Ayer explicamos que el último de los 13 principios de la fe judía es la creencia en Tejiyat haMetim, la resurrección. También dijimos que todos los días, 3 veces por día, mencionamos en nuestra Tefilá principal, la Amidá, que HaShem, exclusivamente, es el que posee el poder de restaurar la vida.
Hoy y mañana vamos a tratar de explicar un poco más profundamente este importante concepto.
En Bereshit leemos que el Creador creó la vida a través de la materia inorgánica, en el quinto día a través del agua y en el sexto día a través de la tierra.
La creación de la vida a partir de la materia inorgánica marca una frontera que el hombre no puede cruzar.
Me explico: en mi último libro «Dinosaurs and the Bible» (que todavía no ha sido publicado) explico que el talón de Aquiles de la teoría de la evolución, y del cual se habla muy poco en las escuelas, es la investigación científica acerca del origen de la vida, es decir, cómo justificar el surgimiento de la vida a partir de la materia inorgánica. Si bien el tema es demasiado extenso para resumirlo en pocas palabras, lo que le lector debería saber es que la ciencia moderna no tiene una respuesta ni definitiva ni convincente para explicarlo.
A principios del siglo XX, en el apogeo del positivismo, los científicos creyeron que muy pronto, una vez que se explicara cómo comenzó la vida en nuestro planeta, sería muy sencillo recrear la vida en un laboratorio. Ya que si la vida surgió como consecuencia de una combinación de procesos aleatorios (casualidades) que se produjeron a través de millones de años, es obvio que en un laboratorio se podrían obviar esos millones de años y simplemente combinar todo los que hace falta para producir algo biológico muy simple, como una célula, por ejemplo.
Nada estuvo más lejos de la realidad… No sólo que todos los experimentos para producir la vida fracasaron (como el de Stanley Miller, por ejemplo, aunque increíblemente aún se lo sigue citando en los manuales de biología) sino que cuanto más avanzaba la ciencia en su comprensión de los elementos genéticos de la vida, como el ADN, el fenómeno de la biología se tornaba más sofisticado de lo que se pensaba antes, ergo, era mucho más difícil argumentar que la vida haya aparecido espontáneamente a través de procesos aleatorios.
En las palabras de un eximio científico inglés, Fred Hoyle (1915-2001): «La vida, como la conocemos en nuestro planeta, depende de por lo menos 2000 enzimas diferentes. ¿Cómo podrían las fuerzas ciegas del agua u otros elementos lograr ensamblar todos los ingredientes químicos necesarios para combinar esas enzimas? …. La probabilidad de que la vida haya surgido de casualidad a partir de material inorgánico es de 1 sobre 10 a la 40,000 potencia (1, sobre 10 con 40.000 ceros después del 10. YB) … un número lo suficientemente grande como para enterrar a Darwin y a toda su teoría de la evolución …. estas son las probabilidades para la aparición espontánea de una sola célula, sin la cual la evolución no puede siquiera empezar. Y ni hablar de las incluso más remotas probabilidades de que aparezcan sistemas orgánicos más avanzados, como un órgano en un animal o en un ser humano.»
Fred Hoyle formuló también una analogía dramática para ilustrar la imposibilidad de la teoría de que la vida haya surgido espontáneamente a partir de la materia inorgánica: «Imaginen un tornado pasando a través de un depósito de chatarra. E imaginen que luego de que el tornado pasó, vamos a ese depósito y encontramos un avión Jumbo ,un Boeing 747, que se ha formado y ensamblado al azar gracias al tornado, que de alguna manera combinó de una manera perfecta, todas las piezas que había en el depósito».
Para Hoyle la probabilidad de que la vida haya aparecido espontáneamente a través de procesos aleatorios es igual a la probabilidad que ese avión se haya ensamblado de casualidad, al paso de un tornado por un depósito de chatarra.
El surgimiento de la vida es un fenómeno Divino que el ser humano no puede explicar ni imitar. Los seres vivos fuimos creado con un milagroso mecanismo que nos permite reproducir-nos, pero irónicamente no podemos re-producir la vida fuera de nosotros mismos, a partir de átomos.
Si el origen de la vida pudiera ser explicado en términos científicos, la vida podría ser producida a partir de material inorgánico en un laboratorio, y viceversa.
Sin embargo, aún en nuestros día, cuando la ciencia ha avanzado tanto, y cuando ya conocemos los secretos y los códigos del ADN, y podemos curar y prolongar la vida, y aprendimos a manipular células y modificar genes en laboratorio, y a desarrollar inteligencia artificial, y aplicar las técnicas de nanotecnología al ADN, es imposible crear un ser vivo a partir de átomos.
Esa infranqueable frontera entre lo humano y lo Divino incluye un elemento más, muy parecido a la generación de la vida. Esto es, Tejiyat haMetim, «restaurar la vida» a un cuerpo sin vida.
Me explico: como ya lo indicamos, es imposible re-crear un ser vivo, digamos un mosquito (un mosquito real, no un robot mosquito!) a partir de materia inorgánica. Entre otras razones, porque sería demasiado complejo armar y ensamblar su cuerpo, sus órganos, su cerebro, etc. Pero que pasaría si le diéramos a un biólogo equipado con el laboratorio más moderno del mundo, un mosquito con su cuerpo entero y completo…. ¿qué fue declarado muerto, «de causas naturales», hace solamente 5 segundos atras?.
¿Podrá algún científico devolverle la vida a este mosquito aunque todos sus órganos estén completos y todas la conexiones entre los órganos y los sistemas fisiológicos del mosquito siguen en su lugar? ¿Podrá un ser humano alguna vez practicar, no ya la re-producción de la vida sino algo aparentemente más sencillo: la restauración de la vida o Tejiyat haMetim? La respuesta judía es NO. El 13er principio incluye la creencia que Tejiyat haMetim es también una frontera infranqueable que separa a lo humano de lo Divino.
Nosotros, los seres humanos hemos avanzado en nuestra comprensión y control del fenómeno llamado «vida», y ya somos capaces hasta de clonar la vida. Sin embargo, Tejiyat haMetim, la restauración de la vida, es una prerrogativa exclusiva de HaShem, el Creador de la vida.