubiera traído el final de Israel.
Cuenta el historiador Sebag Montefiore que los pueblos de la antigüedad, una vez derrotados, abandonaban a sus dioses y adoptaban los dioses del pueblo victorioso. Esa era la reacción más lógica a la máxima tragedia nacional. ¿Por qué? Porque la derrota de un pueblo significaba que sus dioses habían sido derrotados por otros dioses más poderosos que ellos. Era el momento de adoptar y adorar a los nuevos dioses y reyes. Y por supuesto que una vez en el exilio, a ningún pueblo de la antigüedad se le hubiera ocurrido concebir la ridícula idea de que algún día regresarían a su territorio. Se habían quedado sin sus tierras, sin sus armas, sin sus dioses y sin su rey. Había que hacer todo lo posible para olvidar el pasado, adaptarse y sobrevivir en la nueva realidad.
Pero, ¿Por qué los judíos no nos olvidamos de Zion? ¿De dónde sacamos esa idea de que aún vencidos debíamos seguir aferrados a recordar a nuestra tierra y a nuestro Dios?
Creo que la clave está en la el libro de Vayiqrá. Allí, al final del capitulo 26, la Torá habla del pacto entre Dios y el pueblo judío. El pueblo judío debe cumplir con su misión, siguiendo las leyes divinas y sirviendo a un solo e invisible Dios. La Torá predice que al pueblo judío no le van a faltar enemigos que quieran su tierra, o que busquen destruirlos. HaShem, entonces, le ofrece al pueblo judío un pacto: si el pueblo sigue Sus leyes, tendrán Su bendición y Su protección. De acuerdo a este pacto, una parte de esa protección es condicional y la otra incondicional.
Lo incondicional es que HaShem garantiza que el pueblo judío nunca desaparecerá, y que más allá de lo que el pueblo haga o deje de hacer, el pacto (en hebreo berit) ¡nunca será cancelado!
Lo condicional, por otro lado, es la permanencia en la tierra de Israel. Si a pesar de los castigos y las advertencias el pueblo judío abandona a Dios, Dios retirará Su protección, el enemigo prevalecerá, las ciudades serán destruidas y el pueblo será exiliado. 26:14 “Si no me obedecen ni observan estos mandamientos.. 26:15 si desprecian Mis leyes y aborrecen Mis preceptos…violando así mi pacto… 26:31 sus ciudades se convertían en ruinas y sus santuarios serán desolados… 26:33 y los dispersaré entre las naciones [de la tierra]…
Los dioses paganos se consideraban invencibles y nunca contemplaban la destrucción de sus ciudades o el exilio de sus seguidores. La Torá, sin embargo, anuncia explícitamente que la permanencia del pueblo de Israel en la tierra de Israel es condicional a la observancia de la ley de Israel. Y que si el pueblo abandona a HaShem, será desterrado. El exilio del pueblo judío, entonces, NO es la prueba de que HaShem nos había mentido cuando nos prometió Su protección; o que el pacto fue derogado. TODO LO CONTRARIO, el exilio fue la mejor evidencia de que el pacto ¡era real!, y que seguía firme. El exilio de Babilonia fue la consecuencia, “contemplada como parte del pacto», de que no era HaShem quien nos abandonó, sino que fuimos nosotros los que abandonamos a HaShem. Fue irónicamente en el exilio de Babilonia que el pueblo judío por fin entendió que lo que la Torá había advertido 1000 años era verdad. Y que lo que les estaba ocurriendo ahora, era lo que les debía ocurrir, ¡de acuerdo a lo pactado con HaShem!.
Ahora bien, si el pacto seguía firme, enotnces sobreviviremos. 26:44… y a pesar de todo esto, cuando estén en la tierra de sus enemigos no los abandonaré ni los aborreceré, ni dejaré que los destruyan, quebrantando Mi pacto… porque yo soy HaShem su Dios…
En Babilonia, nuestro primer exilio, los Yehudim aprendimos la lección. Y allí, en el exilio hicimos lo que no hicimos cuando vivíamos en nuestra tierra.
Ahora, nos negamos a abandonar a nuestro Dios. Y nos prometimos NO olvidar a Yerushalayim. Lo que sintieron y decidieron los sobrevivientes de la destrucción de Jerusalén está registrado explícitamente en el salmo 137 de Tehilim: “Junto a los ríos de Babilonia…nos sentamos a llorar y a recordar a Zion (Yerushalayim)…y [a pesar de que] habíamos colgado nuestras arpas en los sauces, los que nos tenían cautivos nos pedían que cantásemos para ellos los famosos cantos de Zion… [y nos negamos], diciendo,¿cómo podríamos cantar los cantos de HaShem en una tierra extraña? ¡Yerushalayim! Si alguna vez me olvidase de ti, que mi mano derecha se paralice…. que mi lengua [se seque], y quede pegada a mi paladar, si no te trajera a mi memoria en los momentos de mi mayor alegría…”.
Y así comenzó nuestro retorno a Yerushalayim…
Continuará…