viernes, marzo 29, 2024
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Rezar, pensando en lo que estamos diciendo

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La Amidá o shemona esre es la oración más importante. Se dice todos los días, tres veces al día, mañana, tarde y noche. A diferencia de otros textos de la Tefilá, en los cuales leemos y pensamos acerca de D-s, cuando rezamos la Amidá nos estamos dirigiendo directamente a D-s.  No hay nada más significativo en nuestras vidas que la comunicación directa con nuestro Creador.

Este evento tan singular, hablarle a D-s, requiere un estado mental elevado. No podemos rezar la Amidá si estamos distraídos o desconcentrados.  La Amidá requiere kobed rosh , seriedad y concentración.

En preparación para la Amidá debemos pensar y visualizar que estamos de pie delante del Rey de Reyes. La palabra Amidá en realidad significa «de pie». En el sentido más estricto, Amidá significa «De pie, a Su servicio, a la espera de Sus órdenes».

En el protocolo judío, cuando un sujeto se encuentra con el Rey debe hacerlo de pie, firme, e inclinando un poco su cabeza en señal de sumisión al Rey. Ésta es también nuestra postura cuando decimos la Amidá. Muchos Yehudim recitan la Amidá de memoria, con los ojos cerrados y con las manos juntas en el centro del pecho, la mano derecha sosteniendo el puño izquierdo cerrado, también en señal de sumisión. (Obviamente, si uno no sabe la Amidá de memoria, debe leerla normalmente en el Sidur).

La Amidá no se debe leer en silencio total. Tiene que ser «dicha», «pronunciada», articulando las palabras. La articulación, entre otras cosas, facilita la concentración.  Aunque tampoco se puede recitar la Amidá en voz alta. Debemos pronunciar la Amidá en una mínima voz, susurrando las palabras a nosotros mismos. Hay que decir la Amidá tan bajo para que nadie más pueda escuchar nuestra voz, y lo suficientemente alto como para que podamos oír nuestro propio susurro.

Al decir del ‘Amidá, debemos entender y profundizar en el significado de cada palabra que pronunciamos. Este ejercicio mental se llama Kavaná:  conciencia y concentración. Cuando rezamos, tenemos que hacerlo con nuestra mente y nuestro corazón.  Entendiendo y sintiendo lo que estamos diciendo.

Al rezar la Amidá no nos permitimos distracciones. No dejamos que ningún pensamiento mundano o banal penetre en nuestra mente. Una buena manera de identificar si mi Amidá fue dicha con Kavaná, es observar nuestro estado mental y espiritualdespués de recitar  la Amidá. Si nos hemos tomado en serio la idea de que al recitar la Amidá estamos, literalmente, parados frente a HaShem, esa experiencia espiritual suprema tiene que haber dejado un impacto muy visible en mis pensamientos, en mis sentimientos y en mi conducta.

¿Por qué?

Porque cuando rezamos con kavaná nos damos cuenta que HaShem está en el centro de la realidad de este mundo. La Amidá nos recuerda que HaShem no está a nuestro servicio, por el contrario, somos nosotros quienes debemos servir a HaShem. Así, cuando ponemos a HaShem en el centro, nos movemos un poquito más hacia la periferia y nos volvemos más humildes.

Los pensamientos que se generan luego de estar hablando frente a D-s deberían producir una transformación espiritual «total». Un estado de humildad mucho más profundo y un mayor nivel de paz interior con aquello que sucede más allá de nuestro control.

Ahora bien, si después de haber recitado la Amidá, no nos hemos vuelto menos egocéntrico, menos impacientes, menos materialistas y menos vanidosos, probablemente no hemos rezado la Amidá con la  Kavaná necesaria.

Será el momento, entonces, de poner más atención a la calidad de nuestra Amidá.

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