En menos de una semana celebraremos la fiesta de Janucá. Y la verdad es que siempre que se acerca esta festividad me acuerdo de la pregunta ¿qué significa ser judío? Hay muchas respuestas para esta pregunta. Respuestas técnicas, espirituales, y políticas. La respuesta que quiero compartir con ustedes hoy, creo, está más allá de estas definiciones. Veamos qué les parece.
SER JUDIO Y SER UNA VELA
Cada persona judía es una vela. El judaísmo, la Torá, es la llamita de esa vela. Esta metáfora no es arbitraria o caprichosa. La Torá siempre fue comparada con «luz». La misma palabra hebrea TORÁ proviene de la palabra OR que significa “luz”. Nuestra misión como pueblo judío es transformarnos, como dijo el profeta Yesha’ayahu (42:6) en “or lagoyim”, la luz para el resto del mundo. Y esta misión la cumplimos sin actos públicos de proselitismo. Para iluminar sólo necesitamos estar encendidos. La palabra TORÁ viene de la misma raíz y es casi idéntica a la palabra MORÁ, maestra. Los judíos consideramos que el proceso de aprendizaje es un proceso de esclarecimiento, iluminación intelectual y espiritual. La Torá, es la “maestra”, nos enseña, nos educa, nos ilumina. Y a través de sus enseñanzas disipa la oscuridad de nuestras vidas y aclara nuestras dudas existenciales.
¿VELAS PRENDIDAS O APAGADAS?
Ahora que entendimos por qué la Torá puede ser comparada con una luz o con una llamita, pensemos nuevamente en la vela, el receptáculo de la llamita: el individuo judío. Si un YEHUDI no aprende la Torá, no la estudia, no la observa, no deja que la Torá lo ilumine ¿sigue siendo judío? La respuesta es “SÍ”. Un judío nunca pierde su condición de judío (ישראל אע»פ שחטא ישראל הוא). Un judío sin judaísmo se podría comparar con una vela sin llama. Y una vela sin llama sigue siendo una vela….Claro que es una vela apagada. Una vela que aún no está sirviendo el propósito para el cual fue concebida. Pero a pesar de todo, sigue siendo una vela. Y como tal, siempre puede ser «encendida». Y a lo mejor todo lo que necesita es que otra vela, una vela ya encendida y con una llamita muy firme, se le acerque, le ofrezca afectuosamente compartir su llama y la ayude a encenderse.
LAS VELAS
Creo que la metáfora de la vela y la llama es muy apropiada para Janucá. Nos ayuda a esclarecer, entre otras cosas, por qué celebramos una gran victoria militar encendiendo velas…. Veamos. A veces, nuestros enemigos quisieron destruir las velas. Es decir, buscaron nuestro exterminio. No les importó si las velas estaban encendidas o apagadas. Si en la SHOA un judío decía: “Yo no creó en Dios. No soy observante. Soy ateo. Déjenme libre”, igual lo llevaban a las cámaras de gas. En la SHOA, como en los tiempos de Hamán y Ajashverosh, al enemigo antisemita no le importaba la llama. Su odio era étnico. Quería destruir las velas. Pero también era práctico y utilitario. Al fin y al cabo, destruyendo las velas también se acaba con las llamitas…
LA LLAMA
En Janucá, como en los tiempos de la Inquisición, el objetivo del enemigo no era destruir las velas. Su misión era apagar las velas. Y reemplazar las llamas por una cruz o por una deidad griega. Los Jashmonayim, nuestros heroicos antepasados que vencieron al enemigo en Janucá, no lucharon por salvar sus vidas. Sus vidas físicas no estaban en peligro. Lucharon, y en realidad estuvieron dispuestos a «sacrificar» sus vidas, para preservar las llamitas de las velas judías. ¡Creo que no hay nada más indicado que el encendido de velas para celebrar la victoria de Jánuca!
Algo más. El milagro de Janucá, el aceite que duró siete veces más de lo que debería haber durado, también tiene mucho para enseñarnos. Cuando seguimos el ejemplo de los Jashmonayim y nos esforzamos por fortalecer y multiplicar nuestra llama, nuestra Torá, HaShem estará de nuestro lado. Y aunque nos parezca que nuestras fuerzas, esfuerzos o talentos alcanzaran solamente para encender unas pocas velitas, HaShem nos ayudará y nos dará la fuerza para que encendamos muchas más.